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octubre de 2002 


EE.UU. prepara una nueva Masacre del Desierto

¡Derrotar a los imperialistas! ¡Defender a Irak!


“La milla de la muerte” en el camino de Kuwait City a Irak después del masacre 
llevado a cabo por fuerezas militares norteamericanas el 25 de febrero de 1991. 
Durante varias horas, aviones de guerra y helicópteros estadounidenses dieron 
vueltas sobre la carretera, destruyendo cada vehículo, incluso ambulancias, y 
matando a miles de iraquíes en fuga. (Foto: E. Adams/Corbis Sygma)

La estrategia de “ataque anticipado” del Pentágono: 
precipitar la Tercera Guerra Mundial

Reproducimos a continuación la versión en español de la declaración del Grupo Internacionalista, sección estadounidense de la Liga por la IV Internacional, fechada el 17 de octubre.

Los criminales de guerra imperialistas están a punto de lanzar un Armagedón entre los ríos Tigris y Éufrates.

Durante las primeras horas del 11 de octubre, el Senado estadounidense se unió a la Cámara de Representantes para aprobar una moción que otorga a George W. Bush plenos poderes de guerra para que lance la maquinaria bélica imperialista “en la medida en que considere apropiado y necesario” contra Irak. Demócratas y republicanos, los partidos gemelos del capitalismo norteamericano, dieron luz verde al Pentágono para realizar la carnicería desenfrenada que la Casa Blanca ordenó desde hace algún tiempo. Después del debate ritual y el estampado del sello aprobatorio del Congreso, habrá una farsa similar en las Naciones Unidas. Ahí las “grandes potencias” regatearán en esa guarida de ladrones imperialistas – como Lenin calificó a su antecesora, la Liga de las Naciones – sobre la pertinencia y extensión de una “inspección” provocadora contra Irak, o sobre si habrá una resolución de una o dos fases para lanzar el ataque. Lo más probable es que se dicte un ultimátum que Saddam Hussein no pueda aceptar (tal como hizo la ONU con Milosevic en Yugoslavia), al exigir el libre tránsito de fuerzas armadas de la “ONU” dentro de Irak – es decir, una invasión sin guerra. Y entonces, más temprano que tarde, EE.UU. iniciará una invasión “preventiva” lanzando bombardeos terroristas sobre Bagdad. La sangre del pueblo iraquí correrá en ríos sobre las arenas.

La Liga por la IV Internacional y su sección estadounidense, el Internationalist Group/Grupo Internacionalista, llaman a la clase obrera a defender a Irak y luchar por la derrota de la guerra imperialista, tanto dentro de los EE.UU. como en todo del mundo. La “superpotencia” estadounidense ha decidido demostrar su capacidad militar perpetrando matanzas a gran escala. Con ello espera intimidar al resto del mundo (incluso a sus “aliados”) y obtener el control directo de la segunda reserva de petróleo más grande del mundo. La guerra contra Irak es también una guerra contra los obreros, los negros y latinos, contra los inmigrantes y contra todos los que producen la riqueza de los Estados Unidos, mientras los especuladores de la bolsa de valores y los criminales empresariales despojan miles de millones de dólares y la economía se va al infierno. Se trata de una guerra para regimentar a la población para más guerras. Ésta es una carnicería capitalista, producida por un sistema que padece crisis económicas en serie y que genera guerras, racismo y pobreza sin fin. Hoy en día, los imperialistas estadounidenses conjuran una y otra vez el “11 de septiembre” con la intención de confundir a la población y crear un clima de venganza. Los medios de comunicación “libres pero responsables” marchan hombro con hombro hacia la guerra. No obstante, la oposición a la guerra crecerá sin importar cuánto censuren las noticias desde Bagdad cuando el show de los misiles crucero sea remplazado por las imágenes de soldados muertos que regresan al país en bolsas de plástico. Muchos verán que la “gloria” de un imperio que chupa la sangre de los pueblos del mundo mientras mantiene un control completo sobre el grifo del petróleo no representa más que la miseria para las masas iraquíes y ataques en toda la línea contra la clase obrera en los EE.UU.

Es urgentemente necesario movilizarse contra esta inminente carnicería. Pero ¿bajo qué programa? Ya se han manifestado contra la guerra en Irak más de 400.000 personas en Londres y millón y medio en Italia. Se ha convocado una movilización en Washington para el 26 de octubre para “detener la guerra antes que comience”. (¿Es que en algún momento había terminado?) En las próximas semanas, miles de personas participarán en manifestaciones contra la guerra. Escucharán apelaciones morales de curas y pastores, discursos evasivos de los políticos burgueses “palomas”, quienes discreparán, con la mayor cortesía, de sus colegas “halcones”, retórica vacía de burócratas sindicales que no harán nada que pueda poner en peligro al sistema capitalista que apoyan. Habrán unos cuantos seudosocialistas en la tribuna – con frecuencia bajo la cubierta de alguna “campaña”, “coalición” o “movimiento” – para dar unas migajas a la izquierda y mantener a raya a jóvenes impacientes. Lo que no dirán es que el baño de sangre no será detenido con desfiles por la paz y llamados a la “conciencia”. Los llamados por una política extranjera más “humana” o por una “iniciativa multilateral” son bazofia: los belicistas en Washington no se persuadirán con súplicas o encuestas públicas. Deben ser derrotados. En contra del pacifismo burgués, los comunistas llamamos por una guerra de clases contra la guerra imperialista.

Los planes de EE.UU. para utilizar armas atómicas 
contra los “búnkeres” iraquíes


Troops de EE.UU. vestidos para la guerra química durante la Guerra 
del Golfo de 1991.

La invasión de este empobrecido país semicolonial es una agresión imperialista de las más descaradas que se han visto desde que Mussolini atacó a Etiopía en 1935. Los desvaríos sanguinarios de un dictador de pacotilla como Saddam Hussein no se comparan con la devastación que el verdadero “carnicero de Bagdad”, quien habita la Casa Blanca, está a punto de desatar. Al perpetrar esta carnicería, Washington no responde a una mítica “amenaza” iraquí: el imperialismo estadounidense necesita esta guerra para imponer su hegemonía mundial. En 1999, el demócrata Clinton bombardeó hospitales en Belgrado, Yugoslavia, en nombre de los “derechos humanos” de la población de Kosovo. El año pasado, el republicano Bush conquistó Afganistán usando como excusa el ataque indiscriminado perpetrado el 11 de septiembre contra el World Trade Center de Nueva York. Hoy en día Bush II prepara una nueva “Masacre del Desierto” contra Irak para “terminar el trabajo”que Bush I dejó sin completar en la primera Guerra del Golfo Pérsico. ¿Y mañana? La infinita “guerra contra el terror” proclamada por los EE.UU. será el preludio de una tercera guerra mundial imperialista – cuyos verdaderos blancos son sus aliados y rivales japoneses y europeos que, naturalmente, no están tan entusiasmados con el inminente ataque contra Irak.

Como parte del regateo diplomático, los europeos, rusos y chinos en el Consejo de Seguridad de la ONU quieren mandar “inspectores” a Irak en busca de “armas de destrucción masiva”. (La administración Bush se ha empeñado en bloquear esto, ya que toda la palabrería sobre la posibilidad de que Hussein tenga “armas de destrucción masiva” en su poder no es más que un pretexto – una carnada de tontos para los “canallas liberales” y similares – y no quiere que nada retrase su planeado ataque.) Debe quedar claro que tales inspecciones no son nada más que una forma de espiar a la victima del ataque imperialista en preparación. EE.UU. dice ahora que Irak “expulsó” a los inspectores de la ONU en noviembre de 1998, cuando en realidad fue la ONU quien los retiró para así preparar el bombardeo estadounidense de Bagdad en diciembre de ese año, en el operativo denominado “Zorro del Desierto”, el apodo del general alemán Rommel durante la Segunda Guerra Mundial. En ese entonces el gobierno de Irak se quejó de que los inspectores estaban transmitiendo información en secreto a los EE.UU. Después se reveló que eso era exactamente lo que había ocurrido, ya que agentes de la CIA y la NSA (Agencia Nacional de Seguridad, que lleva a cabo el espionaje electrónico en gran escala) entre el equipo de inspectores de la “UNSCOM” instalaron un elaborado sistema electrónico para espiar en lugares claves, lo que fue utilizado después para guiar a los bombarderos norteamericanos.

Las pretensiones de “legalidad” de varias “sanciones”, “inspecciones” y otras medidas contra Irak son absurdas. Las así llamadas “zonas de exclusión aérea”, en las que se prohíbe la presencia de aviones iraquíes y se permite el tráfico de aviones de guerra de la OTAN sobre dos tercios del país, fueron simplemente decretadas por los EE.UU. e Inglaterra. Con sus “sanciones”, la ONU primero cortó y luego limitó severamente las exportaciones petroleras de Irak, prohibiendo la importación de medicinas y maquinaria indispensable para reparar las plantas eléctricas y de tratamiento de aguas que fueron bombardeados sistemáticamente por la “coalición” dirigida por los EE.UU. durante la primera Guerra del Golfo. El saldo de víctimas ha sido más de un millón y medio de iraquíes que han muerto de enfermedades curables. Entre los muertos se cuenta un millón de niños, además de los 200.000 asesinados en los ataques estadounidenses contra Bagdad, Basora y otras ciudades. Durante los últimos 12 años, Irak, que antes era el país más prospero y alfabetizado del Medio Oriente, ha sido hundido en la pobreza más extrema gracias al régimen de sanciones de la ONU. Ahora Bush y su mascota, el primer ministro de Inglaterra, Tony Blair, se preparan para destrozar el país una vez más, para sumirlo en la miseria y sacrificar un número de vidas indecible. ¡Y los planificadores de la guerra esperan que el pueblo iraquí salga a sus azoteas para vitorear los bombarderos “aliados” como si fueran “liberadores”!

Los que se oponen al imperialismo deben rechazar las exigencias de “inspecciones” y oponerse a todas las “sanciones” de la ONU contra Irak, que no son más que un castigo contra el régimen de Hussein y el pueblo iraquí por haber perdido la Guerra del Golfo en 1990-91. El imperialismo estadounidense tiene cantidades enormes de armas nucleares (que ya usó en Japón), lo mismo que de armas químicas y biológicas (que fueron usadas para bombardear Vietnam) – sin mencionar las balas radioactivas de “uranio debilitado” que ha hecho llover sobre Irak, Yugoslavia y Afganistán. También su aliado Israel tiene dichas armas en su arsenal. En realidad, si Irak realmente tuviera armas nucleares, a lo cual tiene todo el derecho, esto serviría como impedimento para una invasión estadounidense. Bush acusa a Hussein de haber “usado armas químicas contra su propio pueblo”. Lo que la propaganda de guerra estadounidense no dice es que Irak usó gas mostaza, VX y otras armas químicas durante la guerra de Iran-Irak en 1980-88 con el conocimiento pleno de EE.UU., el cual armó a Irak, proporcionó fotos satelitales de posiciones iraníes y tuvo observadores presentes en el campo de batalla. Aunque la existencia de este programa clandestino fue reportado por el New York Times (18 de agosto) en un informe que se olvidó rápidamente, el Times no mencionó que EE.UU. también suplió a Irak con “cepas químicas” para empezar su programa de armamento químico. 

El cinismo de los gobernantes estadounidenses no conoce límites. Mientras que proclaman incesantemente que están haciendo “avanzar la democracia”, después de imponer un protectorado imperialista en Afganistán cuyo títere, el  “presidente” Karzai, es resguardado por mercenarios contratados por los EE.UU., la Casa Blanca ahora se prepara para imponer un gobierno de ocupación militar estadounidense que controlará el país durante varios años. El general Tommy Franks “asumirá el papel que el general McArthur jugó en Japón después de la rendición en 1945” (New York Times, 11 de octubre) – en otras palabras, será un dictador todopoderoso sobre los destinos de los iraquíes. Esto es lo que eufemísticamente se conoce como “cambio de régimen” en el lenguaje orweliano de Bush. Mientras tanto, entre toda la habladuría sobre las hipotéticas “armas de destrucción masiva” de Hussein, el hecho es que el Pentágono se está preparando para usar armas nucleares “tácticas” en Irak. La revista U.S. News & World Report (22 de julio) reveló:

“Los sacerdotes nucleares del Pentágono creen que una bomba nuclear de penetración podría ser usada para destruir los búnkeres subterráneos... Este dramático cambio en política nuclear es la más clara evidencia de la nueva estrategia militar de la administración Bush, que contempla los ataques preventivos – e incluso la remota posibilidad de usar armas nucleares – contra estados proscritos tales como Irak.”
 De la misma forma que los alemanes nazis usaron la Guerra Civil Española para probar sus aviones de guerra Messerschmitt y Junker al bombardear en picada las columnas republicanas y borrar del mapa al pueblo de Guernica, el imperialismo yanqui quiere probar sus bombas nucleares en el desierto de Irak... y sobre las ciudades iraquíes. No olvidemos a los más de 400 mujeres y niños asesinados en 1991 en el bombardeo quirúrgico estadounidense del refugio Al Amiriya con una bomba GBU–27 “antibúnker”.

En las altas esferas gobernantes de Washington, absolutamente nadie cree en la justificación que ofrece el gobierno para desencadenar la guerra. Incluso la CIA admitió en secciones desclasificadas de un informe al Comité de Inteligencia del Senado estadounidense, que el régimen iraquí ha “trazado un límite que no incluye realizar ataques terroristas” contra los EE.UU., y que las probabilidades de Hussein de iniciar un ataque de destrucción masiva serían “bajas” si no fuese provocado; en cambio, serían “altas” si Irak es invadido (New York Times, 9 de octubre). Las fuerzas que han impulsado más activamente la guerra en Irak son prácticamente una caricatura de los productores y mercaderes de armas tipo “Daddy Warbucks”, las compañías de construcción militar y los petroleros millonarios que se extienden hasta la Casa Blanca. Ellos piensan que la guerra será buen negocio e incluso podría detener la caída del índice Dow Jones de la Bolsa de Valores. Voceros de la administración Bush aseguran ante los periodistas que la guerra no pasará de dos semanas a dos meses. La Oficina de Hacienda del Congreso hace una estimación de tres meses con un costo de 44 mil millones de dólares (Wall Street Journal, 1 de octubre). 

Los que esperan obtener una victoria fácil mediante una guerra barata pueden llevarse una dolorosa sorpresa: aun si la fuerza militar estadounidense consigue aplastar toda resistencia, una ocupación imperialista del país podría alargarse por años. Donde Bush I hiciera que la OTAN y Japón dieran el dinero para pagar por la guerra, Bush II tiene la intención de pagarla con el dinero desviado de la producción petrolera iraquí – algo así como una “leveraged buy-out” (adquisición apalancada, en la cual se financia la compra de una empresa apoderándose de los activos de la misma empresa adquirida) a gran escala.

La lucha para derrotar la campaña de guerra imperialista debe ser librada no sólo en Irak sino a escala internacional, en especial en los países imperialistas, sobre todo en los EE.UU. Al preguntársele por qué la campaña de guerra de la administración de repente se puso a toda marcha en septiembre, coincidiendo con el inicio de la campaña electoral de otoño, el secretario de la presidencia norteamericana cínicamente contestó: “Desde el punto de vista de la mercadotecnia, no se introducen nuevos productos en agosto” [período de vacaciones]. Por cierto, la Casa Blanca ha tomado la medida de los dirigentes demócratas, que como era de esperar se dieron por muertos tan pronto se les acusara de ser blandos con Saddam. Sin embargo, los que sueñan con que el marketing de una guerra sería como vender pasta dental podrían ser súbitamente despertados por la misma gente que creen estar engañando. El apoyo popular a está guerra es muy débil y puede romperse.

El ataque contra Irak: detonador para una nueva Guerra Mundial

El Grupo Internacionalista y la Liga por la IV Internacional (GI/LIVI) advertimos el año pasado, al llamar por la derrota del ataque estadounidense contra Afganistán, que la “guerra contra el terror” de Bush es un preludio a una nueva guerra interimperialista: 

 “Así como las guerras de los Balcanes de 1908-13 contribuyeron a y desembocaron en la Primera Guerra Mundial, y así como la Guerra Civil Española, la invasión de China a manos de Japón y la guerra del imperialismo italiano contra Etiopía (Abisinia) prepararon la Segunda Guerra Mundial, las guerras lanzadas por los imperialistas norteamericanos en la última década en contra de Irak, Yugoslavia y ahora Afganistán, señalan el camino hacia una tercera conflagración imperialista mundial que surgiría de las crecientes rivalidades de las principales potencias capitalistas.”
El Internacionalista No. 2, mayo de 2002
La segunda guerra contra Irak intensifica esta ofensiva hacia la guerra mundial, en particular con la doctrina de Bush de “ataques preventivos”. En conjunto con las crecientes tensiones económicas interimperialistas, podría desencadenar una escalada de choques entre las “grandes potencias”, en la medida en que los antiguos aliados de la campaña bélica contra la Unión Soviética se convierten cada vez más abiertamente en enemigos. Aunque varias publicaciones de la izquierda reformista – como People’s Weekly World (del Partido Comunista de Estados Unidos), Socialist Worker (de la Internacional Socialist Organization – ISO), y Workers World (del Workers World Party – WWP) – señalan los horrores de la guerra del Golfo Pérsico y el martirio del pueblo iraquí a lo largo de los casi 12 años que han durado las sanciones de la ONU (mientras que convenientemente omiten mencionar su propio papel traidor al hacer bloques con los demócratas liberales que fueron los primeros en exigir las sanciones), pasan por alto los contornos más amplios de la nueva guerra contra Irak.

Los propósitos de guerra de los imperialistas estadounidenses van más allá de apoderarse de la “cuna de la civilización” mesopotámica y sus riquezas petroleras. El año pasado, el vicepresidente de EE.UU. Cheney declaró que la infinita “guerra contra el terror” duraría toda la vida de la mayoría de los adultos. Ahora la administración de EE.UU. ha revelado una nueva doctrina militar que preconiza “ataques preventivos” contra los que se perciben como enemigos del imperialismo estadounidense. “Estados Unidos actuará contra estas amenazas emergentes antes de que se formen completamente” declara la Estrategia de Seguridad Nacional de Bush, anunciada en septiembre. Al proclamar un “solo modelo sostenible para el éxito nacional: libertad, democracia, libre competencia”, la estrategia habla de “la posible reanudación de viejos patrones de la competencia entre las grandes potencias” y “la agresión de otras grandes potencias”. Es más, declara que “el presidente no tiene la intención de permitir que ninguna potencia extranjera alcance la gran ventaja que los EE.UU. obtuvo desde la caída de la Unión Soviética hace más de una década” (cita del New York Times, 21 de septiembre). Escrito bajo la insistencia de Bush en un lenguaje machista para que pueda ser entendido por “los muchachos de Lubbock” (Texas), el documento afirma: “nuestras fuerzas serán lo suficientemente fuertes para disuadir a cualquier adversario potencial que busque armarse militarmente con la esperanza de rebasar, o igualar, el poder de EE.UU.”

Esto claramente no se refiere a Osama Bin Laden, Saddam Hussein, el Talibán afgano, la conglomeración de “guerreros santos” islámicos a los que Washington llama “Al Qaeda” o cualquiera de los diferentes países actualmente enlistados en el “eje del mal” de Bush. Al contrario, esto está dirigido contra el estado obrero burocráticamente deformado de China, la Rusia capitalista que emergió del colapso de la Unión Soviética y los imperialistas europeos de la OTAN que muestran su desagrado ante el comportamiento arrogante de Washington. En un llamado contrarrevolucionario tenuemente disfrazado, el documento de Estrategia de Seguridad Nacional declara que “los líderes chinos todavía no han llevado a cabo las próximas decisiones fundamentales sobre el carácter de su estado” y advierte a Beijing contra la búsqueda “de poderes militares avanzados que pudieran amenazar a sus vecinos en la región de Asia y el Pacífico”. Hemos advertido reiteradamente que los imperialistas estadounidenses están empeñados en destruir los estados obreros deformados aún existentes (China, Cuba, Corea del Norte y Vietnam) rumbo a una tercera guerra mundial imperialista. En el fondo, Washington le teme a la potencia económica de Europa Occidental unida a una Rusia robustecida con su poderío militar-nuclear y sus tremendos recursos de petróleo y gas.

No se trata de una obsesión nueva. Durante las décadas de la Guerra Fría antisoviética, los Estados Unidos fueron capaces de mantener a las otras potencias imperialistas a raya al enfatizar la necesidad de un frente común contra la “amenaza del comunismo”. El estado obrero soviético nacido de la Revolución de Octubre de 1917 dirigida por Lenin y Trotsky constituyó una conquista para el proletariado mundial que los trotskistas defendieron sin tregua, incluso después de su degeneración burocrática bajo Stalin y sus epígonos según el dogma nacionalista y conservador del “socialismo en un solo país”. La existencia misma de la URSS dificultó el empeño de Washington de simplemente barrer con varios regímenes nacionalistas “tercermundistas” aliados soviéticos. Pero ya no. Mientras que los regímenes del bloque soviético caían bajo la constante presión económica y militar del imperialismo, un colapso que fue preparado por la traidora política de “coexistencia pacífica” puesta en práctica por las burocracias estalinistas vendidas, George Bush padre proclamó “la muerte del comunismo” y el nacimiento de un Nuevo Orden Mundial durante la primera Guerra del Golfo. A pesar de que EE.UU. emergió como única “superpotencia”, el Nuevo Orden dominado por EE.UU. no se ha consolidado: al contrario, la era postsoviética ha estado marcada por un incontrolado desorden, con desenfrenadas carnicerías nacionalistas y repetidas guerras imperialistas.

Bush hijo es el testaferro del equipo de guerreros anticomunistas que dirigieron el ataque contra la Unión Soviética bajo Bush padre y que ahora juran que van a establecer un Reich norteamericano global. Fuerzas militares estadounidenses están ahora estacionadas en más de 130 países en el mundo. Su propósito fue resumido en un documento (“Estrategia de defensa para los años 90”) escrito en enero de 1993 por Dick Cheney, el entonces secretario de guerra, que es el precursor a la doctrina de estrategia de Bush. El punto focal del documento de Cheney era “excluir a toda potencia hostil del dominio de cualquier región fundamental para nuestros intereses” (definidas como Europa, Asia Oriental, Medio Oriente/Golfo Pérsico, y América Latina) y “reforzar las barreras contra la reemergencia de una amenaza global a los intereses de EE.UU. y nuestros aliados”. El “unilateralismo” del segundo gobierno de la dinastía Bush ya fue trazado en este documento, que declara que EE.UU. no debe “permitir que nuestros intereses críticos dependan sólo de mecanismos internacionales”. Borradores anteriores del documento de Cheney fueron redactados por un grupo dirigido por Paul Wolfowitz, Lewis Libby y Eric Edelman, quienes hoy son una vez más los ideólogos bélicos de Bush II.

Esta orientación estratégica del imperialismo estadounidense es lo que subyace a la extrema indiferencia de Washington sobre si tiene el apoyo de la ONU o una “coalición” internacional para su guerra contra Irak. La banda de Bush quiere demostrar a todo el mundo que puede actuar a solas, y que el resto del mundo se vaya al diablo. EE.UU. no necesita el petróleo del Golfo Pérsico, que apenas surte el 12 por ciento del consumo norteamericano; Europa y Japón sí lo necesitan, y los dirigentes estadounidenses quieren dejar bien claro que ellos pueden cerrar el suministro de energía del Medio Oriente a voluntad. Al mismo tiempo, la administración Bush proclama la virtud del “libre comercio” mientras impone tarifas proteccionistas en las importaciones de acero y mantiene subsidios enormes al comercio agrícola estadounidense. Esto ha causado consternación entre sus aliados de la OTAN. El presidente francés Jacques Chirac se rehusó a acatar la exigencia de Washington de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU para autorizar automáticamente la guerra contra Irak. El canciller alemán Gerhard Schröder acaba de lograr su reelección al proclamar enfáticamente que no participaría en una invasión contra Irak, ya sea que esté autorizada o no por la ONU. Esto no es nada más que un gesto vacío, pues al final ambos tendrán que aceptar las acciones exigidas por EE.UU. Pero a los imperialistas europeos no sólo les preocupa ser excluidos de una bonanza de petróleo iraquí después de la invasión. Comprenden que la doctrina de Bush se dirige contra ellos.

En EE.UU., Europa Occidental y otos países imperialistas, la “guerra contra el terrorismo” se acompaña por una dramática escalada en la represión de estado policíaco, como advertimos inmediatamente después del ataque del 11 de septiembre del año pasado (ver la declaración del GI del 14 de septiembre de 2001, “Estados Unidos fomenta frenesí de guerra imperialista, se precipita hacía un estado policíaco”, en El Internacionalista No. 2, mayo de 2002). El régimen de Bush quiere usar esta guerra como cuña para atacar los derechos sindicales, mientras establece tribunales militares para “extranjeros” y hasta ciudadanos que etiquete como enemigos, ordena la detención indefinida sin cargos, lleva a cabo cientos de miles de deportaciones y un descarado perfilaje racial contra inmigrantes, realiza espionaje electrónico masivo, introduce medidas de seguridad omnipresentes y establece un “comando militar unificado” con la autoridad de desplegar a las fuerzas armadas contra la población en el interior del país. El gobierno – con la plena participación de los demócratas, que fueron los primeros en pedir un departamento de “Seguridad de la Patria” – está asentando conscientemente las bases para ejercer su dominio bajo un estado de sitio. Para derrotar la campaña por un estado policíaco y la guerra imperialista sin fin se requiere romper con los partidos capitalistas gemelos de la guerra y el racismo, los partidos Demócrata y Republicano, al igual que con partidos burgueses menores como el Partido Verde, para construir un partido obrero revolucionario en la lucha por reforjar la IV Internacional.

Guerra de clases contra la guerra imperialista – 
¡Por la revolución socialista internacional!

El enfoque marxista para la lucha contra la guerra imperialista fue elaborado durante la Primera Guerra Mundial por V. I. Lenin y los bolcheviques rusos, frente a la vergonzosa capitulación de la Segunda Internacional “Socialista”, cuyos partidos principales respaldaron a sus respectivas clases capitalistas en la matanza imperialista. Lenin subrayó que al luchar contra los reformistas abiertos y los centristas vacilantes era necesario que los revolucionarios internacionalistas llamaran por la derrota de “su propia” burguesía en la guerra interimperialista. Al mismo tiempo, se deberían poner del lado de los pueblos coloniales y semicoloniales en sus justas guerras por la independencia en contra de las potencias coloniales. En su ensayo “El socialismo y la guerra” (septiembre 1915), el cual ha sido reproducido como folleto por el Grupo Internacionalista, Lenin escribió:

“Tanto los partidarios de la victoria de su propio gobierno en la guerra actual, como los defensores de la consigna de ‘ni victoria ni derrota’, adoptan igualmente el punto de vista del social-chovinismo. En una guerra reaccionaria, la clase revolucionaria no puede dejar de desear la derrota de su gobierno; no puede dejar de ver que existe una relación entre los reveses militares de ese gobierno y las facilidades que éstos crean para su derrocamiento.”
Lenin observó que “el estado de ánimo de las masas en favor de la paz expresa con frecuencia un comienzo de protesta, de indignación y de toma de conciencia del carácter reaccionario de la guerra”. Así mismo, mientras que los socialistas intervienen en estas manifestaciones y protestas con el propósito de intersecar este estado de animo, “no engañarán al pueblo dejándole creer que sin un movimiento revolucionario se puede alcanzar una paz sin anexiones, sin opresión de las naciones y sin saqueos, una paz sin gérmenes de nuevas guerras entre los gobiernos de hoy y las clases dominantes en la actualidad”. Al llamar por “convertir la guerra imperialista en guerra civil”, Lenin hizo hincapié en que sólo la revolución socialista internacional conseguirá una paz auténtica. Y éste es el programa con el que los bolcheviques, bajo la dirección de Lenin y Trotsky, realizaron la Revolución de Octubre.

La política de los organizadores de los diferentes “movimientos de paz” alrededor del mundo se opone diametralmente a este programa revolucionario. Al colocarse en el terreno político de la democracia burguesa, todos ellos apelan implícita o abiertamente a formaciones capitalistas o procapitalistas para que pongan alto a la guerra. En los EE.UU. la marcha contra la guerra del 26 de octubre es auspiciada por la coalición International A.N.S.W.E.R. (Act Now to Stop the War and End Racism – Actuar Ahora para Parar la Guerra y Poner Fin al Racismo), dirigida por la International Action Center (Centro de Acción Internacional) fundada por Ramsey Clark junto con el Workers World Party. Se trata del mismo Ramsey Clark que, como procurador general de los EE.UU. bajo Lyndon Jonson, dirigió la guerra sanguinaria de COINTELPRO contra el partido radical Panteras Negras. En una carta, fechada el 29 de julio, dirigida a los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, Clark les pidió “denunciar las amenazas constantes de EE.UU. contra Irak, exigir el cese inmediato de las amenazas y advertir a los EE.UU. que un ataque de éste contra Irak, violaría la declaración de la ONU”.

La idea de que la ONU puede domar a los perros de guerra de EE.UU. es exactamente la forma de engañar a la población contra la que Lenin advirtió. Esto alimenta el llamado de los políticos del Partido Demócrata que quieren más “inspecciones” por parte de la ONU, y contraponen la “guerra contra el terror” a la guerra de Bush contra Saddam Hussein. No hay tal contraposición: los ataques contra Afganistán e Irak son parte de la misma guerra y la tarea de los “inspectores” de la ONU consiste en detonarla. Las sanciones de la ONU prepararon el camino para la primera Guerra del Golfo y han continuado empobreciendo y masacrando el pueblo iraquí desde entonces. De la Guerra de Corea a la guerra contra Yugoslavia, la ONU ha servido como cobertura para la agresión del imperialismo estadounidense. Ahora, cualquiera que sea el resultado, un nuevo “debate” de la ONU llevará una vez más a la muerte y destrucción incalculable en el Medio Oriente, no sólo en Irak sino también en Palestina. Los gobernantes de Israel dirigidos por el carnicero Ariel Sharon se preparan para realizar expulsiones masivas de la población árabe de sus tierras en Cisjordania y Gaza (eufemísticamente denominadas “transferencias” por los sionistas) apenas caiga la primera bomba estadounidense en Bagdad. Los revolucionarios exigen el fin de todas las sanciones e inspecciones de Irak y que ¡todas las fuerzas de EE.UU. y la ONU salgan fuera de Medio Oriente, ya!

Si es grotesco pedir a la ONU que discipline a los EE.UU., no es menos absurdo llamar a los imperialistas europeos a que detengan a los “cowboys” norteamericanos, como hacen diversos liberales y reformistas del Viejo Continente. Ignacio Ramonet, quien lidera ATTAC, la organización burguesa francesa que reúne a varias agrupaciones “anti-globalización”, escribió recientemente en Le Monde Diplomatique (octubre 2002): 

“Un imperio no tiene aliados, sólo tiene vasallos. Varios de los estados de la Unión Europea parecen haber olvidado esta realidad histórica. Ante nuestros ojos, bajo presión de Washington, que los ha obligado a enlistarse en su guerra contra Irak, países que en principio son soberanos se han permitido ser reducidos a la lamentable condición de satélites.” 
Ramonet luego apela explícitamente a la OTAN para que bloquee “esta primera guerra de la nueva era imperial.” Hace un llamado a “Europa” a “bloquear el instrumento militar, la OTAN, con la que Washington cuenta para su expansión imperial y cuyo uso está sujeto al voto de los estados europeos”. Sin embargo, estos imperialistas colegiados ya tienen sus manos cubiertas con sangre de las guerras contra Yugoslavia y Afganistán – guerras que Ramonet se olvida mencionar porque tenían amplio apoyo, en una medida u otra, de los “antiglobalizadores” – y no están a punto de convertirse en una fuerza por la “paz”. Al unirse con tales fuerzas y haciendo tales apelaciones, varios seudotrotskistas europeos como los de la Ligue Communiste Révolutionnaire (LCR) francesa se alinean con su propia burguesía, como hicieron los socialdemócratas durante la Primera Guerra Mundial.

Los trotskistas genuinos llaman por derrotar a los imperialistas no sólo en el campo de batalla, donde las fuerzas iraquíes enfrentan el masivo poder de fuego de EE.UU., sino también a través de la movilización del poder de la clase obrera en todo el mundo, independientemente de toda fuerza burguesa, contra la guerra. La toma de Irak por parte de EE.UU. podría provocar disturbios que amenazarían a los “viejos regímenes” raquíticos que tienen un tenue control del poder en varios países predominantemente musulmanes. Aunque las fuerzas islámicas fundamentalistas buscarán beneficiarse de esto, no cuentan con un monopolio de la oposición a estos regímenes corruptos. Donde la guerra produce un estallido de agitación social, elementos proletarios internacionalistas buscarán intervenir con un programa para plantear la lucha sobre líneas de clase. En Argelia, la sublevación laica de la juventud y las poblaciones minoritarias que arrasaron las regiones beréberes el año pasado ha sido calmada, pero no eliminada – como se ve en el reciente boicot masivo de las elecciones fraudulentas del régimen en Kabilia. En Pakistán, la oposición sindical a la dictadura militar del aliado estadounidense General Musharraf ha chocado frecuentemente con los guerreros santos islámicos. En Turquía hay sindicatos con direcciones de izquierda bastante grandes y numerosos grupos socialistas autoproclamados. En Indonesia, donde obscuras camarillas militares aliadas con los fundamentalistas musulmanes tratan de desestabilizar al inestable gobierno de Megawati con provocaciones terroristas, el movimiento de oposición sindical que ayudó a derrocar la dictadura de Suharto está inquieto. La cuestión no es si oposición masiva contra la guerra imperialista es posible, sino sobre qué programa de clase se construye. 

En los EE.UU., Inglaterra y todos los países involucrados en la guerra los trotskistas llaman por acciones obreras contra la campaña de guerra. Esto incluye el bloqueo del transporte de material de guerra por piquetes sindicales, el exigir el retiro de las tropas de Afganistán e Irak, y emprender acciones huelguísticas contra la guerra imperialista. Los comunistas deben protestar vigorosamente la presencia de políticos y voceros burgueses en las manifestaciones “contra la guerra”, señalando que las “palomas” al igual que los “halcones” entre los políticos capitalistas son todos belicistas, rompehuelgas y enemigos de los explotados y oprimidos. El uso de la ley de “trabajo esclavizado” Taft–Hartley contra los estibadores del ILWU de la Costa Oeste estadounidense después del lockout (cierre) decretado por los patrones marítimos planteó directamente el vinculo entre la lucha de clases y la lucha contra la guerra imperialista. En una serie de volantes repartidos en los piquetes de los estibadores, el Grupo Internacionalista llamó a paralizar los puertos mediante una huelga y bloquear todo movimiento de cargamento militar.

Mientras que los miembros del GI estuvieron presentes diariamente en las líneas de piquete de los estibadores en Oakland durante el cierre patronal, varios grupos asistieron a una manifestación de solidaridad el 5 de octubre. Los reformistas del ISO, WWP y Socialist Action publicitaron sus respectivas marchas frentepopulistas “pro paz”. Por su parte, la Spartacist League (SL) en un artículo sobre el cierre patronal contra la ILWU no hizo mención alguna de la cuestión del material bélico ni, mucho menos, llamó por boicotearlo. Tampoco el artículo en la portada de Workers Vanguard (4 de octubre) pronunció una sola palabra contra el dirigente sindical Jim Spinosa, quien intentó introducir consignas patrioteras “antiterroristas” en la huelga; ni llamó a los estibadores a desafiar el mandato de la ley Taft–Hartley que ya estaba en camino, ni instó al resto de la clase obrera para que emprendiera medidas de huelga contra esta ley de trabajo esclavizado. Tampoco escribió una sola palabra sobre la necesidad de acciones de solidaridad internacional a favor los estibadores.

La SL representó durante varios años la política del trotskismo revolucionario, y aún dice hacerlo. Sin embargo, en medio de la histeria “antiterrorista” azuzada por el gobierno el otoño pasado, la SL hesitó durante varias semanas antes de llamar a defender Afganistán, y se rehusó obstinadamente a llamar por la derrota del imperialismo estadounidense en la guerra, acusando al GI y la Liga por la IV Internacional de “fanfarronería revolucionaria” y supuestamente de conciliar el “antiamericanismo” sólo por insistir en esta política leninista. (Al mismo tiempo, la SL aclamó a la congresista “paloma” demócrata Barbara Lee por disentir del voto por los poderes de guerra para Bush, sin mencionar durante varias semanas que ella votó a favor de los $40 mil millones del presupuesto de guerra.) La SL pretende que ha cumplido con sus obligaciones internacionalistas al llamar por “lucha de clases en casa” en tiempo de guerra. El cierre patronal contra el ILWU presentó una oportunidad dorada para mostrar qué significaba esto; sin embargo, la SL tuvo poca presencia en las líneas de piquete y ¡su propaganda esquivó todas las cuestiones en que la lucha de los estibadores chocó con esta guerra!

En contraste con los primeros años de la guerra de Vietnam, ya hay amplia inquietud en el movimiento obrero sobre la guerra contra Irak. En agosto, la convención de la AFL-CIO del estado de Washington aprobó una “Resolución contra la guerra, los ataques a los derechos civiles y los recortes en los servicios públicos” que criticó fuertemente “el apoyo sin crítica del AFL–CIO nacional a esta guerra empujada por la ganancia”, llamaba por “hacer campaña para revocar la Ley Patriota USA y derrotar medidas ‘antiterroristas’ similares”, por “rehusarse a cooperar con el espionaje del FBI de activistas políticos, sindicales y antiglobalizadores, y a conformarse con los hostigamientos de la migra (INS) contra árabes y otros inmigrantes y gente de color en los EE.UU.”, de “exigir la libertad inmediata de los cientos de árabes, gente del Medio Oriente y otros inmigrantes que aún están detenidos” y de “oponerse a la infinita ‘guerra contra el terrorismo’ del gobierno estadounidense”. Para que nadie pensara que la cúpula sindical se había convertido de repente en un semillero de “rojos”, la resolución terminó con un llamado a “presionar al presidente Bush y al Congreso para parar la guerra y cortar el dinero del sustento a las grandes empresas y del presupuesto militar para redirigirlo a asistir a los trabajadores despedidos”.

He aquí la clásica retórica de “mantequilla en lugar de cañones” de los socialchovinistas cuya preocupación real son los costos de la guerra al plano interior – la cual entorpece sus estratagemas de colaboración de clases – y no se atrevería a tomar una posición a favor de los trabajadores iraquíes, que una vez más serán las victimas de monstruosos crímenes de guerra que EE.UU. se prepara para cometer. Además, esta moción (y una similar del Consejo Sindical de San Francisco) nunca hubiera sido aprobada a no ser por el hecho de que el Partido Demócrata local se pronunció contra la guerra. El hecho de que los demócratas en la Cámara de Diputados votaran 126–81 en contra de la resolución aprobando los poderes de guerra es indicativo de la opinión dividida en el país. (Encuestas recientes muestran apenas un 51 por ciento está a favor de la guerra, y este apoyo caería a 33 por ciento si hubiera 5 mil bajas en el ejército – evidentemente, el anuncio de la muerte del “síndrome de Vietnam” es prematuro.) Pero los representantes demócratas “se esforzaron por describir sus votos no como una simple protesta pacifista contra la acción militar, sino como una diferencia de opinión sobre la necesidad de una fuerza internacional vs. la acción unilateral” (New York Times, 11 de octubre). En vez de una “guerra sin fin ‘contra el terrorismo’”, ellos quieren una guerra más “enfocada”, al argumentar que el enemigo principal sería bin Laden, no Hussein. Nosotros decimos que el enemigo es el imperialismo estadounidense, que es, de lejos, la fuerza terrorista más sanguinaria en presencia. 

La lucha contra la renovada guerra contra Irak y el “Nuevo Orden Mundial” dominado por los EE.UU. debe ser una lucha contra el sistema imperialista, que sólo puede ser barrido mediante una revolución socialista internacional. Entraña una lucha contra todo tipo de nacionalismo burgués y reacción religiosa y a favor del internacionalismo proletario. En el Medio Oriente, los trotskistas defendemos a la población palestina bajo sitio contra la ocupación sionista al luchar por un estado obrero árabe-hebreo, oponiéndonos a todo estado basado en la religión (ya sea un “estado judío” de Israel o una “republica islámica”) y que reconozca los derechos nacionales de ambos pueblos apiñados en este pequeño territorio.

También en Irak, luchamos por una revolución obrera para derrocar al sanguinario dictador Saddam Hussein, que fue instalado con la ayuda de EE.UU., a quien la CIA proporcionó listas de nombres de comunistas para ser asesinados, y luego fue armado y pertrechado por el Pentágono para luchar contra el Irán de Jomeini. Esta revolución unirá a los obreros y campesinos de la mayoría musulmana chiíta y la minoría musulmana sunita, al igual que kurdos, turcomanes y otras minorías nacionales. Al reconocer que las fronteras nacionales actuales fueron establecidas por el repartimiento imperialista del Imperio Otomano después de la I Guerra Mundial, los comunistas llamamos por una republica socialista de Kurdistán unido.

Una revolución obrera exitosa en cualquier parte de esta región haría sonar el toque de la muerte para las monarquías tambaleantes como las de Arabia Saudita y Marruecos, los regímenes de estirpe militar (Irak, Siria, Turquía, Egipto, Libia, Argelia) y los emiratos petrolíferos protegidos por el imperialismo (Kuwait, Bahrein, Catar, Omán, etc.), mientras anticiparía la liberación los trabajadores iraníes que han padecido las dictaduras del shah y de los mulahs. Como en el caso de Israel-Palestina y otros países (como el Líbano) con divisiones nacionales y comunales enconadas, las disputas sobre derechos democráticos en conflicto y escasos recursos como petróleo y agua sólo pueden resolverse en el marco de una federación socialista del Medio Oriente, que haría posible la emancipación social generalizada, en particular para las mujeres. Mientras que los imperialistas azuzan las hostilidades nacionales con su palabrería de un “choque de las civilizaciones”, el programa comunista es el único capaz de superar la herencia colonial de “dividir y dominar” y unir a todas las naciones, pueblos y fragmentos de pueblos que están esparcidos en esta región que siempre ha sido una encrucijada de civilizaciones. 

¡Derrotar a los imperialistas – defender Irak! ¡Por la revolución socialista internacional!



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