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enero de 2002  


De la protesta a la lucha por el poder proletario

Argentina sacudida por cacerolazos, 
Brasil: movimiento obrero bajo ataque


Uno de los recientes cacerolazos en Buenos Aires, el 24 de enero, 
contra Tribunal Supremo de Justicia. La multitud coreaba: “¡Que 
se vayan todos!”
(Foto: Roberto Azcarate/Betha)

No es el “neoliberalismo” lo que hay que derrocar 
sino el capitalismo

Este artículo fue traducido de Vanguarda Operária No. 6, enero-febrero de 2002, publicación de la Liga Quarta-Internacionalista do Brasil, sección de la Liga por la IV Internacional.

El 19 de diciembre fue el día D para Argentina. Después de cuatro años de una crisis económica agobiante, de cientos de bloqueos de carreteras por miles de desocupados, de ocho huelgas generales contra el gobierno de la Alianza radical, mientras hambrientos de las villas miseria saqueaban supermercados en todo el país, la furia de una clase media arruinada se desbordó. En la tarde de un día agitado por manifestaciones y saqueos, durante el cual la policía mató a 25 personas e hirió más de 400, Fernando De la Rúa decretó el estado de excepción. Pero la población de Buenos Aires no cedió. Salió a las avenidas de la capital a medianoche batiendo sus cacerolas y exigiendo la renuncia del presidente radical; al día siguiente, éste salió en helicóptero desde el techo de la Casa Rosada para evitar ser linchado por las masas enardecidas que sitiaban la sede de gobierno. 

Desde esa fecha, los bonarenses han vuelto a las calles una y otra vez con sus cacerolazos para exigir la remoción de presidentes, ministros y el entero Tribunal Supremo de Justicia por corruptos y “traidores”. Cinco mandatarios tuvo el país en menos de dos semanas. Tras la instalación del peronista Eduardo Duhalde, negociada a puertas cerradas en una reunión cerrada de los barones del Partido Justicialista (PJ), hubo una especie de tregua durante algunas semanas. Pero cuando Duhalde anunció que las cuentas bancarias en dólares, bloqueadas desde principios de diciembre, sólo serían pagadas en pesos drásticamente devaluados, y esto hasta el año 2005, la respuesta popular no se hizo esperar. El 25 de enero estalló el primer cacerolazo nacional al grito de “¡Que se vayan todos!” La policía dispersó a la muchedumbre con gas lacrimógeno, arrestando a cientos de manifestantes, y el gobierno se congratuló cínicamente por el desarrollo “pacífico” de la protesta.

Mientras tanto, en Brasil se acumulan los ataques contra el movimiento obrero. A finales del año pasado se aprobó en la Cámara de Representantes el proyecto de “Consolidação das Leis do Trábalho” (CLT) que, de ser ratificada por el senado, eliminará conquistas sindicales sobre horas extras, días feriados, licencias por maternidad, aguinaldos y despidos que datan de hace  más de 60 años (en lo que el presidente Fernando Hernique Cardoso denomina “el fin de la era Vargas”). Al mismo tiempo, el salario mínimo se mantiene en unos 180 reales al mes (75 dólares). La revista Veja fustiga la “la camisa de fuerza de las leyes laborales brasileñas” que dificulta a los patrones despedir con impunidad. 

Simultáneamente se ha desatado una serie de atentados contra dirigentes obreros y campesinos. En septiembre el alcalde de Campinas, segunda ciudad del estado de São Paulo, Antônio Costa Santos del Partido dos Trabalhadores (PT), fue asesinado. A mediados de enero, el alcalde petista de Santo André (también en el estado de São Paulo), fue acribillado después de ser secuestrado. El jefe de la fracción parlamentaria del PT, José Dirceu, y otros diputados petistas han recibido amenazas de muerte. Y el 26 de enero, José Rainha, máximo dirigente del Movimento dos Sem Terra (MST) fue gravemente herido de dos tiros por la espalda. La prensa burguesa habla de acciones de “quadrilhas” (bandas criminales), cuando todas las evidencias apuntan a que se trata del resurgimiento de escuadrones de la muerte.

De Buenos Aires a São Paulo, la temperatura social llega al punto de ebullición. Los oportunistas de toda estirpe, reformistas y centristas, plantean que la crisis es consecuencia de la “globalización”, resultado de la política del “neoliberalismo”. Desde el PJ de Duhalde hasta el PT de Luis Inácio da Silva (Lula), se pregona un cambio de “modelo” económico, para priorizar los “intereses nacionales”. Pero la actual crisis no es producto de tal o cual receta económica, ni engendro de los “Chicago Boys” o del FMI, sino que refleja las contradicciones fundamentales del capitalismo. Las políticas proteccionistas y populistas burguesas de un Itamar Franco, Leonel Brizola o Lula también han caducado. No existen los recursos financieros para un nuevo período de keynesianismo, que permita aumentar la producción industrial con financiamiento deficitario. En realidad, estos paladines antiglobalizadores le hacen el juego a Wall Street y a determinados sectores de la burguesía criolla, y son los trabajadores los que cosechan el fruto amargo.
 

De la “dolarización” a la “pesificación”, ida y vuelta. (Foto: Reuters)

La sacudida social que ha convulsionado a Argentina ha lanzado ondas de choque al mundo entero. No se trata de un caso particular, sino de un ejemplo contundente de la política económica librecambista auspiciada por el imperialismo durante las dos últimas décadas. Bajo el radical Raúl Alfonsín, el peronista Carlos Saúl Menem y el aliancista radical De la Rúa, el gobierno argentino ha sido el discípulo predilecto del Fondo Monetario Internacional. Hace una década, Menem efectivamente dolarizó la economía rioplatense, fijando la paridad entre el peso argentino y el billete verde norteamericano. De repente se precipitó una hiperinflación...y subió hasta las nubes la tasa de desempleo. Mientras los gobiernos federal y estatales y las empresas hicieron despidos en masa, inversionistas internacionales inundaron al país, comprando industrias nacionalizadas (Aerolíneas, la Telefónica, YPF) y apoderándose de la totalidad de la banca. En Wall Street hubo euforia por las ganancias estratosféricas; en el pueblo proletario La Matanza del área conurbana rioplatense hubo furia por la miseria creciente.

Con la caída de la Unión Soviética y los estados obreros burocráticamente deformados de Europa del Este, el imperialismo yanqui y sus socios europeos se regocijaron por su triunfo sobre la temida amenaza comunista. Pero ahora el capitalismo mundial enfrenta de nueva cuenta una crisis económica rampante en medio de una guerra. Ahora hay que pagar la cuenta de una década de especulación desenfrenada y una mítica “nueva economía”. 

Las ondas de choque del terremoto económico con su epicentro en el Río de la Plata se han extendido a Rio de Janeiro, São Paulo y el resto del Cono Sur. Los capitalistas paulistas se jactan de su “buena suerte” por haber devaluado con anticipación el real, la moneda brasileña, haciendo así más “competitivas” las empresas brasileñas. En Argentina, políticos populistas y sectores de la burocracia sindical tratan de desviar la ira obrera por medio de una retórica nacionalista y reaccionarios llamados proteccionistas. Mientras De la Rúa renunciaba, zapateros argentinos se manifestaron con pancartas acusando a “Brasil” de robar “empleos argentinos”. De este modo hacen eco a las empresas siderúrgicas y burócratas sindicales del ramo en los EE.UU., que acusan a Brasil de hacer “dumping” de acero (vender a precios por debajo del costo de producción) debido al bajo costo de su mano de obra (es decir, los salarios de miseria que se pagan en este país). Contra este veneno hay que luchar con las armas del internaciona-lismo proletario, la solidaridad obrera y sobre la base de una lucha común contra el capitalismo y los estragos que causa para los explotados y oprimidos.

La crisis argentina ha abierto una situación potencialmente revolucionaria. En la famosa frase de Lenin, los de arriba no pueden seguir gobernando como antes, y los de abajo no aguantan más ser gobernados como en el pasado. Pero la gran ausente en esta ecuación es una dirección revolucionaria capaz de organizar y dirigir las luchas de los explotados y oprimidos hacia la toma de poder proletario. La tarea más urgente es cohesionar el núcleo de un partido obrero revolucionario sobre el programa de los bolcheviques liderados por Lenin y Trotsky. Tal partido de vanguardia sólo puede construirse en la lucha por reforjar una auténtica IV Internacional trotskista. Tiene que presentar un programa de demandas transicionales para encauzar las luchas rumbo a la revolución socialista internacional, la única “salida” real de la actual situación agobiante. 

Es evidente para todos, que la debacle porteña está arraigada en una deuda externa impagable. La “solución” de Duhalde y Cía. es la “pesificación” de la economía dolarizada y una devaluación del peso argentino, el cual ya ha caído a 1,65 pesos por dólar. El dirigente peronista presenta su programa con tintes nacionalistas, quejándose de que el neoliberalismo haya convertido a Argentina en un “país dominado” como predecía el general Perón hace décadas. Pero lo que quiere ocultar es que la devaluación es también dictada por el mismo FMI. Durante muchos años, esta agencia imperialista para imponer la “disciplina” financiera insistió en mantener la paridad con el dólar y pagar todos los empréstitos; con este fin, exigió recortes drásticos en los presupuestos gubernamentales. Pero dada la envergadura de la crisis económica, el FMI cambió la tónica y criticó a De la Rúa por no haber devaluado antes. 

El mandatario radical no lo hizo porque sabía que esta medida produciría la ruina de la banca y muchas empresas argentinas, obligadas a pagar deudas denominadas en dólares con muchos más pesos. Eso es exactamente lo que quiere Washington, para permitir a las compañías norteamericanas hacerse, a precios de ganga, de la infraestructura económica del país. En Argentina, no fueron empresas norteamericanas las que compraron las industrias privatizadas, sino europeas, en primer lugar españolas. Ahora con la devaluación, muchas empresas se verán obligadas a cerrar sus puertas o irse del país. Lo que quede será tragado por los tiburones de Wall Street. 
 

Estado de sitio en Buenos Aires. La policía antimotines no pudo contener las masivas protestas del 20 de diciembre. La izquierda oportunista habla con bombo y platillo de las “jornadas revolucionarias”, pero la clave consiste en forjar un partido revolucionario de vanguardia que dirija la lucha por la revolución obrera. (Foto: Betha)

En consecuencia, para salvar a los trabajadores de Argentina de la ruina, será necesario no solamente repudiar la deuda externa, sino también expropiar los bancos y el resto de las empresas claves del país. Esto no lo haría ningún gobierno capitalista, por muy nacionalista que fuera su retórica. Inclusive un gobierno obrero aislado tendría enormes dificultades frente a las represalias inevitables del imperialismo para realizar estas medidas esenciales, que requiren una revolución socialista internacional. Pero el grueso de la izquierda argentina está sumido hasta el cuello en un nacionalismo furibundo, como ha sido el caso durante más de medio siglo. En muchas protestas, el único símbolo portado por los manifestantes es la bandera nacional azul celeste, y el grito coreado con más frecuencia es “Argentina, Argentina”. Pero para vencer, una lucha revolucionaria en Argentina tendría que extenderse en primer lugar al resto del Mercosur (sobre todo Brasil y Chile). Y tendría que despertar la lucha de los obreros norteamericanos, europeos y japoneses para derrotar a los pulpos imperialistas en su propio país. 

Es también bajo el signo del nacionalismo que la izquierda centrista y reformista capitula ante el peronismo, como ha hecho a lo largo de las últimas décadas (de manera especialmenteabierta en torno a la guerra de 1982 por las islas Malvinas/Falklands). Así grupos como el Partido Obrero (PO) de Jorge Altamira y el Partido de Trabajadores por el Socialismo (PTS), están de acuerdo en calificar las irrupciones de protesta popular el 19-20 de diciembre como “jornadas revolucionarias”. ¿De qué “revolución” están hablando? 

Detrás de sus alabanzas a las iniciativas de “las masas”, el hecho es que estas jornadas desembocaron en la formación de un gobierno justicialista – es decir: los mismos ladrones que impusieron la dolarización de la economía ahora van a imponer su “pesificación”, y en todo caso se saldrán con la suya. Pero esto no impide que estos impostores seudotrotskistas comparen el “argentinazo” con el “cordobazo” de 1969, no obstante el hecho de que éste fuera un levantamiento proletario dirigido por los obreros automotrices, y los “cacerolazos” sean dominados por sectores de clase media. Aunque en este caso están dirigidos contra los gobernantes reaccionarios en turno, no debe olvidarse que el primer “cacerolazo” fue en contra de la Unidad Popular de Salvador Allende en Chile en 1973 en vísperas del golpe de Pinochet.

Los principales grupos de la izquierda argentina, sin excepción, sostienen una u otra variante de una política democratizante, que busca solucionar la crisis dentro del marco capitalista. El 22 de diciembre, en medio de sus “jornadas revolucionarias”, el PO firmó una declaración conjunta con Izquierda Unida (IU), dominada por fuerzas estalinistas, que aboga por la cancelación del estado de sitio, el no pago de la deuda, la nacionalización de la banca, la reestatización de las empresas privatizadas, etc., todo por medio de un “gobierno obrero y popular.” El calificativo “popular” hace explícito de que no se habla de un gobierno obrero revolucionario, sino de una variante un poco más a la izquierda de los frentes populares de colaboración de clases.

Los “peces gordos” del pantano seudotrotskista argentino – PO, PTS, el MAS (Movimiento al Socialismo) y el MTS (Movimiento de Trabajadores por el Socialismo) – están todos de acuerdo en llamar por una “asamblea constituyente”. ¿Con qué fin? ¿Consideran que aún hay restos del feudalismo en Argentina, un país sin campesinado (los labriegos en el campo son casi todos trabajadores asalariados)? Argentina tampoco yace bajo una dictadura militar actualmente, sino que ha habido una serie de gobiernos parlamentarios elegidos desde mediados de los años 80. No, esta consigna expresa el deseo de estos grupos oportunistas de acercarse a la clase media sobre una base “democrática” (o sea, burguesa) y no socialista. Es la expresión actual de la llamada “revolución democrática” pregonada por el difunto Nahuel Moreno – el padrino del PTS, MAS y MTS – que lanzó esta consigna haciendo eco de la propaganda antisoviética de los reaganianos en los años 80.

Los seudotrotskistas también están de acuerdo en ensalzar a los organismos de los piqueteros y ahora las asambleas barriales, diciendo que se trata de una suerte de soviets. Pero los soviets eran consejos obreros que sirvieron de base para la insurrección obrera y luego para la edificación de la dictadura del proletriado. Las asambleas de piqueteros, independientemente de que sean muy importantes para organizar protestas como los bloqueos de carreteras, están compuestas predominantemente de obreros desocupados. Las “asambleas populares” en los barrios aglutinan sobre todo elementos de la pequeña burguesía arruinada, que están siendo asfixiados por no tener acceso a sus cuentas bancarias congeladas. Los que no han estado presentes en las multitudinarias protestas son los obreros industriales, la fuerza principal que hay que movilizar para llevar a cabo una revolución socialista.

Esto se debe obviamente al asfixiante dominio que ejercen los dirigentes sindicales peronistas sobre todo el movimiento sindical. Aunque divididos en varias federaciones (CGT, CGT rebelde, CTA), todos los dirigentes principales forman parte del movimiento “justicialista” fundado por el general Perón. Pero la izquierda oportunista es cómplice del dominio del movimiento obrero por un partido burgués. Ninguno de los principales grupos de la izquierda trotskizante hace un verdadero trabajo de oposición dentro de los sindicatos. Como en el caso de PO con su “Polo Obrero”, prefieren hacer sus componendas con burócratas disidentes, formando coordinadoras “combativas” con los jefes de la CTA en lugar de luchar por forjar una oposición comunista que luche por echar a toda la burocracia pro-capitalista del movimiento obrero.

Asimismo en Brasil, los reformistas buscan responder a los ataques contra el movimiento obrero siempre que no se salga del marco burgués. La dirección de la CUT, la federación sindical brasileña, dice estar luchando contra la “reforma” de la legislación laboral mediante la organización de huelgas… ¡para presionar al senado! Los trotskistas, en cambio, estamos por la extensión de las luchas de Argentina a Brasil y el resto de América Latina hasta Wall Street.

¡Solidaridad con los trabajadores argentinos! ¡Forjar una dirección revolucionaria internacionalista!
¡Unir las luchas de los trabajadores argentinos y brasileños! ¡Por la revolución permanente!
¡Abajo la UCR (radicales) y el PJ (peronistas) en Argentina, abajo Cardoso y el frente popular en Brasil – obreros al poder!
En Argentina: ¡formar consejos obreros, luchar por un gobierno obrero!
¡Aplastar la deuda imperialista! ¡Por la revolución socialista desde el Cono Sur hasta EE.UU.!
¡Por una federación de repúblicas obreras del Cono Sur! ¡Por los Estados Unidos Socialistas de América Latina!
¡Forjar partidos trotskistas en Brasil y Argentina! ¡Reforjar la IV Internacional!
 



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