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marzo de 2003  

 
La Blitzkrieg de Bush 
enfrenta resistencia iraquí

Foto: ataque en nasariya
Infantes de marina examinan ruinas de vehículos estadounidenses 
destrozados en ataque iraquí al sur de Nasiriya, el 27 de marzo. 
(Foto: Eric Feferberg/AFP)


 
¡Huelgas contra la guerra! ¡No al estado policíaco!
¡Forjar un partido obrero revolucionario!


Traducido del suplemento a The Internationalist del 28 de marzo.

28 DE MARZO – Las primeras salvas de la invasión estadounidense de Irak decían tener el propósito de “decapitar” a la dirección iraquí y asustar al ejército y la población iraquíes hasta el punto de la sumisión. Bajo las órdenes del presidente norteamericano George Bush Jr., decenas de bombas “antibunker” y decenas de misiles crucero fueron lanzados contra la capital iraquí. El feroz despliegue de poder de fuego contra Bagdad fue un intento descarado de asesinar al caudillo iraquí Saddam Hussein. El 20 de marzo después de esta patada inicial llevada a cabo el Día Uno  de la guerra, decenas de miles de soldados estadounidenses y británicos cruzaron la frontera kuwaití en ríos rumbo al norte. El Día Dos, las fuerzas de EE.UU. llegaron hasta la franja oriental del río Eufrates más allá de Nasiriya, en tanto que un segundo flanco de ataque se dirigió a la orilla occidental del Tigris. Los portavoces del imperio norteamericano estaban exultantes: el ataque de EE.UU., modelado sobre la base del concepto hitleriano de la “guerra relámpago” (Blitzkrieg) corría “según el horario”. Sin embargo, el Día Tres, las fuerzas expedicionarias de EE.UU. encontraron una inesperada ola de resistencia iraquí.

En rápida sucesión, milicianos iraquíes emboscaron una columna de abastecimiento en la ciudad sureña de Nasiriya, matando a diez soldados, hiriendo a decenas y dejando a un número indeterminado de soldados norteamericanos desaparecidos. Camiones del ejército y vehículos Humvees fueron destruidos con morteros, cañones de artillería, cohetes y rifles iraquíes. Al día siguiente, cinco soldados estadounidenses capturados aparecieron en la televisión iraquí, desatando la cólera del Pentágono. Al mismo tiempo, 18 soldados británicos resultaron muertos cuando un helicóptero se estrelló debido al “fuego amigo” de EE.UU. Feroces combates han sacudido durante días la población de Umm Qasr, localizada en la frontera con Kuwait, sin que hasta ahora se haya asegurado. Tampoco ha caído Basora: las “ratas del desierto” inglesas a las que se asignó la tarea fueron echadas de la ciudad y ahora vacilan en entrar. El Tercer Cuerpo de Infantería avanzó hasta las afueras de Najaf, a 145 kilómetros de Bagdad, pero se detuvo debido a la resistencia y a la falta de combustible. Cuando se llamó a un escuadrón de helicópteros de la División Aerotransportada 101, “los iraquíes lanzaron una lluvia de plomo”, según dijo un analista norteamericano. Con tan sólo pequeñas armas de fuego, dañaron todos los 32 helicópteros del escuadrón, dos fueron derribados, y sólo siete siguen funcionando.

Mientras los planificadores del Pentágono están ocupados cambiando de velocidad, haciendo una “pausa” en su campaña hacia Bagdad para “barrer” con la resistencia en el sur, millones en todo el mundo han visto que la supuestamente invencible maquinaria militar del Pentágono puede ser herida. La Liga por la IV Internacional saluda a los combatientes iraquíes que han librado valientemente una batalla desigual contra los invasores que, lejos de “liberarlos”, buscan convertir su país en una colonia directa de EE.UU. Al mismo tiempo, debe tenerse en cuenta que una bestia herida es aún más peligrosa. Denunciamos a los criminales de guerra de Washington y Londres que ya han masacrado a cientos de iraquíes y que se preparan para masacrar a muchos miles más antes de que su abominable guerra termine. No se detendrá a estos carniceros rogando por la paz. Los golpes asestados contra los imperialistas por aquellos que se rehúsan a ser sus esclavos coloniales ayudan a la clase obrera, las minorías oprimidas e inmigrantes en EE.UU. y en todo el mundo capitalista. Ahora es momento de ayudar al pueblo iraquí mediante la movilización del poder proletario en una guerra de clases revolucionaria contra la guerra imperialista.

“Operación Pan Comido” sumida en el fango

En vísperas del ataque contra Irak del 19 de marzo, los imperialistas norteamericanos se encontraban profundamente confiados. “Puede que haya focos de resistencia, pero muy pocos iraquíes van a luchar para defender a Saddam Hussein”, dijo en un programa de televisión el jefe de la Junta de Asesores de Defensa, Richard Perle, el mes pasado. El vicepresidente Dick Cheney, el hombre silencioso que coordina el gobierno de Bush desde una “ubicación no revelada”, apareció en otro programa televisivo tres días antes del primer ataque y dijo que los soldados de EE.UU. “serán recibidos como libertadores”, que el ejército iraquí y una buena parte de las fuerzas de élite de la Guardia Republicana “querrán evitar enfrentarse a las fuerzas estadounidenses” y que se ganaría la guerra en cuestión de semanas. Hace un año, Kenneth Adelman, miembro de la administración Reagan, escribió en el Washington Post: “Creo que el aplastamiento del poder militar de Hussein y la liberación de Irak serán pan comido”. Pero en realidad, los iraquíes no se rindieron ante el aplastante ataque norteamericano y, en cambio, comenzaron a atacar las vulnerables líneas de abastecimiento de los invasores. La Operación Pan Comido pronto se vio sumida en el fango y las arenas del centro-sur de Irak. 

 La invasión colonial no es “pan comido” 

Iraquíes celebran el derribo de un helicóptero Apache norteamericano, cerca de Kerbala, el 24 de marzo. (Foto: AFP)

Una intensa tormenta de arena impediendo que los helicópteros despegaran precedió a fuertes lluvias que maceraron a las tropas estadounidenses. Un convoy de abastecimiento compuesto por 300 camiones fue inmovilizado durante días por el fuego iraquí en las cercanías de Diwaniyah en el centro de Irak, sin poder avanzar los quince kilómetros que lo separan de los 22,000 marines a los cuales iba a reabastecer. Mientras que los EE.UU. han sido incapaces de sacar del aire a la televisión iraquí, sus misiles han alcanzado un mercado en Bagdad, matando a muchos civiles e incrementando la furia contra los invasores. Asimismo, después de que los marines emprendieron brutalmente contra Nasiriya, un campesino dijo que los que apoyan a Saddam Hussein cuentan ahora con el apoyo de otros que están indignados por la intervención de EE.UU.: “Por supuesto esta gente va a pelear. Lucharán contra los invasores” (New York Times, 25 de marzo). Como señaló el Internationalist Group en su declaración del 22 de octubre de 2002: “Aquellos que esperan obtener una victoria fácil mediante una guerra barata pueden llevarse una dolorosa sorpresa: aún si la fuerza militar estadounidense fuera capaz de aplastar toda resistencia, una ocupación imperialista del país podría alargarse por años.”

Al final, incluso una parte de la mentirosa prensa imperialista, firmemente “incrustada” en la maquinaria de guerra de EE.UU., comienza a hacerse algunas preguntas tibias. CNN y Fox TV no son más que agencias de la línea del Pentágono, por lo cual fueron justamente expulsadas de Irak. El anunciador Dan Rather tachó la palabra “empantanado” de un noticiero televisivo. Pero ya las palabras comenzaron a escabullirse a las primeras planas de los diarios. Más importante aún, los generales comienzan a quejarse de las previsiones que había hecho el secretario de guerra Donald Rumsfeld. “El enemigo contra el que peleamos es algo distinto de aquél contra el cual nos enfrentamos en nuestros juegos de guerra”, dijo el comandante de las fuerzas armadas en el Golfo, el general William Wallace, agregando que sabían de la presencia de fuerzas paramilitares, “pero no sabíamos cómo iban a pelear” (New York Times, 28 de marzo).

El verdadero problema que enfrentan el Pentágono y sus jefes de la Casa Blanca es el de las bajas entre los soldados norteamericanos, evocado por la frase “síndrome de Vietnam”. Desde la ignominiosa derrota que sufrió Estados Unidos ante los comunistas en Indochina en aquella sucia guerra contrarrevolucionaria, la población norteamericana teme verse to de aquél contra el cual nos enfrentamos en nuestros juegos de guerra”, dijo el comandante de las fuerzas armadas en el Golfo, el general William Wallace, agregando que sabían de la presencia de fuerzas paramilitares, “pero no sabíamos cómo iban a pelear” (New York Times, 28 de marzo).

El verdadero problema que enfrentan el Pentágono y sus jefes de la Casa Blanca es el de las bajas entre los soldados norteamericanos, evocado por la frase “síndrome de Vietnam”. Desde la ignominiosa derrota que sufrió Estados Unidos ante los comunistas en Indochina en aquella sucia guerra contrarrevolucionaria, la población norteamericana teme verse involucrada en otra aventura colonial que termine en derrota. Como resultado, el ejército de EE.UU. ha basado su estrategia en la utilización de armamento de alta tecnología en los bombardeos aéreos con la esperanza de librar una guerra con cero bajas norteamericanas. Los halcones derechistas como Rumsfeld y Cheney afirman que el síndrome de Vietnam es cosa del pasado, pero hasta ellos son cautelosos ante la reacción de un público asustadizo. Se rehúsan a emprender una guerra callejera en cualquiera de las ciudades iraquíes, especialmente en Bagdad. Pero puesto que su fantasía acerca de los levantamientos de la población iraquí para aclamar a sus “libertadores” norteamericanos no se ha vuelto realidad, intentarán intensificar drásticamente sus bombardeos contra los centros urbanos. La administración Bush se prepara para arrasar Bagdad e incinerar a su población.

La Blitzkrieg de Bush puede enfrentar una dura resistencia. La estrategia del Pentágono de “conmoción y pavor” puede que no haya conmocionado lo suficiente al ejército de Hussein como para hacerlo rendirse, pero lo que buscan es aterrorizar a la población para que huya de la capital. El pueblo de Bagdad está ciertamente al tanto de cuán implacables pueden ser los Estados Unidos, puesto que nadie ha olvidado la masacre de Al Amariya de febrero de 1991, cuando el ejército de EE.UU. lanzó un ataque “quirúrgico” contra un refugio antibombas para civiles, asesinando a 400 personas, principalmente mujeres y niños. Pero eso es tan sólo una probadita de lo que los planificadores de la guerra en Washington tienen en mente. El manual de operaciones para el bombardeo aéreo de Irak es un libro escrito por los ex oficiales del ejército Harlan K. Ullman y James Wade, Shock and Awe: Achieving Rapid Dominance (Conmoción y pavor: la consecución de un dominio rápido), publicado por la National Defense University en 1996. Los autores dicen que su propósito puede resumirse como sigue: “Paralizar, conmocionar, turbar, negar, destruir” mediante “una aplicación de fuerza sumamente brutal, descarnada y rápida para intimidar”. El efecto que se busca crea es el del bombardeo nuclear contra Japón en 1945:

“Paralizar al país implicaría tanto la destrucción física de la infraestructura pertinente, la paralización del flujo de toda información vital y el comercio asociado tan rápidamente como para conseguir el nivel de conmoción nacional como el que produjo a los japoneses el lanzamiento de bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki. Simultáneamente, las fuerzas armadas iraquíes serán paralizadas mediante la neutralización o destrucción de sus capacidades”.
¡Aplastar al imperialismo mediante la revolución socialista!

 Ante el despliegue de la más poderosa fuerza militar de la historia a manos de estos despiadados aspirantes a conquistadores, la táctica de guerra de guerrillas puede hostigar a los invasores e inflingirles algunos daños. El Financial Times de Londres (28 de marzo) dice: “Es difícil no hacer comparaciones con los eventos que rodearon la ofensiva del Tet de Vietnam del Norte en 1968”, que enviaron ondas de choque a todo el mundo, incluidos los Estados Unidos, que sufrieron fuertes bajas. Pero los comunistas vietnamitas pudieron despertar las energías revolucionarias de las masas obreras y campesinas en lucha por su liberación social, a diferencia del régimen burgués de mano dura de Saddam Hussein; además, Vietnam del Norte contaba con el respaldo militar de la Unión Soviética, lo que le permitipó aguantar durante años los embates militares del imperialismo y, a final de cuentas, lograr la victoria en 1975. La derrota de Irak en la primera Guerra del Golfo de 1990-91 fue resultado directo del colapso del estado obrero burocráticamente degenerado de la Unión Soviética bajo la presión militar y económica del imperialismo y facilitado por la capitulación de la burocracia estalinista cuya política de “coexistencia pacífica” abrió la vía a la contrarrevolución.

Washington ha lanzado una segunda Carnicería del Desierto contra Irak no porque el régimen de Saddam Hussein constituya una verdadera amenaza, sino porque el imperialismo norteamericano necesita esta guerra para reforzar su hegemonía mundial. Lo que quiere es usar esta guerra para que EE.UU. afiance su control estratégico en las fuentes de petróleo de Medio Oriente y, en consecuencia, lograr un control decisivo sobre sus rivales imperialistas de Europa y Japón, fuertemente necesitados de energía, y asegurar su dominio de un mundo “unipolar”. Ésta es la razón por la cual ha habido gran resistencia a los planes de guerra de Bush por parte de Francia y Alemania, junto con la ahora capitalista Rusia y el estado obrero deformado chino. Al final, su supuesta “oposición” en las Naciones Unidas no detuvo la guerra de agresión norteamericana y ahora las grandes potencias están apurándose para tomar parte en la bonanza de la reconstrucción. Pero a largo plazo, esto es más que un problema pasajero o una serie de tensiones en la Alianza Atlántica. Así como la Guerra de los Balcanes de 1908-13 fue la antesala de la Primera Guerra Mundial, la guerra contra Irak constituye una gigantesca sacudida hacia una Tercera Guerra Mundial interimperialista.

El Internationalist Group y la Liga por la IV Internacional, tomando como base el programa de los revolucionarios rusos V.I. Lenin y León Trotsky, han llamado insistentemente a favor de la defensa de Irak y la derrota de los imperialistas, en primer lugar y sobre todo, el imperialismo norteamericano. Esto pone en el orden del día una lucha que vaya más allá del campo de batalla en Irak. En los meses y semanas que precedieron a la invasión, la LIVI agitó para que los trabajadores del transporte, desde portuarios de la Costa Oeste de EE.UU. hasta los trabajadores ferroviarios y portuarios de Europa se rehusaran a transportar material de guerra. Con la invasión ya comenzada, se necesita aún más urgentemente realizar huelgas obreras contra la guerra – no rituales paros laborales y manifestaciones, sino una movilización del poder proletario contra la maquinaria de guerra imperialista y los gobiernos capitalistas que libran la guerra. Nosotros decimos: el enemigo está aquí. El sangriento ataque de EE.UU. subraya que Irak tiene el derecho de tener cualquier tipo de armas que requiera para defenderse. Los crímenes de los gobernantes imperialistas, que han asesinado a millones desde Vietnam, Corea e Indonesia hasta América Latina, sobrepasan con mucho los de Saddam Hussein contra obreros, izquierdistas y oprimidos de Irak (e Irán); de hecho, muchos de sus crímenes fueron llevados a cabo con la aprobación de EE.UU., cuando Hussein era un lacayo de Washington. 

Sindicalistas italianos de la confederación CGIL y activistas antiguerra detienen un tren con equipo militar de la OTAN en las afueras de Vicenza. ¡Movilizar el poder de la clase obrera! ¡Guerra de clases contra la guerra imperialista! (Foto: Infophoto)

En nuestra declaración de octubre de 2002 señalamos: “La lucha par derrotar la campaña de guerra imperialista debe ser librada no sólo en Irak sino internacionalmente, en especial en los países imperialistas, sobre todo en los EE.UU.” Aunque muchos de los que se oponen a la guerra contra Irak denuncian al Imperio Norteamericano, no se oponen al imperialismo y, en consecuencia, buscaron el apoyo de las Naciones Unidas y los imperialistas europeos. Los movimientos por la “paz” en Estados Unidos, Europa y el resto del mundo capitalista buscan, de la misma manera, formar alianzas de “frente popular” con políticos burgueses, como las “palomas” del Partido Demócrata, para garantizar que esta lucha contra la guerra no se les va a “ir de las manos”. Pero ni todo el Sturm und Drang en las Naciones Unidas impidió que Washington iniciara su guerra. Tan pronto como los combates comenzaron, los demócratas proclamaron su “apoyo a las tropas”y saludaron al comandante en jefe que se hizo de la presidencia norteamericana en un golpe judicial apenas disfrazado.

Los dos partidos capitalistas en EE.UU. son partidos de la guerra, y todos los imperialistas están a favor de la guerra. Ya sea que apoyen esta guerra o no, todos ellos apoyaron la guerre precedente contra Afganistán, así como dos guerras contra Yugoslavia (1995 y 1999). El presidente francés Chirac viajó a Argelia para posar como defensor de la “paz” en Irak, mientras enviaba tropas a proteger los intereses franceses en la neocolonial Costa de Marfil. Para derrotar esta guerra es necesario movilizar el poder de la clase obrera contra el sistema imperialista. En estos días, algunos izquierdistas y burócratas sindicales pronuncian discursos vacíos acerca de una “huelga general contra la guerra”, con lo que se refieren a paros rituales y a manifestaciones. Pero no se puede detener la guerra imperialista con tan sólo levantar los brazos y desfilar. Una verdadera huelga general, y de hecho, cualquier movilización combativa del poder del proletariado contra la guerra imperialista, representaría de inmediato una amenaza a los gobiernos capitalistas que libran la guerra y pondría en el orden del día la cuestión de qué clase debe gobernar. De hecho, los gobiernos de los tres sátrapas de Bush en su “coalición de los siervos” – Tony Blair en Inglaterra, Silvio Berlusconi en Italia y José María Aznar en España – se encuentran tambaleantes y podrían ser derribados mediante una aguda lucha de clases. Esto conduciría rápidamente a la lucha por el poder.

A finales de los años 30, cuando los imperialistas japoneses emprendieron una guerra contra China y los imperialistas italianos invadieron Etiopía, los liberales y reformistas estalinistas y socialdemócratas apelaron a la Liga de las Naciones, como hacen ahora con la ONU. Entonces, como ahora, los trotskistas fueron los únicos que lucharon por la defensa de las víctimas de los ataques imperialistas y por la derrota de los imperialistas. Mientras que los liberales intentaron conjurar el ataque contra Irak diciendo que la “verdadera amenaza” la representa Corea del Norte, la LIVI lanza un urgente llamado por la defensa del estado obrero deformado norcoreano contra el chantaje nuclear y el ataque de los imperialistas, advirtiendo que los imperialistas son la verdadera amenaza para los trabajadores y oprimidos. Para derrotar a los guerreristas debemos construir partidos obreros revolucionarios en la lucha para reforjar la IV Internacional, luchando par la derrota de los imperialistas y la defensa de los países semicoloniales y estados obreros deformados que éstos quieren conquistar. n



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