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marzo de 2009   

¡Derribar a la burguesía mediante la revolución obrera!

El capitalismo mundial cae en picada


Cientos de desempleados hacen cola en Nueva York, 24 de febrero. (Foto: Casey Kelbaugh/New York Times)

19 de MARZO – Mes a mes, la crisis económica global sigue profundizándose. Con el estallido de la crisis financiera en septiembre de 2008, el sistema crediticio internacional se paralizó, haciendo virtualmente imposible –hasta para las compañías más grandes y con mejores calificaciones financieras– la obtención de préstamos. En lo que representa un crac financiero en cámara lenta, los valores bursátiles a escala internacional representan hoy la mitad de lo que valían en 2007. Desde entonces, la caída ha pasado del ámbito de lo que Karl Marx llamó “capital ficticio”, al terreno de la economía real. En los últimos cinco meses, se ha registrado una pronunciada caída en la producción industrial, las inversiones, las exportaciones, el gasto para el consumo, la construcción y en casi todos los indicadores principales de actividad económica, en prácticamente todos los países del mundo capitalista. Esto constituye una diferencia significativa con respecto a todas las crisis económicas recientes, en las que determinados países podían recuperarse mediante la exportación a otros mercados (principalmente al norteamericano) o a través de la inversión de más dinero en nuevas burbujas especulativas. Esta vez no es así.

Aunque la atención se ha concentrado en la crisis financiera –y en los banqueros de Wall Street, operadores de fondos de cobertura (hedge funds) y ejecutivos de aseguradoras que se han salido con la suya– la verdad es que el declive económico comenzó un año antes. En EE.UU., ésta es ya la más larga recesión desde la Segunda Guerra Mundial, y no va a terminar pronto. En los mercados más importantes, los precios de la vivienda cayeron un 20 por ciento el año pasado, en tanto que el 10 por ciento de todas las hipotecas está en atraso o en mora de pago; 19 millones de casas y apartamentos están hoy desocupados en todo Estados Unidos, en tanto que crece la cantidad de personas que viven en la calle. Se han perdido más de 4,4 millones de puestos de trabajo hasta la fecha, 650 mil por mes en el último trimestre. Aunque la tasa oficial de desempleo es del 8,1 por ciento, la tasa real es considerablemente mayor (el gobierno maquilla las estadísticas al no contabilizar a los que han dejado de buscar trabajo). El registro más amplio del desempleo es ahora del 14,8 por ciento de la fuerza laboral, y sigue incrementándose. El gasto en bienes de consumo ha caído por los suelos, especialmente en el caso de bienes de consumo duradero de alto precio relativo como los automóviles (cuyas ventas cayeron en un 41 por ciento en febrero).

Un economista comentaba que hace poco, la gente compraba carros, televisores de gran formato y refrigeradores como si se fueran abarrotes; ahora, en cambio, compra abarrotes como si se tratara de carros. Justo como en los años 30 cuando los granjeros tiraban la leche “sobrante” mientras la gente no tenía que comer, hoy la venta de productos lácteos ha caído en tal magnitud que hay una “sobreoferta” de vacas, de modo que los granjeros están vendiendo (y matando) a su ganado (¡!). Otro signo de los tiempos que corren: General Electric, que se consideraba como el punto de referencia en lo que toca a títulos con rentabilidad asegurada debido a que pagó dividendos a sus inversores a lo largo de los años 30, anunció a finales de febrero que recortaba su dividendo en dos tercios. Una jubilada angustiada  escribió en respuesta: “Estamos retirados. Mi esposo tiene más de 90 años, y deberá comerse la comida que tendré que buscar en los basureros. Necesitábamos ese dividendo para la comida.”

¿Recesión o depresión? Súbitamente los gobernantes han empezado a pronunciar la temida palabra “depresión”. Los economistas burgueses han descrito las recesiones recientes diciendo que tienen la forma de una “V”: a una aguda caída sigue una rápida recuperación. Al principio dijeron que la crisis actual sería una recesión con forma de “U”, en la que habría un período más largo en el fondo, antes de que comenzara la recuperación. Ahora, varios de estos economistas afirman que la crisis tendrá una forma de “L”: después de una caída en picada, se permanecerá en el fondo por tiempo indefinido. El gerente general de Microsoft, Steve Ballmer, dijo al anunciar el despido de 5 mil trabajadores, en lo que constituye el primer despido en masa de la historia de este gigante de la informática: “El modelo que tenemos en mente no es el de una rápida recuperación. Pensamos que las cosas van para abajo, para luego reiniciarse. La economía se contrae” (New York Times, 23 de enero). O como lo dijo John Silvia, jefe de economistas del Wachovia Bank (New York Times, 7 de marzo):

“Estos empleos no van a recuperarse…. Una buena parte de la producción, o bien no se va a realizar, o bien va ser realizada fuera de Estados Unidos. Va a haber menos tiendas, menos fábricas, menos operaciones financieras. Las empresas están tomando la decisión estratégica de que no quieren seguir en sus respectivos negocios.”

¿Qué hacer? En resumen, la recesión se está convirtiendo rápidamente en una depresión, aunque los gobernantes capitalistas no quieren decirlo porque temen generar un pánico aún mayor. Por lo general, los economistas “ortodoxos” dicen que una depresión (que según ellos era un fenómeno que ya no podía repetirse) no es más que una recesión agravada. La serie de recesiones que uno puede encontrar entre cada 5 y 7 años a lo largo de la historia del capitalismo, son expresión de la naturaleza cíclica de un sistema que produce para la obtención de ganancias. Sin embargo, el que la producción se mantenga atorada durante años en niveles severos de depresión no es producto de los ciclos, sino que es resultado de una crisis del sistema capitalista mismo. En los años 30, el economista John Maynard Keynes sostuvo que la economía se quedó atrapada en lo que denominó una “trampa de liquidez”, de modo que los gobiernos tendrían que inyectar fuertes cantidades de dinero para lograr que la producción se reiniciara. Hoy en día los economistas burgueses admiten que esta medida fue insuficiente, y que sólo la Segunda Guerra Mundial pudo poner fin a la Gran Depresión de los años 30.

La receta de los economistas “libremercadistas” para enfrentar una caída de la economía consistía en bajar las tasas de interés. El secretario de la Reserva Federal, Ben Bernanke, lo intentó, disminuyendo las tasas de interés prácticamente hasta cero por ciento, pero los bancos no hacían préstamos. El secretario del tesoro de la administración Bush, Henry Paulson, intentó entonces regalar dólares al por mayor a los banqueros (con el “rescate” de 750 mil millones de dólares), pero éstos sólo pusieron el dinero en sus reservas (o se dieron primas a sí mismos). Ni siquiera el dinero gratis reinició el motor económico parado. Ahora Obama está intentando llevar a la práctica la solución keynesiana clásica, consistente en inyectar dinero a la economía mediante la realización de obras públicas, con su proyecto de ley “estímulo” de 825 mil millones de dólares. Pero esta medida también tendrá un impacto limitado, mientras el desempleo seguirá a la alza. No funcionará porque presume que el problema básico de la economía es el subconsumo: si así fuera, al darle dinero a la gente, compraría más y las empresas producirían más, los bancos darían más préstamos, etc. Pero el problema que desencadenó esta crisis no radicaba en que la gente no consumiera; al contrario, azuzada por los bancos y las compañías crediticias, los consumidores norteamericanos se la pasaban gastando dinero que no tenían, sumiéndose así en las deudas.

Lo que subyace tanto a la ola de especulación financiera como a la actual caída en picada de la economía real, es la sobreproducción de capital –y consecuentemente de mercancías– junto con la concomitante caída en la tasa de ganancia. La tasa de formación de capital real en los países capitalistas avanzados ha sido extremadamente baja desde finales de los años 80 debido a que los inversionistas creen que no pueden obtener una tasa adecuada de recuperación del capital invertido en la producción. Es por ello que “invirtieron”, en cambio, en la especulación bursátil, en las burbujas de la tecnología informática y la vivienda, y cuando éstas explotaron, simplemente dejaron de invertir su dinero. Construir autopistas o establecer proyectos “verdes” de energía no contaminante no va a cambiar la situación, pues el “efecto multiplicador” de gasto deficitario será mínimo. Bajo el capitalismo, la única manera en que se puede incrementar la tasa de ganancia es mediante la destrucción de capital ya sea a través de bancarrotas masivas que produzcan millones de desempleados, o de guerras imperialistas que destruyan toda capacidad productiva. O de una combinación de ambas, como ocurrió en los años 30 y 40. Una vez que el baño de sangre haya llegado a su fin y se haya restablecido una “razonable” tasa de ganancia, el ciclo productivo se reiniciará … a un costo enorme de miseria para la inmensa mayoría de la población.

La actual crisis capitalista global no es cíclica, y ni siquiera estructural, sino sistémica. Ni los monetaristas ni los keynesianos la pueden resolver. Pero como señalaron enfáticamente Lenin y Trotsky, el capitalismo no se colapsará por sí solo. La respuesta capitalista a una crisis de sobreproducción es la barbarie: los guerreristas imperiales intentarán resolver manu militari (por la fuerza de las armas) el desastre que los capitalistas han creado. La única manera de defender la existencia misma del proletariado consiste en movilizar nuestro poder de clase para exigir lo que necesitemos. Es preciso presentar toda una serie de reivindicaciones transicionales que señalen la necesidad de derribar a la burguesía e instituir un gobierno obrero (ver discusión acerca de las reivindicaciones transicionales). Esto exige, a su vez, romper la garra de los partidos capitalistas, y construir un partido obrero revolucionario que luche por la revolución socialista internacional. Ésta podrá sentar las bases para una economía planificada que produzca para satisfacer las necesidades de los seres humanos, y no para la obtención de ganancias.   


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