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octubre de 2011 Chile:
Asamblea constituyente y poder obrero El
bombardeo aéreo del palacio de La Moneda,
11 de septiembre de 1973, durante el golpe
militar que derrocó al gobierno de la
Unidad Popular presidido por Salvador Allende.
¿Se piensa echar a la tutela militar y la
constitución de “democracia vigilada”
escrita por la Junta Militar mediante un simple
plebiscito o voto en una asamblea constituyente?
Pura ilusión. Será necesaria la
revolución obrera. (Foto:
AP) Desde
los tiempos del movimiento de Reforma
Universitaria que nació en Córdoba,
Argentina, en 1918, las luchas
estudiantiles en América Latina han estado
íntimamente ligadas a los
movimientos sociales por la emancipación
general y a las luchas obreras. Los
estudiantes cordobeses habían sido influidos
parcialmente por los vientos
liberadores de la Revolución Bolchevique en
Rusia, y sólo consiguieron la
autonomía universitaria y su
participación en el co-gobierno de la
institución
mediante una huelga general local. Pero los
jóvenes rebeldes confiaron en el
presidente radical Hipólito Yrigoyen, y el
auge de la reacción luego de la
Semana Trágica de enero de 1919, cuando el
ejército bajo Yrigoyen fusiló a
más
de mil obreros revolucionarios, socavó sus
conquistas. Varios fundadores del
comunismo latinoamericano, como José Carlos
Mariátegui en el Perú y Julio
Antonio Mella en Cuba, comenzaron sus carreras
políticas luchando por la
reforma universitaria. Insistieron en que para
realizar los principios
enunciados en 1918, era necesaria la toma de poder
por la clase obrera y una
revolución socialista que sentara las bases
económicas y sociales para una real
democratización de la educación. Así,
una lección fundamental que hay que
sacar de la huelga de la Universidad Nacional
Autónoma de México [de 1999-2000] es
la
imperiosa necesidad de luchar por la independencia
de clase con respecto a todos
los partidos y políticos burgueses. El apoyo
de un sector de los huelguistas de
la UNAM al frente popular alrededor del Partido de
la Revolución Democrática
debilitó la lucha. El PRD fustigó a
los “ultras” y “megaultras” y buscó
organizar esquiroles. El gobierno perredista del
Distrito Federal envió a sus
granaderos (policías antimotines) para ayudar
a la PFP a realizar los arrestos
masivos que finalizaron la huelga. Esto
después de que los gobernantes
perredistas del D.F. enviaran a la policía a
arremeter directamente en contra
de los huelguistas el 11 de diciembre de 1999,
cuando a petición expresa de la
embajada norteamericana la policía capitalina
atacó una manifestación que
protestaba contra la represión que se
había lanzado contra los manifestantes
altermundistas en Seattle y que exigía la
liberación de Mumia Abu-Jamal. Manifestación
de solidaridad con los estudiantes chilenos
frente a las Naciones Unidas, 22 de septiembre. En
Chile, los
estudiantes se han aliado con la Concertación
(DC, PS y satélites), mientras
ésta sólo finge apoyar el movimiento.
El PCCh y otros grupos de izquierda
(Movimiento de Izquierda Revolucionaria, Frente
Patriótico Manuel Rodríguez,
PC-AP) compiten en las elecciones bajo otro
rótulo, de la coalición Juntos
Podemos Más, que es tan solo un mini frente
popular con sectores burgueses
minoritarios como el Partido Radical e Izquierda
Cristiana, que también
integraron la UP de Allende. De hecho, el eje de un
programa revolucionario
para ganar la actual lucha por la educación
pública gratuita es de sacar las
lecciones de la experiencia de la UP y el gobierno
de Allende en la anterior
batalla por Chile. El
más importante de los factores que
llevó a
la derrota a manos de los esbirros pinochetistas no
fue tanto que el pueblo
trabajador no tuviera armas, aunque este hecho
sí tuvo consecuencias nefastas,
sino que los trabajadores se encontraban políticamente
desarmados. No
sólo el PS y el PCCh, sino también el
MIR, el MAPU y sectores de izquierda del
PS (influyentes en los cordones industriales) se
aferraron hasta el final a la
política de frente popular, con lo
que encadenaron el movimiento obrero
(y también a los campesinos, pobladores,
estudiantes, etc.) a alianzas con
sectores burgueses, ya fuera directamente, o
mediante el voto por partidos que
formaban parte de la UP, como hizo el MIR en las
elecciones de marzo del 73.
Para poder vencer a la contrarrevolución
auspiciada (y financiada) por el
imperialismo yanqui, era imprescindible romper
tajantemente con todos
los partidos de la UP y su engañosa promesa
de “poder popular”, y luchar
directamente por la revolución obrera.
Un
grupo chileno de izquierda que critica el
frentepopulismo es el Partido de Trabajadores
Revolucionarios (PTR), que forma
parte de la Fracción Trotskista (FT) liderada
por el PTS argentino (Partido de
Trabajadores Socialistas) y que publica la revista Clase
contra Clase.
El PTR ha criticado al PC por sus claudicaciones,
notablemente por no insistir
en que la reivindicación de la
educación pública sea el “piso
mínimo”, en lugar
de tener la gratuidad como “perspectiva” lejana.
Contra el vituperio en la
prensa burguesa sobre los “encapuchados” y las
quejas de los “moderados” del PC
y la Concertación contra las pedradas, el PTR
defiende a los jóvenes que han
luchado en las calles en contra de los intentos de
los carabineros de impedir
brutalmente las marchas “no autorizadas”. Sin
embargo, en un marco más amplio,
el PTR comparte el enfoque “democraticista” de los
reformistas. En el último
número de su periódico Clase
contra Clase (N° 168, 28 de agosto) y
varios artículos aparecidos en el
periódico del PTS, La Verdad Obrera,
destaca como su “programa máximo” en esta
lucha la consigna por “una Asamblea
Constituyente Libre y Soberana” para sustituir la
constitución pinochetista. Con
diferentes formulaciones, la consigna de
una asamblea constituyente también es
defendida por el PCCh, el MIR y casi
todos los grupos de la “extrema” izquierda. Enre
ellos se cuenta el Partido
Revolucionario de los Trabajadores (PRT), una
sección simpatizante de la Liga
Internacional de los Trabajadores (LIT), la
principal representante de la
corriente timoneada durante años por el
fallecido dirigente seudotrotskista
argentino Nahuel Moreno. La FT también tiene
su origen en el morenismo, aunque
ha llegado a criticar a su maestro luego de su
ruptura con la LIT en 1989, poco
después de la muerte de Moreno. Pero en el
fondo y en la práctica, la LIT/PRT
y la
FT/PTR tienen una misma política
“democrática” y seguidista de direcciones no
proletarias. Así lo evidencia en
meses recientes el apoyo que ambas organizaciones
han dado a los “rebeldes”
libios que pedían la intervención del
imperialismo occidental para derrocar al
régimen nacionalista bonapartista de Gadafi.
Con esto pusieron su granito de
arena para allanar la vía a los bombardeos de
la OTAN, que luego criticaron sin
referirse a su propia responsabilidad. Llama la
atención también que tras el
terremoto de enero de 2010 en Haití, el PTR
llamó por la retirada de las tropas
norteamericanas de la isla caribeña, pero no
del contingente de casi 500
soldados chilenos que forma parte de la mercenaria
ocupación imperialista bajo
el rótulo de la ONU. En
muchos países de América Latina impera
desde hace mucho la recortada “democracia” burguesa
en la que los cargos
elegibles se ponen a la venta cada tantos
años y se entregan al mejor postor en
comicios dominados por el dinero (destinado a los spots
televisivos, a
la compra de votos, etc.). En Chile, aunque
terminó la dictadura en 1990 con la
salida de Pinochet, la democracia capitalista sigue
siendo “vigilada” por los
militares. Los mandos castrenses, exentos de un
control civil efectivo, ejercen
un fuerte tutelaje sobre las acciones de las
autoridades elegidas. Esta
posición privilegiada está plasmada en
la constitución promulgada por el
dictador en 1980 y enmendada en 1990 y 2005. Para
poner fin a este esquema
bonapartista será necesario mucho más
que un plebiscito o que la elección de
una constituyente, por muy libre y soberana que se
proclame. Superar esta
“democracia” bajo tutela militar exige nada menos
que una revolución social
que expropie el capital y destruya el poder
de sus institutos armados. Y eso
no lo dice el PTR, aun si a veces habla de basar
una constituyente en la
movilización. Tampoco lo dicen el PRT, el
PCCh ni los estalinistas “duros” que
también abogan por una constituyente. En
medio de una lucha por derechos
democráticos, como la educación
pública y gratuita para todos, llamar por una
asamblea
constituyente revolucionaria, puede
servir como un elemento
subordinado del programa por la toma de poder por
el proletariado chileno,
mediante sus propios órganos de dominio de
clase, es decir consejos obreros
como los soviets rusos, y la extensión de la
revolución socialista al resto del
Cono Sur y el hemisferio entero, hasta el centro del
imperialismo
norteamericano. En cambio, la presentación de
la consigna de una constituyente
como un ejercicio de democracia electoral, como
hacen los reformistas del PC y los
centristas seudotrotskistas del PTR/FT,
alienta las mismas ilusiones que la ilusoria
“vía parlamentaria” a la
revolución promovida por Allende y sus
compañeros del PCCh y PS, con las
consecuencias funestas que todos conocemos. Para
visualizar esto en más
detalle, basta considerar en qué consisten
los amarres de la actual
constitución pinochetista que habrá
que romper. En
primer lugar está el Consejo Nacional de
Seguridad (Cosena), creado por la
Constitución de 1980 para vigilar a la
presidencia, la legislatura y los tribunales. Aunque
ya no tiene más una
mayoría castrense automática (de los
jefes del ejército, armada, fuerza
aérea y
carabineros) y ahora su tarea es “asesorar” al
presidente en materia de
seguridad nacional, se agrega: y de “ejercer las
demás funciones que esta
Constitución le encomienda”. Resulta que,
según la Ley Orgánica Constitucional
N° 18.415, una de dichas facultades de la Cosena
consiste en autorizar la
declaración de un estado de sitio por el
presidente sin la aprobación del
Congreso –cosa de no menor importancia. Luego
está la gran autonomía de las
fuerzas armadas con respecto al control civil. En un
caso único en el
hemisferio, el presidente chileno no es
comandante en jefe de las FF.AA.
sino sólo en caso de guerra. El mandatario
puede nombrar a los jefes de las
cuatro fuerzas armadas y de orden y seguridad, pero
sólo escogiendo entre los
cinco oficiales generales de mayor grado. La
incorporación de personal a FF.AA.
y Carabineros “sólo podrá hacerse a
través de sus propias escuelas”. Y
según
Ley Orgánica Constitucional los
nombramientos, ascensos y retiros de oficiales
sólo pueden efectuarse a través del
ministro de defensa según las normas
internas. ¿El
pueblo unido jamás será vencido?
Esta consigna del frente popular es falsa hasta
la médula. Los trabajadores, “unidos” con
sus enemigos de clase, fueron derrotados en
Chile. Arriba: el general Augusto Pinochet junto
con el presidente Salvador Allende, el 23 de
agosto de 1973. Pinochet, reputado oficial
“constitucionalista”, orquestró el golpe
desde el poder que le dio la UP.
(Foto: AP) Otro
aspecto tiene que ver con el
financiamiento de las fuerzas militares. Bajo
Pinochet, casi todas las empresas
estatales fueron privatizadas, menos una: Codelco.
Se mantuvo la
nacionalización de las minas de cobre
efectuada por el gobierno de la Unidad
Popular en 1971, aunque otorgaron concesiones a
contratistas privados para la producción.
¿Por qué esta excepción?
¿Podría ser porque según la Ley
Reservada del Cobre,
10 por ciento de las ventas de cobre está
destinado a comprar armas para los
militares? Éstas no son cuestiones de
importancia secundaria. Los incisos
constitucionales sobre el ordenamiento de los
institutos armados son casi
idénticos a los contenidos en el Estatuto de
Garantías Constitucionales que se
obligó a Salvador Allende firmar en octubre
de 1970 como condición previa para
ser confirmado como presidente. Como se
señaló en ese entonces, tales
estipulaciones garantizaron la independencia de las
fuerzas militares y
policiales, la espina dorsal del estado capitalista,
frente a toda
“intromisión” por parte de las autoridades
elegidas.[1]
Esto fue esencial en la
futura preparación del golpe de estado de
1973. Hoy también, los militares
defenderán sus prebendas y su intocabilidad
con uñas y dientes (y metrallas y
tanques) ante cualquier intento de tocarlas, por muy
democrático que sea. Hay
muchos otros aspectos antidemocráticos de
la Constitución vigente: prohíbe el
derecho de huelga para funcionarios del
estado o de las municipalidades, o trabajadores que
proveen “servicios de
utilidad pública”. Sanciona a asociaciones,
movimientos, organizaciones o
grupos que realicen actividades propias de partidos
políticos sin ajustarse a
las normas que los regulan, como por ejemplo
entregar la nómina de sus miembros
ante instancias del gobierno. Prohíbe a
“asociaciones contrarias a la moral, al
orden público y a la seguridad del Estado”.
Prohíbe a sindicatos participar en
“actividades político partidistas”, y no
permite que los que tienen cargos
gremiales de dirección puedan también
tener cargos directivos en partidos
políticos. Un artículo constitucional
contra el terrorismo ha sido utilizado
contra indígenas mapuches que luchan por su
tierra. El presidente puede no
solamente declarar estados de excepción sino
también emitir “decretos con
fuerza de ley” sobre toda una serie de asuntos, por
ejemplo la educación, sin
aprobación del Congreso. Sin duda, una lucha
por los derechos democráticos
tendría que echar a la basura esta
constitución autoritaria. Pero,
¿cómo? En
años recientes, muchas corrientes de
izquierda han sustituido sus anteriores pretensiones
socialistas y comunistas
por un programa democrático. Tanto partidos
socialdemócratas y ex estalinistas
como pequeños grupos que se reclaman del
trotskismo han hecho de la consigna de
una asamblea constituyente su marca registrada. En
muchos casos, como en Oaxaca
en 2006, han propuesto la realización de
asambleas constituyentes en
condiciones en las que eso sólo
serviría para desviar a las masas de la lucha
por la revolución obrera. Al mismo tiempo,
políticos burgueses como Evo Morales
en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador pretenden
“refundar” sus países mediante
constituyentes mientras reprimen a los obreros,
campesinos e indígenas que los
eligieron (ver “El trotskismo versus la manía
por asambleas constituyentes por
doquier”, El Internacionalista N° 7,
mayo de 2009). En el caso chileno,
donde las instituciones del estado conservan
todavía rasgos importantes del
régimen bonapartista, del dominio
militar-policíaco, la consigna de una
asamblea constituyente puede tener un
valor táctico, pero sólo en
el marco de la lucha por la revolución
socialista.[2] Para
que fuera efectiva
como instrumento para fortalecer la lucha por la
educación pública gratuita y
sirva para elevar la conciencia revolucionaria de
los luchadores, es necesario
precisar por qué se requiere de una
asamblea constituyente y qué tareas
tendría que realizar. Eso no lo dicen ni el
PC, ni el PTR, PRT ni otros grupos
de izquierda que plantean la consigna. En primer
lugar, habría que eliminar el
artículo constitucional que bajo el
engañoso lema de “libertad de
enseñanza”
establece la “libertad” de empresas capitalistas de
fundar escuelas y que sirve
de base para la Ley General de Educación y el
DFL N° 2 de 2010 que prohíbe la
participación de estudiantes en el gobierno
de establecimientos educacionales.
En su lugar se debería establecer la expropiación
de universidades, escuelas
e institutos privados, y el gobierno
tripartito ejercido por consejos de
estudiantes, docentes y trabajadores en todos
los niveles de educación.
Asimismo, se debería
derogar todas las
prohibiciones y regulaciones de actividad
política de sindicatos obreros y todo
control estatal sobre asociaciones políticas.
[1] Ver “Frente Popular en Chile”,
de
noviembre-diciembre de 1970; y “El frente
popular: peligro para la clase
obrera”, de diciembre de 1972 . Ambos textos
fueron reproducidos en Cuadernos
Marxistas No. 3, “Chile: Lecciones del
frente popular”, publicación de la
entonces trotskista revolucionaria Spartacist
League de EE.UU. en 1975 y que
hoy la Liga por la IV Internacional pone a
disposición nuevamente. Todos los
textos de esta compilación (excepto el
primero), fueron escritos por los
camaradas que fundaron la LIVI tras una ola de
expulsiones de la corriente
espartaquista en 1996-1997. [2] En enero de 1978, cuando la
dictadura pinochetista organizó un
plebiscito, mientras la DC buscó una
junta
militar reformada y el PCCh, en un discurso de
su dirigente Luis Corvalán,
llamó por un “gobierno
democrático” de la UP y DC junto con
“sectores
democráticos de las Fuerzas Armadas”,
nuestros camaradas de la Organización
Trotskista Revolucionaria (OTR) de Chile
condenaron los comicios trucados y
llamaron, en cambio, por una asamblea
constituyente y por aplastar el régimen
militar por la revolución obrera. Como
explicaron: “Una genuina asamblea
constituyente sólo puede, por
definición, ser convocada si imperan
plenas
libertades democráticas, que permitan
la participación de todos los partidos
de
la clase obrera. En consecuencia, uno de sus
prerrequisitos es el derrocamiento
revolucionario de la junta militar, algo que
la DC y los reformistas, a pesar
de su larga lista de reivindicaciones
democráticas, olvidan mencionar”
(“Condemn Pinochet Plebiscite!” Workers
Vanguard, n° 190, 21 de enero de
1978).
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