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septiembre de 2001 


Tras ataque indiscriminado al World Trade Center de Nueva York

EE.UU. fomenta frenesí de guerra imperialista, 
se precipita hacia un estado policíaco

¡Derrotar la campaña bélica de EE.UU. y la OTAN! 
¡Por la revolución socialista internacional!

Declaración del Internationalist Group, sección estadounidense de la Liga por la IV Internacional

Los diarios gritan “guerra”. Las cadenas televisivas proclaman al unísono “Estados Unidos bajo ataque”. Los gobernantes capitalistas de los EE.UU. baten los tambores de la agresión imperialista y la represión interna tras los ataques coordinados de la mañana del 11 de septiembre, en los que aerosecuestradores estrellaron aviones de pasajeros en las Torres Gemelas del World Trade Center en Nueva York, así como en el Pentágono en las afueras de Washington. Los políticos burgueses y los medios masivos marchan hombro con hombro en demanda de sangrientas represalias contra quienquiera que se elija como blanco cuando el imperio estadounidense contraataque. El presidente George Bush hijo jura ganar un “nuevo tipo de guerra”, y altos voceros norteamericanos llaman a “terminar con los estados que auspicien el terrorismo” y a realizar un “ataque global” sostenido contra cualquiera que etiqueten como partidario de éste. La “defensa de los derechos humanos” fue el grito de guerra de los imperialistas norteamericanos y europeos cuando hicieron llover bombas y terror contra Yugoslavia en 1999; hoy el lema es el “antiterrorismo” mientras la banda criminal que lanzó la “Masacre del Desierto” contra Irak (1990-1991) se prepara para borrar del mapa a países semicoloniales, así como otros en los que el dominio capitalista ha sido derrocado.

El Grupo Internacionalista, sección estadounidense de la Liga por la IV Internacional, llama a la clase obrera en todo el mundo a combatir y derrotar la campaña imperialista de guerra y represión. Mientras EE.UU. se prepara para invadir Afganistán, los revolucionarios lo defendemos, lo mismo que a Irak y a cualquier otro país atacado por los aspirantes a policías globales del Nuevo Orden Mundial dirigidos por Bush y Cía. – que son, por mucho, los mayores asesinos de masas que existen en este mundo. Mientras que el gobierno de Israel aprovecha el frenesí de Washington para intensificar la guerra contra la sufrida población de los Territorios Ocupados, debemos intensificar también nuestra defensa del pueblo palestino. Exigimos ¡fuera del Medio Oriente y el sur de Asia todas las fuerzas armadas de EE.UU.! Y mientras la histeria bélica azuzada por los medios capitalistas lleva en Estados Unidos y Europa a la xenofobia antiárabe y a ataques contra los inmigrantes (junto con otros que “parecen extranjeros”), hacemos un llamado a los obreros con conciencia de clase a defender a estas vulnerables minorías contra los ataques chovinistas, incluso mediante la defensa física organizada de sus casas, tiendas y barrios.

Cuando las torres del World Trade Center se quemaban para después derrumbarse, angustiados trabajadores en todo Nueva York (muchos de ellos negros e inmigrantes) intentaban desesperadamente saber si sus familiares y compañeros de trabajo estaban a salvo. Los revolucionarios proletarios nos oponemos categóricamente al terror indiscriminado utilizado por los secuestradores, quienes al asesinar grotescamente a miles de trabajadores ordinarios, los igualan al gobierno de Estados Unidos que oprime a la clase obrera y a las minorías en EE.UU., lo mismo que a pueblos en todo el mundo. Mucho mayor, sin embargo, resulta el peligro a la humanidad que representan los imperialistas de EE.UU. y la OTAN, que son responsables de millones de muertes de gente inocente en todo el mundo para asegurar su explotación del planeta entero. Estos terroristas de estado están armados hasta los dientes con armas nucleares, biológicas y químicas. El gobierno estadounidense ha usado estas armas de destrucción masiva en el pasado, mientras soltaba peroratas acerca de la “democracia”, y las volverá a usar, al mismo tiempo que sus fuerzas de la “ley y el orden” imponen el terror racista policíaco dentro del país.

Los Estados Unidos han sido los únicos en usar armas atómicas en una guerra, borrando Hiroshima y Nagasaki de la faz de la tierra e incinerando a más de 200.000 civiles inocentes en agosto de 1945. Esto ocurrió después de hacer llover sobre Tokio bombas incendiarias (matando a 100.000 personas en un solo ataque), así como sobre Hamburgo (50.000 muertos) y Dresden (225.000). Ni uno solo de estos ataques estuvo dirigido contra blancos militares, sino que abiertamente tuvieron el propósito de aterrorizar a la población civil. Las fuerzas de EE.UU. infligieron más de un millón de muertos al pueblo coreano durante la Guerra de Corea. En la Guerra de Vietnam, EE.UU. lanzó enormes cantidades de bombas, napalm y agente naranja, matando a más de dos millones de vietnamitas en el curso de sufrir una humillante derrota a manos de los heroicos campesinos y obreros combatientes de Indochina. En Irak, el bombardeo deliberado de obras hidráulicas y plantas eléctricas seguido de una década de brutales “sanciones” económicas, ha causado la muerte de más de un millón de niños. Asimismo, mientras que continúan los bombardeos contra Irak con el pretexto de que Bagdad pudiera desarrollar armas químicas y biológicas, se ha confirmado que EE.UU. no sólo tiene un enorme arsenal de tales armas, sino que está desarrollando variedades más poderosas de ántrax y otros agentes mortales. Israel, aliado de EE.UU., tiene también armas químico-biológicas y es hoy la tercera potencia nuclear en el mundo.

Imperialistas usan el “antiterrorismo” para aterrorizar a los oprimidos

Mientras se preparan para la guerra, los gobernantes estadounidenses “aseguran” primero el frente interno. Escuadrones “antiterroristas” del FBI se han desplegado en todo el país; varios cruces fronterizos con México y Canadá fueron clausurados y aviones de combate fueron desplegados sobre las principales ciudades de Estados Unidos. Unidades del ejército norteamericano fueron movilizadas en las calles de Washington, elementos de la Guardia Nacional “patrullaban” en vehículos artillados las zonas aledañas a Wall Street, así como el condado de Brooklyn. A la población civil, la mayor parte de la cual jamás había visto desplegado al ejército excepto por labores de rescate en desastres naturales – y en la supresión de revueltas en los ghettos (barrios negros) – se le ha dado una idea de lo que es un estado de sitio. El acordonamiento de la parte sur de Manhattan, supuestamente para permitir el libre tránsito de vehículos de rescate y emergencia (de los cuales había sólo unos cuantos), acostumbró a los blancos de clase media a vivir bajo encierro policíaco. La policía de Nueva York, que perpetró el asesinato racista del inmigrante africano Amadou Diallo, intenta ahora ocultar sus crímenes bajo el manto de la “lucha contra el terrorismo”.

Es claro que los ataques suicidas de los aerosecuestradores le hicieron el juego a los imperialistas norteamericanos, que explotan cínicamente la desgarradora angustia de las familias de los muertos. Washington intenta lavarle el cerebro a la población para que apoye su campaña de guerra al afirmar que “todos los norteamericanos” son blanco de desquiciados terroristas con bombas. Mientras se arremetió contra el centro del poderío militar de EE.UU., el Pentágono, junto con las Torres Gemelas de Nueva York, líricamente descritas en la prensa burguesa como “iconos del sueño americano”, el hecho es que más de 40.000 trabajadores laboraban a diario en empresas comerciales y financieras en el World Trade Center. El ataque contra el WTC fue calculado justo para garantizar que perecieran muchos de estos trabajadores (entre ellos árabes, musulmanes y asiáticos). Los marxistas siempre nos hemos opuesto al terror individual, un método basado en la desesperación que sólo logra frenar la movilización del enorme poder de clase obrera contra los explotadores. Más allá de esto, un ataque indiscriminado como éste, que golpea azarosamente a la población en general, se dirige contra la clase obrera misma.

Asimismo, el ataque daña directamente al pueblo palestino que lucha desesperadamente contra la máquina militar de Israel con poco más que piedras y unos cuantos rifles automáticos Kalashnikov. Se informó que en las primeras horas después del ataque, algunos palestinos de Cisjordania vitorearon los ataques contra el World Trade Center. Después de meses de estar encerrados bajo la bota militar mientras que cientos de niños palestinos han sido asesinados por soldados israelíes a sangre fría, y tras dos décadas y media de brutal ocupación sionista, puede que algunos miembros de este pueblo profundamente oprimido saluden todo lo que les parezca ser un golpe contra la potencia que ven detrás de su opresor. Pero esta reacción nacionalista visceral ya ha sido cínicamente usada por el jefe israelí Ariel Sharon (quien es responsable de la matanza en 1982 de más de 2.000 palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Shatila) para intentar minar el apoyo internacional a los palestinos. De la misma manera, los dirigentes israelíes explotan los indiscriminados bombardeos suicidas dentro de Israel para atar a los obreros hebreos a sus explotadores. El antidemocrático y racista estado sionista debe ser derribado desde dentro, mediante la lucha de clases árabe/hebrea, apoyada por la solidaridad obrera internacional. La Liga por la IV Internacional lucha por una república obrera árabe/hebrea en el marco de una federación socialista del Medio Oriente.

Bin Laden: “Frankenstein creado por la CIA”

Washington ha señalado a Osama bin Laden como el “principal sospechoso” de la planeación del ataque del 11 de septiembre, al mismo tiempo que ha afirmado que una operación basada en tan complicada coordinación debió haber contado con apoyo estatal. ¿De cuál estado? Se ha informado que bin Laden se encuentra en Afganistán. Desde el retiro de las fuerzas soviéticas en 1989, un factor clave en la preparación de la destrucción contrarrevolucionaria de la Unión Soviética, este no-estado ha sido escenario de combates constantes entre una serie de reaccionarias fuerzas fundamentalistas islámicas. Hoy en día está dominado por el Talibán, un grupo de mulahs de fundamentalismo extremo auspiciado por los servicios de inteligencia militar de Pakistán. A los gobernantes de EE.UU. les gusta presentar a sus adversarios como la personificación del “mal” (como en la designación que hacía Reagan de la URSS como el “imperio del mal”). Hoy es bin Laden, a quien ligan al ataque con bomba contra el World Trade Center en 1993, a los ataques de 1996 contra norteamericanos en Arabia Saudita, al bombardeo de embajadas estadounidenses en África en 1998, al ataque en 2000 contra el destructor norteamericano Cole en Yemen, y ahora al ataque contra el WTC y el Pentágono.

Cualquiera que sea el papel que este millonario y fundamentalista islámico saudita pudiera haber jugado, fue el gobierno de Estados Unidos quien convirtió a bin Laden en lo que es. Durante los años 80, cuando la CIA reclutó, entrenó, financió y armó fuerzas reaccionarias en los diez años de guerra contra la Unión Soviética en Afganistán, bin Laden fue uno de los hombres de la CIA. Washington gastó varios miles de millones de dólares en esta operación contrarrevolucionaria, mientras que Arabia Saudita inyectaba miles de millones más. Los fundamentalistas islámicos acudieron en masa a Afganistán para unirse al jihad (guerra santa) contra los “infieles” soviéticos. Entre ellos se encontraba bin Laden.

Un artículo del New York Times (14 de septiembre) señala con eufemismo que “los Estados Unidos trabajaron junto con él para ayudar a expulsar a los rusos de Afganistán”. El hecho es que la CIA construyó los campos de bin Laden en las montañas cerca del pueblo de Khost, los mismos que atacó con misiles crucero en 1998 tras los bombazos contra las embajadas norteamericanas en África (New York Times, 24 de agosto de 1998). Además, “Osama bin Laden fue empleado por la CIA como uno de sus principales agentes de reclutamiento, igual que el clérigo egipcio Sheik Omar Abdul Rahman, quien fue encarcelado por el atentado de 1993 contra el World Trade Center”, de acuerdo con el columnista Eric Margolis (Toronto Sun, 30 de agosto de 1998). Tras el retiro de las tropas soviéticas en 1989, los “guerreros santos” árabes que bin Laden había reclutado se esparcieron por Medio Oriente y el norte de África, con la mira puesta ahora en Washington. “Creamos un cuadro completo de gente entrenada y motivada que se volvió contra nosotros. Es una situación clásica de monstruo Frankenstein”, se lamenta un alto funcionario norteamericano (Guardian, 17 de enero de 1999).

Durante la década de guerra en Afganistán, fue necesario estar sólidamente del lado del ejército soviético en su lucha para defender a la URSS contra el ataque contrarrevolucionario armado, financiado y entrenado por EE.UU. Mientras que los trotskistas revolucionarios dijimos “¡Viva el Ejército Rojo en Afganistán!”, toda una serie de socialdemócratas, “eurocomunistas” y seudotrotskistas se unieron al griterío imperialista. Tras la victoria de los muyajedín (guerreros santos) de la CIA, Kabul fue bombardeado hasta hacerlo pedazos por los reaccionarios islámicos en contienda, el país se vio azotado por el hambre y se hundió en una pobreza indescriptible. Las mujeres que una vez estudiaran en la universidad y enseñaran en escuelas, han sido envueltas en la burqa, el velo impenetrable que cubre de la cabeza a los pies, proscritas del trabajo y condenadas al arresto domiciliario de la purdah (aislamiento forzoso). La sharia (ley islámica) medieval fue impuesta por un régimen de profunda reacción social, y los musulmanes no sunitas fueron sojuzgados. Estos son los frutos amargos de la campaña bélica antisoviética. La anunciada ocupación de Kabul a manos de Washington (en alianza con la ahora capitalista Rusia) en su campaña antiterrorista sólo podrá sumir a Afganistán aún más profundamente en la miseria que EE.UU. creó. 

El infierno afgano fue creado por EE.UU. Exigimos: ¡Estados Unidos fuera!

Guerra y represión

La maquinaria de guerra corre a alta velocidad. Cincuenta mil reservistas del ejército serán llamados a filas. No importa que no se pueda decir contra qué país se dirigen (“primero tenemos que acumular evidencias” dice el secretario de estado Colin Powell, quien como jefe del Pentágono ordenó el bombardeo de refugios antiaéreos llenos de civiles en la Guerra del Golfo Pérsico); los equipos encargados de seleccionar blancos trabajan a todo vapor. Congresistas exigen que sea retirada la supuesta prohibición que tienen los agentes de las agencias de espionaje norteamericanas de llevar a cabo asesinatos, para que así puedan actuar como sus colegas israelíes en Cisjordania. De forma instantánea la OTAN invocó el artículo 5 de la Carta del Atlántico, que autoriza acciones militares. ¿Dónde? En dondequiera que Washington lo decida. Una ley para autorizar la guerra se cocina en el Congreso. En comparación incluso con la “Resolución del Golfo de Tonkin” de 1964 que daba luz verde a la intensificación de la guerra sucia de EE.UU. en el Sudeste asiático, ésta será una licencia general para agresiones militares alrededor del mundo y dentro del propio país. En breve serán desplegadas las primeras unidades de la Fuerza Delta del ejército y los equipos SEAL de la armada, seguidos por ataques de helicópteros artillados AC-130, tropas terrestres, portaaviones, bombarderos A-10 y F-117. 

Entre los medios y los políticos burgueses ha sido común el comparar el ataque contra el WTC con el de Pearl Harbor. El propósito es traer de vuelta imágenes de la “buena guerra” (la Segunda Guerra Mundial) para enterrar los recuerdos de Vietnam e intensificar la histeria patriotera. Pero a pesar de todas las referencias a un “ataque sorpresa”, el hecho es que Washington sabía bien de la posibilidad de un ataque japonés en diciembre de 1941 contra su flota del Pacífico. Necesitaba un pretexto (casus belli) para entrar en la guerra imperialista. Defendiendo a la Unión Soviética, los trotskistas asumieron firmemente la posición de derrotismo revolucionario frente a ambos campos imperialistas en esta guerra por la posesión de colonias y la dominación del mundo. Hoy en día, luchamos para derrotar la nueva campaña de guerra imperialista y para defender a los países amenazados por EE.UU. y la OTAN.

Dirigentes norteamericanos han dejado en claro que no se contentarán con ocupar Kabul. En agosto, se llevó a cabo una simulación bélica secreta del Pentágono (“Positive Match”) en la que “se probó si las fuerzas armadas podrían derrotar un adversario potencial, Corea del Norte, mientras se repelía un ataque de Irak” y “ocurría otro evento, como un ataque terrorista contra Nueva York con armas químicas, todo pasando al mismo tiempo” (New York Times, 7 de septiembre). EE.UU. “ganó” la simulación computarizada. Los planes de Bush para construir un “escudo antimisiles” tienen en realidad el propósito de brindar una cubierta para una invasión norteamericana contra los que Estados Unidos designa “estados delincuentes”, así como para derribar satélites chinos y/o rusos en una confrontación militar (como, por ejemplo, en torno a Taiwan). Que quede claro: ésta no es una fantasía al estilo de la “Guerra de las Galaxias”; el Pentágono intenta romper el tratado de control de misiles antibalísticos debido a que, en realidad, pretende usar este sistema para la guerra (así como para chantajes militares).

Desde que George Bush padre proclamó un “Nuevo Orden Mundial” tras la Guerra del Golfo Pérsico, mientras que los estados obreros deformados del bloque soviético se derrumbaban, la “superpotencia” imperialista norteamericana ha estado impaciente para utilizar todo su potencial militar para señorear a los pueblos oprimidos del “Tercer Mundo” y para imponerse a sus aliados/rivales en Europa y Japón. Al Pentágono le rondaba el “síndrome de Vietnam”, el miedo de perder otra guerra colonial. El demócrata Clinton intentó superarlo al lanzar a EE.UU. a una serie de invasiones de poco riesgo, las llamadas “misiones de paz”, desde Haití hasta Bosnia y Kosovo. Tras los bombazos en las embajadas norteamericanas en Kenia y Tanzania, EE.UU. lanzó misiles crucero contra una fábrica de fertilizantes en Sudán, así como contra el “campo de entrenamiento de terroristas” que la CIA había construido en Afganistán. Pero ahora los bombardeos de gran altitud denominados de “cero bajas” han quedado atrás. “Las restricciones se han eliminado”, se congratuló un oficial del ejército norteamericano.

El aluvión de propaganda bélica es un esfuerzo común de los dos partidos gemelos del capitalismo norteamericano. “Debemos responder con una furia increíble”, espetó el senador demócrata Patrick Leahy, un reputado “paloma” (político “pro paz”) liberal. En el Congreso, que en mayo pasado saltó en defensa del criminal de guerra de Vietnam y antiguo senador Robert Kerrey, los políticos burgueses se alinean para jurar fidelidad al comandante en jefe, el presidente “elegido” por un voto de 5 contra 4 en la Suprema Corte. Sin la menor legitimidad “democrática”, Bush manufacturará ahora un “mandato” sobre los cuerpos enterrados bajo los escombros del World Trade Center. Hoy por hoy “no hay partidos” en Washington (como dijo el káiser Guillermo respecto al Reichstag alemán en agosto de 1914, cuando éste aprobó los créditos de guerra para la primera carnicería imperialista mundial). Demócratas y republicanos forman un solo partido, el partido de la guerra imperialista. “En este nuevo tipo de guerra”, escribe R.W. Apple, analista del New York Times (14 de septiembre), el gobierno dice que “no hay estados neutrales ni confines geográficos claros. Se debe elegir un bando. Nosotros o ellos. O bien se está con nosotros, o bien contra nosotros.” La unidad nacional es la consigna. Cualquiera que disienta, mucho menos que se oponga a la campaña de guerra, será tachado de traidor, y la ley será ajustada para habérselas con él. 

El gobierno se está preparando para introducir toda una serie de medidas de estado policíaco para regimentar al país para la guerra. Las libertades democráticas supuestamente garantizadas por la Carta de los Derechos de la Constitución, han sido siempre severamente restringidas cuando se trata de “subversivos”, “enemigos externos” o los descendientes de los esclavos. Incluso una parte de la prensa burguesa ha reportado cómo los gritos de “¡Pearl Harbor!” traen a la mente de muchos norteamericanos de origen árabe y otros, las imágenes de los de origen japonés que fueron internados en campos rodeados de alambre de púas; temen acciones similares en el presente. Ya el gobierno de Clinton expandió enormemente el arsenal represivo del gobierno, haciendo que cientos de delitos federales sean susceptibles de ser penados con la muerte, en virtud de la ley de 1996 de Antiterrorismo y Pena de Muerte Efectiva, aprobada tras el bombazo en Oklahoma. Dicha ley también redujo drásticamente el derecho de los condenados a muerte a apelar sus sentencias.

La lucha contra la racista pena de muerte está encarnada en el caso de Mumia Abu-Jamal, ex Pantera Negra y periodista revolucionario recluido en el corredor de la muerte en Pensilvania durante las últimas dos décadas. Incriminado falsamente bajo la acusación de haber matado a un policía de Filadelfia, Jamal ha intentado apelar la condena que resultó del juicio amañado. Pero a pesar de la confesión de un testigo que admite haber asesinado al policía en cuestión, un juez federal se negó en agosto a registrar esta evidencia de la inocencia de Mumia. Al luchar contra la campaña bélica, debemos redoblar nuestros esfuerzos a escala internacional para movilizar el poder de la clase obrera para liberar a Mumia Abu-Jamal y abolir la racista pena de muerte.

Las libertades civiles se verán ahora bajo un ataque aún más duro. Los halcones conservadores gritan: basta ya de escándalo en torno los “perfiles raciales” empleados por la policía. Usando la seguridad aeroportuaria como excusa, arreciará el uso de “perfiles raciales” contra la población entera, comenzando con los norteamericanos de origen árabe, para extenderse a los negros, latinos y otros. El aspecto de toda persona que asista a eventos de importancia será grabado individualmente en video y comparado con bancos de datos del FBI, como ocurrió en el Super Tazón de fútbol americano en Tampa, Florida, en enero pasado. Mientras tanto, el aparato de represión interna se prepara para la acción a escala total. La ley Posse Comitatus de 1878 prohíbe al ejército llevar a cabo actividades policíacas dentro de las fronteras de EE.UU. Esto, sin embargo, ya ha sido socavado gracias al establecimiento de una cadena de unidades de una Fuerza de Tarea Conjunta a lo largo de la frontera mexicana, en las cuales comandos del ejército trabajan codo a codo con la robustecida policía fronteriza (Border Patrol) para perseguir trabajadores inmigrantes. Después, en los últimos meses de la administración Clinton, se formó un nuevo comando militar continental, que ya ha llevado a cabo “ejercicios” militares “antiterroristas” con varias fuerzas policíacas federales, estatales y municipales.

Los planos para las operaciones de guerra dentro de EE.UU. fueron provistos por el informe de febrero de 2001 de la Comisión de Seguridad Nacional de los Estados Unidos (conocida como la Comisión Hart-Rudman), que busca también reformular la Ley de Seguridad Nacional en nombre de la lucha contra el “terrorismo”. Propone convertir la Agencia Federal de Administración de Emergencias (FEMA) en una Agencia Nacional de Seguridad de la Patria que absorbería a la patrulla fronteriza, el servicio de aduanas y la guardia costera. Asimismo, se formaría un Centro Nacional de Acción en las Crisis, junto con una Fuerza de Tarea Conjunta para el Apoyo Civil, que incluiría “varias fuerzas de reacción rápida, compuestas predominantemente de unidades de movilización rápida de la Guardia Nacional”. Ahora estos planes han sido puestos en operación.

En el frenesí bélico que ha seguido al ataque contra el WTC, grandes sectores de la población civil de Estados Unidos que jamás habían conocido la guerra excepto por la televisión, están convencidos de que están “bajo ataque”. La idea de que a Bush, el alcalde Giuliani de Nueva York y el resto de la clase dominante les importa un bledo la suerte de los trabajadores es claramente ridícula. Los capitalistas explotan las imágenes de la horrible matanza sólo para alimentar su máquina de propaganda de guerra. Lo que buscan es algo como la “israelización” de EE.UU., creando un clima en el que una nación dominante se presenta a sí misma como sitiada, cuando en realidad las depredaciones de su abrumador poder militar han producido la ira que ahora se lanza en su contra.

Aunque la población de Nueva York reaccionó inicialmente con una combinación de calma y angustia tras el ataque al WTC, la constante propaganda chovinista está teniendo efecto. Se puede oír a patanes alcoholizados exigir a gritos una venganza sangrienta. Bush y Giuliani hablan hipócritamente acerca de la armonía comunitaria, mientras que su campaña de guerra inevitablemente produce atrocidades racistas, como fue también el caso durante la Guerra del Golfo Pérsico. En Nueva York, bombas incendiarias han sido lanzadas contra mezquitas; taxistas de ascendencia de Medio Oriente y el Sur asiático han sido amenazados por matones ansiosos de linchar; sikhs de la India han sido golpeados por usar turbantes. Escenas similares ocurren alrededor del país. Los obreros deben acudir en socorro de las comunidades de minorías inmigrantes amenazadas, como el Grupo Internacionalista ha tomado la iniciativa de hacer en partes de Nueva York.

En Francia, el gobierno socialdemócrata de Lionel Jospin ha reinstituido el programa de seguridad “Vigipirate”, hostigando a jóvenes norafricanos en los barrios pobres que rodean las grandes ciudades. El movimiento obrero debe movilizarse contra este programa de persecución racista impuesta por el estado. Al realizar una defensa proletaria étnicamente integrada de sus hermanos y hermanas de clase, los trabajadores pueden contrarrestar la amenaza de pogromos, como aquellos en los que se atacó con saña a los judíos en la Rusia zarista, y que hoy amenazan a los árabes y otras minorías.

Mientras que la burguesía bate los tambores de la guerra en nombre del “antiterrorismo”, una buena parte de la izquierda se ha unido vergonzosamente a la histeria. Un artículo del World Socialist Web Site de David North (12 de septiembre) sobre “Las raíces políticas del ataque terrorista” lanza paroxismos de retórica antiterrorista antes de que estos seudosocialistas del ciberespacio terminen con una tibia crítica a “la política de Estados Unidos” conducida por “la elite gobernante”. Una declaración del Freedom Socialist Party “Sobre el terrorismo político y los ataques del 11 de septiembre” habla “tristemente” de cómo “el país busca respuestas” mostrando su preocupación de que pueda haber una “cacería de radicales y activistas pro paz” con apenas la más mínima insinuación de que Washington está en proceso de lanzar una guerra contra pueblos de Asia y Medio Oriente. El Progressive Labor Party tituló su declaración “No hay que permitir que los ataques terroristas nos hagan apoyar un estado policíaco”. Los reformistas del Communist Party USA y de la International Socialist Organization rivalizan entre sí en sus esfuerzos para resultar indistinguibles de los liberales comunes y corrientes del Partido Demócrata.

Mientras tanto, varios grupos “antiglobalización” y de acción contra los “talleres del sudor” están considerando la cancelación de eventos programados, puesto que “el ataque terrorista fue un duro despertar” que “cambiará definitivamente la dirección de la historia”. El elemento común que une todas estas declaraciones es que, ante la masiva presión burguesa a favor de la “unidad nacional” en contra de la “amenaza terrorista”, estas organizaciones de izquierda y grupos de activistas saltan en tropel al tren de la guerra. Ciertamente, murmurarán que les preocupan temas como las libertades civiles, el racismo antiárabe, etc., y puede incluso que hagan algunas críticas tibias de la campaña bélica, se unan a vigilias con velas y firmen peticiones por la “paz”. Sin embargo, su principal preocupación consiste en dejar en claro que juran lealtad a “su propia” burguesía en medio del frenesí bélico, continuando así su política de colaboración de clases en tiempos “normales”. Mientras el gobierno declara que es cuestión de “nosotros o ellos”, se alistan como el ala “izquierda” e la “Santa Alianza Antiterrorista”.

Los marxistas revolucionarios nos oponemos intransigentemente a la “unidad nacional” de la burguesía. El enemigo de la clase obrera y las minorías oprimidas es la clase dominante imperialista y racista, y su estado capitalista, salpicado con la sangre de millones. En medio de la histeria, el Grupo Internacionalista y la Liga por la IV Internacional llaman a ponerse del lado de las víctimas del imperialismo. Luchamos por construir partidos trotskistas revolucionarios capaces de nadar contra la corriente, poniendo en alto la bandera del internacionalismo proletario, como hicieron los bolcheviques de Lenin durante la primera guerra imperialista mundial, permitiéndoles esto realizar la Revolución de Octubre de 1917. El GI y la LIVI luchan hoy por reforjar la IV Internacional, como el auténtico partido de la revolución socialista mundial, la única forma de impedir que la clase dominante sumerja al planeta en un páramo de guerra y barbarie imperialista.

Nueva York, el 14 de septiembre de 2001
 



Para contactar el Grupo Internacionalista y la Liga por la IV Internacional, escribe: internationalistgroup@msn.com

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