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febrero de 2011
  
Movilización obrera derriba al “faraón”, pero una junta militar respaldada por EE.UU. se aferra al poder

Egipto: Mubarak ha caído, ¡Obreros al poder!


Trabajadores del Canal de Suez en huelga, 9 de febrero, exigen la destitución del presidente de la
compañía, aumento salarial e igualdad social. La ola de huelgas de los trabajadores egipcios forzó
la salida de Mubarak.
(Foto: AP)

¡Alto al sitio de Gaza!  ¡Que se abra la frontera, ahora!
¡Por una federación socialista del Medio Oriente!

13 de FEBRERO – El 11 de febrero, el dictador egipcio Hosni Mubarak fue derrocado tras 30 años en el poder. Después de 18 días de continuas protestas en las que participaron cientos de miles de egipcios, y después de dos días de huelgas que se extendieron a lo largo y ancho del país, el odiado sátrapa abandonó el puesto. Las calles de El Cairo, Alejandría y otras ciudades estallaron de alegría. Más de dos millones de personas se precipitaron a la Kaidan al-Tahrir (Plaza de la Liberación) para celebrar. En las alturas estallaban fuegos artificiales, mientras los jóvenes bailaban encima de vehículos militares quemados. La consigna de “El pueblo quiere que caiga el régimen”, tomada de las manifestaciones tunecinas, se convirtió en “El pueblo, por fin, ha derribado al régimen”.

En el mejor de los casos, esto sería sólo una verdad a medias; en el peor, es un peligroso espejismo. Las valientes protestas de masas, que resistieron con determinación y repelieron cada uno de los sangrientos ataques que les lanzó el régimen, jugaron un papel prominente en el derribo de Mubarak. La movilización obrera fue lo que finalmente llevó a su salida. Pero aunque este despótico raïs (Líder) se ha ido, sigue en pie el régimen, basado en las fuerzas armadas, que ha gobernado Egipto desde hace más de medio siglo. Hablar de “democracia” bajo la dictadura del capital, particularmente en países semicoloniales como Egipto, es una mentira. Para barrer de una vez por todas con la autocracia, es indispensable que el derrocamiento del faraón, como se llamaba despectivamente al presidente egipcio, desemboque en una revolución obrera.

Los manifestantes enfatizaron reiteradamente que por primera vez se sentían orgullosos de ser egipcios. Honraban a los más de 300 mártires que fueron asesinados por el régimen en las recientes movilizaciones: su sangre no fue derramada en vano. Pero más allá del orgullo de haber derribado al déspota, es necesario considerar la dura realidad:

  • El enorme aparato represivo se encuentra intacto: sigue en pie la tristemente célebre Fuerza Central de Seguridad, que con saña golpeaba a los manifestantes. La Guardia Republicana, encargada de proteger al gobierno, sigue en pie. La Policía Nacional con sus dos millones de efectivos, así como el ejército de espías gubernamentales, los escuadrones de baltagi (matones contratados por el gobierno) y las legiones de torturadores siguen en pie.
  • Aunque los medios gubernamentales han comenzado a tambalearse y recientemente unos jueces nerviosos anularon la Ley 100 en virtud de la cual el estado controla las elecciones sindicales, el gigantesco aparato del régimen corporativista –que incluye al Partido Nacional Democrático, a la oficialista Federación Sindical Egipcia (ETUF, por sus siglas en inglés) y a otras organizaciones estatales que controlan todo aspecto de la vida egipcia– sigue intacto.
  • La ley de emergencia nacional decretada hace 30 años sigue vigente, y las fuerzas armadas no tienen ninguna prisa por derogarla. La alta oficialidad el ejército sigue siendo exactamente la misma: el jefe del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, que ahora tiene las riendas del poder, es el mariscal de campo Hussein Tantawi, a quien oficiales de menor rango (según dicen cables norteamericanos filtrados por WikiLeaks) llaman “el perro faldero de Mubarak”.
  • El siniestro jefe de inteligencia y efímero “vicepresidente”, Omar Suleiman –quien tuvo a su cargo la “rendición extraordinaria” (transferencia extraoficial) de prisioneros de la CIA a calabozos egipcios– sigue presente. Debido a su “falta de remilgos” con respecto a cosas tales como la tortura, Suleiman ha sido alabado por Israel y es popular entre los altos mandos norteamericanos; sin embargo, estropeó los planes del gobierno norteamericano para una “transición ordenada” al afirmar abiertamente en una entrevista televisada que el pueblo egipcio carece de una “cultura democrática”.

En pocas palabras, la revolución que tantos egipcios anhelan podría haber comenzado, pero el  triunfo aún queda lejos. Aunque las masas siguen en ebullición, lo que ha ocurrido hasta el momento es que el brutal gobierno basado en el ejército ha sido remplazado con un abierto régimen castrense, encabezado por el perro faldero de Mubarak y el compinche de Israel. En nombre de la “democracia”, el ejército egipcio (con el respaldo de Washington) acaba de dar un golpe de estado.

¿Qué es lo que concretamente ha ocurrido hasta ahora? Las masas egipcias superaron todos los obstáculos para demostrar inequívocamente su odio hacia Mubarak. Sin embargo, no intentaron tomar el poder. Cuando el presidente norteamericano Barack Obama alaba al pueblo egipcio por actuar “pacíficamente” con la “fuerza moral de la no violencia” (¡esto lo dice un guerrerista imperialista que está masacrando musulmanes en Afganistán e Irak!), lo que aplaude es el hecho de que no se tomó el palacio presidencial ni se ocupó las estaciones de radio y televisión (aunque las comisarías de policía fueron incendiadas en Suez, Ismailía y otras ciudades de la provincia).

Cuando Mubarak se convirtió en un lastre debido a la hostilidad popular en su contra, los generales finalmente se deshicieron de él para preservar sus posiciones, gracias a las cuales muchos de ellos se han vuelto obscenamente ricos. Las “cien familias” dueñas de Egipto están desesperadas para sacar de las calles a las masas para así poder descansar tranquilamente en sus mansiones doradas. Los que solo son ricos veían nerviosamente los noticieros de CNN dentro de sus colonias amuralladas y con prados bien arreglados. Y finalmente, los imperialistas norteamericanos siguen esperanzados en conservar los fundamentos del gobierno títere que han patrocinado desde hace décadas. Así pues, para el bien supremo de la dominación imperial-capitalista, era imperativo que Mubarak se fuera.

El mérito por la caída del tirano corresponde a las masas egipcias, que hasta el último día se negaron a transigir, e incluso fortalecieron su movilización, cercando el palacio presidencial y las oficinas centrales de la televisión estatal. Pero esto no bastó: el ejército no “renunció” a Mubarak sino hasta que el jefe del estado mayor, el general Sami Hafez Enan, recibió luz verde de EE.UU. con la declaración de Obama de que el discurso televisivo que dio Mubarak el 10 de febrero no representaba la transición “inmediata, significativa o suficiente” que Washington requería. Lo que se necesita es una movilización revolucionaria para barrer con todo esto. ¿Pero qué tipo de revolución? ¿Cómo habrá que realizarla? ¿Qué clase gobernará?

El núcleo de la oposición que desencadenó las dos semanas y media de protestas contra el régimen está compuesto de jóvenes profesionales acomodados con alto nivel escolar asentados en la capital: doctores, abogados, ejecutivos. Wael Ghonim, quien inició una página de Facebook que atrajo la atención de un amplio número de seguidores, es un ejecutivo de Google que dijo: “me pude haber quedado en mi villa en los Emiratos [Árabes Unidos] y seguir ganando mucho dinero” en lugar de participar en las protestas y ser encarcelado, con los ojos vendados, durante 12 días. El 10 de febrero, Ghonim “tuiteó” que tenía “confianza” en el ejército egipcio y proclamó “misión cumplida”, y eso cuando el último jalón de la guerra estaba apenas en ciernes. Esa noche, la figura más popular de la oposición burguesa, el ex secretario de la Agencia Internacional para la Energía Atómica, Mohammed ElBaradei, publicó su reacción ante el discurso de Mubarak: “ahora el ejército debe salvar al país”.

De modo que estos defensores de la democracia (capitalista) no van a organizar ninguna protesta en contra del régimen militar. En todo caso, el ejército podría haber aplastado las protestas en la plaza Tahrir, seguramente con un alto costo en vidas. Sin duda, los altos mandos lo discutieron, tanto en El Cairo como en Washington. ¿Por qué el ejército no tomó medidas enérgicas contra las protestas? Filtraciones del ejército egipcio y de fuentes “diplomáticas” norteamericanas afirman que los generales temían que los soldados no obedecieran la orden de abrir fuego contra la multitud. Quizás. Sin embargo, no hay evidencia de que se estuviera gestando motín alguno entre la tropa, así como tampoco hay indicios de descontento en el ejército ante la toma del poder por parte del alto mando.

Lo que cambió el curso de los acontecimientos de manera definitiva fue la entrada en escena de la clase obrera esta semana. En respuesta a los llamados lanzados por los organizadores de las manifestaciones y de la recién formada Federación de Sindicatos Egipcios (FETU, según sus siglas en inglés), que aglutina a los sindicatos independientes, las huelgas estallaron por doquier. El 8 de febrero, unos 6 mil trabajadores del Canal de Suez contratados por cinco compañías distintas pararon labores en las ciudades de Suez, Puerto Said e Ismailía. El 9 de febrero, alrededor de 400 obreros siderúrgicos de Suez se fueron a huelga; 750 trabajadores de una planta embotelladora en Ciudad Sadat realizaron una ocupación. Dos mil trabajadores farmacéuticos en Questa se fueron a huelga; cientos de telefonistas se manifestaron ante la sede de la compañía en El Cairo; 5 mil empleados postales protestaron frente a la agencia egipcia de correos; 1,5000 trabajadores del centro textil de Mahala al-Kubra participaron en una manifestación; en el suburbio industrial de Helwan en las afueras de El Cairo, se fueron a huelga 4 mil trabajadores de la industria química y del coque y miles de trabajadores automotrices de la planta al-Nasr, lo mismo que trabajadores de una sedería y de la industria militar; en la capital, se manifestaron trabajadores del sistema de salud, de los museos y de otras ramas del sector público, además de que los choferes de los autobuses de El Cairo pararon labores. Entre sus demandas se listaba el incremento a sus salarios de hambre, la contratación definitiva de los trabajadores temporales, la expulsión de directores de las empresas impuestos por el régimen y, en muchos casos, la remoción de Mubarak de la presidencia.

Incluso periodistas burgueses reconocen que la movilización de la clase obrera egipcia representó el punto de inflexión para los militares. Varios sindicalistas y militantes de izquierda han celebrado este hecho. No obstante, aunque los trabajadores se sumaron a la lucha, la clase obrera no dirigió la movilización. Trabajadores entrevistados durante la huelga en Mahalla expresaron su apoyo a la “rebelión juvenil” como algo aparte. Sin embargo, en la medida en que los trabajadores son uno más de los sectores en lucha, y aún incluso si jugaran un papel prominente, no será posible derribar la dictadura capitalista a menos de que emprendan una lucha a favor de su propio domino de clase, esto es, a favor del poder obrero.

En la actualidad, las movilizaciones no han terminado. Los activistas exigen al ejército la promesa de que apoyará un régimen civil y la realización de “elecciones libres”. Blogs noticiosos y videos publicados en Internet informan de disensos en la plaza Tahrir acerca de desmantelar el campamento o seguir en las protestas. El Consejo Supremo de las fuerzas armadas dice que gobernará “hasta que se forme un nuevo gobierno” – expresión que deja abierta la posibilidad de muy distintos desenlaces. Hoy (13 de febrero) los militares modificaron la formulación y dicen que estarán a cargo “por un período de seis meses, o hasta que…se celebren elecciones” (lo que, de nuevo, es bastante elástico). Pero incluso si así fuera, se necesita de mucho dinero para competir en las elecciones burguesas. ¿Quiénes tienen en Egipto el dinero necesario? Los que respaldaron el autoritario régimen de Mubarak y los que se enriquecieron gracias a él. Los “compadres capitalistas” harán todo lo que esté a su alcance para preservar su dominio.

¡Por una revolución roja en las riberas del Nilo!

Aun bajo el régimen de estado policíaco de Mubarak, una pequeña izquierda se las ha arreglado para mantener a duras penas una existencia semipública. Entre otros grupos, existen el Partido Comunista de Egipto (CPE) y los Socialistas Revolucionarios (RS). (Hay también varias corrientes burguesas y pequeñoburguesas nacionalistas árabe/egipcias que se dicen socialistas.) Según indican diversos reportes, tanto el CPE como los RS han estado presentes en las manifestaciones, aunque no han jugado un papel independiente. Esto no sólo se debe a su tamaño relativamente pequeño, comparado con la oposición burguesa como la del Movimiento para el Cambio de ElBaradei y el Movimiento Juvenil 6 de abril. Se debe principalmente al hecho de que estos “socialistas” son indiscernibles políticamente de los “demócratas” capitalistas.

Así, en su declaración del 1° de febrero (“La revolución continuará hasta que se logren las demandas de las masas”), el Partido Comunista presenta un programa de cuatro puntos que incluye la remoción de Mubarak, la formación de un gobierno de coalición para un período de transición, la convocatoria a una “asamblea constituyente que elabore una nueva constitución” y el enjuiciamiento de los responsables de los cientos de muertos. Esta es una plataforma puramente burguesa, una reproducción fiel del programa estalinista de la “revolución por etapas”, en la que la primera etapa es la de la democracia capitalista (y la segunda nunca llega debido a que, entretanto, los demócratas burgueses masacran a la izquierda).

Por su parte, los Socialistas Revolucionarios publicaron una declaración el mismo 1° de febrero (“¡Gloria a los mártires! ¡Victoria a la revolución!”) en la que se pronuncian por la nacionalización de las empresas, las tierras y la propiedad saqueada por Mubarak y sus compinches capitalistas, la restauración de la “independencia, dignidad y liderazgo de Egipto en la región” en lugar de que éste siga actuando como perro guardián de EE.UU. e Israel. Está también por la formación de un “ejército del pueblo” que “proteja a la revolución”, por la formación de “consejos revolucionarios” y por una “revolución popular”. Pero aunque esta declaración tiene una verborrea más izquierdista, de ninguna manera llama a luchar en pos de una revolución socialista.

Los RS son seguidores del difunto Tony Cliff, quien caracterizó a la Unión Soviética bajo el gobierno estalinista no como lo que era, un estado obrero burocráticamente degenerado, sino como “capitalista de estado”, además de que se negó a defender a la URSS en contra de los ataques imperialistas. Estas dos posiciones están vinculadas, pues la “teoría” antimarxista de Cliff servía para justificar su posición pro imperialista en la Guerra Fría antisoviética. La Tendencia Socialismo Internacional cliffista es una corriente socialdemócrata que constantemente busca engancharse a diversos “movimientos” pequeñoburgueses –y hasta burgueses–, desde movimientos contra la guerra, hasta coaliciones electorales, para presionar a los gobernantes capitalistas. La construcción de una vanguardia comunista revolucionaria es lo más alejado de las intenciones de estos reformistas.

En Egipto, así como en todas partes, los reformistas estalinistas y socialdemócratas siguen libretos similares, en los que el lenguaje puede variar pero cuyo esencial contenido burgués es idéntico. Los RS instan a los “obreros egipcios a unirse a las filas de la revolución”, pero no a dirigirla. Aunque expresan reservas con respecto al ejército, los RS añoran un ejército como “el que derrotó al enemigo sionista en octubre de 1973” –esto es, el ejército burgués del reaccionario Anwar Sadat, que en cualquier caso no derrotó al Israel sionista en la guerra de 1973, guerra que además no tenía nada que ver con la defensa de los palestino. Los RS llaman por la formación de “consejos populares”, no de consejos obreros, y por una “revolución popular”, no una revolución proletaria. Incluso cuando el más conocido de los portavoces de los RS, el periodista Hossam el-Hamalawy se refiere a la revolución permanente, la presenta no en términos de clase, sino como el “empoderamiento del pueblo de este país con democracia directa desde abajo” (“Los trabajadores, la clase media, la junta militar y la revolución permanente”, 3arabawy, 12 de febrero).

León Trotsky basó su teoría de la revolución permanente en la experiencia de las revoluciones rusas de 1905 y 1917 y en la derrota de la Revolución China de 1925-1927. Trotsky sostuvo que en los países coloniales y semicoloniales subyugados por el imperialismo, las tareas democráticas, nacionales y agrarias de las revoluciones burguesas clásicas sólo podrán ser realizadas si la clase obrera toma el poder, con el apoyo del campesinado pobre, y emprende directamente las tareas socialistas expropiando a la burguesía y extendiendo la revolución a los centros imperialistas. En consecuencia, Trotsky insistió en que es indispensable un partido comunista de la vanguardia del proletariado para dirigir la lucha por la revolución socialista. Los revisionistas de hoy como Cliff (o el seudotrotskista Ernest Mandel) han convertido este programa en una caricatura al sostener que las circunstancias objetivas desembocarán necesariamente en dicho resultado, justificando en consecuencia su práctica de ponerse a la cola de los “movimientos” “populares”.

Al contrario de lo que sostienen los RS, no hay tal cosa como una “revolución popular”. Un levantamiento popular, en tanto que descripción de un levantamiento de masas que incluye varias fuerzas de clase, sí. Pero una revolución establece un nuevo poder estatal, que necesariamente tiene un carácter de clase: o bien burgués, o bien proletario. Las referencias a una “tercera vía” son puros disparates que tienen el propósito de ocultar la naturaleza capitalista del régimen. También, como en el caso de Chile bajo el gobierno de Salvador Allende en 1970-1973, orientarse a la organización de una unidad (o revolución) popular (o del pueblo), promueve ilusiones suicidas en la naturaleza de los “demócratas” burgueses. El carnicero Augusto Pinochet fue designado como ministro de defensa por el mismísimo Allende, quien alabó las credenciales “constitucionalistas” del general. Éste es el programa del frente popular: atar a los trabajadores y los oprimidos a sus explotadores y opresores. Éste es el programa que ha desembocado en derrotas sangrientas desde la Guerra Civil Española en los años 30, hasta la actualidad.

Típico de los cliffistas es el no trazar una línea de clase, sino más bien hacerse de un nicho a la izquierda del espectro político burgués con un toque de colorante artificial rosado “socialista”. Pero en los países semicoloniales en los que los regímenes bonapartistas militar-policíacos son la norma, no es mucho el espacio político que pueden ocupar. Los RS, el CPE y otros grupos de izquierda han aguantado las severidades de la dictadura de Mubarak, y posiblemente sean reprimidos pronto a manos de la junta militar, contra lo que se los debe defender vigorosamente. Pero cuando hay levantamientos revolucionarios, como hoy en día en Egipto, el programa reformista de los estalinistas y los socialdemócratas puede hundir la lucha revolucionaria en el pantano “democrático”.

En la volátil situación que la movilización contra el régimen de Mubarak y ahora su caída han abierto, los trotskistas tendrían que presentar un programa transicional para llevar la lucha por las demandas inmediatas de obreros y oprimidos al objetivo de la revolución socialista. Muchas de las cuestiones más candentes en Egipto son de carácter democrático, que sin embargo sólo podrán ser resueltas por medio de la lucha de clases revolucionaria. En consecuencia, la Liga por la IV Internacional llama por una asamblea constituyente revolucionaria y por la organización de consejos obreros como los soviets en Rusia en 1917 para derrocar el dominio del capital con la formación de un gobierno obrero y campesino. Como parte de esta lucha, los trotskistas instarían a los fellahines (campesinos) egipcios a que tomaran las tierras que Mubarak devolvió a los grandes terratenientes y a que llevaran a cabo una revolución agraria.

Es muy probable que la clase obrera egipcia, después de décadas de represión, inicie una ola explosiva de huelgas. Los trotskistas lucharíamos para que los trabajadores disuelvan la corporativista Federación de Sindicatos Egipcios y formen sindicatos independientes del control estatal, así como de las ataduras políticas a los partidos burgueses. La lucha contra el desempleo masivo y los estragos de la inflación puede orientarse peleando por una escala móvil de salarios y de horas de trabajo, para dividir el trabajo disponible entre todos los que lo buscan y organizando comités vecinales para el control de precios. Los obreros deben ocupar las fábricas propiedad de los compinches de Mubarak (como la Compañía Acerera Nacional Misr), así como otras empresas capitalistas públicas y privadas, formando al mismo tiempo escuadrones de defensa obrera para rechazar los ataques.

En oposición a los reformistas, que concilian con los burgueses liberales (como el Movimiento para el Cambio de ElBaradei), conservadores (el partido Wafd) e islamistas (la Hermandad Musulmana), los comunistas luchamos por la completa separación de la religión y el estado, una demanda democrática fundamental. Es vital defender a la perseguida minoría cristiana copta, como muchos de los manifestantes en la plaza de la Liberación entendían que había que hacer. Cuando un puñado de islamistas intentó empezar un cántico de “Allahu akbar” (dios es grande), muchos otros empezaron a gritar “musulmanes, cristianos, ¡todos somos egipcios!” Al mismo tiempo, luchamos por la completa igualdad para las mujeres, incluidos no sólo iguales derechos ante la ley, sino también el derecho al aborto libre y gratuito, salario igual por trabajo igual, etc. Reivindicaciones como éstas serán ferozmente atacadas tanto por los fundamentalistas reaccionarios de todas las religiones, como por los políticos burgueses “laicos” que consideran que tales demandas fundamentales “no son realistas”. (Ni la declaración del CPE ni la de los RS dice una sola palabra acerca de los derechos de las mujeres.)

Un asunto fundamental en Egipto es la lucha en contra del imperialismo y del sionismo. Mientras que los dirigentes “juveniles” burgueses expresan confianza en el ejército egipcio y en Obama, los trotskistas luchamos por la derrota del imperialismo norteamericano en su guerra de depredación y subyugación colonial en Irak y Afganistán. La demanda de bloquear el paso a través del Canal de Suez de los buques de guerra y los pertrechos militares de EE.UU. podría ganar apoyo de masas, movilizar a los trabajadores y desencadenar un duro golpe a la junta militar, ahora que se informa que la Sexta Flota de EE.UU. se dirige hacia Egipto.

Éste es también un momento clave para intensificar la lucha en defensa del pueblo palestino, exigiendo que Egipto abra inmediatamente la frontera con Gaza para aliviar a la población de este enorme campo de concentración sitiado por el estado sionista de Israel. La organización de manifestaciones masivas para abrir la frontera podría movilizar a decenas de miles y poner al ejército en un aprieto. Debería también haber un esfuerzo organizado para ganar a los soldados rasos el ejército de conscripción, lo que incluiría la formación de consejos de soldados que luchen por el poder obrero.

Un programa proletario e internacionalista tal, a favor de una federación socialista del Medio Oriente, que incluya un estado obrero árabe-hebreo en Palestina, inevitablemente chocará con las corrientes nacionalistas burguesas y pequeñoburguesas egipcia y árabes, con los fundamentalistas islámicos y con los burgueses liberales y conservadores. Sin embargo, puede galvanizar a la clase obrera en un momento en que las protestas se extienden desde Argelia hasta Teherán. Hará falta una dura lucha, pero en momentos revolucionarios todo se mueve rápidamente y la conciencia de las masas puede avanzar a un ritmo acelerado, siempre y cuando haya una dirección revolucionaria que las movilice. Ciertamente, los imperialistas, sionistas, militaristas y los varios regímenes autocráticos del Medio Oriente temen que tras el levantamiento de febrero pueda seguir un Octubre egipcio. Una revolución roja en el Nilo podría sacudir no sólo a la región sino al mundo entero.


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