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abril de 2011  

Gadafi y los imperialistas: de vez en cuando

Érase una vez. El dirigente libio Muamar al-Gadafi (derecha) con el presidente francés Nicolas Sarkozy en julio de 2007. Gadafi contribuyó a financiar la campaña electoral de Sarkozy. Ahora quiere su dinero de vuelta.
(Foto:
Patrick Kovarik/AFP)

A principios de los años 70, cuando al poco tiempo de tomar el poder echó a los EE.UU. de su gigantesca base aérea y estableció una Empresa Petrolera Nacional, Muamar Gadafi fue aplaudido por buena parte de los grupos de izquierda, que lo calificaron como un “antiimperialista”. No les molestó que su “nacionalización” del petróleo libio consistiera fundamentalmente en el establecimiento de acuerdos de producción compartida con las “multinacionales” petroleras que accedieran a dar a Libia una parte de sus ganancias. Tampoco les molestó que el coronel Gadafi presentara su “Libro verde” como una “Tercera teoría universal” contrapuesta al capitalismo y al “comunismo ateo”. Su versión islámica del “socialismo” se basaba en una supuesta “asociación” entre los obreros y el capital, en la que los sindicatos serían sustituidos con “sindicatos corporativistas de ingenieros y técnicos”. (Esta noción fue tomada directamente del ex sindicalista Benito Mussolini, cuando en su calidad de Il Duce de la Italia fascista, estableció un estado capitalista de corte corporativista.) No les importó tampoco que, de acuerdo con una ley decretada en 1973, Gadafi ordenara específicamente la represión de los comunistas.

A pesar de su retórica, el dirigente libio estuvo preparado desde el principio para llegar a un acuerdo con el imperialismo norteamericano –y así lo hizo, cuando se lo permitieron. Patrick Seale y Maureen McConville informan en su libro The Hilton Assignment (1973) que las agencias norteamericanas de espionaje catalogaron desde un principio a Gadafi como un anticomunista fanático. Ayudó al dictador sudanés Gaafar Nimeiry en 1971 a impedir un golpe de estado de militares izquierdistas, y luego a proscribir al Partido Comunista [el más fuerte de todos los países árabes]. EE.UU. avisó a Gadafi acerca de un golpe de estado que se tramaba en el ejército libio, en tanto que los servicios secretos británicos e italianos le dieron aviso acerca de un intento para liberar prisioneros monarquistas. A finales de los años 70, un par de supuestos ex agentes de la CIA, Edmund Wilson y Francis Terpil, “llegaron a un acuerdo con el coronel Muamar el Gadafi para pertrechar al dirigente libio con explosivos a cambio de enormes cantidades de dinero en efectivo”, además de que unos ex boinas verdes establecerían una escuela para entrenar en tácticas terroristas, de acuerdo con el reportero de investigación Seymour Hersh (“The Qaddafi Connection”, New York Times Magazine, 9 y 16 de agosto de 1981). Hersh informó que varios participantes pensaban que estaban trabajando en una operación de la CIA. En 1980, Gadafi saludó a los combatientes muyahedin que peleaban en contra del ejército soviético en Afganistán.

Con el gobierno de Reagan, dadas sus estrechas relaciones con la industria petrolera, las cosas empezaron a cambiar. EE.UU. comenzó a conspirar activamente para derrocar al dirigente libio. En junio de 1981, Reagan firmó una “determinación” del servicio secreto mediante la cual se ordenaba a la CIA apoyar a los exiliados contrarios a Gadafi. En octubre de 1981, se fundó el Frente Nacional para la Salvación de Libia. En mayo de 1984, el FNSL envió un equipo de 15 hombres fuertemente armados para intentar asesinar a Gadafi en su residencia. A pesar de la orden ejecutiva 11905 (firmada por el presidente Gerald Ford en 1976), según la cual se prohibía la participación de Estados Unidos en asesinatos políticos, el FNSL fue financiado por la CIA y sus agentes entrenaron al escuadrón de asesinato en Europa, Sudán y Marruecos, según informó Jack Anderson en el Washington Post (12 de junio de 1985). Una vez que falló el intento de asesinato y varios de los conspiradores fueron ejecutados, Washington recurrió a la provocación militar. Bajo el nombre clave de “Operación Fuego de Pradera”, a principios de 1986 envió reiteradamente una fuerza armada para invadir aguas reclamadas por Libia en el Golfo de Sidra. Cuando Gadafi finalmente respondió en marzo de ese año, jets norteamericanos bombardearon un buque patrulla libio, matando a 35 marinos.

Tras el bombazo contra la discoteca La Belle en Berlín, Alemania, en el que murieron dos soldados norteamericanos, Reagan lanzó masivos ataques aéreos en contra de Libia a mediados de abril, supuestamente como represalia. Acerca del primero de los mortíferos ataques contra buques patrulla libios, los medios imperialistas no dijeron nada; de hecho, el ataque de abril, denominado “Operación Cañón El Dorado”, había sido preparado desde tiempo atrás.

Desde principios de los años 80 hasta finales de los 90, Gadafi tuvo choques con los imperialistas norteamericanos y franceses. Intervino activamente en la guerra civil en Chad, vecino sureño de Libia, mediante la ocupación del desierto de Tibesti y el respaldo a los insurgentes musulmanes del FROLINAT. Después de que los tanques libios ocuparan la capital de Chad en diciembre de 1980, la CIA y los servicios secretos franceses comenzaron a financiar las fuerzas del destituido presidente Hissène Habré, así como al FNSL y su ejército en el exilio. Este último fue descrito como “un tropel de contras libios” (en referencia al ejército de mercenarios contrarrevolucionarios nicaragüenses que Washington financiaba en la misma época). Habré retomó el poder en 1983, y tras una serie de escaramuzas derrotó a los libios (que habían perdido a sus aliados chadianos) en 1987. Sin embargo, en 1990 Idriss Déby, con el respaldo de Gadafi, derrocó a Habré. El ejército del FNSL fue forzado a dejar Chad, y 350 de sus soldados se establecieron en EE.UU. donde siguieron recibiendo entrenamiento militar (Washington Post, 18 de mayo de 1991, citado en un resumen del Congressional Research Service (Servicio de Investigación del Congreso) sobre Libia de diciembre de 1996).

Sin embargo, a mediados de los años 90, muyajedin islamistas (guerreros santos) a los que EE.UU. había pertrechado, entrenado y pagado para que combatieran en contra de la Unión Soviética en Afganistán, comenzaron un levantamiento en la región de Cirenaica, en la parte oriental de Libia. Gadafi reaccionó enérgicamente, y al final pudo suprimir la insurgencia. En la medida en que crecían las pugnas de Estados Unidos con sus ex mercenarios islámicos, cuando Clinton ordenó el bombardeo de una planta en Khartoum en respuesta a los bombazos de 1998 contra las embajadas norteamericanas en Kenia y Tanzania, el dirigente libio buscó un nuevo acercamiento con Occidente. Particularmente después de que George W. Bush invadiera Irak en marzo de 2003, Gadafi intensificó sus negociaciones con Washington, y al final entregó los materiales con los que supuestamente echaría a andar un dudoso programa de armas nucleares (la mayor parte de las cajas provenientes de Corea del Norte seguían sin ser abiertas). Libia también accedió a pagar una compensación por las víctimas de la discoteca La Belle de 1986, así como las de los vuelos Pan Am 103 de 1988 y 772 de UTA de 1989, a cambio de que se eliminaran las sanciones económicas contra Libia en 2008.[1] Los servicios secretos libios y estadounidenses comenzaron a colaborar estrechamente en el combate a Al Qaeda en África.

Al mismo tiempo, Libia incrementó sus inversiones en importantes empresas europeas. La Agencia de Inversión Libia, el Banco Central Libio y otras agencias gubernamentales son dueñas del 2 por ciento de la compañía automotriz Fiat, del 7,5 por ciento de UniCredit (el mayor banco italiano), del 2 por ciento de la manufacturera de aviación y defensa Finmeccanica, 7,5 por ciento del equipo de futbol Juventus y de más del 3 por ciento de Pearson PLC, la editora de libros de texto (que también es dueña de la revista Economist y el diario Financial Times de Londres), además de tener participaciones en las compañías aluminíferas Kubal y Rusal, de Suecia y Rusia respectivamente. Gadafi también brindó su apoyo político a gobernantes europeos. Después de que Francia se convirtiera en el primer país en reconocer al “consejo de transición” de los rebeldes en Bengasi, el hijo de Gadafi, Saif al-Islam, exigió que “Sarkozy devuelva el dinero que tomó de Libia para financiar su campaña electoral” (Foreign Policy, 16 de marzo). Las rivalidades interimperialistas también han jugado su papel: el hecho de que Alemania importe 7,5 por ciento del petróleo que consume de Libia, explica por qué no ha participado en el ataque de la OTAN. Por otra parte, el reconocimiento que otorgó el gobierno italiano al consejo rebelde se debió, en parte, a la preocupación por parte de la petrolera italiana ENI de que la francesa Total estuviera apostando su apoyo a los rebeldes para obtener mayores concesiones petroleras. Sin embargo, ambas compañías se encontrarán pronto ante un dilema si Gadafi mantiene el control de Trípoli y de las regiones petrolíferas.

El dirigente libio también intentó ganarse el favor de los imperialistas al contener la inmigración africana hacia Europa Occidental, disminuyendo en más de tres cuartas partes el número de inmigrantes que intentan entrar a Italia desde Libia. Esto debería preocupar a los radicales y nacionalistas negros que aún ven a Gadafi como defensor de los intereses de los africanos negros (por ejemplo, un artículo en el sitio web de la Black Agenda Report [23 de marzo], señala que la Liga Árabe “desdeña los esfuerzos del África Negra y de Gadafi para hacer realidad la unidad afro-árabe”). Al solicitar ayuda de la Unión Europea, Gadafi señaló el año pasado en una ceremonia en Roma, parado a un lado del primer ministro Silvio Berlusconi: “Mañana Europa podría ya no ser europea, sino incluso negra, toda vez que hay millones que quieren venir”. Y añadió:

“No sabemos qué es lo que va a pasar, cuál será la reacción de los europeos blancos y cristianos ante este influjo de africanos hambrientos e ignorantes…. No sabemos si Europa seguirá siendo un continente avanzado y unido o si será destruido, tal como ocurrió con las invasiones bárbaras”

–BBC, 31 de agosto de 2010

Es posible que Gadafi pronunciara estas palabras anticipando lo que a los racistas gobernantes europeos les gustaría oír. Aun así, es una declaración particularmente escandalosa de un gobernante que otrora alabara la negritud y se erigiera en defensor de los Estados Unidos de África.

Pero ahora la rueda ha dado un nuevo giro, y el imperialismo yanqui está de nuevo tras el pellejo de Gadafi. Los contras libios que se mantuvieron en reserva todos estos años en EE.UU., han aparecido repentinamente en la capital rebelde de Bengasi. El 25 de marzo, los medios informaron que Khalifa Hifter había sido repentinamente nombrado jefe de las fuerzas armadas rebeldes, para sustituir a Abdel Fatah Younes, quien había encabezado las fuerzas especiales de Gadafi, así como el ministerio del interior hasta que súbitamente cambió de bando cuando comenzó la revuelta. Younes, quien es originario del oriente de Libia, seguirá siendo jefe del estado mayor. Unos días más tarde, tras iniciar unas investigaciones, la cadena de diarios McClatchy informó que Hifter, otrora comandante de las fuerzas libias en Chad hasta que fue capturado en 1987 y reclutado por la CIA, “pasó las últimas dos décadas en los suburbios de Virginia” en donde “restableció su vida pero mantuvo lazos con los grupos contrarios a Gadafi”. ¿Suburbios de Virginia? En otras palabras: era un agente de la CIA.

Profundizar un poco más la investigación nos lleva a un memorándum de mayo de 2006 de la Junta de Inmigración y Refugiados de Canadá, que cita un capítulo del libro Manipulations africaines, publicado en Le Monde Diplomatique (marzo de 2001) que dice que “la fuerza de Hifter, creada y financiada por la CIA en Chad, desapareció con la ayuda de la CIA poco después de que Idriss Déby derrocara el gobierno de Hissène Habré” en 1990. Un Resumen del Servicio de Investigación del Congreso (19 de diciembre de 1996), publicado en la página web de la Federación de Científicos Norteamericanos, informa que el FNSL, así como su ala militar, encabezada por el coronel Khalifa Hifter, está “en el exilio con muchos de sus miembros en Estados Unidos”; dice también que otras fuentes indican que “Estados Unidos provee dinero y entrenamiento al FNSL”. Subsecuentemente, tanto Younes como Hifter afirmaron ser los comandantes de las desafortunadas fuerzas rebeldes  al visitar por separado (y con poca frecuencia) el “frente” con sus respectivos equipos de seguridad.

Pero Gadafi no ha regresado a sus poses “antiimperialistas” del pasado. En una carta personal (6 de abril) a “Nuestro querido hijo, su excelencia, Baraka Hussein Abu Oumama”, el líder libio suplica al presidente norteamericano que ponga fin a los bombardeos de manera que puedan hacer causa común en contra de Al Qaeda. De esta manera, tanto el régimen libio en Trípoli como la oposición en Bengasi buscan la bendición de Washington. Los marxistas revolucionarios (trotskistas) nos oponemos políticamente a ambos bandos, al mismo tiempo que tomamos partido por la defensa de Libia y por la derrota del ataque imperialista y de las fuerzas rebeldes dirigidas por los quislings[2] que se disfrazan de demócratas. 


[1] En todos estos casos, EE.UU. culpó a Libia, aunque la evidencia ha sido en cada caso impugnada, por decir lo menos. En el caso del bombazo contra el vuelo 703 de PanAm, el ex agente de la inteligencia libia Abdel Basset Ali al-Megrahi fue objeto de un obvio intento de inculpación, como quedó de manifiesto en el juicio farsante al que se le sometió y gracias a la evidencia reunida por el periodista de izquierda Paul Foot. En 2007, la Comisión de Revisión de Casos Criminales de Escocia, presentó un informe de 800 páginas en el que se concluye que la condena de Megrahi seguramente fue un “aborto de la justicia (New York Times, 29 de junio de 2007).

[2] Vidkun Quisling fue el dirigente fascista del gobierno títere de Noruega bajo la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial.


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