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julio de 2012 Las
huecas promesas electorales
de “Mr. Deportaciones” Obama Contingente internacionalista en la marcha del 1° de mayo de 2012 en Nueva York. (Foto: El Internacionalista) ¡Forjamos un partido obrero, revolucionario e internacionalista! Cuando
el presidente Barack Obama anunció el 15
de junio que suspenderá las deportaciones
de ciertos jóvenes indocumentados, se
generó un inmenso revuelo a nivel
nacional. “Luz al final del túnel”
proclamaba en primera plana El
Diario/La Prensa de Nueva York. “Cerca del
sueño” rezaba con júbilo el
encabezado de La Opinión de Los Angeles.
En una nota informaba: “Como un ‘sueño
cumplido’” describieron los jóvenes
conocidos como dreamers (soñadores) la
medida que puede diferir por dos años
(renovables) los procedimientos de
deportación de quienes reúnan los
requisitos. Grupos conservadores
antiinmigrantes, en cambio, criticaron el
anuncio de Obama al calificarlo como una
“amnistía por la puerta trasera”. Diez días
más tarde, la Suprema Corte de Estados
Unidos emitió su fallo sobre la siniestra
Ley SB1070 de Arizona. En este caso no se dio el
optimismo delirante con que se acogió la
medida previa de la administración Obama.
“Suprema decepción para inmigrantes”
tituló su artículo El Diario.
Aunque el fallo del tribunal desechó tres
de las secciones disputadas de dicha ley
racista, no rechazó el artículo
principal, que instruye a la policía
indagar sobre el estado migratorio de personas
durante la investigación de una
infracción o delito si tiene la “sospecha
razonable” de que se trate de indocumentados.
Evidentemente, esto invita al uso de “perfiles
raciales” contra los de piel morena o los que
“parezcan mexicanos”, tanto de inmigrantes
(indocumentados o “legales”) como de ciudadanos.
El 30% de la población de Arizona es de
origen hispano. Como
señalamos
en nuestro artículo, “Deportaciones y
elecciones 2012: ¡por un partido obrero
revolucionario!” (El
Internacionalista,
suplemento de mayo de 2012), el tema de la
inmigración es uno de los puntos
neurálgicos de la actual contienda
electoral para los partidos Demócrata y
Republicano. Grupos hispanos y de defensa de los
derechos de los inmigrantes están
aprovechándose asiduamente de la
decisión administrativa del gobierno
Obama y de la luz verde que dio la Suprema Corte
a la Ley SB1070, de autoría republicana,
para cazar votos a favor de los
demócratas. Pero aunque los republicanos
solicitan el apoyo de los sectores más
retrógrados de la población blanca
con un lenguaje xenófobo apenas velado,
los demócratas ciertamente no son amigos
de los inmigrantes. De
hecho, los dos partidos gemelos del capitalismo
norteamericano son enemigos de los trabajadores,
tanto los llegados del exterior como los nacidos
en el país. En su campaña por la
presidencia en 2008, Obama prometió
legislar una “reforma migratoria comprehensiva”
en su primer año en funciones. No hizo
nada: ni siquiera presentó un proyecto de
ley. Culpando a los republicanos por su
oposición, ahora promete lo mismo para el
primer año de un segundo período
en la Casa Blanca. En su discurso del 22 de
junio ante la Asociación Nacional de
Funcionarios Latinos Electos, el presidente
demócrata se excusó: “hemos hecho
lo que hemos podido hacer”. Esto es una burda
mentira. Y al deportar a más
de un millón de inmigrantes, el
doble de los que deportó su antecesor, el
republicano George W. Bush, Barack Obama no es
para nada un “mal menor”. El
Grupo Internacionalista, sección
norteamericana de la Liga por la IV
Internacional, advierte contra el fraude de la
mítica “reforma migratoria” que no se va
a dar, mucho menos una que favorezca a los
trabajadores inmigrantes que constituyen un
sector enorme y potencialmente combativo de la
clase obrera. Llamamos a no votar por
demócratas, republicanos ni por cualquier
candidato o partido capitalistas. Sólo un
partido obrero puede dirigir una victoriosa
lucha por defender a los inmigrantes. Como
gritamos en las manifestaciones, “Ni ilegales,
ni criminales, ¡somos trabajadores
internacionales!” El GI lucha por los plenos
derechos de ciudadanía para todos los
inmigrantes como parte de la lucha por la
revolución
socialista internacional. El
sueño sigue siendo una pesadilla para
jóvenes indocumentados
Analicemos
brevemente las dos medidas más recientes:
la acción diferida sobre la
deportación de ciertos jóvenes y
la puesta en marcha de la ley de Arizona. Para
los aproximadamente 65 mil jóvenes
estudiantes inmigrantes que se gradúan de
la secundaria cada año, muchos de quienes
ni siquiera conocen sus países de origen,
la propuesta de suspensión de las
deportaciones fue motivo de celebración.
Para los que sean autorizados, la
suspensión temporal de sus deportaciones
facilitaría obtener un permiso de
trabajo. En principio podría beneficiar a
alrededor de 700 mil jóvenes de entre 18
y 30 años, que llegaron al país
con menos de 16 años cumplidos, que han
vivido aquí al menos cinco años
consecutivos, que están estudiando, se
han graduado de la secundaria o han salido del
ejército, y que no tengan antecedentes
penales. Beneficiará eventualmente a
otros 700 mil menores de 18 años. Pero en
palabras del propio presidente, “Esto no es
amnistía, no da inmunidad, ni abre la
vía a la ciudadanía”. La
campaña de Obama de 2008 se basó
en referencias tramposas a la “esperanza”, el
“cambio” y el “sí se puede”. Hoy
está nuevamente vendiendo sueños
falsos y promesas electorales huecas. Durante
los últimos dos años, ha surgido
un movimiento de jóvenes indocumentados a
favor del Dream Act. La campaña la dirige
una red de “organizaciones no gubernamentales”
(ONG) financiadas por fundaciones liberales para
que sirvan como una válvula de escape
para la frustración de una
generación de jóvenes que viven en
las sombras. Al salir de la escuela secundaria,
sin los papeles requeridos, les resulta muy
difícil cursar estudios universitarios o
conseguir un empleo legal. Los demócratas
quieren dar la impresión de que hacen
algo en materia migratoria para revigorizar el
voto latino en estados clave como Florida,
Carolina del Norte, Colorado, Nevada y Virginia.
Nos
hemos rehusado a apoyar el proyecto nacional de
Ley del Sueño por una provisión
central que ofrece la residencia legal en cambio
de servicio militar. No es más que un
intento del Pentágono de reclutar
jóvenes inmigrantes, dado el
déficit de carne de cañón
para sus guerras imperialistas.[1]
No obstante el testimonio de los generales, la
histeria antiinmigrante ha enterrado el Dream
Act en las entrañas del Congreso nacional
y en casi todas las legislaturas estatales. Ante
ese fracaso, la administración Obama
quería cosechar las simpatías de y
hacia este sector considerado “inocente” hasta
por muchos reaccionarios. Y con los
jóvenes dreamers
(soñadores), que con osadía
salieron de las tinieblas para afirmar su
identidad, la jugada dio resultado. Muchos
acogieron el anuncio de la acción
diferida con lágrimas en los ojos. Pero
veamos
más de cerca lo que se aprobó. No
sólo no amnistía, sino que tampoco
otorga el estatus de residencia, ni permite el
acceso a la ciudadanía. Tampoco es una
orden ejecutiva: es sólo un
memorándum interno de la secretaria del
Departamento de Seguridad de la Patria (DHS),
una agencia tenebrosa que está al centro
de la intensificada campaña represiva en
Estados Unidos. De hecho, gracias al DHS y su
Agencia de Control de Aduanas e
Inmigración (ICE), bajo Bush y Obama, los
inmigrantes indocumentados en EE.UU. ya viven
en un estado policíaco. Aún
si se consiguiera la acción diferida,
esta medida podría ser retirada
mañana si la jefa del DHS cambia su
opinión, o si los republicanos ganan las
elecciones. Especialistas en derecho migratorio
están recomendando que no se haga uso de
la medida hasta ver el resultado electoral en
noviembre. Hay
que tener presente que actualmente el gobierno
normalmente no sabe si un joven es inmigrante o
no. Cuando se solicita la acción
diferida, uno entra en el sistema de control de
inmigrantes. Como observó un abogado de
Phoenix, Arizona especializado en asuntos
migratorios, una vez adentro “es posible que no
se pueda volver al anonimato”. Además,
habría que entregar un montón de
documentos, informando a las autoridades sobre
el paradero y estado migratorio de los padres;
probablemente se tendría que pagar una
tasa administrativa bastante alta;
además, los solicitantes serán
sometidos a una revisión de antecedentes
por el FBI. En los hechos, es probable que
sólo una capa reducida de jóvenes
de clase media que quieren obtener título
universitario se beneficiará de esta
medida. Para el grueso de los jóvenes de
los barrios de inmigrantes esta medida ofrece
poco, o nada. Los
jóvenes que fueran aprobados sólo
lograrían que su deportación sea
prorrogada, no suspendida. A diferencia del
“estatus de protección temporal”
concedido a centroamericanos, la anunciada
acción de Obama no cambia el estado
migratorio de los jóvenes afectados.
Sólo se trata de un “ejercicio
discrecional de la fiscalía” al decidir
temporalmente no proceder con la
deportación. Hace un año, el
director del ICE hizo un anuncio parecido, al
sostener que con base en la discrecionalidad de
la fiscalía, no procederían en el
futuro a la expulsión del país de
personas de “baja prioridad”. Prometió
revisar 340 mil casos pendientes en los que ya
se ha iniciado el “procedimiento de
remoción”. Pero de los 200 mil casos
revisados hasta la fecha, sólo el 2% han
sido cerrados (Arizona
Republic, 16 de junio). O sea, el efecto
ha sido prácticamente nulo. SB1070
entra
en vigor: “¡Muestren sus papeles!” Si
la medida anunciada por el presidente Obama no
resultó tan benéfica para los
jóvenes indocumentados como muchos
creían, la decisión de la Corte
Suprema que permite la entrada en vigor del
elemento central de la Ley SB1070 de Arizona
garantiza un aumento en el acoso policial contra
inmigrantes e hispanos, y una avalancha de
litigios en torno a esta y otras leyes racistas
semejantes. Ya causó zozobra en Arizona,
donde al conocer el veredicto padres de familia
acudieron a los despachos de abogados para
tramitar cartas de patria potestad transfiriendo
a parientes la custodia de sus hijos en caso de
que los padres sean detenidos en la calle o en
la carretera bajo la nueva ley. (Ya hay varios
miles de indocumentados arrestados cuyos hijos
han sido secuestrados por las autoridades y en
algunos casos han sido dados en
adopción.) En
términos estrictamente legales, el
dictamen de la Corte tiene elementos
contradictorios. Rechazó la sección
3 de la Ley SB1070 que quería
convertir en delito el no portar papeles de
registro de extranjeros. Así que si un
policía de Arizona u otro estado exige
que muestre sus papeles, el interrogado no
está obligado a dárselos. Asimismo
anuló la sección
5 que haría ilegal que un
indocumentado busque trabajo. Prohibiendo a los
estados instituir leyes sobre la materia, la
Corte Suprema
subrayó
que el Congreso, al responsabilizar el
empleador, “hizo una decisión deliberada
de no imponer castigos penales sobre extranjeros
que buscan o realizan un empleo no autorizado”.
Explicitó así que los jornaleros
que son hostigados por la policía, y no
sólo en Arizona, no cometen ninguna
violación de las leyes al buscar trabajo.
La
Corte también derogó la sección
6 de la ley que habría autorizado
el arresto sin orden judicial de una persona por
el solo hecho de ser indocumentado. Al hacerlo,
el más alto tribunal del país
reafirmó textualmente que “Como regla
general, no es un delito que un extranjero que
puede ser removido permanezca en Estados
Unidos”. Esto ha sido el caso durante muchos
años, pero debe enfurecer a los
xenófobos verlo reafirmado sin ambages
por esta Suprema Corte tan reaccionaria. No
obstante, mientras los expertos en derecho
migratorio aplauden estas partes del dictamen,
los partidarios de SB1070 subrayan, con
razón, que se permitió la puesta
en vigor de la pieza central, la sección
2B, que obliga a los policías a
pedir información sobre el estado
migratorio de un interpelado cuando sospechen
que sea indocumentado. Aun
en este caso, hubo limitaciones. No se permite
detener a personas solamente para indagar sobre
su condición migratoria. Esto quiere
decir que la policía tiene que buscar un
pretexto, aunque en este terreno los agentes ya
están bien adiestrados. Luego se estipula
que no se puede prolongar la detención
más de lo normal para verificar su
estatus. Sin embargo, sólo se trata de
cuestiones de forma. Lo más importante es
que no se emitió una decisión sobe
si la Ley SB1070 viola la Cuarta Enmienda a la
Constitución de EE.UU. que prohíbe
las “pesquisas y aprehensiones arbitrarias” como
sería la detención de una persona
en virtud de un perfil racial. No se
dictaminó sobre este aspecto clave porque
el procurador general de la nación, que
interpuso la demanda por una medida cautelar
impidiendo la implementación de la ley, no lo
pidió. El
gobierno de Obama sólo objetó que
la ley de Arizona violara la primacía del
gobierno federal en materia migratoria. Hay
múltiples demandas adicionales de
particulares y grupos de derechos del inmigrante
contra la SB1070, además del caso
subyacente a esta demanda, que tratan del
carácter discriminatorio de la ley. La
Corte aceptó (y casi solicitó),
que podría haber “impugnaciones
constitucionales sobre el modo en que se
interpreta y aplica la ley después de que
entre en vigor”. Es evidente para todos que el
principal criterio para la pesquisa por estatus
migratorio será la etnia y la apariencia
física de la persona interpelada. Como
admitió el sheriff (alguacil)
del condado de Santa Clara, “Soy moreno e
hispano. Si me pongo una gorra de béisbol
y zapatos deportivos y estoy en un lugar no
oportuno, me van a interpelar” (Arizona
Republic, 26 de junio). Sin
embargo, una eventual impugnación
jurídica no les preocupa a los
partidarios de la ley racista. Tampoco les
molestan las declaraciones del DHS de que no van
a hacer detenciones fuera de sus
categorías prioritarias. La
policía no está autorizada para
arrestar a los indocumentados, ni tiene espacio
en sus calabozos: ya hay una ciudad de carpas
frente a la cárcel del condado de
Maricopa para alojar a 2 mil detenidos de las
redadas del sheriff Joe Arpaio. Lo que buscan
es la “deportación mediante una guerra de
desgaste”. Quieren hacer la vida imposible para
los migrantes. Piensan que así los
obligarán a “retornar a casa”, pasando
por alto que Arizona es territorio robado de
México. En todo caso, si se van, no
será al sur de la frontera sino a otros
estados de EE.UU. Ante leyes semejantes en
Alabama y Georgia, miles huyeron hacia el norte. Movilizar a la clase obrera para derrotar la guerra racista contra los inmigrantes
La lucha por los
derechos de los inmigrantes requiere romper
con los partidos capitalistas y forjar En
este año de elecciones los
demócratas necesitan los votos de los
hispanos y de los 12.5 millones de inmigrantes
que han logrado la ciudadanía y son
votantes. Conscientes de que no han hecho nada
para cumplir con las promesas de campaña
del 2008, quieren convertir la medida de
acción diferida a favor de los
jóvenes indocumentados y el temor
producido por la ley racista de Arizona en
materia de campaña para motivar el voto a
favor de Obama. Como escribe un profesor,
Humberto Caspa, en El
Diario/La Prensa (22 de junio):
“Así la nueva orden de Obama es una buena
noticia para los estudiantes indocumentados,
aunque es solo la primera batalla vencida. Otra
batalla importantísima será
librada el próximo noviembre cuando se
decidirá si el presidente Obama
mantendrá su puesto o será
remplazado por un líder republicano”. La
lucha por defender a los inmigrantes no puede
ganarse –ni siquiera librarse– en el terreno
electoral burgués. La contienda es
fundamentalmente de clase. Los dos partidos del
capital representan un sistema que lucra con la
sobreexplotación de millones de
trabajadores que carecen de los derechos
más fundamentales. Si hay divisiones
entre la clase dominante sobre la mítica
“reforma migratoria” es porque los capitalistas
tienen intereses contradictorios con respecto a
los trabajadores venidos del exterior. Por un
lado desean explotar en gran escala esta mano de
obra barata; por otro lado, no quieren que los
explotados puedan resistir. Su solución
preferida seria un sistema que con eufemismo
espeluznante llaman “trabajadores
huéspedes”, o sea contratados, como el
del programa de braceros
durante y después de la II Guerra
Mundial. Así,
en esta época de decadencia del
capitalismo, los patrones introducen formas de
trabajo forzado características de la era
de brutal acumulación primitiva del
capital. La contratación de trabajadores
sin derechos se asemeja al trabajo servil, como
la servidumbre por deudas (debt
servitude) de blancos en las colonias
norteamericanas, o el peonaje que
reemplazó la encomienda en México.
No hay mejor prueba de que, al contrario de lo
que sostienen los ilusos reformistas que
pretenden que las fuerzas productivas siguen
creciendo, de hecho el sistema capitalista
está pudriéndose, y eso a un ritmo
cada vez más febril, destruyendo
sindicatos, eliminando programas sociales,
echando por tierra derechos democráticos
conquistados en siglos pasados. Un
portavoz autorizado del imperialismo
norteamericano, Bill Keller, ex redactor
ejecutivo del New York
Times, por
ejemplo, propone adoptar una cédula de
identidad nacional, que incluya datos
biométricos. Así quiere introducir
un método de control propicio para un estado
policíaco para todos. Eso anhelan
los burgueses “ilustrados”. Los más
bárbaros prefieren los métodos
directamente fascistas, como en el caso de los
cazamigrantes “Minuteman”. Pero la
represión ejercida por unas cuantas
bandas paramilitares, o incluso por el alguacil
del condado de Maricopa (38 mil indocumentados
detenidos hasta finales de 2010) ni de lejos se
compara con el millón
inmigrantes detenidos cada
año en los centros del ICE en
Arizona. El
mayor represor de inmigrantes, y con mucho, es
el liberal demócrata Barack Obama. La
policía migratoria, la odiada migra,
es un aparato de represión racista hasta
la médula, en particular contra los
latinos. Aunque el 58% de los 11 millones de
indocumentados residentes en EE.UU.
(según estimaciones oficiales) son de
origen mexicano, éstos constituyen el 73%
de los deportados, y los latinoamericanos el
97%. En realidad, la
política migratoria del gobierno Obama
es un programa de
remoción de latinos, de mexicanos
en particular. El gobierno también ha
lanzado una persecución especial en
contra de los inmigrantes árabes o del
sur asiático. Es más, bajo el
programa de “Comunidades Seguras” la tercera
parte de los deportados tiene cónyuges o
hijos que son ciudadanos norteamericanos. Y
aunque el ICE dice que se enfoca en
“criminales”, el año pasado grupos de
defensa de los migrantes en Boston mostraron que
la mitad de los deportados bajo este programa
fueron detenidos por infracciones de
tráfico. El
alcalde de Boston teme que si el programa de
Comunidades Seguras sigue, “la gente dirá
que los policías son gestapos”,
refiriéndose
a la temida policía secreta de la
Alemania fascista. De hecho, la migra
sí es una gestapo, una policía
dedicada a la represión de todo un sector
de la población (judíos y
comunistas en Alemania, inmigrantes
indocumentados aquí), que arresta en masa
gente que no ha cometido ningún delito y
los envía a campos de
concentración (aquí denominados
“centros de detención”). No por
casualidad los uniformes negros y armamento
pesado del ICE (incluso tienen tanques) se
asemeja asombrosamente a los de las tropas de
choque de los SS nazis: en ambos casos la
intención es de aterrorizar. Y a pesar de
todas las protestas, el gobierno de Obama
defiende el programa Comunidades Seguras contra
toda crítica. Sin
embargo, la clase dominante capitalista no puede
resolver su “problema migratorio” con
métodos policíacos. El New York
Times (17 de mayo de 2005) llegó a
la conclusión de que “el deportar a la
totalidad de los 12 millones de inmigrantes
ilegales en los Estados Unidos no sería
factible”. Cita la falta de personal policial y
el costo de nuevos centros de detención
(ya rondan a un millar). Pero el problema mayor
para la burguesía es que la
economía norteamericana ya no puede
prescindir de esos millones de trabajadores.
Más del 15 por ciento de la fuerza
laboral de EE.UU. es de trabajadores nacidos en
el exterior. El porcentaje es aún mayor
en algunos empleos como la agricultura (35 por
ciento) y la construcción (27 por
ciento). Deportaciones masivas podrían
llevar al colapso de ramos enteros de la
economía. Es
aquí, en la economía, donde radica
la fuerza de los inmigrantes, en su
condición de trabajadores. Más
allá del fraude institucionalizado que es
todo sistema electoral burgués,
controlado por las enormes sumas de dinero
invertido en él por los capitalistas, los
migrantes –“legales” o indocumentados por igual–
no votan. Pero sí producen los valores y
crean la riqueza que se apropian los
capitalistas debido a su control de los medios
de producción. La potencia de los
inmigrantes como trabajadores se vio en el “paro
general” del 1° de mayo de 2006 contra el
nefasto proyecto de ley Sensenbrenner (HR4437),
que ante este despliegue de fuerza obrera fue
rápidamente archivado en el Senado. Hasta
la iglesia católica se sumó a la
convocatoria de aquella inusitada
movilización, pero ya no más. Para
hacer
valer los derechos de los trabajadores
inmigrantes hay que organizar su fuerza y
ponerla en marcha. Los sindicatos pueden jugar
un papel importante en eso. Si en el pasado los
sindicatos controlados por burócratas que
representan una aristocracia laboral promovieron
una política xenófoba, acusando a
trabajadores inmigrantes de “robarles los
empleos de los norteamericanos,” hoy en
día los migrantes constituyen más
del 12 por ciento de la matrícula
sindical. La acción de sindicalistas y
sindicatos en Portland, Oregon que adoptaron
para la marcha del 1° de mayo de 2012 la
consigna oficial de “plenos derechos de
ciudadanía para todos” es un paso
importante en esa dirección. Pero no es
suficiente. La
defensa de los inmigrantes no puede limitarse a
pedir esta u otra reforma. Los migrantes son
hostigados no sólo por elementos
reaccionarios, sino porque los capitalistas
necesitan un “enemigo al interior” para azuzar a
la población a favor de sus guerras
imperialistas. Durante y después de la I
Guerra Mundial hubo una caza de brujas contra
los “rojos”, comunistas, anarquistas y
trabajadores inmigrantes, sobre todo italianos.
En la II Guerra Mundial se confinó a los
ciudadanos de origen japonés en campos de
concentración. En la actual “guerra
contra el terrorismo” que dura ya más de
una década, los inmigrantes en general
son el blanco preferido. Para derrotar la guerra
contra los inmigrantes es indispensable forjar
un partido obrero capaz de librar la batalla
contra los representantes del capital y su
estado. Contra
demócratas y republicanos y todos los
partidos y políticos capitalistas, el
Grupo Internacionalista busca cohesionar el
núcleo de este partido obrero,
revolucionario e internacionalista, necesario
para dirigir la revolución socialista
internacional. Insistimos, como lo hace el Manifiesto
Comunista de Karl Marx y Friedrich Engels,
en que “los obreros no tienen patria”.
Enarbolamos su lema, “proletarios del mundo,
uníos”, en las marchas gritamos “La lucha
obrera no tiene fronteras”. Para los millones de
trabajadores inmigrantes, la frase del Manifiesto
según la cual “los
proletarios no tienen nada que perder excepto
sus cadenas”, expresa la realidad de su vida
diaria. Únete a nosotros en una poderosa
lucha de clase para romper
estas cadenas. ■ [1] Los proyectos de ley
estatales generalmente carecen de esa
cláusula, y por lo tanto hemos
tomado una posición diferente
respecto a ellos (ver nota en The
Internationalist/El Internacionalista,
suplemento de mayo de 2012, p. 11).
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