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N° 1, octubre de 2012 Marcha sindical contra la “reforma” laboral en el Distrito Federal, 26 de septiembre. (Foto: Salvador Chávez/Reforma) El
1° de septiembre en su ritual Informe de
Gobierno, el primer mandatario Felipe
Calderón Hinojosa hizo un regalo al
recién proclamado “presidente electo”
Enrique Peña Nieto y al empresariado del
país. El gobernante panista envió
a la Cámara de Diputados un proyecto de
“reforma” a la Ley Federal del Trabajo en
formato de “iniciativa preferente”. Bajo ese
precepto, el proyecto tenía que ser
aprobado, modificado o rechazado antes del
1º de octubre. La aplanadora PRI-PAN
aprobó la medida en la Cámara de
Diputados en tiempo récord. Esta contrarreforma
laboral es la más brutal andanada
legislativa antiobrera desde los tiempos del
Porfiriato hace un siglo. Para vencerla se
requiere una contraofensiva de los obreros,
estudiantes y jóvenes que desemboque en
una poderosa huelga nacional para hacer
añicos la “reforma” laboral. Felipe
Calderón busca la destrucción lisa
y llana de los sindicatos, y una drástica
disminución de los ingresos de millones
de trabajadores que hoy apenas sobreviven con
salarios de miseria. Frente al desempleo masivo
entre la juventud, se propone aumentar la
precaridad mediante contratos temporales, “de
prueba”, “de capacitación” y el pago por
horas. Tiene el descaro de pretender
¡crear más empleos al facilitar los
despidos! En nombre de la “flexibilidad”, quiere
aumentar la “competividad” del capitalismo
mexicano al abaratar al máximo el costo
de la mano de obra. Y con este procedimiento fast-track,
le ahorró al abanderado priísta el
trabajo sucio que le asignó la clase
dominante a la que ambos políticos
sirven, mientras la seudo-oposición
burguesa de la bancada “progresista”
hundió toda protesta en los enredos
parlamentarios. Acción
Nacional ha formado un condominio con el
Revolucionario Institucional para imponer
medidas nefastas durante este interregno. Pero
todos –PRI, PAN, PVEM, PRD, PT, MC y el Morena
de Andrés Manuel López
Obrador– defienden el control del estado
capitalista sobre el movimiento obrero. Los que
pregonamos una lucha clasista contra el capital,
en cambio, defendemos la total independencia
de los sindicatos de la burguesía.
Nos oponemos tanto a la contrarreforma laboral
como a la actual Ley Federal del Trabajo. Hay
que romper el grillete del
corporativismo que
hace de las federaciones CTM, CT, CROM, CROC y
“sindicatos” como el STPRM y el SNTE meros
instrumentos de control estatal sobre los
trabajadores, y acabar con la
subordinación política de los
sindicatos “independientes” al frente popular
lopezobradorista. En
este cuarto año de la peor crisis
económica del capitalismo en tres cuartos
de siglo, los gobiernos patronales alrededor del
mundo están arremetiendo en contra de los
trabajadores. Estos resisten, pero hasta ahora
sin éxito. Al mismo tiempo que en
México se trata de imponer una ley
rompesindicatos, en Grecia, más de 200
mil marchan en Atenas y enfrentan a la
policía. Una huelga paraliza el
país en protesta contra el gobierno de
coalición que impone los recortes
brutales dictados por los banqueros
internacionales. En España, día
tras día hay protestas contra el
desempleo masivo: primero fueron los mineros,
ahora son los “indignados”. Los manifestantes
son reprimidos por rabiosos policías
antimotines que “dejaban jubilados
ensangrentados a su paso” (La Jornada, 26
de septiembre). Imágen
de la nueva guerra sucia del gobierno
mexicano. (Foto:
Octavio Gómez/Proceso) En
México, aunado a las presiones de la alta
finanza imperialista, el saliente presidente
Calderón quiere terminar su sexenio
asestando un golpe mortal al movimiento obrero.
Su “guerra contra el narcotráfico”,
auspiciada por EE.UU., ha sido un fracaso total,
dejando un saldo de unos 95 mil muertos civiles
(contra 196 soldados muertos) y gran parte del
país fuera del control gubernamental. En
cambio, ya le infligió una derrota
terrible al Sindicato Mexicano de Electricistas,
eliminando sus 44 mil puestos de un plumazo y
con miles de soldados y policías
federales. Ahora este burócrata lerdo e
insulso quiere volver a ponerse una gorra
militar y con su “reforma” antisindical
conseguir lo que ningún presidente
mexicano en tres décadas pudo. Pero no
puede lograrlo sin la anuencia de la burocracia
sindical. Ante
la amenaza que representa la contrarreforma
laboral, el anuncio de la “iniciativa
preferente” debería haber tenido una
respuesta inmediata de paros y protestas
convulsivas. No hubo nada de eso. Después
de semanas de silencio, el 21 de septiembre
marcharon decenas de miles de sindicalistas para
vocear su “rechazo total de la reforma laboral”.
Los combativos trabajadores del sindicato
independiente de Nissan en Cuernavaca cortaron
la Autopista del Sol en dos ocasiones. En
días recientes ha habido marchas y un
plantón frente a la Cámara de
Diputados en San Lázaro, además de
protestas multitudinarias en Guadalajara,
Morelia, Oaxaca, Tuxtla Gutiérrez y otras
ciudades. Todo sin efecto alguno. Cuando los
intereses fundamentales de los explotadores
están en juego, sus representantes no
ceden a las presiones de los explotados. Lo
que decide entonces es la fuerza. Por su enorme
poder económico, la clase obrera tiene la
capacidad de arrasar con la burguesía.
Pero es detenida por sus propios dirigentes, la
burocracia sindical, que encadena a los
trabajadores al capital. Los burócratas
corporativistas están bien conscientes de
su papel clave en el sustento del régimen
del que son los guardaespaldas. El diputado
priísta y alto jerarca del gremio
petrolero Ricardo Aldana comentó
recientemente que “hoy México tiene
tranquilidad social y laboral gracias a los
sindicatos” (La Jornada, 26 de
septiembre). Los burócratas de los
sindicatos “independientes” juegan otro papel.
Su tarea es desviar las protestas a los canales
parlamentarios y legaloides y sofocarlas
mediante el apoyo político a la
oposición burguesa, en particular al
frente popular en torno a AMLO. Leña
social hay más que suficiente hoy para
producir una hoguera que reduzca a cenizas el
capitalismo mexicano, basado en la
superexplotación brutal de trabajadores
obligados a sobrevivir en condiciones
infrahumanas. Aunque los cronistas adictos al
poder se burlan de los de abajo –“estallido
social, ja, ja, ja” es su refrán– y
aunque los agentes laborales de la
burguesía hacen lo imposible para
evitarla, hoy como a principios del siglo XX, la
desenfrenada intensificación de la
explotación podría provocar una
tormenta de rebeldía. Pero le falta sobre
todo un partido obrero revolucionario para
llevar la protesta a su conclusión, un
gobierno obrero y campesino que inicie la
revolución socialista internacional. Una
contrarreforma
largamente anunciada Trabajadores de la fábrica Nissan de Cuernavaca bloquean la Autopista del Sol, 22 de septiembre en protesta contra la “reforma” laboral antisindical. (Foto: Karla Flores/Agencia Reforma) Al
saludar la aprobación de la medida por la
Cámara de Diputados, la secretaria de
trabajo Rosalinda Pérez recordó
que la patronal lleva más de cuatro
décadas queriendo “reformar” la Ley
Federal del Trabajo. En su versión
inicial, la “iniciativa preferente” de Felipe
Calderón propuso 51 modificaciones a su
texto. En nombre de la productividad y la
“creación de empleos”, intentaba
legalizar la precarización del trabajo
mediante contratos de corta duración y la
reglamentación del outsourcing. Y
en nombre de la “democracia sindical” se propuso
dificultar el estallido de huelgas “legales”,
limitar seriamente la contratación
colectiva, imposibilitar la creación de
sindicatos que no cuenten con la anuencia de la
patronal y el gobierno, y en general fortalecer
los mecanismos de control gubernamental sobre
los gremios laborales. El
24 de septiembre, la mayoría
priísta en la Cámara
entregó su versión enmendada de la
iniciativa, un dictamen de “proyecto decreto” de
reforma laboral, que sirvió de base para
la votación cuatro días
después. En general, para complacer al
corporativista “sector obrero” del PRI se
eliminaron varias medidas de “transparencia
sindical” (o sea, de intromisión del
gobierno sobre finanzas, elecciones, etc.), pero
se mantuvieron las disposiciones que favorecen a
la patronal en abaratar la mano de obra. En todo
caso, en todas sus versiones, esta
contrarreforma no incrementará los
empleos o la democracia sindical. Muy por el
contrario, producirá más pobreza,
más desempleo, un debilitamiento de los
sindicatos “independientes” y el mantenimiento
del control del estado capitalista sobre los
gremios laborales. Desde
luego, el trabajo precario es ya una realidad.
Según datos del INEGI, de los 32 millones
de trabajadores que cuenta el país, casi
la mitad, 15.3 millones, trabajan por horas, por
temporada, sin contrato alguno y, por supuesto,
sin acceso a las llamadas “prestaciones
sociales” (seguro médico, pensiones,
vacaciones, fondos de ahorro, etc.). El outsourcing,
es decir, la subcontratación, se ha
extendido en el país desde hace 15
años. Un estudio reciente arrojó
que 10 por ciento de las empresas mexicanas
recurren al outsourcing (Notimex,
30 de mayo). En muchos casos, el principal
atractivo es la evasión fiscal. Ahora con
esta reforma, habrá una enorme
expansión de estas empresas piratas. Uno
de los aspectos más escalofriantes de la
iniciativa de Calderón fue como se
propuso dificultar el estallido de huelgas
legales hasta hacerlo prácticamente
imposible. Entre otras cosas, se
pretendió exigir a los sindicatos que
entregaran a la patronal ¡una lista
con los datos de los trabajadores que
están a favor del emplazamiento a
huelga! Con esto se generaría
verdaderas listas negras de personal presto a
ser despedido. Además, en el improbable
caso de que una huelga estallara legalmente bajo
este reglamento, ésta sólo
podría durar un máximo de dos
meses (¡!), al cabo de los cuales el
patrón podría pedir a la
autoridad laboral del gobierno un laudo que
declare “inexistente” el paro. Ni siquiera los
burócratas priístas se
podrían tragar esto. En
cuanto a la “flexibilización laboral”,
una de las “novedades” de la reforma PRI-PAN es
la introducción de formas de
contratación que no generan obligaciones
patronales: contratos individuales (nunca
colectivos) por “períodos de prueba”, por
“capacitación inicial” y para el “trabajo
por temporada”. Además, se legaliza la
contratación por horas para que los
trabajadores no generen antigüedad ni
derechos concomitantes. No te preocupes, nos
asegura la titular de la STPS, el patrón
“te tendrá que pagar el salario
mínimo por jornada, que es de 60 pesos” (Reforma,
29 de septiembre). ¿Y con eso pretende
que se puede vivir? Los juniors panistas que
pululan en la administración calderonista
pagan más que eso por un solo café
y un panecito en Starbucks. La
“reforma” facilitaría al patrón la
ejecución de despidos: ¡ahora
bastará con que éste envíe
al trabajador una notificación por
correo! La iniciativa propuso, y el dictamen
priísta mantiene, que en lugar de la
antigüedad, los puestos vacantes
“serán cubiertos por el trabajador que
acredite mayor productividad”. Por
añadidura, los trabajadores despedidos
injustificadamente, sólo tendrían
derecho a reclamar los salarios caídos
por hasta 12 meses, a pesar de que los juicios
laborales duran en promedio más de
cuatro años. Los patrones ahora
tendrán aún mayor interés
en alargar los procedimientos para asfixiar
económicamente a los trabajadores
involucrados. Muchos
atribuyen esta reforma a la alianza entre el PAN
de Calderón y el PRI de Peña
Nieto. Muchos entre estos confiaban
también en la fracción
“progresista” en el Congreso para poner trabas a
la aprobación de la misma. Sin embargo,
finalmente no hicieron más que un show
al tomar la tribuna de la Cámara por
algunas horas, al que el PRI respondió
tomando un balcón, desde donde
procedieron a la aprobación de la medida.
En realidad, los diputados del PRD, el PT y el
Movimiento Ciudadano, ya sea que estén
con los Chuchos (Jesús Ortega y
Cía.) o con López Obrador, son
también enemigos acérrimos de
los trabajadores y de sindicatos
independientes.
En
lo que toca a las conquistas de la clase obrera,
acaso la entidad de la federación en que
han sido ya eliminadas, aún antes
de que Calderón presentara su iniciativa,
es precisamente el Distrito Federal, gobernado
desde 1997 por el PRD. En el DF el 90 por ciento
de los contratos colectivos son contratos de
protección (Proceso, 18 de
diciembre de 2011). No sólo eso, en
octubre del año pasado se aprobó
un decreto antisindical denominado
“Boletín de criterios” para normar la
actuación de las juntas locales de
conciliación y arbitraje. Este decreto
establece 330 requisitos para el establecimiento
de un sindicato independiente. Como
en la iniciativa calderonista, la ley aprobada
en el DF “exige que se informe previamente los
nombres y categorías de los trabajadores
inconformes que buscan un contrato colectivo
auténtico o un cambio de sindicato,
acreditar la firma de cada uno y dejar
constancia escrita de su autorización
expresa para tal fin”. Además, los
trabajadores tendrán que “exhibir
documentos cuya existencia depende de la
empresa, como recibos de nómina firmados,
credenciales con fotografía y sello y
constancia de alta en el régimen de
seguridad social”. Según
Arturo Alcalde Justiniani, abogado laboral
vinculado al PRD y a la administración
capitalina de López Obrador, los
requisitos se convierten en “una lista negra que
permite al patrón despedir a los
inconformes”, con lo que queda claro que “la
verdadera intención del decreto es
blindar los contratos colectivos de
protección patronal para convertir a la
Ciudad de México en el cementerio de los
derechos colectivos de los trabajadores”. La
legislación
laboral: camisa de fuerza patronal La
Ley Federal del Trabajo –ahora “reformada” por
Calderón con la anuencia del PRI y con la
oposición pro forma de los diputados
“progresistas” del PRD, PT y MC– fue formulada
originalmente en 1931 para reglamentar el
Artículo 123 de la Constitución de
1917. Muchos de los que se oponen a la reforma
calderonista glorifican los “derechos
consagrados” en la actual LFT. Nosotros, no. El
autor de la Ley Federal del Trabajo de 1931 fue
Aarón Sáenz, secretario de
Industria, Comercio y Trabajo en el gobierno de
Pascual Ortiz Rubio, títere del Jefe
Máximo, Plutarco Elías
Calles. El modelo empleado por Sáenz fue
el Codice del Lavoro de la Italia
fascista de Mussolini, según el cual las
disputas entre capital y trabajo debían
resolverse mediante la participación del
estado como árbitro. Las “juntas de
conciliación y arbitraje”, con la
participación del sindicato, el
patrón y el gobierno, provienen
directamente de la “inspiración”
fascista. Al
arbitraje estatal se sumaron en los años
siguientes disposiciones políticas y
legales de carácter corporativista.
Así, en 1936, la Confederación de
Trabajadores de México (CTM) se
integró al Partido de la
Revolución Mexicana de Lázaro
Cárdenas, que se convirtió en
partido de estado, antecesor del PRI-gobierno.
En 1940, en los últimos meses del
gobierno de Cárdenas, se hizo obligatorio
el reconocimiento estatal de los sindicatos para
que estos tuvieran “personalidad
jurídica”. De ahí viene el nefasto
proceso de “toma de nota”. Estos
elementos conformaron un sistema corporativista
de control social. La
característica fundamental del
corporativismo es la integración
de los sindicatos obreros, de las organizaciones
campesinas y de las asociaciones de trabajadores
al aparato estatal burgués. Dado
que el estado es un órgano de dominio de
clase, al integrarse al estado capitalista los
sindicatos dejaron de ser genuinas
organizaciones obreras para convertirse, de
hecho, en policías laborales. Así
han actuado en las décadas subsiguientes. Durante
la II Guerra Mundial, el gobierno de
Ávila Camacho utilizó a los
sindicatos corporativizados para impedir que los
trabajadores estallaran huelgas, todo como parte
del infame “Pacto obrero-patronal”. Éste
contó con la anuencia del estalinizado
Partido Comunista, que había sido
instrumental en la conformación de un
frente popular con el gobierno de
Cárdenas y su PRM. Hacia finales de la
década, los pocos resquicios que
aún había de independencia
sindical se cerraron con la ola de charrazos
(golpes policíacos en los sindicatos
industriales más importantes para purgar
a sindicalistas izquierdistas e imponer
direcciones nombradas por el gobierno). La
LFT de 1931 estableció las bases de la
intervención gubernamental en los asuntos
del movimiento obrero. Toda intromisión
del estado capitalista en los sindicatos, ya sea
mediante el “arbitraje”, regulación de
sus finanzas y elecciones, o “reconocimiento” de
los sindicatos y sus luchas, tiene
invariablemente el propósito de controlar
el poder obrero para mejor suprimirlo. La LFT es
usada en México para declarar
“inexistentes” las huelgas, “ilegales” los
sindicatos independientes y “válidos” los
contratos de protección. El Grupo
Internacionalista y la Liga por la IV
Internacional luchan por la más
completa independencia de los sindicatos y del
movimiento obrero con respecto al estado
capitalista y de los partidos burgueses. El
actual proyecto de reforma de Calderón,
lo mismo que las otras reformas realizadas
previamente, refleja el interés de
sectores de la burguesía mexicana de disminuir
los costos del control social, eliminando
las estipulaciones de seguridad social que
acompañan al sistema corporativista. No
tienen nada que ver con la
“democratización” de la vida sindical.
Por eso, nos oponemos tanto a las leyes
corporativistas, como a las reformas propuestas
por el gobierno, incluso aquellas que se cobijan
bajo el sello del desmantelamiento del
corporativismo. ¡Forjar
un
partido obrero revolucionario! Para
derrotar la contrarreforma laboral del PAN y del
PRI, es preciso desencadenar el enorme poder del
proletariado mexicano. El principal
obstáculo en esta tarea lo constituyen no
sólo los “sindicatos” corporativistas,
que históricamente han sido la primera
línea de defensa de la patronal contra
las luchas obreras, sino también el
frente popular nacionalista erigido en torno al
Partido de la Revolución
Democrática, un partido burgués, y
sus caudillos, primero Cuauhtémoc
Cárdenas, y ahora Andrés Manuel
López Obrador. El
nefasto papel del frente popular quedó de
manifiesto luego de la liquidación de la
empresa paraestatal Luz y Fuerza del Centro por
el presidente Felipe Calderón en octubre
de 2009, con la finalidad de destruir el SME, el
baluarte del sindicalismo “independiente”. Los
combativos electricistas, que mostraron una y
otra vez su determinación para luchar, se
vieron contenidos por la dirección
sindical de Martín Esparza, cuya
“estrategia” de lucha consistió en
presionar al estado capitalista. Ni las
múltiples manifestaciones ante la Suprema
Corte, ni el “auxilio” de los “compañeros
diputados” del PRD y el PT fueron de la menor
utilidad para revertir el ataque. Al contrario,
sirvieron únicamente para encadenar los
trabajadores a la política burguesa. Hoy,
a casi tres años del golpe contra el SME,
éste es una organización de
sindicalistas desempleados. Los
grupos que se reclaman como socialistas en
México no sólo no combaten el
peligro que representa el frente popular, sino
que, al contrario, alientan la
subordinación de la clase obrera y sus
organizaciones a los partidos y políticos
patronales. Un caso lamentable es el de las dos
fracciones en que se dividió Militante,
una corriente seudomarxista que se considera un
sector “marxista” dentro del PRD
burgués. Tanto Militante como
Izquierda Socialista apelan a López
Obrador para que encabece la “resistencia
proletaria” contra el golpe de Calderón.
Piden, como siempre, que este político
burgués convoque un paro de 24 horas (no
más, no menos) en contra de la reforma
calderonista, pero también en contra de
la imposición de Peña Nieto. Los
que crean que López Obrador va a
encabezar una lucha obrera tendrán una
larga e infructuosa espera. Pero
incluso otros grupos que se ostentan como
más radicales, adolecen del mismo
contagio. Un caso ejemplífico es el de la
Liga de Trabajadores por el Socialismo. Desde
mayo de este año, tras la
aparición del #YoSoy132, la LTS y su
agrupación juvenil Contracorriente, se
han puesto la camiseta del “movimiento”. Si
Militante se especializa en entrismo en partidos
patronales, la LTS ha hecho del seguidismo tras
movimientos pequeñoburgueses y burgueses
su método patentado. Antes hicieron lo
mismo con el zapatismo en los años 90,
con la APPO en 2006, etc. Ahora en cualquier
lugar se presentan simplemente como integrantes
del 132, sin referencias (salvo muy
ocasionalmente en su prensa) al socialismo. Para
luchar contra la reforma laboral, la LTS llama
al movimiento #YoSoy132 a que convoque a los
“sindicatos opositores” a una lucha conjunta: “El
movimiento #YoSoy132 puede fortalecerse si
unifica su lucha con los movimientos que
están surgiendo. Un primer paso en ese
sentido fue haberse sumado a la
Convención Nacional Contra la
Imposición.… “Es
muy importante que la próxima
Convención, a realizarse en Oaxaca,
integre a todos los sectores en lucha, que vote
un plan de acción unificado para
enfrentar al nuevo gobierno y sus planes y
prepare las condiciones para un paro nacional,
llamando a las direcciones sindicales que se
reclaman opositoras y democráticas a
sumarse a la lucha.” ―Estrategia
Obrera No. 101, 15 de septiembre La
política del movimiento #YoSoy132 no
tiene nada de izquierdista. Al contrario, con
sus reivindicaciones de elecciones limpias y
medios de comunicación
“democráticos” defiende un programa
populista burgués de reforma del
capitalismo. Al erigirse como su ala de
“izquierda”, la LTS siembra ilusiones en el
carácter “intrínsecamente”
combativo de la juventud (como si ésta no
estuviera dividida en clases
antagónicas). Más grave aún
es que siembra ilusiones en el frente popular de
López Obrador y Morena, del que la
Convención Nacional Contra la
Imposición es la más reciente
encarnación. En los hechos, la
Convención que se celebró en la
ciudad de Oaxaca el 22 y 23 de septiembre no
hizo prácticamente nada respecto a la
reforma laboral, que con el aumento de la
precariedad afecta sobre todo a jóvenes
trabajadores, y los grupos de estudiantes de
#YoSoy132 presentes en el plantón frente
a San Lázaro eran reducidos. En
contraste, cuando en 2006 el gobierno
francés quiso legislar los “contratos de
primer empleo” (CPE), parecidos a los contratos
de prueba y de capacitación introducidos
por Calderón, los estudiantes y
jóvenes franceses salieron a la calle con
manifestaciones de millones, con gran
apoyo por parte de los sindicatos y la clase
obrera, y finalmente lograron hundir el CPE. Y
eso aún después de haber sido
aprobado por el parlamento. Nada de eso ha
pasado en México, donde #YoSoy132 se ha
aliado con Morena y el frente popular de AMLO
para denunciar la imposición de
Peña Nieto, en lugar de movilizarse en
contra de los ataques a los jóvenes
auspiciados por todos los partidos burgueses. El
132 también ha tenido poca presencia en
el paro y ocupación de los cinco
planteles de la Universidad Autónoma de
la Ciudad de México.
¿Podría explicarse porque se trata
de una lucha en contra de una rectora
autoritaria nombrada por el PRD? En
contra de la perspectiva democraticista y
frentepopulista que predomina en la izquierda
mexicana, el Grupo Internacionalista lucha por
el programa de la revolución permanente
de León Trotsky. Codificando la
experiencia de las tres revoluciones rusas (1905
y febrero y octubre de 1917), el fundador de la
IV Internacional señaló que las
tareas democráticas cuya
resolución se adjudicó a las
revoluciones burguesas (como la Francesa de
1789), no pueden recaer hoy en las
débiles (y conservadoras)
burguesías nacionales, atadas por mil
lazos a los imperialistas. Una revolución
agraria que eliminaría el rezago del
campo, la realización de derechos
democráticos (como la salud y la
educación) y efectiva independencia con
respecto al imperialismo sólo
podrán conseguirse si el proletariado, a
la cabeza de todos los oprimidos, se hace del
poder y establece un gobierno obrero y
campesino, que extienda la revolución a
escala internacional. Los
trabajadores mexicanos han mostrado una gran
capacidad de lucha. En 2004, cuando el gobierno
panista de Vicente Fox Quesada (ahora aliado con
Peña Nieto) legisló la “reforma”
del Instituto Mexicano del Seguro Social, miles
de sindicalistas rodearon el Senado buscando
impedir la votación. Entonces como hoy, y
en la extendida lucha de los electricistas del
SME, la responsabilidad por la falta de una respuesta
obrera contundente que paralice al país
cae en los hombros de los dirigentes que han
subordinado la lucha de los trabajadores al
frente popular burgués, que ha llevado al
proletariado, los campesinos e indígenas
a una derrota tras otra. Precisamente por eso
hay que romper tajantemente con el
frentepopulismo y construir un partido obrero
revolucionario que enarbole la bandera del
auténtico comunismo de Lenin y Trotsky. El tiempo apremia. Una vez consumada la contrarreforma laboral, van por el petróleo. ■
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