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octubre de 2001  


La izquierda y la campaña de guerra

Capitalismo = guerra, racismo, crisis económica
¡Por la revolución obrera!


La capital afgana, Kabul, después de 20 años de devastación a manos de los 
contrarrevolucionarios respaldados por los EE.UU. 
(Foto: Didier Lefèvre)

El siguiente artículo fue traducido del suplemento especial de The Internationalist publicado el 27 de septiembre de 2001.

Las ondas de choque de los ataques coordinados del 11 de septiembre contra las Torres Gemelas del World Trade Center en Nueva York y el Pentágono se extienden a lo largo y ancho del mundo. Portaaviones se dirigen hacia el Océano Índico, mientras se reúne la mayor fuerza aérea militar desde la Segunda Guerra Mundial para atacar a Afganistán y los cuerpos de élite del ejército de Estados Unidos se movilizan. En EE.UU. la administración Bush ya ha puesto en pie una “Agencia de Seguridad de la Patria”; además agentes del gobierno y de las líneas aéreas utilizan “perfiles raciales” contra quienquiera que tenga la apariencia de provenir de Medio Oriente, mientras que fanáticos racistas han sitiado mezquitas y asesinado al menos a tres individuos que “parecían” árabes. Al mismo tiempo, en Nueva York angustiados parientes y amigos que han puesto fotografías en las paredes de Manhattan de las miles de personas desaparecidas, ven extinguirse sus esperanzas de encontrar sobrevivientes en los escombros del WTC.

Para el gobierno de EE.UU., sin embargo, las secuelas del indiscriminado ataque terrorista constituyen una excelente “oportunidad para reestructurar al mundo”, como dijo un alto asesor del presidente George W. Bush (New York Times, 22 de septiembre). El comandante en jefe del imperialismo norteamericano ha proclamado la “primera guerra del siglo XXI”. Librar esta guerra, dice, será “la misión de esta administración”. Portavoces del gobierno hablan de una “guerra contra el terrorismo”, cuando ellos en realidad buscan sembrar el terror con los ataques asesinos que preparan contra las poblaciones de Medio Oriente y el sur de Asia para que queden en la más completa sumisión. Afganistán mismo es tan “falto de blancos para atacar”, que no le queda casi nada de importancia que destruir (carece de plantas eléctricas, refinerías de petróleo e, incluso, de hospitales). Muchos miembros del gabinete ejercen presión para declarar a Saddam Hussein, el hombre fuerte iraquí, socio del millonario saudita Osama bin Laden, la actual némesis de Washington.

Bush y Cía. se rehusan a dar pruebas de las supuestas conexiones de bin Laden, Hussein o quienquiera que sea, con el ataque contra el WTC para, supuestamente, no “poner en riesgo fuentes de la inteligencia”. Pero, después de todo, ¿quién necesita pruebas? A final de cuentas, este “nuevo tipo de guerra” no tiene como propósito “detener al terrorismo”, ni corresponde a ninguna de las afirmaciones de la maquinaria de propaganda norteamericana. EE.UU. siempre da nombres rimbombantes a sus guerras: la Primera Guerra Mundial fue, supuestamente, una “guerra por la democracia”; la Segunda Guerra Mundial, una “guerra contra el fascismo”, cuando en realidad, en cada una de estas conflagraciones imperialistas lo que estaba en cuestión era el control de colonias, recursos económicos y el dominio mundial. La “guerra contra las drogas” es una cubierta para fortalecer la hegemonía de EE.UU. en América Latina, además de ser el vehículo para sitiar ghettos negros y barrios latinos en Estados Unidos. En una escala aún mayor, la “guerra contra el terrorismo” será un medio para regimentar a la población estadounidense en su conjunto, por tiempo indefinido.
Es una guerra contra los árabes, asiáticos y todos los inmigrantes, quienes son perseguidos y despojados de todo derecho.

Es una guerra contra los negros, quienes enfrentan un resurgimiento de la práctica policíaca de usar “perfiles” racistas.

Es una guerra contra los trabajadores, cientos de miles de quienes son echados de sus trabajos, mientras se recortan brutalmente las prestaciones laborales de los que no son despedidos.

Es una guerra contra los derechos democráticos, en la que los gobernantes capitalistas generalizan los controles de estado policíaco en todos los ámbitos, desde el correo electrónico, hasta el establecimiento de un sistema de carnets de identidad nacionales. Falta poco para que la burguesía declare que las huelgas obreras son una forma de “terrorismo”.

Grupos pacifistas se tragan la retórica de la guerra

La “opinión pública” manufacturada por los medios masivos, reproduce fielmente la propaganda de guerra: las encuestas muestran un 89 por ciento de apoyo a Bush (el nivel más alto conseguido por un presidente de Estados Unidos) y un 92 por ciento a favor de ataques militares contra países considerados culpables. Es significativo, sin embargo, que este ambiente patriotero no haya conseguido inhibir toda oposición a la campaña de guerra. En escuelas y universidades en todo el país, manifestaciones y conferencias contra la guerra se extienden como fuego en la yesca. Y en respuesta a ataques racistas contra estadounidenses de origen árabe, se ha dado una considerable oposición a la xenofobia. 

El Observer de Londres ya señaló el 16 de septiembre que “Los manifestantes a favor de la paz toman las calles de Nueva York”. Cuando finalmente el New York Times informó acerca de la proliferación de símbolos pacifistas en la plaza Union Square, la policía se movilizó rápidamente para borrarlos y cercar el lugar. No obstante, al día siguiente, miles de manifestantes a favor de la paz marcharon hacia la céntrica Times Square. El evento fue completamente ignorado por los medios.

Aunque los manifestantes objetan los ominosos movimientos bélicos de Washington, la política de las manifestaciones a favor de la paz está saturada de ilusiones en la “democracia” burguesa de Estados Unidos.

El 20 de septiembre, en una “conferencia para detener la guerra” organizada por la International Socialist Organization (ISO, organización de seguidores del difunto Tony Cliff) y otros grupos en la Universidad de Nueva York, el profesor Bertell Ollman – un prominente representante del “marxismo académico” – retomó una divisa de protestas antibélicas previas: “decir la verdad al poder”. La idea misma de que decir la verdad a quienes detentan el poder en este país capitalista pueda hacer que éstos cambien su política es una peligrosa ilusión liberal, que se opone por el vértice a todo lo que Marx escribió acerca de la clase dominante. Pero el mensaje de Ollman era, en realidad, aún peor: dijo que era necesario “hacer digerible la verdad” – es decir, aceptable para la “opinión pública” manufacturada por los medios.

Ollman dijo francamente lo que todos los grupos contra la guerra están haciendo. Al revestir sus llamados en una retórica “antiterrorista”, lo que hacen es aceptar la premisa de que la campaña de guerra de Bush es, en realidad, una respuesta a los ataques del 11 de septiembre. Pero no lo es. Cada una de las medidas que Washington realiza, fue preparada hace mucho tiempo. Una revisión de la seguridad nacional a principios de año hizo un llamado por una guerra global contra el terrorismo. Se ordenó desde agosto que los pertrechos que serán usados contra Afganistán fueran trasladados de Europa a la isla Diego García en el Océano Índico. El World Trade Center dio al gobierno justo la excusa que necesitaba para poner en práctica sus planes para “reorganizar el mundo”.

Por su retórica, los organizadores de las protestas se alinean como el ala pacifista de la campaña de guerra. Al ajustar su “verdad” a lo que resulta digerible para el poder burgués en Estados Unidos, ésta se revela como mentira. Sus llamados rezan que “toda la gente con consciencia debe unirse” para detener la guerra declarada por “nuestro” gobierno. (Incluso la “Convergencia Anticapitalista”, que ha convocado uno de los actos del 29 de septiembre en Washington, dice: “Exigimos que no se siembre más terror o violencia en nuestro nombre”.) Sin embargo, una lección clave es que el Pentágono, la Casa Blanca, el Congreso y los tribunales constituyen el gobierno de, por y para la clase dominante: representan la maquinaria del estado capitalista, que descansa en la policía y el ejército, los cuerpos armados cuyo trabajo consiste en “mantener y proteger” los intereses de los explotadores. En su campaña de guerra, los capitalistas no serán detenidos por una serie de marchas, no importa cuán numerosas sean éstas.

“¡La guerra y el racismo NO son la respuesta!”, es el título de un volante del International Action Center (IAC), dirigido por el estalinoide Workers World Party (WWP), convocando a la concentración nacional del 29 de septiembre en Washington. Lo que el volante no dice es que la guerra y el racismo son parte integrante del capitalismo, y es imposible deshacerse de estos males sin derribar el sistema que los engendra. El primero entre los firmantes es Ramsey Clark, quien como procurador general en la administración de Lyndon Johnson, supervisó la guerra asesina contra el Partido Pantera Negra.

“¡Justicia sí, guerra no!”, era una consigna repetida por los manifestantes en la marcha del 21 de septiembre en Nueva York. Una reunión de “activistas por la paz” realizada dos días antes en la sede de la Sección 1199 del sindicato de trabajadores de la salud, presentó como uno de los “puntos de acuerdo” fundamentales para una marcha planeada para el 6 de octubre, que el “terrorismo” debe ser tratado de acuerdo con la “ley internacional”. Sin embargo, la ley internacional es un mito bajo el capitalismo. ¿Se refieren con “justicia” al Tribunal de la Haya? Esos “jueces”, que ocupan sus poltronas en lo que fue una base militar en Holanda, no son sino el auxiliar “judicial” de las fuerzas imperialistas de la OTAN que perpetraron el bombardeo terrorista contra Yugoslavia en 1999.

  Foto: Studio X

Zona residencial de Bagdad después de bombardeo por los EE.UU. durante de Guerra del Golfo Pérsico (1991). 

¿Quieren acaso que las Naciones Unidas dicten sanciones contra Afganistán? Eso es lo que muchos manifestantes a favor de la “paz” exigieron en contra de Irak tras la invasión de Kuwait (pequeño reino propiedad de una familia) a manos de Saddam Hussein en 1990. Y las obtuvieron. Las sanciones de la ONU fueron el primer paso de la Guerra del Golfo Pérsico, y se han mantenido desde entonces, condenando a una generación de iraquíes a la miseria, la enfermedad y la muerte. Los revolucionarios defendimos a Irak y Yugoslavia contra los ataques imperialistas, sin dar el menor apoyo político a sus gobernantes asesinos y anticomunistas. Hoy es deber de todo socialista y obrero con conciencia de clase defender a Afganistán, Irak y a cualquier país bajo ataque del imperialismo norteamericano, luchando al mismo tiempo por la revolución socialista para derribar a sus sanguinarios gobernantes, la mayor parte de los cuales son ex aliados y ex lacayos de Washington.

Muchos de los organizadores del naciente “movimiento por la paz” son veteranos de movimientos previos de la misma naturaleza que emergieron durante la Guerra del Golfo Pérsico y la Guerra de Vietnam. Si quieren hacer una profesión del dirigir movimientos contra la guerra, al menos pueden estar seguros de contar con un empleo seguro. Como señaló el dirigente bolchevique ruso Vladimir Lenin en su libro El imperialismo, fase superior del capitalismo, el capitalismo en su época de decadencia produce guerras sin cesar, así como nuevas crisis económicas. Pero Lenin también enfatizó que el imperialismo es la época de guerras y revoluciones. La clave consiste en forjar una dirección proletaria revolucionaria.

La clase obrera en la mira en la crisis económica capitalista

El ataque del 11 de septiembre contra el WTC tuvo un efecto inmediato en la economía de EE.UU. Desde el momento en que sonó la campana de apertura de la Bolsa de Valores de Nueva York el lunes 17 de septiembre, los precios de las acciones de las principales corporaciones cayeron en picada. Se trató de la peor caída del índice Dow Jones en la historia, y para el fin de la semana las pérdidas acumuladas del mercado de valores sumaron una caída del 14 por ciento, siendo ésta la peor semana desde las simas de la Gran Depresión de los años 30. En cinco días, se esfumaron más de 1,2 billones de dólares en papel, una considerable cantidad en una economía capitalista para la que el esfuerzo por acumular “valor para los accionistas” es palabra sagrada.

La crisis en la economía real no es menos severa. Las aerolíneas norteamericanas han anunciado 100.000 despidos, la cuarta parte de la fuerza de trabajo en la industria. Está previsto que otros 100.000 empleos sean eliminados en Nueva York debido al colapso del WTC. Hoteles, restaurantes y la industria turística han despedido a más de 100.000 empleados en todo Estados Unidos. El Fondo Monetario Internacional ha anunciado oficialmente que EE.UU. atraviesa por una “recesión”.

  AP

Wall Street durante el crac del mercado de valores de Nueva York en 1929. El capitalismo engendra la crisis económica y la guerra. 

Por supuesto, todo esto no es el resultado de que unos aviones se hayan estrellado contra edificios en un ataque terrorista indiscriminado. La economía de Estados Unidos ya se encontraba en una aguda decaída después de la expansión más larga en la historia. La década del boom económico se limitó a los capitalistas: los pobres se hicieron más pobres, cientos de miles de obreros industriales perdieron sus trabajos, la clase media apenas pudo mantenerse a flote, mientras que los multimillonarios amasaron beneficios increíbles. Pero sólo era cuestión de tiempo que se reventara la burbuja especulativa. Y ahora que se ha reventado, los endebles cimientos de la economía norteamericana están tan al descubierto como los escombros de las Torres Gemelas. Por años, Estados Unidos ha vivido a costa de capital importado, teniendo año con año un déficit en la balanza de pagos de más de 400.000 millones de dólares, más del triple de sus reservas monetarias. En el momento en que los inversionistas extranjeros pierdan confianza en la economía norteamericana o en el dólar, la crisis financiera resultante podría ser cataclísmica.

En tales tiempos de crisis, el gobierno se presenta como lo que realmente es, el comité ejecutivo de la burguesía. Repentinamente, los funcionarios del área económica comenzaron a inyectar miles de millones de dólares para aumentar la “liquidez”. Los ejecutivos de las aerolíneas con sus salarios millonarios, obtuvieron del gobierno 15 mil millones de dólares. En seguida, despidieron a decenas de miles de trabajadores, rehusándose a pagarles indemnizaciones “garantizadas” en los contratos colectivos. Cuando los sindicatos se quejaron, los falsos “amigos de los trabajadores” del Partido Demócrata acordaron “renunciar a” toda garantía para los trabajadores.

Ante la crisis económica que se intensifica, varios dirigentes sindicales han sentido que el movimiento obrero se encuentra bajo la mira en la nueva campaña de guerra. Aunque el jefe de la AFL-CIO, John Sweeney, dio a Bush su “completo apoyo en este momento de crisis”, varios burócratas sindicales han hecho llamados por la “paz”. Pero sus tímidas declaraciones inevitablemente enfatizan su lealtad fundamental al capitalismo, y al capitalismo estadounidense en particular. Así, el United Electrical Workers (UE – sindicato de electricistas) publicó una declaración el 14 de septiembre que critica “las aventuras militares que sólo pueden llevar más matanzas y pérdidas de vidas sin sentido”, enfatizando al mismo tiempo que “después del ataque a Pearl Harbor [en 1941]...el UE se movilizó para ganar la guerra por la libertad....”

En el Área de la Bahía en California, la Junta Sindical de San Francisco (SFLC – instancia local de la AFL-CIO) publicó una declaración en la que se dice que “rechazamos la idea de que naciones en su conjunto deban ser castigadas por las acciones de unos cuantos. Bombardeos y ataques militares únicamente avivarán un interminable ciclo de venganza”. La SFLC cita a continuación a Samuel Gompers, fundador de la American Federation of Labor, diciendo “que los trabajadores quieren más justicia y menos venganza”. Gompers fue un rabioso partidario de EE.UU. en la primera guerra imperialista mundial. Mientras tanto, la Sección 10 del International Longshore and Warehouse Union (ILWU – sindicato de estibadores) en el Área de la Bahía, aprobó el envío deuna carta a la congresista Barbara Lee “felicitándola por haber tenido el valor de ser la única en votar contra la guerra”.

Al justificar su voto disidente, Lee dejó en claro que defendía lo que ella creía que era el interés nacional de los Estados Unidos capitalistas. Esta congresista de Oakland, California se opuso no a la llamada “guerra contra el terrorismo” en sí, sino al carácter ilimitado de la legislación votada para “el uso de la fuerza” (poderes de guerra), puesto que esta “reduce significativamente la autoridad del Congreso”; dijo que le preocupaba el que “las cosas se salgan de control”. Para dejar en claro cuál era su posición, la representante demócrata votó a favor del financiamiento de emergencia (US$40 mil millones) que incluye la entrega de un cheque en blanco para las “actividades de inteligencia”. Vaya “autoridad” del Congreso.

En la reunión de la Sección 10 del sindicato de estibadores se discutió también el intento de la confederación patronal (PMA) de poner a los trabajadores en listas negras mediante controles de “seguridad” tras el ataque del 11 de septiembre. Esto representa una amenaza directa en contra del control sindical de la contratación de los trabajadores, una conquista de la gran huelga de los muelles de San Francisco de 1934. En lugar de esconderse tras un político capitalista, lo que claramente hace falta es la acción obrera contra la campaña de guerra y sus consecuencias para los trabajadores. Los obreros con conciencia de clase deben enfatizar que la inminente guerra segará las vidas de incontables trabajadores de otros países, como ocurrió en las guerras de Vietnam y del Golfo Pérsico, al mismo tiempo que el gobierno lanza un ataque frontal contra los derechos civiles dentro de EE.UU.; y lo que se necesita es movilizar la lucha obrera contra la campaña de guerra estadounidense, defendiendo a los países semicoloniales que son el blanco del ataque de Estados Unidos a la vez que se defiende a los trabajadores dentro de este país – como, por ejemplo, contra los ataques que pretenden realizar los dueños de las empresas marítimas.

¡Por la lucha de clases revolucionaria contra la guerra imperialista!

Es un axioma en el movimiento marxista que las guerras y las revoluciones son las pruebas decisivas de un partido o una dirección. Esto fue el caso en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), cuando la inmensa mayoría de los partidos socialdemócratas de la Segunda Internacional apoyó a “sus propias” burguesías en la carnicería imperialista. La actual crisis no escapa a esta regla. Aunque varios reformistas quieren sacar provecho de un nuevo movimiento contra la guerra, estos seudosocialistas se cuidan de presentar su política en términos liberales. Junto con la Sección 10 del sindicato de estibadores, los reformistas del Partido Comunista y del Workers World Party vitorearon también el voto de la congresista Barbara Lee contra la legislación avaladora de la guerra. Workers World (27 de septiembre) la llama la “Héroe de Oakland”, en tanto que el Partido Comunista tituló su artículo “Lee muestra valor al votar por la paz”. Ésta es una repetición de la línea adoptada por el PC y el Socialist Workers Party (SWP) en el movimiento de los años 60, cuando andaban tras “palomas” del Partido Demócrata para librar sus campañas por la “paz” en el marco de un frente popular de colaboración de clases con políticos burgueses. En 1965-1966, vitorearon a los senadores Wayne Morse de Oregon y Ernest Gruening de Alaska, los dos únicos que votaron en contra de la “Resolución del Golfo de Tonkin” que el entonces presidente Johnson empleó para avalar la intensificación de la guerra contra Vietnam.

Otro “jugador” importante en la arena de la paz es la International Socialist Organization. Mientras llama por que los EE.UU. adopten una política diferente, estos socialpatriotas de poca monta se rehusan a defender a Afganistán, como hicieron también en el caso de Yugoslavia e Irak cuando éstos enfrentaban ataques imperialistas. En un suplemento especial titulado “No conviertan la tragedia en guerra” (Socialist Worker, 14 de septiembre), la ISO se refiere al hecho de que la CIA entrenó a bin Laden, señalando que cuando los muyajedín (guerreros santos islámicos) combatían a las tropas soviéticas en Afganistán, Ronald Reagan los llamó “luchadores por la libertad”. Lo que la ISO no dice es que aullía junto con los lobos reaganianos, gritando “Condenamos completamente la invasión rusa de Afganistán” (Socialist Worker, enero de 1980). Y cuando los soviéticos se retiraron nueve años después, la ISO se regocijó: “La victoria de los muyajedín alentará a los oponentes del dominio ruso en todas partes de la URSS y Europa Oriental” (Socialist Worker, 4 de febrero de 1989).

De hecho, la retirada del Ejército Soviético sí alentó la contrarrevolución a escala internacional, lo que culminó con la destrucción de la URSS y los estados obreros burocráticamente deformados de Europa Oriental. Los trabajadores de estos países, quienes sufren los estragos de la restauración capitalista, así como las mujeres de Afganistán, esclavizadas una vez más por el velo, tienen cuentas que ajustar con estos socialdemócratas proimperialistas que ovacionaron la victoria de los sanguinarios fundamentalistas islámicos.

Ante el traumático impacto del ataque del 11 de septiembre, toda una gama de grupos de izquierda busca de diferentes maneras alimentarse de los sentimientos de impotencia y sed de venganza azuzados por los medios burgueses. En una declaración del 14 de septiembre, el maoísta Revolutionary Communist Party (RCP) proclama emotivo: “Al limpiarnos el polvo de los ojos, nosotros, el pueblo del país más poderoso en el mundo, nos encontramos secuestrados...” – ¿Qué es esto? ¿Es acaso un volante derechista? Aunque luego dice que “nosotros” hemos “sido secuestrados” por  “las inevitables repercusiones de las acciones de esta estructura de poder en Estados Unidos y su sangrienta maquinaria militar”, a lo que el RCP apela es a un sentimiento de superioridad imperialista.

A su vez, la League for the Revolutionary Party (LRP) declara simultáneamente que “los obreros norteamericanos tienen razón al odiar a sus enemigos y buscar venganza por la masacre”, y por otra parte que los terroristas responsables de los ataques “buscaban dar un golpe al imperialismo” a pesar de que “su desdén por la pérdida de vidas inocentes refleja una falta de interés en la vida de toda la gente”. Esta esquizofrénica dualidad refleja la política de la LRP que busca apelar tanto al chovinismo de la burocracia sindical y la aristocracia laboral en los países imperialistas, y a los nacionalistas de “Tercer Mundo” que no ven diferencia alguna entre el gobierno de EE.UU. y los trabajadores estadounidenses. Contorsiones como éstas eran de esperar de un grupo que, como el maoísta RCP, se unió al coro de la Guerra Fría antisoviética (diciendo que la URSS era “capitalista”), intentando a la vez mantener una apariencia izquierdista.

Otro grupo que dice ser “comunista revolucionario” es el Progressive Labor Party (PLP), que publicó un volante titulado “Condenar todo terrorismo”. Ocultando el hecho de que el imperialismo norteamericano es, con mucho, el terrorista más poderoso del mundo, el PLP “ecuánimemente” declara que la clase obrera “está atrapada entre dos terroristas, los cobardes bombarderos suicidas y la horrible clase dominante de EE.UU.” En su periódico Challenge (3 de octubre), que elogia a “grandes dirigentes comunistas como Stalin y Mao”, el artículo principal declara: “Nuestra tarea consiste en luchar contra todos los gobernantes, no en movilizar nuestra clase para tomar partido por algunos de ellos”, sea en Afganistán o en los Estados Unidos. ¡Vaya comunistas, que se rehusan a tomar partido por las víctimas de “su propio” imperialismo cuando éste bombardea países semicoloniales!

Los genuinos comunistas defendemos a los países semicoloniales contra el ataque imperialista, luchando al mismo tiempo por la revolución socialista contra sus dirigentes burgueses y, en el caso de Afganistán, feudalistas. Durante los años 30, León Trotsky y sus partidarios en el movimiento cuartainternacionalista, defendieron a Etiopía contra el ataque del imperialismo italiano, sin por un momento dar apoyo político al emperador Haile Selassie. Hoy es crucial enfatizar la defensa de los estados obreros deformados que aún perviven (China, Corea del Norte, Vietnam y Cuba) contra el imperialismo y la contrarrevolución interna.

La Spartacist League, sección estadounidense de la Liga Comunista Internacional (SL/LCI), luchó durante muchos años por el auténtico trotskismo. La LCI dijo correctamente “¡Viva el Ejército Rojo en Afganistán!”, y llamó a extender las conquistas de la Revolución de Octubre a los pueblos de este empobrecido país de Asia Central. El Internationalist Group (sección estadounidense de la Liga por la IV Internacional), fundado por cuadros espartaquistas de larga trayectoria, continúa la lucha por la política trotskista revolucionaria, mientras que la LCI se hunde cada vez más en la confusión centrista.

Así pues, la SL publicó una declaración fechada el 12 de septiembre con el inocuo título de “El ataque contra el World Trade Center”. Aunque un cintillo dice “Oponerse a la represión interna y a las ‘represalias’ imperialistas”, la parte inicial de la declaración se centra en fustigar a los terroristas, lo mismo que la parte final. En ningún momento dice la declaración de la SL que hay que defender a los países (en particular Afganistán e Irak) que fueron blanco de Washington ya desde las primeras horas que siguieron al ataque contra el WTC y el Pentágono. Para el caso, ni siquiera llama a derrotar la creciente campaña de guerra, sino sólo a “oponerse” a ella. Ésta no es una diferencia pequeña: como enfatizó Lenin en contra de los “socialpacifistas” como Karl Kautsky en la Primera Guerra Mundial, la cuestión es si se insta a los imperialistas a adoptar una política diferente, o si se toma partido a favor de su derrota. Ante las preguntas de militantes del Internationalist Group, miembros de la SL se han mostrado una y otra vez incapaces de defender su declaración, diciendo en varias ocasiones que la misma debe leerse junto con las declaraciones pasadas de la LCI, mientras que en otras caen en un avergonzado silencio.

Mientras los imperialistas de EE.UU. explotan cínicamente el sufrimiento de los trabajadores que han perdido familiares y amigos en el ataque contra el World Trade Center, usando su profunda pena para azuzar la histeria de guerra y precipitarse hacia un estado policíaco, es deber de los genuinos revolucionarios no “hacer digerible la verdad” al poder, sino “decir la verdad a las masas, por amarga que sea”, como establecen las reglas de la IV Internacional. En la guerra que ha sido proclamada por los gobernantes imperialistas, los comunistas internacionalistas deben saber cómo luchar dentro del gigante imperialista, para romper el “consenso” de la chovinista propaganda de guerra y defender a nuestros hermanos y hermanas de clase en todo el mundo contra los mayores “terroristas de estado”, los imperialistas de EE.UU., que son también los opresores directos de los obreros, minorías y pobres de Estados Unidos.

La verdad es que las interminables guerras, el racismo y las crisis económicas no tendrán fin sino hasta que el capitalismo sea barrido mediante la revolución socialista internacional. Hoy en día es urgente ganar obreros y jóvenes a la construcción del indispensable partido obrero revolucionario que dirigirá esta lucha. n

– 27 de septiembre de 2001



Para contactar el Grupo Internacionalista y la Liga por la IV Internacional, escribe: internationalistgroup@msn.com

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