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junio de 2005  

¡Formar consejos de obreros, campesinos y soldados!

Batallas campales en las calles de La Paz

Mineros bolivianos del estaño de la cooperativa Caracoles corren en medio del gas lacrimógeno durante los enfrentamientos en la capital boliviana, 7 de junio. Decenas de miles de obreros y campesinos sacudieron La Paz, en una serie de batallas con la policía y el ejército.
(Foto: David Mercado/Reuters)

LA PAZ, 7 DE JUNIO – Este martes, después de que el presidente Carlos Mesa anunciara anoche que había presentado su renuncia ante el Congreso, han estallado batallas campales en la capital de Bolivia.

Con una significativa intensificación de la represión gubernamental, las más encarnizadas confrontaciones se dieron entre policías y mineros que ocupaban las empinadas calles que rodean la Plaza San Francisco. Obreros, vecinos de barrios pobres y campesinos intentaron una vez más llegar hasta la Plaza Murillo, sede del gobierno boliviano. Durante varias horas, los dinamitazos alternaron con los disparos de gas lacrimógeno y balas de plástico. Los dinamitazos fueron aún más ensordecedores que los de ayer: los mineros cortaron los cachorros de dinamita en pedazos que tenían el doble de tamaño que los de antes.

Soldados armados llegaron desde los cuarteles para ocupar la Plaza San Francisco y “resguardar” varios camiones que confiscaron a los mineros, alegando que en ellos encontraron dinamita y un rifle. Varios manifestantes fueron hospitalizados, incluyendo a doce personas, entre ellos dos mineros gravemente heridos; más de 50 personas fueron arrestadas.

Mineros de la cooperativa Caracoles marcharon en columnas disciplinadas desde el Prado, el bulevar central de la capital, mostrando orgullosamente su dinamita. Fueron recibidos en medio de aplausos, dado que los mineros son vistos como la encarnación de la historia de lucha de los trabajadores de Bolivia. Después de la salvaje privatización de las minas llevada a cabo hace dos décadas, los mineros de las cooperativas han chocado en repetidas ocasiones con los mineros asalariados en minas privadas, así como en las pocas que aún son de propiedad estatal. Fue significativa la participación masiva de los mineros cooperativistas hoy, que usaron u dinamita para contener las andanadas de ataques policíacos.

Se han cortado las calles del viejo sector colonial de la ciudad, que estaba sumido en una densa nube de gas lacrimógeno, y los adoquines fueron usados – junto con madera, llantas, señales de tránsito y escombros – para construir barricadas. Mujeres aymaras en sus vestimentas tradicionales, doblándose de dolor y vomitando, pedían agua cuando el gas entraba a sus pulmones. (El efecto del gas se intensifica por la reducida proporción de oxígeno en las grandes altitudes.) Vendedores callejeros, mujeres del mercado y gente que pasaba comenzaron a gritar indignados a la policía por el ataque contra los manifestantes.

Entrada la tarde, una trabajadora se refugió en una cafetería con su joven hija, después de huir de un nuevo ataque con gas lacrimógeno: “La policía nos gasificó nada más por estar mirando donde tenían los camiones de  los mineros y opinar”. Su padre y su abuelo fueron mineros, dijo, y “todo el país vivía de lo que producía el minero. Ya no hay eso pero hay gas, pero los políticos cruceños quieren tomarse el dinero para ellos”. Después de que su esposo perdió el trabajo, ella se fue a Brasil para trabajar “bajo llave” en un taller de la costura en São Paulo, pero los pocos dólares que ganó le fueron arrebatados por la policía migratoria.

Al pasar por un cuartel de la policía de tránsito, una columna de campesinos gritó “Fusil, metralla, el pueblo no se calla”. Este contingente venía de Cochabamba, Oruro y zonas orientales de Bolivia, que son gobernadas como feudos privados de la élite “blanca” que señorea sobre la población predominantemente indígena.

Al referirse a los reaccionarios jefes del Congreso y de la Cámara de Representantes, Humberto Vaca Díez y Mario Cossío, los manifestantes coreaban: “Vaca, Cossío, la misma porquería” y “Vaca al matadero”.

Respaldado por la Organización de Estados Americanos (y sus amos, los imperialistas norteamericanos), Vaca Díez insistió en que la sucesión presidencial debe hacerse  de manera “ordenada” y “constitucional”, queriendo decir así que es él quien debería ser presidente. Los siguientes en la línea sucesoria son Cossío y el presidente de la Suprema Corte, otro personaje cercano al derrocado presidente “Goni” (Gonzalo Sánchez de Lozada), quien huyó en medio del levantamiento de octubre de 2003. En lo que todos los comentaristas burgueses están de acuerdo es en que el actual “vacío de poder” no puede continuar.

Con el apoyo de partidos claves de la coalición de Goni, Vaca Díez declaró ayer que el congreso se reunirá en la ciudad de Sucre el jueves para votar sobre la renuncia de Mesa y quién será su sucesor, afirmando que la “presencia de estado” es necesaria para “imponer orden”. En respuesta, Mesa rogó a Vaca Díez en un mensaje televisado que no asuma la presidencia porque, de hacerlo, habrá un “Congreso sin resultados, podremos tener una explosión” y una “guerra civil”. Enfatizando que su propia renuncia es “irrevocable”, Mesa se pronunció a favor de elecciones anticipadas.

Aunque el senador de Santa Cruz es el favorito de varios sectores derechistas, otros prefieren abiertamente un golpe de estado. La idea de que Vaca Díez se convierta en presidente y su postura belicosa ante las actuales protestas son vistas por los manifestantes como una provocación deliberada; él es correctamente denunciado como corresponsable de todas las masacres llevadas a cabo por la megacoalición de partidos derechistas y burgueses “moderados” que llevaron a Goni a la presidencia.

En tanto que la polarización se acentúa, algunos residentes de clase media en el centro de la ciudad, gritan “indios váyanse a su casa” y otros insultos racistas. En varios distritos acomodados hubo asambleas para discutir acerca de la “defensa” en contra de los manifestantes, que en las pesadillas de la élite son la reencarnación misma de los indígenas rebeldes de Tupac Katari, quienes sitiaron La Paz colonial en 1781.

Mineros se preparan para enfrentar a la policía y el ejército con dinamita en La Paz, 7 de junio. La oferta del presidente Carlos Mesa de renunciar deja un vacío de poder, en tanto que los derechistas traman un golpe militar. (Foto: Juan Karita/AP)

Los intentos de calmar el conflicto a través de la “mediación” continúan, en tanto que han ocurrido escisiones entre las organizaciones vecinales de El Alto, en torno al tema de negociaciones con el gobierno. Tras reunirse con jerarcas de la Iglesia Católica que predican el evangelio del “diálogo”, Evo Morales, dirigente campesino que encabeza el reformista Movimiento al Socialismo (MAS), declaró estar a favor de elecciones anticipadas. Mientras tanto, el diario paceño La Razón (7 de junio) informó que, “Por la presión de sus bases, el MAS endureció su posición” y se ha pronunciado a favor de la nacionalización de los hidrocarburos – la consigna predominante en las protestas de estos días – pidiendo al mismo tiempo, no obstante, “la conformación de un Consejo preconstituyente.”. En otras palabras, un cuerpo aún más impotente que la vacua Asamblea Constituyente que Morales ha exigido a lo largo de los últimos años.

En la radio, en medio de las batallas de hoy, constantes anuncios pagados por “ONGs” (organizaciones supuestamente “no gubernamentales”, financiadas de hecho por agencias imperialistas) ensalzan las virtudes que la prometida Asamblea Constituyente tendría para los indígenas, para las mujeres, para los jóvenes, etc. Criticado por portavoces del imperialismo norteamericano, Morales ha intentado probar su respetabilidad y “confiabilidad” al buscar apoyo de ONGs, así como de los socialdemócratas europeos, el frente popular de Lula en Brasil y la Venezuela de Hugo Chávez.

Una de las últimas acciones de Mesa como presidente consistió en convocar elecciones a mediados de octubre para una Asamblea Constituyente con un referéndum vinculante en torno a la ultrarreaccionaria exigencia de “autonomía” de Santa Cruz y otras regiones con grandes reservas de petróleo y gas cuyos gobernantes quieren sacar más ganancias en dólares para ellos mismos. La burguesía de la parte oriental del país se ha opuesto en repetidas ocasiones al más mínimo reconocimiento jurídico de la existencia de múltiples etnias en Bolivia, cuyos pueblos indígenas aymaras, quechuas, guaraníes y otros, han han sufrido una brutal opresión secular.

La intensificación de la lucha de clases que hoy se ha verificado, prueba una vez más la falsedad de las ilusiones democráticas sembradas por Morales y otros, incluidos algunos centristas en la izquierda (ver “Bolivia estalla: encarnizada batalla de clases”, suplemento de El Internacionalista, 1° de junio). Incluso cuando la derecha se rehusó ostensiblemente a reanudar las sesiones del Congreso, la brigada parlamentaria del MAS se presentó de todas maneras, para demostrar su lealtad al marco “institucional” que se ha mostrado incapaz de satisfacer hasta las más elementales necesidades de las masas.

En las calles, en los mercados, en los taxis, en todas partes, los bolivianos se refieren desdeñosamente a Carlos Mesa como el presidente “que no pudo”. La “inestabilidad” que convulsiona al país (lo mismo que a buena parte de América Latina) no es en lo fundamental el resultado de un fenómeno político pasajero. Las convulsiones son el resultado del sistema capitalista, que manifiesta una creciente inestabilidad a escala internacional.

Los enfrentamientos de hoy terminaron en un nuevo impasse. En las calles, la gente que se encuentra por primera vez pregunta, “¿Cuál es la salida para todo esto? ¿Por qué nadie dice qué es lo que hay que hacer?” Aunque las masas están indignadas con el gobierno burgués, aún le piden que resuelva los problemas de la nación, fundamentalmente mediante la nacionalización de los hidrocarburos.

En ausencia de una dirección revolucionaria, no han alcanzado la conciencia de que son los trabajadores mismos los únicos que pueden emprender la resolución de estos problemas: esto implica la toma del poder por parte del proletariado, a la cabeza de todos los oprimidos. Una necesidad inaplazable es la formación de grupos obreros y campesinos de defensa (que constituirían la base de milicias obreras y campesinas), así como la formación de consejos de obreros, campesinos y soldados para organizar a las masas de explotados y oprimidos en lucha. Estos consejos podrían luego formar los cimientos de un gobierno obrero, campesino e indígena.

En la lucha por construir un genuino partido trotskista en Bolivia, se puede asentar fuertes raíces entre las masas en el curso de las presentes batallas. Mientras los combativos mineros luchan en medio de nubes de gas lacrimógeno, la situación exige a gritos una dirección revolucionaria que combata a los falsos dirigentes nacionalistas pequeñoburgueses y ofrezca un claro programa por el poder proletario. La tarea crucial en estos tumultuosos días consiste en forjar el núcleo de tal partido, que pueda abrir la vía para la revolución socialista internacional. n



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