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mayo de 2012  

¡Ningún voto a los partidos de la patronal (PRI, PAN, PRD y satélites)!

México: Elecciones 2012
Militarización, ataques antiobreros y farsa electoral


Ni la falsa alternancia PRI-PAN, ni la “república amorosa” de AMLO
¡Forjar un partido obrero revolucionario!



Caravana de la Policía Federal en Cd. Juárez, 15 de enero de 2010. Ahora la población juarense
entera exige la retirada de las fuerzas federales.
(Foto: AP)
 

El siguiente artículo fue publicado en un suplemento de El Internacionalista (mayo de 2012).

A dos meses de las elecciones presidenciales del 1° de julio, las campañas electorales nos hunden en interminables spots de radio y TV cuya tónica sosa contrasta con la brutal realidad que se vive en el país. El sexenio de Felipe Calderón, del reaccionario y clerical Partido Acción Nacional (PAN), se acerca a su fin con un saldo de 60 mil muertos, una militarización sin precedentes, un desempleo real que ronda los nueve millones de personas y un récord –sin paralelo en medio siglo– de ataques contra la clase obrera. Es más, en gran parte del país se respira un verdadero aire de guerra, que el gobierno no va ganando.

Ante el hartazgo generalizado, las encuestas de opinión predicen un triunfo holgado de Enrique Peña Nieto, candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Empatados en un lejano segundo lugar se encuentran Josefina Vázquez Mota del PAN y Andrés Manuel López Obrador del Movimiento Progresista. Este último es una coalición del Partido de la Revolución Democrática (PRD), el Partido del Trabajo (PT), el Movimiento Ciudadano y el Movimiento de Regeneración Nacional, MORENA, la organización “no partidaria” de AMLO. Sin embargo, el ambiente generalizado de crisis hace temer a la burguesía que cualquier chispa de descontento pueda encender la yesca. Los tres principales candidatos burgueses buscan ante todo evitar un estallido social de consecuencias imprevisibles.

Vázquez Mota, cuyo equipo de campaña está lleno de elementos clerical-fascistoides y de la derecha cavernícola, se ostenta como la candidata de la continuidad calderonista. Peña Nieto, con la salvaje represión punitiva contra los habitantes de San Salvador Atenco como su tarjeta de presentación, demuestra su capacidad de imponer el orden burgués con mano dura. Por su parte López Obrador, con su discurso de “amor a las familias … amor a la patria” busca armonizar “amorosamente” a explotados y explotadores. Las diferencias se reducen, pues, a la proporción respectiva de garrote y zanahoria que cada cual propone.

Dos sexenios atrás, la izquierda mexicana, heredera de la perspectiva estalinista-menchevique de la “revolución por etapas”, preconizó una “revolución democrática” que se identificaba con la salida del PRI del gobierno federal. Ante este discurso democraticista, muchos votantes de izquierda optaron por el “voto útil” a favor del ultrarreaccionario Fox y el PAN. La burguesía esperaba, en cambio, el desmantelamiento del viejo y costoso aparato de control corporativista y su sustitución por mecanismos de represión más típicos de las “democracias” latinoamericanas, toda vez que era ya incapaz hasta de dar migajas a los trabajadores.

Doce años de “alternancia”  no han traído la ansiada democratización que muchos cifraban en la sustitución del PRI en el gobierno federal. En estas elecciones, como sabe muy bien la patronal, los trabajadores y los oprimidos no cuentan con ninguna representación. En todo caso, no será a través de este farsante juego político burgués que explotados y oprimidos puedan avanzar hacia su emancipación. ¡Ni un voto a los partidos y políticos burgueses!

México es una semicolonia del imperialismo norteamericano. Además de ser un país de desarrollo capitalista tardío, tiene la particularidad de compartir con la superpotencia imperialista una frontera terrestre de más de 3,000 kilómetros. Así, tanto al nivel económico como al político, la burguesía mexicana está completamente subordinada a sus socios mayores imperialistas. A pesar de haber atravesado por tres grandes revoluciones sociales, los derechos democráticos siguen siendo tinta sobre papel. A cien años de iniciada la Revolución Mexicana, la tierra aún no está en manos de quien la trabaja. Precisamos una nueva revolución, de una próxima revolución mexicana que tendrá que ser obrera y socialista, o no será.

Pero, ¿cómo llegamos a ella? Hay que luchar en primer lugar por la más completa independencia de clase con respecto a los políticos y partidos de la patronal, y por construir el indispensable instrumento de la revolución proletaria: el partido revolucionario de la clase obrera. El propósito del Grupo Internacionalista consiste en forjar el núcleo de dicho partido proletario sobre la base de la teoría y el programa de la revolución permanente de León Trotsky. Esta perspectiva resultó de su análisis de la Revolución Rusa de 1905, confirmado por las revoluciones rusas de 1917. En los países económicamente atrasados y dominados por el imperialismo, escribió, hasta la resolución de las más elementales tareas democráticas exige la toma del poder por parte de la clase obrera a la cabeza de todos los oprimidos, que se verá enseguida obligada a pasar a tareas propiamente socialistas y a la extensión internacional de la revolución. Así fue la Revolución de Octubre de 1917 dirigida por Trotsky y Lenin.

Con su retórica ocasionalmente nacionalista y “antineoliberal” y todo, el PRD representa –igual que el PRI y el PAN– los intereses de sectores de la burguesía nacional.* Andrés Manuel López Obrador es partidario de un capitalismo con “rostro humano” y pretende encadenar a la clase obrera a sus explotadores bajo la rúbrica de la “unidad nacional” en oposición a una nunca identificada “oligarquía” venal. El nefasto papel del frente popular burgués que encabeza se vio con claridad en la derrota del Sindicato Mexicano de Electricistas ante la embestida calderonista en su contra. En lugar de movilizar el poder de la clase obrera en una contraofensiva proletaria, las cúpulas de los sindicatos “independientes” (Martín Esparza del SME, Agustín Rodríguez del STUNAM,  Francisco Hernández Juárez del Sindicato de Telefonistas) hicieron todo lo posible por limitar las movilizaciones a la política de presión burguesa y dirigieron el descontento al apoyo de la campaña electoral de AMLO.

Por el otro lado, los “sindicatos” corporativistas se sumaron sin cortapisas a la andanada calderonista. El SUTERM, que regimienta de manera corporativista a los electricistas de la Comisión Federal de Electricidad hasta  proveyó de trabajo esquirol a Calderón para implementar su ataque.

El talante represivo del próximo gobierno no sería consecuencia exclusiva de que lo encabezara Peña Nieto o Vázquez Mota. AMLO ha anunciado que en su gabinete participarían el ex rector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente, y el actual alcalde de la Ciudad de México, Marcelo Ebrard, en las carteras de educación y gobernación, respectivamente. De la Fuente puso fin a la huelga de la UNAM de 1999-2000 mediante una incursión masiva de la Policía Federal Preventiva en Ciudad Universitaria y el arresto de casi un millar de huelguistas. Ebrard, por su parte, ha hecho enmiendas a la ley laboral del DF para mantener un más férreo control patronal sobre las organizaciones sindicales, mientras arremete contra el SUTIEMS, gremio al que pertenecen los profesores y trabajadores administrativos del sistema de preparatorias del DF, y el SUTUACM, de los trabajadores de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.

 El sexenio de Calderón: hambre y muerte


Trabajadores electricistas del SME en protesta frente a la sede de Luz y Fuerza del Centro (LyFC)
durante paro nacional, 11 de noviembre de 2009. La derrota del SME a manos del gobierno
ferozmente antiobrero asestó un duro golpe contra toda la clase obrera mexicana.  La dirección
sindical primero intentó presionar a las autoridades del estado capitalista, luego desvió la lucha en
apoyo al frente popular de Andrés Manuel López Obrador en las elecciones. 

(Foto: David Rodríguez/El Universal
)

Quizás el aspecto más notable del sexenio calderonista no sea ni siquiera el desastre económico que ha generado. Considerables zonas del país se encuentran bajo control efectivo de los cárteles del narcotráfico. De la Tierra Caliente que atraviesa Guerrero y Michoacán, pasando por el “Triángulo Dorado” en Sinaloa y Durango, hasta Tamaulipas, las Fuerzas Armadas y las diversas policías mantienen una presencia masiva, pero testimonial.

En septiembre pasado, en pleno Boca del Río, Veracruz, un grupo de sicarios arrojó 35 cadáveres en una importante avenida. Escenas semejantes se han repetido en Guadalajara, donde apenas el 9 de marzo pasado se realizaron 25 bloqueos de avenidas mediante la quema de camiones de transporte urbano y de material, en respuesta a la captura de un supuesto capo. Apenas a unas cuadras del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guadalajara, tuvo lugar uno de estos bloqueos.

La vida cotidiana de millones de personas en el país se ha visto radicalmente trastocada por la campaña militarista de Calderón. Tras el fraude electoral que lo impuso en la presidencia de la República en 2006, éste intentó remediar su debilidad política con un despliegue de fuerza. Vistiéndose con gorra y chamarra militar, inició una “guerra contra el narcotráfico”. Hoy por hoy, más de 50 mil efectivos militares están desplegados en esa guerra a lo largo y ancho del país. Los efectivos de la Policía Federal pasaron de 15 mil en 2006 a 40 mil en 2012, y muchas policías estatales crecieron en una proporción semejante.

La militarización del país responde en buena medida a las exigencias del imperialismo norteamericano que emplea la “guerra contra el narcotráfico” para afianzar el control que ejerce sobre su “patio trasero” latinoamericano. A través de la “Iniciativa Mérida”, un plan de “colaboración” militar entre los gobiernos de México y Estados Unidos firmado en 2008, vastos recursos han sido canalizados hacia instancias policíacas y militares mexicanas. La presencia del ejército, la Marina y la Policía Federal Preventiva se han convertido en parte de la vida cotidiana en Chihuahua, Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila, Veracruz, Durango, Sinaloa, Jalisco, Michoacán y Guerrero. El saldo de la arremetida calderonista es brutal: además de los 60 mil muertos, hay más de un millón y medio de desplazados.

Los temas de la “seguridad” y la militarización se han convertido, como cabría esperar, en el centro de gravedad de las campañas electorales de 2012. Y en esto, todos los partidos y políticos capitalistas –del PAN, el PRI y el PRD, lo mismo que las formaciones burguesas menores (PVEM, PT, Convergencia, etc.)– apoyan a las fuerzas represivas del capital. Desde luego, Josefina Vázquez Mota ha prometido continuar con la desastrosa estrategia de Calderón. Enrique Peña Nieto se compromete a incrementar drásticamente el número de efectivos de las Fuerzas Armadas y de la Policía Federal.


La Sección XXII del SNTE-CNTE marcha el 25 de noviembre de 2011 en repudio a la represión de 2006
y por la defensa de la educación pública y gratuita. No obstante la gran combatividad del
magisterio oaxaqueño, la dirección sindical da un apoyo implícito al frente popular lopezobradorista.
Igual hizo en 2006, a pesar del apoyo del PRD estatal al governador asesino Ruiz Ortiz. 

(Foto: Sección XXII, SNTE-CNTE)

Andrés Manuel López Obrador, por su parte, propone bajo el lema de “abrazos y no balazos”, crear una nueva policía federal “eficaz, disciplinada, honesta y comprometida realmente con la sociedad” que “gradualmente se irá haciendo cargo de las tareas que hoy llevan a cabo el Ejército y la Marina. Se trata, pues, de mantener la estrategia militarista de Calderón, sólo que a través de una policía federal entrenada en las “técnicas de la excelencia policíaca”. ¿En qué exactamente consistiría la “excelencia” de la policía, instancia responsable de mantener por la fuerza los intereses de la burguesía?

Contra la militarización calderonista se ha extendido un justificado clamor social. Tras el asesinato de su hijo en Cuernavaca el año pasado, el poeta Javier Sicilia se ha convertido en el punto focal de un “Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad”. Sicilia pide al estado que “haga su trabajo”. Sin embargo, eso es precisamente lo que está haciendo: la labor del estado no consiste para nada en “proteger a la población”, sino en defender el régimen de la clase dominante. Por ello, insistimos en que contra la militarización no hay más alternativa que luchar por barrer con el estado burgués mediante una revolución obrera.

El otoño pasado escribimos que la “guerra contra las drogas” es una guerra “contra los pobres y por la subyugación de México al imperialismo norteamericano” (“México: Contra la militarización, revolución obrera”, El Internacionalista suplemento, octubre de 2011). Por eso insistimos en que es necesario eliminar todas las leyes que prohíben o regulan el consumo, la producción y el comercio de drogas: no es asunto del estado determinar qué hace cada individuo consigo mismo. Agregamos que, “En momentos de aguda lucha de clases los comunistas revolucionarios llaman a la formación de grupos de autodefensa obrera, consigna ausente en la propaganda de los izquierdistas oportunistas que integran el movimiento ‘contra la violencia’. Así hicimos en Oaxaca en 2006 y en las luchas sindicales desde Lázaro Cárdenas hasta el SME. Pero finalmente, la única manera de poner alto a la violencia perpetrada por el estado y la clase dominante es por medio de una revolución social.”

En una curiosa reedición tardía de la fábula fantástica de Foxilandia, Felipe Calderón sostiene que las cosas van tan bien en México, que no sólo se ha detenido por completo la emigración a Estados Unidos, sino que muchos de los inmigrantes en ese país están considerando volver a México. El 24 de abril ante la Cámara de Comercio México-Estados Unidos, Calderón declaró que su gobierno está “creando oportunidades de empleo en México, oportunidades de formación y educación… servicios de salud… para toda la nación” y que todo ello ha generado “un cambio en las oportunidades” que hace preferible volver a México que quedarse en EE.UU (Milenio, 25 de abril).

Si bien es cierto que la migración de trabajadores mexicanos hacia Estados Unidos ha disminuido, la explicación ciertamente no es la que consigna el cuento de hadas de Calderón. En primer lugar, el gobierno de Obama ha deportado la cifra récord de 400,000 migrantes por año. En segundo lugar, ante una frontera altamente militarizada (con unidades tanto regulares como “irregulares” de cazamigrantes), se ha tornado considerablemente más difícil cruzar hacia el norte. En tercer lugar, y sobre todo, la depresión económica que ha paralizado a la economía mundial desde 2008 ha hecho que sea más difícil encontrar trabajo en EE.UU.

Contra lo que sugiere Calderón, los efectos de la depresión económica no se detienen en la frontera con México. Lejos de las cifras alegres propaladas por el gobierno federal, el Centro de Análisis Multidisciplinario (CAM) de la UNAM sostiene en su Reporte de Investigación No. 95 que la verdadera tasa de desempleo en el país es del 18 por ciento (contra el 5 por ciento que el INEGI reconoce oficialmente). El desempleo disfrazado es aun mayor. El mismo reporte del CAM afirma que más de la mitad de la población ocupada lo está en el sector informal. Calderón, que hizo campaña como “presidente del empleo”, es de hecho el presidente del desempleo. Y no es retórica: el plantón que intermitentemente han mantenido los miles de trabajadores del SME en el Zócalo da cuenta clara de ello.

Pero no es éste el único adjetivo que se le podría añadir. Según  Jaime Vázquez y Luis Lozano, investigadores de la Facultad de Economía de la UNAM, en el sexenio calderonista “el salario real de los trabajadores mexicanos ha registrado una pérdida de poder adquisitivo de 42 por ciento” (La Jornada, 11 de abril). Esto se siente en la vida cotidiana: el kilo de tortilla pasó de 7 pesos en 2006 a 12 hoy en día; el kilo de huevo subió de 11 pesos a 20 en el mismo lapso; el kilo de frijol aumentó de 10 a 23 pesos. La política del gobierno calderonista literalmente sacó alimentos de las mesas de las familias trabajadoras.

La reducción del poder adquisitivo del salario mínimo acontecida en los últimos cinco años es, sin embargo, la continuación de una tendencia iniciada a principios de los años 1980 bajo los últimos gobiernos priístas: desde entonces hasta la fecha, el poder de compra de los trabajadores ha disminuido en más de un 80 por ciento. Hoy por hoy, el poder adquisitivo de los trabajadores es inferior aún al de finales de los años 30, cuando aún se resentían los efectos de la Crisis de 1929. Como escribe Juan Sherwell, economista del Tecnológico de Monterrey, en la actualidad “más de 30 millones de personas destinan por lo menos 50 por ciento de lo que ganan a la compra de comida” (La Jornada, 10 de abril).

El regreso del PRI

Tras más de 70 años en el poder, el régimen del PRI-gobierno llegó al nuevo siglo sumido en una crisis terminal. Instaurado en 1929 como resultado de una “paz cupular” entre los diferentes caudillos burgueses que se habían hecho del poder tras aplastar a los sectores campesinos y plebeyos más radicales de la Revolución Mexicana, se conformó como un régimen bonapartista (y luego semibonapartista) basado en un estrecho control social ejercido a través de un sistema corporativista.

En este sistema del PRI-gobierno todo se decidía dentro del partido de estado, que integraba a vastos sectores de la sociedad, en particular los sindicatos, en el aparato estatal burgués. A pesar de gobernar en nombre de la Revolución Mexicana y envolverse en la bandera tricolor, la verdad es que el PNR de Plutarco Elías Calles y sus sucesivas encarnaciones, el PRM de Cárdenas, y el PRI de la posguerra, fueron el partido de los que frustraron y abortaron el movimiento revolucionario iniciado en 1910.

Tras el fraude electoral que entregó el poder a Carlos Salinas de Gortari en 1988, mediante la famosa caída del sistema de cómputo para el conteo de los votos, la burguesía mexicana consintió prolongar un par de sexenios más el dominio del priato. Con el frente popular funcionando como un nuevo mecanismo de control social tanto dentro como fuera del parlamento, fue posible optar por el recambio burgués propuesto por el PAN. En 2000, el candidato priísta a la presidencia de la República, Francisco Labastida, perdió las elecciones ante Vicente Fox, un ex gerente de Coca Cola en México.

El PAN se propuso sustituir el costoso sistema de control corporativista (que incluía un importante sistema de seguridad social como contraparte del férreo control estatal del movimiento obrero) por una más acentuada represión abierta. El sexenio de Fox terminó en un enfrentamiento con los trabajadores –en Sicartsa, Atenco y Oaxaca– que el gobierno apenas pudo dominar después de varios meses. Felipe Calderón, al entrar en funciones, apuntó los fusiles contra el narcotráfico. Pero el tiro le salió por la culata y ha terminado su sexenio perdiendo la guerra contra los narcos.

El PAN es un partido clerical-derechista fundado en los años 1930 por sectores de la burguesía opuestos a lo que veían como concesiones excesivas de los regímenes de Calles y Cárdenas a la “turba” plebeya. Intelectuales reaccionarios, cristeros que querían echar atrás la separación entre la iglesia y el estado y sinarquistas fascistoides conformaron el Partido Acción Nacional, para dar expresión política a la reacción contra las reformas realizadas tras la Revolución Mexicana. Visceralmente opuesto a la educación laica, el PAN se ha envuelto históricamente en el estandarte de la Virgen de Guadalupe.

Los políticos panistas han combatido con rabia los programas de educación sexual, la distribución de anticonceptivos, la despenalización del aborto y el otorgamiento de elementales derechos democráticos a gays y lesbianas. Los comunistas, en cambio, luchamos por el derecho irrestricto de la mujer al aborto libre y gratuito, en condiciones médicas de alta calidad. Aunque se trata de un simple derecho democrático, las más de 15 legislaturas estatales que en los últimos años han aprobado “reformas” para penalizar el aborto bajo cualquier circunstancia demuestran que hay que enfrentar poderosas fuerzas reaccionarias que de­niegan los intereses de la mujer en aras de los valores de la “familia cristiana”.

A pesar de que el PAN participa ahora en las elecciones presidenciales con una candidata, nadie debe llamarse a engaño: Josefina Vázquez Mota es enemiga de los más elementales derechos de la mujer. Su coordinador de campaña es, ni más ni menos, que el infame Juan Manuel Oliva, el hasta hace poco gobernador de Guanajuato y prominente miembro de la organización fascistoide “El Yunque”. Bajo su gobierno, decenas de mujeres fueron encarceladas bajo la acusación de haber cometido el delito de “homicidio agravado en grado de parentesco” por ser sospechosas de haber recurrido al aborto para terminar una gravidez no deseada.

Para imponer su agenda social reaccionaria, el PAN contó con la represión militar. Sin embargo, aunque militarizaron al país, los gobiernos de los dos sexenios panistas resultaron incapaces imponer el orden a punta de fusil. Debilitados y casi siempre tambaleantes, los gobiernos de Fox y Calderón se vieron obligados a apoyarse en las estructuras corporativistas heredadas del priato. Esto generó una curiosa situación, en la que dirigentes “sindicales” charros cambiaron su adhesión política del PRI al PAN. En realidad su lealtad siempre se dirigió al aparato estatal que el PRI encarnaba. Sin embargo, siguieron viendo como su jefe al que mandaba en Los Pinos. Los ejemplos de Elba Esther Gordillo del SNTE y de Carlos Romero Deschamps del Sindicato Petrolero son sólo los dos casos más conocidos de esta convivencia camaleónica.

Ante el desgaste del gobierno panista, la opción de continuidad que más segura parece a la burguesía es un regreso del PRI a Los Pinos: Enrique Peña Nieto seguiría gobernando apoyándose fuertemente en las fuerzas armadas y seguiría contando con la anuencia colaborativa de los jefazos charros. Es lo que hemos llamado la “alternancia gatopardista” (en referencia a la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa [1957] que narra las vicisitudes de la aristocracia siciliana de rancio abolengo ante el triunfo de las huestes de Garibaldi en la década de 1860 y su reacomodo oportunista bajo el lema de “que todo cambie para que todo siga igual”).

Los sectores clave de la burguesía mexicana están ansiosos de restablecer alguna forma de estabilidad. Ven en Enrique Peña Nieto, el candidato del grupo Atlacomulco, un hombre de fuerza, que tal vez puede negociar una tregua con los narcos. Cuidadosamente creada mediante una larga campaña de mercadotecnia televisiva, su candidatura responde a los intereses de una buena parte de la clase dominante que juzga que los gobiernos panistas de Vicente Fox y Felipe Calderón generaron un hartazgo de tal magnitud entre la población, que un tercer mandato panista podría tener consecuencias completamente desastrosas.

¡Romper con el frente popular burgués! ¡Ni un voto a AMLO!


AMLO con Martín Esparza, secretario general del SME, 4 de febrero. La OPT animada por el SME se
unió al frente popular lopezobradorista con las formaciones burguesas PRD, PT y MORENA.

(Foto: SME)

El Partido de la Revolución Democrática revistió funciones de mando al nivel estatal por primera vez cuando en 1997 Cuauhtémoc Cárdenas llegó a la jefatura del gobierno del Distrito Federal. Con un Cárdenas envejecido y repudiado (especialmente tras el asqueroso papel de rompehuelgas que jugó el PRD en la huelga estudiantil de la UNAM de 1999-2000), Andrés Manuel López Obrador tomó la estafeta y se convirtió en el popular candidato perredista para las elecciones presidenciales de 2006.

Después de que el gobierno foxista intentara joder su campaña con un burdo recurso legaloide (la campaña por su desafuero), López Obrador logró encauzar enormes movilizaciones a favor de su candidatura. En pleno año electoral diversas luchas sociales de gran envergadura estallaron en el país. Las más importantes fueron la huelga de los trabajadores de la siderúrgica SICARTSA en Lázaro Cárdenas, Michoacán, en abril, y la huelga del magisterio oaxaqueño que logró expulsar la policía del asesino gobernador priísta Ulises Ruiz Ortiz de la ciudad de Oaxaca durante casi seis meses.

En 2006, las movilizaciones sociales encabezadas por la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) sirvieron para canalizar apoyo electoral a favor de López Obrador. El llamado de la Sección XXII del SNTE, controlada la CNTE, en ese año fue “¡Ni un voto al PRI, ni un voto al PAN!” Todo el mundo entendí que con ello favorecían a AMLO, a pesar del papel que jugó el PRD en Oaxaca como aliado del odiado gobernador URO. Hoy, el magisterio “independiente” vuelve a apoyar la candidatura frentepopulista, valiéndose de la misma fórmula.

En las actuales elecciones, AMLO todavía moviliza grandes concentraciones en sus mítines electoreros, pero no hay movilizaciones sociales convulsivas que le brinden su respaldo como en 2006. Al contrario, con la destrucción de Luz y Fuerza y el despido de sus más de 44 mil trabajadores, Felipe Calderón asestó un brutal golpe a la clase obrera de la que ésta aún no se repone. El Sindicato Mexicano de Electricistas fue, de hecho, uno de los principales pilares del frente popular erigido en torno al PRD, al ser uno de los sindicatos que históricamente habían logrado mantener cierto grado de independencia (a veces bien pequeño) con respecto al control corporativista.

En otro nivel, la campaña actual de AMLO difiere de la de hace seis años no tanto en su programa político (que es, igual que en 2006 uno favorable al “neoliberalismo social”) como en la tónica de su discurso. Hoy presenta la perspectiva de la colaboración y la conciliación de clases valiéndose de un ridículo discurso favorable a la formación de una “república amorosa”. En los primeros spots de su campaña, AMLO tendió “su mano franca, en señal de reconciliación” a quienes pudieron sentirse ofendidos por las movilizaciones postelectorales en protesta contra el fraude electoral que lo privó del triunfo.

López Obrador también tiende amorosamente su mano a la burguesía que quiere imponer el orden con mano dura. En uno de sus spots, AMLO promete: “Nuestro gobierno dará seguridad a todas las familias de México. Tenemos experiencia: ya lo hicimos en el Distrito Federal, que es de las ciudades más seguras del país.” ¿A qué se refiere? En 2002 y 2003, como jefe de gobierno de la Ciudad de México, AMLO fue asesorado por el ex alcalde de Nueva York Rudolph Giuliani. Junto con su entonces jefe de “seguridad pública”, Marcelo Ebrard, implementó el programa de “cero tolerancia”: vigilancia policíaca omnipresente, represión quirúrgica y engrosamiento de las fuerzas policíacas.

Para colmo, ahora el candidato del PRD a la alcaldía capitalina es un policía: Miguel Ángel Mancera, quien fuera procurador de justicia bajo el gobierno de Ebrard. Bajo su gestión, la Ciudad de México se convirtió en un homenaje vivo al Gran Hermano descrito por George Orwell en su novela 1984: hay cámaras de vigilancia por doquier.

Los frentes populares son alianzas de colaboración de clases. Mediante sus organizaciones, los trabajadores son atados a un sector de la burguesía. Por ello, los frentes populares implican la renuncia a la lucha por la revolución obrera y la adopción de un programa burgués (normalmente bajo el signo del nacionalismo, esto es, de la unidad de explotados y explotadores). La función principal de los frentes populares consiste en desmovilizar a los trabajadores en lucha y contenerlos dentro del marco de la política burguesa. Su carácter nefasto se ha visto una y otra vez en México, y el caso del SME es apenas el más reciente.

Después de haber conducido las movilizaciones de los electricistas en un callejón sin salida, con sus intentos condenados al fracaso de presionar a la Suprema Corte y al Senado, la dirección del SME formó el año pasado la Organización del Pueblo Trabajador (OPT) para disipar la lucha en la campaña electoral. A despecho de las esperanzas fatuas de ciertos grupos de izquierda (la LUS, la LTS, Militante entre otros) que al principio vio en ella el germen de un partido de los trabajadores, la OPT en ningún momento fue otra cosa que un canal para recaudar votos a favor del político burgués López Obrador. En contra de esta política frentepopulista de la derrota, lo que hace falta es construir una dirección revolucionaria de la clase obrera que tenga la fuerza y la determinación para derrotar a la patronal y que la movilice para lograrlo.

¡Por el internacionalismo proletario! ¡Forjar un partido obrero revolucionario!

No es amando a los explotadores que los trabajadores saldrán de la miseria para lograr una vida digna. Al contrario, lo que hace falta es intensificar la lucha de clases en la perspectiva de realizar una revolución obrera que arrebate a los capitalistas la propiedad de los medios de producción y los colectivice. Para ello, los trotskistas presentamos un programa de reivindicaciones transicionales que sirven para conectar las demandas más acuciosas de los trabajadores con la necesidad de luchar por la revolución socialista.

Así, para detener los estragos de la inflación y el desempleo, es preciso que el movimiento obrero se movilice para imponer la escala móvil de salarios (que indexe los salarios a la inflación) y la escala móvil de horas de trabajo (para distribuir todo el tiempo de trabajo disponible entre todos los que deseen laborar, sin merma alguna en el salario). Para combatir el acaparamiento, será preciso que los sindicatos organicen comités obrero-vecinales con la potestad de cerrar todo negocio que suba los precios de los bienes de la canasta básica. Estas consignas apuntan a la necesidad de imponer el control obrero de la producción y, por tanto, a la formación de consejos obreros (soviets) para tomar decisiones y ejecutarlas.

Andrés Manuel López Obrador con su aliado, el empresario regiomontano Alfonso Romo, a la salida de una reunión con miembros del Consejo de Empresas Globales, febrero de 2012.

Diversos grupos de izquierda que se dicen socialistas van a apoyar a López Obrador en las elecciones del 1° de julio. El Partido Comunista de México (marxista-leninista) lanza las consignas típicas de “¡Ni un voto al PRI, ni un voto al PAN!” En un comunicado fechado el 21 de diciembre de 2011, el PCM (m-l) abraza el “Proyecto Alternativo de Nación” de AMLO y llama a vincular el voto a su favor con la movilización callejera para establecer una “Nueva Asamblea Nacional Constituyente Democrática y Popular, que discuta, apruebe y promulgue una Nueva Constitución que garantice y defienda genuinamente los derechos e intereses de las amplias masas populares de la ciudad y el campo”. Se ve que los estalinistas, pese a sus ocasionales adornos retóricos, no luchan por la revolución socialista, sino por una revolución “democrática” (burguesa). Desde luego, una nueva carta magna no hará realidad los derechos democráticos a los que la burguesía en su conjunto se opone.

Esta política menchevique se ve acompañada del típico llamado frentepopulista a forjar “la unidad del pueblo” para luchar contra el “fascismo” (supuestamente representado por el reaccionario gobierno de Calderón). Esto no es más que un pretexto para subordinar a los trabajadores a un sector de la burguesía. De manera escandalosa, el PCM (m-l) y el Frente Popular Revolucionario que anima, llamaron el año pasado a votar a favor Gabino Cué, un político burgués postulado conjuntamente a la gubernatura de Oaxaca ¡por el PRD y el PAN! Esta política traidora les reportó como dividendo la obtención de una cartera ministerial, la de “asuntos indígenas”, que quedó en manos de Zenén Bravo del FPR. Con todo, el idilio de los estalinistas con Cué duró poco, y Bravo tuvo que renunciar a su ministerio.

 Otro caso es el de las dos corrientes seudotrotskistas en que se escindió Militante, un grupo que se autodenominaba como la “voz marxista” dentro del PRD burgués. Por un lado, el grupo que conservó el nombre “Militante” (registrándolo como propiedad ante las instancias burguesas encargadas de administrar los “derechos de autor”) llama en el último número de su periódico por “Organización y movilización para frenar al PRIAN”. Sostiene que “Para cerrarle el paso al PRI, y en general a la derecha, con miras a las elecciones…, AMLO tiene que jugar un papel de primera línea asumiendo abiertamente un programa que recoja las demandas del movimiento obrero y del campesinado pobre” (Militante n° 206, marzo de 2012).

(El otro sector, que ahora se llama Izquierda Socialista, sigue la misma política y se distingue sólo por sus relaciones privilegiadas con figures como el secretario de estado Martí Batres y el escritor Paco Ignacio Taibo II.)

Lejos de cumplir con los deseos febriles de estos seudomarxistas, AMLO apela abiertamente a la colaboración con vastos sectores de la burguesía mexicana. Desde finales del año pasado, se ha empeñado (y con cierto éxito) en ganarse el favor de los magnates regiomontanos. Alfonso Romo Garza, otrora miembro prominente de los “Amigos de Fox”, se ha sumado a la campaña lópezobradorista. En una entrevista con Proceso (16 de abril), Romo sostuvo que “López Obrador es la única solución que veo en este país”. Romo es un multimillonario que ha forjado su fortuna en la especulación financiera y fue miembro del consejo de administración de la cementera trasnacional mexicana Cemex.

¿Quién engaña a quién? AMLO no se ha ostentado jamás como socialista, ni nada del estilo. ¿Qué hace pensar a Militante que un político burgués como López Obrador –que abiertamente defiende la propiedad privada y que representa a un sector de la clase dominante mexicana que sólo quiere unas cuantas migajas más de sus socios mayores imperialistas– podría enarbolar “las demandas inmediatas de los obreros y campesinos”? Lejos de contribuir a fortalecer estas peligrosas ilusiones entre los trabajadores, el papel de los marxistas consiste en combatirlas. AMLO es un viejo político priísta que ha mostrado a la burguesía sus dotes de control social.

Los restos del seudotrotskista Partido Revolucionario de los Trabajadores concuerdan con Militante, aunque pretenden dar una justificación “teórica” de su capitulación al frente popular. Su dirigente Andrés Lund sostiene que es preciso sumarse al “bloque social” encabezado por AMLO para “fortalecer y reorganizar una izquierda anticapitalista y socialista” (Bandera Socialista No. 37). Esa izquierda “anticapitalista”, ¿será formada en bloque con el financiero Alfonso Romo?

Otros grupos que se reclaman como socialistas han marcado su distancia (en estas elecciones) con respecto a López Obrador. Se trata de la Liga de Trabajadores por el Socialismo (LTS), el Grupo de Acción Revolucionaria (GAR), el Movimiento al Socialismo (MAS) y la Liga de Unidad Socialista (LUS). En un pacto reciente, han decidido formar uno más de la que es ya una larga serie de bloques de propaganda. En una declaración conjunta titulada “La izquierda socialista ante el proceso electoral en curso” pretenden distanciarse de AMLO, pero no llaman a romper con el frente popular burgués erigido en torno a él. Dicen amorosamente que “comprendemos las aspiraciones de las y los trabajadores que hoy ven en el Morena y su candidato una alternativa de cambio” pero no comparten sus ilusiones. Pero es preciso luchar abiertamente contra estas ilusiones, explicando a los trabajadores en lucha lo perniciosas y, literalmente, mortales que pueden llegar a ser.

La lógica política de estas organizaciones seudotrotskistas consiste en apelar a este o aquél movimiento, instancia o político pequeñoburgués (y hasta burgués) para que adopte una perspectiva “más izquierdista”. Todas estas organizaciones convergieron previamente en algún otro “frente de izquierda” con los zapatistas (como en el caso de la Otra Campaña, hasta que se desilusionaron con la “antidemocrática” dirección del EZLN). Participaron en la conferencia fundacional de la OPT animada por Martín Esparza y hasta en el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad de Javier Sicilia.

Aunque alguno que otro de estos grupos habla de la necesidad de formar un “instrumento político de los trabajadores” y hasta de (en sus documentos “teóricos”) un partido obrero, el hecho es que no luchan por la formación de un partido de vanguardia forjado sobre la base de la perspectiva trotskista de la revolución permanente. Con su tradición esencialmente seguidista, buscan colocarse como mucho ligeramente a la izquierda de cualquier cosa que se mueva en el ámbito de la política pequeñoburguesa.

En México, la lucha por forjar una dirección revolucionaria de la clase obrera exige librar una lucha sin cuartel en contra del frente popular burgués, y de toda forma de colaboración de clases. Únicamente mediante el establecimiento de un gobierno obrero y campesino y la extensión internacional de la revolución proletaria, podrán avanzar los explotados y los oprimidos hacia su emancipación. El Grupo Internacionalista, sección mexicana de la IV Internacional, dedica sus esfuerzos a llevar a los sectores en lucha de la clase obrera y la juventud el programa de la Revolución de Octubre. Buscamos construir el partido mundial de la revolución socialista, una IV Internacional reforjada que abra la vía para resolver la crisis histórica por la que atraviesa la humanidad.


* Expresando claramente que el PRD representa sectores de la burguesía nacional, tal como fue publicado en el suplemento de El Internacionalista el artículo contenía una formulación imprecisa en este punto, al decir que esto era “a pesar de su retórica ocasionalmente nacionalista y ‘antineoliberal’”. Aunque no hay en la actualidad ningún sector sustancial de la burguesía mexicana que se pronuncia a favor de una política nacionalista, como hicieron el presidente Lázaro Cárdenas en los años 1930 o que hace Hugo Chávez en Venezuela hoy en día, el nacionalismo y la oposición al neoliberalismo son, desde luego, perfectamente compatibles con la política capitalista.


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