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noviembre de 2002  


¡Por acciones obreras contra la guerra imperialista! 

México: el gobierno de Fox sirve de
“bisagra” en la guerra contra Irak


Fox y Bush en la Cumbre del Pacífico, 26 de octubre. 
Después del paso doble en Los Cabos, México facilitó la 
aprobación por la ONU de la moción que servirá de gatillo 
para la guerra contra Irak.
(Foto: J. Scott Applewhite/AP)

Apenas los miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas levantaron las manos de para aprobar unánimemente la resolución propuesta por los EE.UU. que desencadenará la guerra contra Irak, el gobierno mexicano se vanaglorió de su nuevo papel “protagónico” en la escena mundial. El presidente Vicente Fox del derechista Partido Acción Nacional (PAN) felicitó a su canciller Jorge Castañeda, ex catedrático “de izquierda”, jactándose de las “bondades y ventajas” de participar activamente en la toma de decisiones mundiales como miembro no permanente del Consejo (La Crónica, 9 de noviembre). Su representante ante la ONU, Adolfo Aguilar Zínser, afirmó que la resolución fortaleció el “multilateralismo” y representó una “página honrosa de la política exterior mexicana”. Una vocera de la Secretaría de Relaciones Exteriores dijo que México “ya juega en las grandes ligas” (Milenio, 8 de noviembre). Explicó que México sirvió de “bisagra” entre las posturas polarizadas de EE.UU. e Inglaterra por un lado, que buscaban la autorización “automática” para usar la fuerza contra Irak, y Francia y Rusia por otro, quienes querían una resolución de “dos tiempos”.

En realidad, la resolución “de compromiso”, no es otra cosa que el gatillo para la invasión del imperialismo yanqui al país semicolonial que el presidente Bush ha escogido como el primer blanco de su “cruzada” contra el “Eje del Mal”. Si bien menciona un retorno al Consejo de Seguridad en caso que el gobierno de Saddam Hussein se resista en lo más mínimo a los prepotentes “inspectores” de la ONU, Washington no se comprometió a nada ante el organismo que le sirve como caja de resonancia para su política imperial. En días anteriores, se escenificó una rencilla entre Fox y Bush en la Cumbre del Pacífico en Los Cabos. El mandatario mexicano (hacendado y ex empresario cocacolero guanajuatense) le habría dicho en privado a su “amigo” (hacendado y ex empresario petrolero tejano) que no apoyaría la resolución norteamericana en la ONU. Consejeros de la Casa Blanca se quejaban de que México debería ser “un voto fácil”. Pero después de este baile de paso doble, se desvaneció rápidamente la “independencia” fingida, y en el augusto Consejo de Seguridad, México mostró el debido servilismo ante su amo imperialista. 

Si el primer ministro británico Tony Blair se ha ganado la justificada fama de ser el “caniche de Bush”, Fox es sin duda el perro faldero y Castañeda el lamebotas de Su Alteza George II. Mientras los tambores de guerra resuenan alrededor del mundo y Bush despotrica diciendo que “quien no está con nosotros, está contra nosotros”, el Grupo Internacionalista, sección mexicana de la Liga por la IV Internacional, llama a luchar por derrotar al imperialismo y defender a Irak. No serán las peticiones pacifistas lo que detendrá la matanza que se avecina. A la guerra imperialista es preciso oponer la guerra de clases para barrer con el sistema capitalista. Nuestra lucha proletaria e internacionalista se dirige no solamente contra el imperio norteamericano, sino también contra sus aliados y rivales imperialistas europeos y sus peones semicoloniales como Fox y Cía.

Muy distinta ha sido la reacción de la oposición burguesa y la izquierda reformista ante la política del gobierno mexicano en torno a Irak. En un comentario publicado en Reforma (11 de noviembre), la politóloga Denise Dresser, cercana al Partido de la Revolución Democrática (PRD) dirigido por Cuauhtémoc Cárdenas, resume: “La izquierda aplaude, la derecha rezonga; la izquierda celebra, la derecha critica. Unos felicitan a Fox por oponerse a los Estados Unidos mientras que otros le reclaman haberlo hecho.” La intelectual cardenista no solamente quiere hacer creer que Fox se opuso a los EE.UU., sino que hace suya la línea del presidente: “La nueva política exterior de México no está buscando la alineación permanente ni el pleito constante con Estados Unidos; no está buscando la rendición incondicional ni el enfrentamiento visceral. Lo que México quiere es una vecindad sin adjetivos.” Para dotarle de su imprimatur oficial, este artículo fue colocado en el sitio del PRD en Internet.

Esto corresponde a la política oficial de la oposición burguesa nacionalista. Lejos de oponerse de alguna manera al imperialismo, como quieren hacer pensar algunos grupos de la izquierda seudomarxista, el PRD busca, cuando mucho, regatear con la superpotencia del norte. Una nota del Grupo Parlamentario del PRD fechada el 23 de marzo califica de “inevitable” la asociación “cada vez más estrecha” con los EE.UU., pero anhela el retorno a la política exterior tradicional del septuagenario régimen del Partido Revolucionario Institucional (PRI) según la cual, “entre el paradigma de la cooperación y el de la confrontación como estrategias de negociación, siempre se lograba obtener ciertas ventajas, tanto políticas como económicas, que le permitían al país alcanzar determinados niveles de desarrollo e independencia.” Culpan a Fox de “haber abandonado aquellos principios que nos daban un poder de negociación real, sustituyéndolos por completo por el paradigma de la cooperación como estrategia única de negociación, [que] no se ha traducido en la consecución de ningún objetivo o beneficio concreto”. 

Los aplausos actuales de los perredistas y sus secuaces “de izquierda” a la política foxista en torno a Irak se deben a que en esta ocasión retomó el usual doble juego de la política exterior mexicana de criticar a la política “unilateral” de EE.UU. mientras que en las cuestiones esenciales se plegó a las exigencias de Washington. Así, en la misma reunión del APEC (el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico) donde Fox había anunciado que México no votaría por la resolución estadounidense sobre Irak, el director de PEMEX, Raúl Muñoz Leso, declaró que si “se desatara una nueva guerra entre Estados Unidos e Irak, México no sólo estaría dispuesto, sino también preparado para incrementar sustancialmente la producción petrolera de sus plataformas” (Milenio, 27 de octubre). Justo antes del voto en el Consejo de Seguridad, Castañeda dijo en entrevista con Radio Red que México estaba “dejando atrás toda impresión de fricciones con Estados Unidos” (New York Times, 5 de noviembre). Era de esperarse del diplomático quien “fue el primer canciller latinoamericano en declarar apoyo incondicional a la intervención militar estadounidense en Afganistán”, como señaló James Petras en un ensayo sobre “Antiglobalización, militarismo y lamebotismo” (Rebelión, 28 de marzo)?

Punta de lanza de la guerra contra la Revolución Cubana


El líder de los “gusanos” (cubanos contrarrevolucionarios) 
Jorge Mas Santos azuza a “disidentes” pro yanquis cuando 
irrumpieron en la embajada mexicana en La Habana 
después de una invitación a la provocación por el canciller 
Jorge Castañeda en un discurso en Miami, 28 de febrero. 
(Foto: Alan Díaz/AP)

La política tradicional del PRI se resumió en el lema de “no intervención”, que fue conocido como la Doctrina Estrada. Originada el 1930 por el primer canciller del priato, Genaro Estrada, consistió en rehusarse a otorgar el reconocimiento diplomático a gobiernos según el criterio político de la aceptabilidad al imperio del norte. Fue considerada una respuesta a la Doctrina Monroe – “América para los (norte) americanos” – mediante la cual EE.UU. se adjudicó el dominio irrestricto sobre las repúblicas latinoamericanas con la exclusión de las potencias europeas. Pero, mientras que bajo los gobiernos del PRI México mantuvo relaciones diplomáticas “correctas” con la Cuba de Castro, estado obrero burocráticamente deformado, también permitió al gobierno estadounidense montar sus operaciones anticastristas desde territorio mexicano. De hecho, la política mexicana hacía Cuba (entre cuyos artífices se contó el canciller del presidente José López Portillo, Jorge Castañeda, padre del actual canciller mexicano) no habría perdurado sin la tolerancia de Washington. De la misma manera, el que México reconociera al FMLN-FDR en El Salvador mientras el Pentágono libraba una sangrienta guerra “de baja intensidad”, le permitió prestar más tarde sus servicios a Washington para negociar la rendición de los guerrilleros izquierdistas en 1990. Pero hoy en día el gobierno de Fox ha “dejado atrás” toda pretensión de independencia, así como la usual y simbólica retórica nacionalista.

Durante el último año, la diplomacia mexicana se ha convertido en la punta de lanza de la guerra de Washington contra Cuba. En febrero hubo un viaje de Fox a la isla caribeña, cuando el canciller organizó un encuentro en la misión diplomática con “disidentes” pro yanquis. Días después Castañeda anunció, al abrir un centro cultural en Miami ante personajes de la gusanada contrarrevolucionaria, que “las puertas de la embajada mexicana en La Habana están abiertas a todos”. Al ser difundidas estas palabras por la emisora de la CIA, Radio Martí, se produjo el guaguazo, cuando un autobús lleno de anticastristas irrumpió en la embajada. En marzo, Fox hizo el insultante pedido Fidel Castro de que abandonara el encuentro de la ONU en Monterrey para no “complicar” sus relaciones con Bush (“haces tu presentación...después tenemos una comida...terminado el evento...te regresas...a la isla de Cuba...para que no me compliques el viernes”). Esto se convirtió en escándalo cuando Fox y Castañeda mintieron burdamente sobre el incidente y los cubanos publicaron la trascripción de la conversación Fox-Castro. Luego, en abril, México se unió a EE.UU. al votar contra Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. Finalmente, a principios de octubre el embajador mexicano en La Habana, el perredista Ricardo Pascoe, dimitió, criticando a la cancillería por urdir actos subversivos contra Cuba.

El viraje de la política mexicana hacia Cuba ha producido gritos de indignación por parte de sectores de la burguesía mexicana. Una nota editorial de La Jornada (22 de marzo) condenó “La bancarrota de una política exterior”. Las fracciones del PRI y del PRD en el Senado le negaron permiso a Fox hacer un viaje a EE.UU. En abril y mayo hubo varias manifestaciones para protestar contra Castañeda Jr. y su política frente a Cuba, las cuales fueron organizadas, ni más ni menos, por el PRD de Cárdenas y ese engendro de Raúl Salinas montado sobre los restos de organizaciones maoístas llamado Partido del Trabajo (PT). Estos partidos burgueses, que adoptan de vez en cuando una retórica populista, quieren ensalzar sus credenciales nacionalistas y desviar el descontento que la política exterior del gobierno de Fox ha despertado hacia los canales estériles del parlamentarismo burgués. En esto el frente popular cardenista pudo contar, como siempre, con la participación de la izquierda reformista, que siembra la ilusión de que una política exterior mexicana más “independiente” es posible. 

El grupo Militante, por ejemplo, habló de “los favorables resultados logrados por la política de no-intervención y libre autodeterminación de los pueblos” de los gobiernos del PRI en el caso de la “Crisis de los Misiles” de 1962, cuando se logró la firma del Tratado de Tlatelolco para  la supuesta desnuclearización de América Latina (Militante, mayo de 2002).¡Qué vergüenza! Al contrario de lo escrito por estos seguidores de la corriente dirigida por el seudotrotskista británico Ted Grant, la responsabilidad de todo revolucionario en 1962 era defender el derecho de Cuba de tener armamento nuclear para protegerse de las amenazas de Estados Unidos. La conclusión programática de Militante de su nota sobre Cuba se cristaliza en un llamado por la dimisión del gobierno: “¡Que renuncie Fox y todo su gabinete!” ¿Para ser substituidos por el PRD (y el PRI), quienes cuando mucho suelen adoptar posturas nacionalistas en torno a Cuba para sacar mayor ventaja en las negociaciones con Washington? Pero, ¿qué otra cosa se podría esperar de estos “socialistas”  organizados como corriente de un partido burgués, el PRD?

Otro grupo que falsamente se identifica como trotskista, la Liga de Unidad Socialista (LUS), compuesta por seguidores del difunto Ernest Mandel, se unió al coro de los que piden a Fox una “política exterior distinta”. En una nota de su revista Umbral (mayo de 2002) la LUS escribe sobre el incidente con Fidel Castro en Monterrey: “Si hubiera realmente una independencia del gobierno foxista de Washington, todos los acontecimientos relacionados con este escándalo hubieran sido más que suficientes para echar a la calle al actual canciller Jorge Castañeda”. Asimismo hablan de “la alineación incondicional de la política exterior a los dictados de Washington” de Fox, quien “ha superado a los presidentes Salinas y Zedillo en servilismo y entrega” hacia los EE.UU. Para estos impostores seudotrotskistas que proclaman que “La patria está en peligro”, sólo se trata de una cuestión de personajes, gabinetes o partidos, y al instalarse otro grupo burgués en el poder se recuperará la independencia de México. 

El Grupo Internacionalista en cambio, congruente con la perspectiva de León Trotsky de la revolución permanente, subraya que en esta época de la decadencia capitalista es imposible que la burguesía de un país semicolonial logre independizarse del yugo imperialista. Ya sea ligeramente disfrazada, como bajo el priato, o desnuda como ahora, la política exterior de un México capitalista seguirá la batuta del imperialismo. Los trotskistas auténticos deben defender incondicionalmente al estado obrero deformado cubano frente a la contrarrevolución, y luchar por la revolución política proletaria para instalar un gobierno basado en consejos obreros (la democracia soviética) que barra con el régimen burocrático castrista, que debilita las conquistas revolucionarias aún existentes en aras de una soñada “coexistencia pacífica” con el imperialismo. A la vez insistimos en la necesidad de construir un partido obrero revolucionario en la lucha por reforjar la IV Internacional, partido mundial de la revolución socialista. Sólo así será posible liberar a Cuba de la sangría impuesta por el bloqueo económico yanqui y a los trabajadores mexicanos de la explotación brutal que sufren a manos del capital nacional e imperialista.

Petróleo mexicano y geopolítica


Plataforma petrolera de Cantarell, cerca de Ciudad del 
Carmen, Campeche. EE.UU. dependería del abastecimiento 
de energéticos de México en caso de una guerra contra Irak. 
(Foto: Víctor R. Caivano/AP)

Si la política exterior del panista Fox hoy se parece más a la “relación carnal” con los EE.UU. que proclamó en los años 90 el peronista Menem en Argentina, esto sólo expresa más francamente el sometimiento a los requisitos del imperialismo yanqui que ha sido un constante del gobierno mexicano durante más de medio siglo. Mientras el gobierno nacionalista burgués del general Lázaro Cárdenas buscaba balancearse entre el proletariado y el imperialismo, constituyendo lo que Trotsky calificaba como un régimen bonapartista sui generis (de tipo único), ya en la Segunda Guerra Mundial el punto de equilibrio se había mudado decididamente hacia los intereses imperialistas. En sus relaciones con el “vecino” del norte, el papel del régimen bonapartista y luego semibonapartista priísta fue resguardar la estabilidad en la frontera sur de los EE.UU., mantener a raya al poderoso proletariado y suplir las necesidades económicas de la voraz máquina de producción de la mayor potencia capitalista del mundo, principalmente en términos de mano de obra barata y en el suministro de energéticos cruciales.

Durante la mayor parte del siglo pasado, el petróleo fue la piedra de toque de las relaciones entre México y los EE.UU. Esto será aun más el caso hoy, cuando asegurar el flujo constante del crudo y del gas mexicano es vital para librar la guerra contra Irak. Los oleoductos y gasoductos que conectan los campos petrolíferos de Tampico, Chicontepec, Campeche y Reforma a las siderúrgicas de Pittsburgh y las ensambladoras de vehículos de Detroit son factores indispensables no solamente para los industriales y banqueros sino también para los generales. Si hay una interrupción, incluso breve, en los envíos de petróleo del Medio Oriente, esto podría producir un auge vertiginoso del precio de la gasolina y un caos generalizado en la economía norteamericana. Washington necesita de México no sólo un “voto fácil” en la ONU sino, ante todo, ser una fuente fiable de combustibles. 

Por esto, todos los sectores de la burguesía mexicana ven en la guerra que se avecina un buen negocio: piensan ganar miles de millones de dólares adicionales en exportaciones de petróleo a alto precio. Saben además que la posición que tomen en torno a esta guerra será determinante para sus relaciones futuras con el coloso del norte. Esto explica tanto el sometimiento del gobierno de Fox ante las exigencias de Bush como la ausencia de oposición por parte del PRD cardenista a la política foxista con respecto al ataque en preparación contra Irak. En consecuencia también, no ha habido protestas contra la guerra organizadas por la izquierda, siempre atenta a las señales que recibe de los nacionalistas burgueses. Salta a la vista, el agudo contraste entre este silencio sobre Irak y la tormenta de protestas en torno a la política de Fox y Castañeda hacia Cuba. Pero la misma dependencia del imperialismo norteamericano del suministro de materias primas estratégicas por México representa un enorme potencial para una oposición proletaria e internacionalista, que busque organizar la acción obrera contra la guerra. Una huelga petrolera que detenga el flujo del Maya Crude asestaría un fuerte golpe a los planes bélicos de Washington. Y del Pentágono a Wall Street, los imperialistas norteamericanos están bien conscientes de ello.

Hasta la expropiación petrolera de 1938 decretado el presidente Cárdenas, la expresión más franca de la política estadounidense que buscaba echar atrás la (frustrada) Revolución Mexicana fue la conducta prepotente de las empresas petroleras norteamericanas y la negativa rotunda de Washington de aceptar el artículo 27 de la Constitución Mexicana que declara propiedad de la nación los yacimientos minerales del subsuelo. Después de la nacionalización (saldada con una fuerte indemnización a los antiguos dueños), las exportaciones mexicanas de petróleo a los EE.UU. prácticamente se acabaron, debido al boicot organizado por la Standard Oil. En su lugar, la creciente industrialización del país bajo el esquema de “substitución de importaciones” fue subvencionada por el abastecimiento de energéticos baratos (petróleo, gas y energía hidroeléctrica). Pero con el descubrimiento de nuevas reservas petrolíferas a mediados de la década de los 70, todo esto cambió. En el espacio de siete años, de 1973 a 1980, la producción de petróleo mexicano se incrementó en 400 por ciento, pasando de 525 millones a 2.1 mil millones de barriles diarios (hoy gira alrededor de 3.6 mil millones de barriles), mientras las reservas comprobadas de hidrocarburos se multiplicaron por 10 (George Grayson, The Politics of Mexican Oil [1980]).

Esto sucedió en justo cuando el imperialismo norteamericano fue golpeado por el “shock petrolero” causado por el boicot por parte de los productores árabes de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) a raíz de la guerra israelí de 1973, la interrupción de exportaciones iraníes después de la caída del Sha a principios del 79 y los efectos de la guerra Irak-Irán que comenzó en el año 80. El precio de referencia del petróleo crudo pasó de menos de 6 dólares a más de 30 dólares por barril. En esa situación, la presencia de enormes reservas petrolíferas en un país limítrofe (México), no miembro de la OPEP, representó un factor militar de primerísimo orden para los planificadores bélicos del Pentágono. El secretario de guerra norteamericano, Harold Brown, declaró ante un cónclave de líderes empresariales que “los más de cien mil millones de dólares que gastan los Estados Unidos para su defensa no van a significar mucho si el país defendido se queda sin gasolina” (citado en John Saxe-Fernández, Petróleo y estrategia: México y Estados Unidos en el contexto de la política global [1980]).

Como escribió el investigador Francisco Colmenares en su libro Petróleo y lucha de clases en México, 1864-1962 (1982):

“En estas circunstancias, no es casual la preocupación y la febril investigación en Estados Unidos para cuantificar los campos petroleros mexicanos; ha hecho aumentar su interés en volver a desempeñar un papel determinante en la producción petrolera de México. Tampoco es de extrañar que en los círculos oficiales y militares se ubique esta producción como una reserva estratégica.”
Colmenares cita un memorándum del consejero presidencial norteamericano para asuntos de seguridad nacional, Zbigniew Brzezinski, que data de agosto de 1978, sobre la “revisión de la política de los EE.UU. hacia México”. Brzezinski dice que el presidente James Carter había ordenado la elaboración de un documento según los siguientes directrices:
“1.  Cálculos sobre los niveles de reservas, metas de producción y perspectivas, y niveles de consumo doméstico y excedentes exportables.
“2.  Importancia fiscal y económica de los ingresos prospectivos de petróleo y gas para México.
“3.  Impacto potencial sobre los mercados de Estados Unidos de las exportaciones mexicanas de gas y petróleo, en términos de precio y de abastecimiento.
“4.  Elementos potenciales de persuasión de EE.UU. que influyan en PEMEX para aumentar su capacidad de producción....
“8.  Presiones políticas sobre México en su cooperación energética con Estados Unidos.”
Por la misma época, un informe del Pentágono al Senado norteamericano sobre la “Geopolítica energética, 1976-2000” (1976) expresó la preocupación de que podría haber resistencia en México a estrechar sus relaciones energéticas con los EE.UU. y recomendó un “trato especial” para superar las reticencias. Un especialista norteamericano en materia de hidrocarburos señaló la amenaza para los EE.UU. de una guerra en el Medio Oriente, y que en este caso:
“Un incremento de exportaciones de petróleo crudo y de gas de los campos mexicanos Reforma y Campeche permitiría una diversificación política, económica y geográfica que aliviaría, parcialmente, estas amenazas y mejoraría la seguridad energética de los EE.UU.”
A principios del 79, el presidente Carter hizo un reconocimiento público de la importancia del abastecimiento mexicano de energéticos en caso de guerra. A finales de 1980, un estudio de la Rand Corporation, “El petróleo mexicano y las políticas de EE.UU.: consecuencias para los años 80”, recomendó “el establecimiento de un Mercado Común Energético” con México y Canadá (citas tomadas de Manuel Millor, México’s Oil: Catalyst for a New Relationship with the U.S.? [1982]). Fue con base en esto que el gobierno republicano de Ronald Reagan inició la campaña a favor de la creciente integración de la economía mexicana con la estadounidense que culminó en el Tratado de Libre Comercio bajo el demócrata Bill Clinton.

El empeño norteamericano en apoderarse de las reservas mexicanas de hidrocarburos continúa hasta la fecha. Se recordará que a raíz de la crisis financiera que estalló en diciembre de 1994, el gobierno de Clinton organizó un “paquete de rescate” de unos US$40 mil millones para cuyo pago durante varios los ingresos de la venta del petróleo mexicano se depositaban en los cofres del Banco de Reserva Federal de Nueva York y nunca regresaban a México, ni siquiera electrónicamente. Hoy lo que para Carter fue una preocupación para el futuro pasa a ser un elemento estratégico actual para el gobierno de Bush que busca asegurarse del abastecimiento petrolífero para su guerra. Eso explica la intervención inusitada del gobierno norteamericano en la controversia del “Pemexgate”, cuando el vocero del Departamento de  Estado declaró su apoyo a los “intentos de desarraigar la corrupción en México”, y la preocupación en la prensa financiera neoyorquina sobre la posibilidad de una huelga petrolera. 

¡Acción obrera para derrotar la guerra contra Irak!

Entonces, no solamente al nivel de la diplomacia en la ONU sino también al nivel económico fundamental, México cumple el papel de “bisagra” para el ataque estadounidense contra Irak. El Grupo Internacionalista, sección mexicana de la Liga por la IV Internacional, llama a librar una “¡Guerra de clases contra la guerra imperialista!” Al igual que nuestros camaradas del Internationalist Group de EE.UU., enfatizamos que a los instigadores de la guerra no se los parará con unas cuantas marchas pacifistas, sino que se necesita la acción de una fuerza aun más poderosa que la máquina de guerra del Pentágono, el proletariado mundial. Nos inspiramos en la acción de los trabajadores portuarios franceses bajo dirección comunista que a comienzos de la década de los 20 se rehusaron mover cargamentos militares para la guerra colonial contra los independentistas beréberes en Marruecos. Hoy los obreros petroleros mexicanos tienen en sus manos un potencial enorme para trabar la guerra. Además, fueron perjudicados por el arreglo de su contrato de trabajo negociado por los dirigentes del “sindicato” corporativista, el STPRM, que les dio un mísero “aumento” salarial de 5 por ciento que será enteramente devorado por la inflación. 

Otro sector de la clase obrera mexicana que podría tener un impacto directo sobre la campaña de guerra es el de la maquila, donde se producen piezas claves para la industria estadounidense del automóvil. Durante la Guerra del Golfo de 1991, las maquiladoras trabajaron a toda máquina; terminada la guerra, miles de trabajadores fueron despedidos. Actualmente, un rechazo a trabajar horas extras podría estorbar enormemente los preparativos para la guerra. Esto también iría en contra de elementos nacionalistas anticomunistas que lanzan propaganda proteccionista, quejándose de la “competencia desleal” del estado obrero deformado chino que supuestamente pone en peligro las maquiladoras mexicanas debido a los míseros sueldos pagados a los trabajadores chinos por capitalistas en las zonas de producción para la exportación. Así estos nacionalistas mexicanos imitan a los elementos reaccionarios del movimiento sindical norteamericano que fustigan la “exportación de empleos norteamericanos” a China y México.

Se descarga un navío bananero desviado al puerto de Ensenada, BCN, durante el lockout (cierre patronal) de los puertos de la Costa Oeste estadounidense a principios de octubre. El Grupo Internacionalista llama a los trabajadores portuarios mexicanos a no tocar cargamentos con destino a los EE.UU. durante una lucha de los estibadores norteamericanos. (Foto: David Maung/AP)  

Igualmente, los trabajadores portuarios mexicanos podrían estar en una posición decisiva si estalla una huelga de los estibadores norteamericanos de la Costa Oeste, que fueron forzados a regresar al trabajo bajo orden judicial. En ese caso les llamamos a no tocar cargamento procedente de o con destino a los EE.UU. – ¡que se pudra en los muelles mexicanos! Tales actos de solidaridad obrera tendrían un alcance mundial. Pero para llevarlos a cabo, es imprescindible una lucha por forjar una dirigencia sindical clasista en contra de los charros corporativistas priístas del CT-CTM-CROC-CROM y los burócratas sindicales “democráticos” pro PRD, que no obstante su retórica nacionalista no han hecho nada concreto contra el TLC y últimamente ofrecieron sus servicios al gobierno de Fox para actuar como esquiroles rompehuelgas en caso de una huelga petrolera.

La guerra contra Irak es actualmente el punto focal de la lucha de clases a escala mundial. Para derrotarla y defender al pueblo iraquí, se precisa de una lucha encarnizada de los obreros del mundo, entre ellos los mexicanos. Esto implica romper tajantemente con la perspectiva nacionalista que los ata a sectores de “su propia” burguesía, copartícipe en la guerra, para romper la cadena de dominación imperialista en la “bisagra” más débil y luchar por la revolución socialista internacional. n 



Para contactar el Grupo Internacionalista y la Liga por la IV Internacional, escribe: internationalistgroup@msn.com

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