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marzo de 2009 La guerra imperialista “contra el narcotráfico” y
México: militarización
y hambre
¡Fuera militares y federales
de los barrios!
El presidente mexicano Felipe
Calderón y su secretario de guerra, el general Galván,
pasan revista a la tropa en Apatzingan, Michoacán, el 3 de enero
de 2007. Desde
el primer momento de su sexenio, el presidente Felipe Calderón
Hinojosa
se ha enfocado a la militarización del país. Apenas unos
días después de tomar
posesión en diciembre de 2006, anunció la
realización de la “Operación Conjunta
Michoacán” con el envío de más de 6,500 efectivos
del ejército al estado, con
la tarea de “sellar” las costas y carreteras como parte de una
“estrategia
integral” en la “batalla” que se libra en la “guerra contra el
narcotráfico”.
En enero de 2007, otros 3,300 soldados y policías federales
fueron enviados a
Tijuana. Se anunciaron futuras operaciones en los estados de Guerrero,
Nuevo
León, Sinaloa y Tamaulipas. Para dejar en claro su papel como
“comandante
supremo” de las fuerzas armadas, Calderón, el arquetipo del
burócrata gris, al inició
de 2007 se puso una chamarra verde olivo y una gorra militar adornada
de cinco
estrellas, pasando revista a las tropas en campaña junto al
titular de la
Sedena, el general de cuatro estrellas Guillermo Galván
Galván. Dos años
después, queda claro que el gobierno
mexicano no está ganando esta batalla. Los conteos oficiales
reportan que más
de 7,000 personas han sido asesinadas en acciones violentas
relacionadas con el
narcotráfico desde que comenzó 2008 y que más de
mil han muerto tan sólo en
enero de 2009. Esto tiene preocupados a los patrones de Calderón
en Washington. La
embestida militarizadora fue diseñada para granjearse el favor
del
gobierno norteamericano. Sus lineamientos generales fueron plasmados en
la
“Iniciativa Mérida”, consentida por Calderón en su
encuentro con George Bush en
la capital de Yucatán en marzo de 2007. Según lo
declarado por el gobierno de
Bush, el propósito de esta iniciativa es “combatir las amenazas
que representan
el narcotráfico, el crimen organizado transnacional y el
terrorismo en el
Hemisferio Occidental”. Para lograrlo, el Tesoro estadounidense
fijó un
presupuesto de 1,600 millones de dólares –más del 80 por
ciento del cual está
destinado a México. En los últimos meses, sin embargo, el
gobierno
norteamericano ha empezado a preocuparse por los “beneficios” que le
rendirá su
“inversión”. En noviembre del año pasado, un documento de
perspectivas futuras elaborado
por el Pentágono (titulado Joint Forces
Operating Environment 2008), enfocado a las crisis que se avecinan,
declaraba con inquietud: “En términos de los peores escenarios
para el Estado
Mayor Conjunto [de las fuerzas armadas norteamericanas] y de hecho,
para el
mundo entero, dos estados mayores e importantes deben considerarse como
propensos a un rápido y súbito colapso: Pakistán y
México”. ¿México a punto de
colapsar? ¿México, un “estado fallido”, como
también han afirmado? ¿Qué tienen
en mente los imperialistas norteamericanos? ¿Acaso quieren
enviar a sus
marines, como tantas veces han hecho en el pasado? Hoy por hoy, el
Departamento
de Seguridad Interna de EE.UU. asegura tener unos 50 agentes en
México. ¡Hay
que echarlos, lo mismo que a todos los agentes estadounidenses! Desde
que en enero asumió la presidencia el demócrata Barack
Obama, se
ha intensificado el nivel de histeria en las filas del gobierno
norteamericano
en torno a la seguridad en México. Recientemente, Dennis Blair,
el flamante director
nacional de inteligencia, en el marco de una audiencia de una
comisión del
Congreso, acusó al gobierno mexicano de no tener control sobre
partes de su
territorio. Además, un alto funcionario del Departamento de
Seguridad Interna prestó
declaración acerca de un “Plan de operaciones en contra de la
violencia en la
frontera suroccidental” de EE.UU. Los gobernadores de Arizona y Texas
han
solicitado el envío de la Guardia Nacional a la frontera con
México. Por su
parte, el vicepresidente norteamericano Joe Biden sugirió que
México haría bien
en seguir el ejemplo de Colombia, donde cientos de efectivos y
“contratistas” (o
sea, mercenarios) norteamericanos infestan el país. Finalmente,
en una visita a
México, el jefe del Estado Mayor Conjunto estadounidense, el
almirante Mike
Mullen, fue aun más explícito, al decir que “Las fuerzas
armadas de Estados
Unidos están listas para ayudar a México en su guerra
contra el narcotráfico,
con tácticas de contrainsurgencia como las usadas contra los
rebeldes de Irak y
Afganistán” (La Jornada, 6 de marzo).
Próximamente: legiones de “asesores” y “contratistas”. Revista norteamericana de “especialistas” de la “seguridad interna” azuza histeria sobre posible “colapso” de México, como “estado fallido”. Como
respuesta a la presión que viene del norte, el gobierno ha
iniciado
una “guerra” en Ciudad Juárez. Después de un
enfrentamiento a balazos entre
unidades del ejército y un escuadrón de sicarios del
cártel de Sinaloa de
Joaquín (El Chapo) Guzmán (quien recién
entró a la lista de la revista Forbes
de los hombres más ricos del planeta), Calderón
ordenó el envío de 5,000
soldados y de 2,000 policías federales a la ciudad fronteriza. A
mediados de
marzo, envió otro contingente, de modo que ahora hay más
de 10,000 agentes
federales en la ciudad. Patrullan la ciudad en convoyes de
vehículos artillados,
van armados con rifles de asalto y con la cara cubierta con
pasamontañas. Se
vive bajo un virtual toque de queda: desde las diez de la noche, los
peatones
desaparecen de las calles. En los planteles de la Universidad
Autónoma de
Chihuahua, el turno vespertino termina ahora a las ocho de la noche.
Después de
eso, sólo quedan abiertos unos cuantos restaurantes. Escenas
similares se ven
en toda la frontera. En Tijuana, un viaje en automóvil que
normalmente tomaría
treinta minutos, llega a durar hasta una hora o más, toda vez
que es de lo más
usual que el vehículo sea detenido en tres y hasta cuatro
retenes de la policía
o el ejército. Con frecuencia hay batallas campales: el 17 de
febrero, la
policía en Reynosa fue recibida con granadas de
fragmentación y granadas RPG (para
fusil) introducidas de contrabando desde Estados Unidos. Aunque
este programa de militarización masiva no ha intimidado a los
cárteles
del narcotráfico, ha tenido el deseado efecto de involucrar de
manera cada vez
más abierta al ejército en labores policíacas.
Desde el inicio, el principal
propósito de la ofensiva de Calderón ha sido el blindaje
de un régimen
debilitado en contra del descontento social. Esto se ha tornado tanto
más
urgente dado el carácter rampante de la crisis económica:
cientos de miles de
trabajadores han perdido sus empleos en meses recientes (336,000 tan
sólo en
enero, según estadísticas oficiales). En lo que toca a la
zona de las
maquiladoras, plantas cuya producción está destinada a la
exportación a Estados
Unidos, únicamente en Ciudad Juárez, 45,000 están
sin trabajo debido a los
paros “técnicos” dictados por la patronal. Durante
décadas, los gobiernos de la república mantuvieron su
dominio sobre
la sociedad mediante los mecanismos de control omnímodo del
régimen corporativista,
en virtud de los cuales se “integraba” a cada sector de la sociedad al
PRI-gobierno. Desde que el Partido Revolucionario Institucional
perdió el
gobierno federal en 2000 después de siete décadas en el
poder, los gobiernos
derechistas del Partido Acción Nacional han intentado conservar
en parte a los
“sindicatos” corporativistas para seguir manteniendo a la clase obrera
a raya. No
obstante, su recurso final consiste en utilizar cada vez más al
ejército,
haciendo que México se parezca más y más a las
seudodemocracias militarizadas
como la de Colombia. La
“colombianización” de México ya ha avanzado a pasos
agigantados. Esto
no sólo ha ocurrido en los estados del norte: en Guanajuato,
Colima, Michoacán
y Guerrero en el centro y suroeste, así como Yucatán y
Quintana Roo en el
sureste, el ejército está desplegado. Y por supuesto
también en Chiapas,
hostigando a los campesinos zapatistas, y en Oaxaca, donde
todavía bulle el
descontento encabezado por el combativo sindicato magisterial y las
organizaciones
indígenas. En las puertas de la propia Ciudad de México,
el alcalde panista de
Tlalnepantla ha logrado que el ejército patrulle las calles. Y
en el Distrito
Federal, el gobierno de del Partido de la Revolución
Democrática de Marcelo
Ebrard, otrora secretario de seguridad pública (en cuya calidad
contrató al ex
alcalde neoyorquino Rudolf Giuliani para implementar sus métodos
policíacos de
“cero tolerancia”) ahora quiere emular a la Inglaterra de Tony Blair
mediante
la instalación de 9,000 videocámaras de vigilancia,
compradas a Telmex
(propiedad de Carlos Slim, quien ahora es el tercer hombre más
rico del mundo)
y a la compañía francesa Thales a un costo de 460
millones de dólares. He aquí
al gobierno del PRD en la capital: pistas de hielo para patinar,
pastillas de
Viagra distribuidas gratuitamente a los ancianos … y vigilancia estilo
Gran
Hermano por doquier. ¡Y ésta se considera la
“oposición” a Calderón! Los
tres principales partidos burgueses –el “izquierdista” PRD, el
derechista PAN y el PRI, considerado de “centro”– apoyan la ofensiva
militarizadora. De hecho, el entonces gobernador perredista de
Michoacán en
2006, Lázaro Cárdenas Batel, fue quien pidió a
Calderón que enviara al
ejército; su sucesor, Leonel Godoy, también del PRD, es
un fuerte aliado del
presidente. Ultraderechistas como Guillermo Velasco Arzac de la
fascistoide
organización del Yunque, han intentado azuzar la histeria
popular mediante
enormes manifestaciones “contra el crimen”, como la realizada en agosto
del año
pasado en la Ciudad de México. Entretanto, el presidente
nacional del PAN dice
que hay que “guanajuatizar” el país, en referencia al estado que
su partido ha
gobernado desde hace casi dos décadas. En julio pasado,
causó un escándalo la
aparición de videos en los que se mostraba cómo la
policía de León, Gto., era
entrenada en técnicas de tortura (por un instructor que “parece
norteamericano”), arrastrando a los policías sobre su propio
vómito y mostrando
cómo realizar el tehuacanazo. Luego,
en enero de este año, un campesino guanajuatense fue torturado
hasta la muerte.
La respuesta del gobierno estatal consistió en retirar al jefe
de la policía
estatal … para sustituirlo con otro jefazo policíaco que
también ha sido
acusado de torturador. En
una típica declaración reaccionaria, el alcalde panista
de la ciudad
de Irapuato, Gto., culpa de las bandas de narcotraficantes a las madres
que
trabajan: “Los pandilleros son el
resultado de que las madres salgan a trabajar” (¡!). De
2000 a la fecha,
más de 130 mujeres han sido encarceladas en Guanajuato por tener
un aborto.
Además, aunque es un derecho constitucional en todo el
país el abortar en caso
de que el embarazo haya sido producto de una violación, en estos
nueve años el
sistema de salud pública de Guanajuato no
ha realizado un solo aborto en estos casos. En contra de la
andanada
militarizadora, que no es más que la punta de lanza de una
campaña reaccionaria
en todas las esferas, como la que ha cristalizado en Guanajuato y que
Calderón
querría extender al resto del país, los marxistas
proponemos la vía opuesta. El
Grupo Internacionalista aboga por el derecho al aborto
libre y gratuito para toda mujer que lo solicite. También
nos pronunciamos por la eliminación de
todas las leyes que proscriben o regulan el consumo o comercio de drogas.
Al
estado no le incumbe en lo absoluto qué es lo que cada quien
haga con su propio
cuerpo. Además, el que las drogas fueran legales
eliminaría instantáneamente
las bases económicas de los cárteles del
narcotráfico, tal como la eliminación
de la Prohibición del consumo de alcohol en los años 30
en Estados Unidos acabó
de manera fulminante con los contrabandistas de ron y whisky. Protesta en Monterrey por hostigamiento por militares, 17 de febrero de 2009. (Foto: El Universal) La
llamada “guerra contra las drogas” es, por doquier, no más que
un
disfraz con el que se pretende ocultar la guerra contra los pobres y
los
trabajadores. Al igual que la “guerra contra el terrorismo”, es una
guerra
contra nosotros. En el fondo, se trata
de los derechos democráticos. Pero cuando una modesta propuesta
para la
legalización de algunos productos como la mariguana se
presentó en la Asamblea
Legislativa del D.F., Ebrard y la fracción del PRD se
enfurecieron
considerablemente. Como políticos burgueses, defienden la moral
burguesa. Lo
mismo hacen los seudosocialistas de Militante, que dice ser una
tendencia
marxista dentro del PRD, partido capitalista.
¡Menudos “marxistas” que llaman a votar por políticos
burgueses como Andrés
Manuel López Obrador o su ex jefe de la policía, Ebrard!
En su periódico Militante (febrero de 2009), se
pronuncian por la formación de “grupos de autodefensa, en cada
pueblo o barrio
afectado por la acción criminal y al mismo tiempo actuar de
manera organizada
en contra de los centros de distribución de droga formando
comités locales de
vigilancia que permitan su desmantelamiento.” Éste es un llamado
a favor de la
formación de grupos parapolicíacos, de turbas de
linchadores, con el propósito
de hacer cumplir las leyes de la clase dominante en contra de los
trabajadores.
¡Militante merece ser vilipendiado por este asqueroso apoyo a los
opresores! De
hecho, hace falta formar verdaderos grupos de autodefensa
obrera, pero sobre una base proletaria, para
defender los barrios
plebeyos en contra de los ataques de la policía el
ejército. Recientemente ha
habido varias protestas en diferentes ciudades del norte del
país en contra de
abusos perpetrados por el ejército. Los que más
publicitó la televisión fueron
los que acaecieron en Monterrey en febrero pasado, cuando los
manifestantes
cerraron las calles a lo largo de seis días seguidos para
protestar en contra de
la presencia del ejército mexicano. La policía y la
prensa los denunciaron como
“narcobloqueos”, como en Colombia con el coco
de la “narcoguerrilla” (véase nuestro artículo “Narcogobierno colombiano perpetra siniestra masacre en Ecuador”
[marzo de 2008]). Se refieren a los manifestantes como “los tapados”,
por
cubrir sus rostros con playeras y paliacates, como si esto no fuera
común en
las protestas contra la policía (basta nada más con ver
las fotos de Oaxaca en
2006). En los lugares en que los residentes de barrios empobrecidos se
han
abalanzado a las vías de ferrocarril para esculcar los vagones
que transportan
sacos de maíz y trigo importado de EE.UU., por ejemplo en
Celaya, Gto., la
policía alega que se trata de acciones del “crimen organizado”,
y no de gente
pobre que tiene hambre (ver “Los asaltatrenes”, Proceso,
1º de marzo) Bien
puede haber en algunos lugares conexiones entre los traficantes y
los manifestantes. Además, siendo que no se trata de
manifestaciones
izquierdistas, es posible que sean organizadas mediante redes u
organizaciones locales
que típicamente dominan colonias plebeyas. Pero esto no invalida
sus quejas
(que casi nunca se reportan). Un artículo de Reforma
(21 de enero de 2008), “Y allá protestan contra
Ejército”,
informa de una manifestación de 200 personas frente a un cuartel
militar en
Nuevo Laredo, Tamaulipas, para protestar contra un ataque perpetrado
por
soldados del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (GAFE) contra
un centro de
baile y una discoteca la noche anterior, donde los soldados sometieron
y golpearon
a la gente. También se ha documentado matanzas a manos del
ejército en los
retenes en el marco de la “guerra contra el narcotráfico”.
Está el caso de la
familia Esparza Galaviz en Leyva, Sinaloa, acribillada en un
retén militar en
junio de 2007: los soldados abrieron fuego contra el vehículo de
la familia,
matando a cinco de los viajeros, incluidos tres niños
pequeños. Un año más
tarde, hubo una segunda matanza, en el pueblo de Santiago de los
Caballeros,
también en Sinaloa, donde el conductor y otros tres pasajeros de
un vehículo
fueron asesinados. En ninguno de estos casos las víctimas iban
armadas
(documentado en el dossier de marzo de 2009 sobre abusos militares,
¿Comandante Supremo? publicado por el
Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez). Los
grupos de defensa de los derechos humanos, como el Centro Pro,
muchos de los cuales son fuertemente anticomunistas, han reunido
montañas de
evidencia de tortura sistemática y asesinatos arbitrarios
realizados por la policía
y el ejército. Señalan que el uso del ejército
para la realización de tareas
policíacas viola la Constitución mexicana, lo mismo que
los abusos que cometen.
No obstante, su apelación a los preceptos constitucionales
burgueses cae en
oídos sordos, además de no explicar nada, porque en el
fondo todo esto
constituye un asunto de clase. En
años recientes, México ha experimentado crecientes
tensiones sociales como
resultado de un cuarto de siglo de privatizaciones masivas,
destrucción de los
servicios sociales, expulsión de los campesinos de sus tierras y
otras
manifestaciones de una ofensiva burguesa contra los obreros y
oprimidos.
Después de que el decrépito aparato del PRI perdió
su dominio nacional en 2000,
el gobierno panista de Vicente Fox Quesada recurrió cada vez
más a la represión
abierta, como hemos señalado en varios artículos (“Fox
deja caer la máscara”,
marzo de 2001; “Represión en Foxilandia”, mayo de 2005; “Romper
la ‘mano firme’
de Calderón con lucha obrera”,
diciembre
de 2006, entre otros). Esta
ofensiva llegó a su punto culminante al final del sexenio de
Fox,
cuando obreros, maestros y campesinos se movilizaron para contrarrestar
asesinos ataques del ejército y la policía en
Lázaro Cárdenas, Michoacán (abril
de 2006), Atenco, en el Estado de México (mayo de 2006) y Oaxaca
(junio-noviembre de 2006). El carácter masivo y la combatividad
de estas luchas
llenó de pánico a la burguesía mexicana (y a sus
patrones imperialistas), que
finalmente se las arreglaron para contener el “contagio” mediante la
ocupación
militar y policíaca del estado de Oaxaca a finales de ese
año. Al asumir la
presidencia en diciembre de 2006, Calderón anunció que
utilizaría “los mismos
métodos” que en la batalla final en Oaxaca, pero que los
dirigiría contra el
“crimen organizado” y el narcotráfico. Esperaba fortalecer el
aparato represivo
del estado y usarlo para labores policíacas sin provocar
descontento masivo,
como había hecho Fox. Pero el tiro le salió por la
culata, y el número de
asesinatos relacionados con el tráfico de drogas se
disparó por los cielos.
Además, hay ahora un número creciente de protestas en
contra de los abusos de
la policía y el ejército. Los
trotskistas del Grupo Internacionalista hemos sumado nuestros
esfuerzos a los de los sectores de la clase obrera y el campesinado que
han
resistido los ataques burgueses, desde Oaxaca hasta los mineros de
Cananea, que
han estado en huelga ya más de un año y medio. Buscamos
romper la camisa de
fuerza de las organizaciones “sindicales” corporativistas que se
presentan
falsamente como sindicatos, cuando en realidad sirven para someter a
los
trabajadores al control gubernamental. Queremos construir genuinos
sindicatos
obreros como órganos de lucha de clases, políticamente
independientes del
gobierno y de todos los partidos burgueses. Ante la
militarización masiva, luchamos
por la movilización obrera junto con los residentes de los
barrios bajo la bota
militar, para exigir que el ejército y la policía federal
salgan de inmediato.
Si siguen aterrorizando los distritos empobrecidos, el siguiente paso
será
conformar escuadrones de la muerte, tal y como aconteció en
Brasil y en otras
partes bajo la guisa de la “guerra contra el narcotráfico”, y en
México durante
la “guerra sucia”. La
clave para librar esta guerra de clases es la formación de un
partido
obrero revolucionario, sobre la base del programa trotskista de la revolución permanente, para que dirija
al poderoso proletariado mexicano, a la cabeza de los pobres del campo
y la
ciudad, para acabar de una vez por todas con el régimen
capitalista en plena
decadencia, que no promete a las masas más que desempleo, hambre
y terror policíaco.
Es necesario extender la revolución a todo el hemisferio,
particularmente al
coloso imperialista del norte, donde millones y millones de
trabajadores
inmigrantes mexicanos constituyen un puente humano que hace posible una
verdadera
revolución socialista internacional. ■ |
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