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septiembre de 2008   

¡Expropiar a la burguesía mediante la revolución obrera!

¡No al rescate de los especuladores capitalistas!
¡Abajo la dictadura del capital financiero!

Reservas de oro el el Banco Federal de Reserva de Nueva York. Desde el 1971, el dólar norteamericano no es respaldado por oro, sino sencillamente por la confianza en los EE.UU. ¿Hasta cuando?
Foto: Federal Reserve Bank of New York

25 de SEPTIEMBRE – En la última quincena, la crisis financiera en curso desde principios de 2007 ha llegado al punto de ebullición. El mercado crediticio prácticamente ha dejado de funcionar. Una verdadera ola de pánico se ha extendido por todo el mundo. La economía capitalista está en medio de una recesión que podría convertirse en una depresión que duraría años. Las filas de desempleados crecen como resultado de la eliminación de casi 800,000 puestos de trabajo en los últimos diez meses. La ejecución de hipotecas ha resultado en el desalojo de más de un millón de familias de sus casas en un año. Los ingresos de los trabajadores están cayendo en picada. Mientras tanto, los imperialistas norteamericanos libran una interminable guerra de pillaje desde Irak y Afganistán hasta las Filipinas y América Latina, exigiendo que el mundo se incline ante su diktat.

En medio de esta grave situación económica, los especuladores de Wall Street que iniciaron esta crisis están exigiendo que el gobierno les pague un  rescate de 700 mil millones de dólares. El costo real del rescate será mucho mayor: llegará hasta un billón de dólares. Los banqueros mantienen a la economía como rehén. El régimen de Bush amenaza al Congreso con que si no cede al chantaje, entonces habrá un colapso financiero y la economía mundial se parará en seco. Estas previsiones apocalípticas se han ganado cierta credibilidad, toda vez que el sistema financiero capitalista está prácticamente paralizado. Sin embargo, no hay indicio alguno de que este enorme soborno vaya a reiniciar los mercados crediticios, como tampoco lo hicieron los cientos de miles de millones de dólares que el Banco de la Reserva Federal ya ha inyectado al sistema bancario.

El gobierno republicano está intentando equilibrarse en la cuerda floja. Por un lado, finge que lo que hace falta son unas pequeñas “correcciones” en lo que –en el fondo– sería una economía sana. Por otro lado, sin embargo, amenaza con que si su programa no es aprobado, entonces el sistema financiero llegará a su Apocalipsis. Después de que se declarara la quiebra de Lehman Brothers, el cuarto mayor banco de inversión de Estados Unidos, el candidato presidencial republicano John McCain afirmó que “los cimientos de nuestra economía son fuertes”. El secretario del tesoro, Henry Paulson, juzgó por su parte que “los fundamentos económicos a largo plazo de los Estados Unidos son sólidos”. Como señaló un experto en cuestiones económicas, “Hay una regla general según la cual, cuando el gobierno afirma que los fundamentos son sólidos, es tiempo de vender [las acciones]” (New York Times, 16 de septiembre). Y si dicen que los fundamentos “a largo plazo” están en condiciones óptimas, significa que a corto plazo están en apuros y hay que vender las acciones ya. Esto es precisamente lo que hicieron los inversionistas, generando la caída en picada de los índices bursátiles Dow Jones y NASDAQ.

Azuzando el espectro de una nueva depresión económica como la que comenzó en 1929, el gobierno quiere amedrentar a la población en general e intimidar al Congreso para que apruebe su enorme chantaje. Su posición es que esta semana se aprueba el rescate de Wall Street o sufrirán unas consecuencias insoportables. Muchos ya están muertos de miedo, pues para el país real la crisis ya llegó desde hace meses. Pero aprobar un regalo de cientos de miles de millones de dólares a los bancos no va a impedir que la gente siga siendo echada de sus casas, ni generará empleos para los que se quedaron sin trabajo.

Mientras tanto, los demócratas han tomado la delantera en la defensa del rescate bancario de Bush. No por casualidad el demócrata de Nueva York, Chuck Schumer, es conocido como “el senador de Wall Street”, y el candidato del Partido Demócrata a la vicepresidencia, Joe Biden de Delaware, fue apodado “el senador del MBNA”, la gran compañía de tarjetas de crédito que el Bank of America compró hace un par de años. Asimismo, es la mayoría demócrata en el Congreso la que sigue financiando las guerras de Irak y Afganistán.

El candidato demócrata Barack Obama culpa de la crisis en Wall Street a la “codicia y la irresponsabilidad” (¿es que ahora hay capitalismo sin codicia?) y dice que no debe darse un “cheque en blanco a Washington” para que la resuelva. El líder de la mayoría demócrata en el Senado, Harry Reid, repite que el Congreso no debe dar al presidente Bush un “cheque en blanco” con los 700 mil millones de dólares del rescate. Dice que los demócratas harán “lo necesario”, pero que impondrán algunas condiciones. Lo que piden es que se forme una “junta de vigilancia” que supervise la operación, además de permitir a los jueces de quiebras imponer nuevos plazos de pago y tasas de interés en los procesos de hipotecas en mora; otorgar al gobierno acciones en los bancos a cambio de que asuma sus préstamos improductivos y que se impongan topes a los salarios de los ejecutivos cuyas empresas reciben apoyo financiero por parte del gobierno.

Marchando al paso de los demócratas, el Central Labor Council (CLC – Consejo Sindical Central) de Nueva York convocó una “conferencia de prensa y movilización de emergencia” en el distrito financiero de Manhattan para el 25 de septiembre, bajo la consigna de “No al cheque en blanco para Wall Street”. El programa de siete puntos del CLC sólo repite las condiciones de la fracción demócrata del Congreso, entre ellas la de una “agresiva supervisión pública” del rescate, el “poner alto a la fiesta remunerativa de los ejecutivos”, usar “herramientas legales y financieras para detener las ejecuciones hipotecarias”, “rechazar los cortes impositivos de Bush”, etc. John Sweeney, secretario de la AFL-CIO, se presenció con una carta dirigida al Senado en la que dice que todo plan de rescate debe “enfocarse a la desastrosa debilidad de nuestro sistema regulatorio de las finanzas”.

El secretario del Tesoro, Henry Paulson, se opone a todo condicionamiento, alegando que imponerlas podría “limitar la participación del mercado” –es decir, que los bancos preferirían mantener en sus libros los préstamos improductivos y rehusarse a otorgar nuevos préstamos. No obstante, en muy poco tiempo llegarán a un arreglo. Todo condicionamiento anexo será inofensivo, y simplemente endulzará un poco el trago amargo. La junta “independiente” propuesta por el demócrata Barney Frank para supervisar el rescate estaría compuesta por los jefes del Banco de la Reserva Federal, de la Corporación Federal de Seguro del Depósito (FDIC) y de la Comisión de Valores (SEC), más dos “expertos” financieros “externos” designados por los líderes de las fracciones demócrata y republicana en el Congreso. Sin importar bajo qué rúbrica se presente, esta comisión estará compuesta por banqueros de Wall Street. Los “reguladores” se regularán a sí mismos. ¡Vaya “independencia”!

Además, la causa de la actual situación no se encuentra en la “laxitud regulatoria”, como afirman los demócratas. La crisis también ha embestido a los bancos comerciales, que representan el sector más fuertemente regulado de la economía norteamericana. El problema no es el “fundamentalismo libremercadista” ni el “neoliberalismo”, sino el capitalismo. E incluso si el Congreso pudiera aprobar algunas o incluso todas las condiciones de los demócratas, el rescate seguiría representando un soborno colosal a los especuladores capitalistas. Muchos lo comprenden, así sea de manera instintiva. En la manifestación sindical del 25 de septiembre en el distrito financiero de Nueva York, trabajadores con cascos coreaban la consigna “no al rescate de Wall Street”, lo que ciertamente no estaba incluido en el programa de los jefazos de la AFL-CIO.

Mientras que los plutócratas, demócratas y burócratas sindicales apoyan el rescate bancario de Bush para apuntalar el capitalismo norteamericano, es deber de los marxistas oponerse a este regalo de un billón de dólares a los especuladores de Wall Street. Sin importar qué “reformas” se le añadan, este enorme soborno al capital financiero representa un crimen en contra de la clase obrera, que ya está sufriendo el incremento del desempleo y la caída de sus ingresos. En lugar del subsidio a los bancos, llamamos por la expropiación de los financieros y del sistema bancario en su conjunto de la única manera en que esto es posible: mediante una revolución obrera.

El diktat del capital financiero

El rescate financiero deja al desnudo el funcionamiento de la “democracia” capitalista, justo en medio de la campaña electoral. Deja en claro que cualquiera que sea el candidato que gane, será Wall Street el que dicte las órdenes. El rescate bancario convertiría al secretario del Tesoro en un dictador, con la posibilidad de emplear 700 mil millones de dólares a su entera discreción. La breve propuesta gubernamental (que consiste en sólo dos páginas y media) es un plan para la descarnada dictadura del capital financiero, sin los disfraces usuales de las votaciones en el Congreso. Según su formulación original, “las decisiones del secretario en cumplimento de esta ley no están sujetas a revisión y son de competencia exclusiva de la agencia; tampoco pueden ser revisadas por ningún tribunal, ni por ninguna otra agencia gubernamental”.

Designar al secretario del Tesoro como encargado de “regular” los bancos es como hacer que el lobo cuide las ovejas. Cuando Henry Paulson dijo al Congreso que “lo único que nos importa” es el “contribuyente norteamericano”, provocó risitas en el auditorio. Esto es tan digno de crédito como los mensajes bancarios automatizados de que “su llamada es importante para nosotros”, mientras uno hace una cola interminable para hablar con una persona de carne y hueso. Paulson es el ex presidente de Goldman Sachs, el único banco de inversión independiente que sigue en pie. Otro ex miembro de Goldman Sachs es el portavoz de la Casa Blanca, Josh Bolton. No se trata exclusivamente de republicanos. El principal patrocinador financiero de la campaña presidencial del demócrata Barack Obama es… la firma Goldman Sachs. Y el secretario del Tesoro durante el gobierno demócrata de Bill Clinton fue Robert Rubin, el ex presidente de Goldman Sachs que actualmente encabeza Citigroup y que es uno de los principales asesores económicos de Obama. ¡Vaya “democracia”!

El alcance de este regalo a los banqueros capitalistas es enorme. El precio putativo de 700 mil millones equivale al costo total de la guerra de Irak. Se suman a los 565 mil millones que ya se han entregado a Wall Street a lo largo de este año (200 mil millones del programa de préstamos de la Reserva Federal a cambio de valores respaldadas por hipotecas; 30 mil millones a JP Morgan por la toma del banco de inversiones Bear Stearns; 200 mil millones por la compra gubernamental de las aseguradoras hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac; 85 mil millones por la compra de la gigante aseguradora AIG; 50 mil millones para apuntalar los fondos del mercado de dinero), además de derechos ilimitados de préstamo para los principales bancos de inversión de la “ventanilla de descuentos” de la Reserva Federal. Pero nada de esto ha inducido a los bancos a otorgar préstamos otra vez, y nada indica que la inyección de otro billón de dólares vaya a ser suficiente.

A cambio de la absorción de seguros hipotecarios “tóxicos”, el futuro de todo tipo de programa social estará hipotecado. El enorme costo del rescate bancario será blandido para recortar el presupuesto en los rubros de educación, salud y otras necesidades. Entretanto, la creciente deuda federal llegará según los pronósticos a más de un billón de dólares este año, y el plan de rescate bancario incluye incrementar el límite de la deuda nacional acumulada a más de 11 billones de dólares. Esto ya ha extendido el nerviosismo a toda la “comunidad financiera” internacional. El lunes, el dólar estadounidense sufrió la mayor caída frente al euro desde 2001. A los inversionistas les preocupa que el bombeo de tantos miles de millones de dólares a la economía que está realizando el gobierno federal atice la inflación y reduzca el valor de sus dólares.

Durante muchos años, la economía norteamericana ha funcionado con enormes subsidios provenientes de los bancos estatales del Este asiático que han comprado bonos del Tesoro para cubrir el déficit presupuestal del gobierno, además del déficit en la balanza comercial de más de 600 mil millones de dólares anuales. Si la crisis financiera genera un crac bursátil y la retirada masiva de fondos de los bancos comerciales, se vería acompañada por una estampida para liquidar activos en dólares, que desde 1971 se sostienen únicamente con la confianza de los bancos centrales del mundo que consideran las reservas de billetes verdes como una garantía de estabilidad. Una vez que la confianza se haya acabado, el castillo de naipes se vendrá abajo. La “implosión” del sistema financiero podría dar inicio a un “invierno nuclear” en la economía capitalista global.

“¿Todavía crees en el capitalismo?”

La vertiginosa intensificación de la crisis financiera presenta cuestiones fundamentales. El New York Times (20 de septiembre) publicó recientemente un artículo en el que ofrece consejos a los lectores acerca de lo que podrían hacer con “su dinero”. En ese artículo se dice que para minimizar los riesgos, “antes de hacer algo con tu portafolio de inversiones, debes hacerte esta pregunta: ¿todavía crees en el capitalismo?” El Times dice en un editorial que la crisis bancaria es resultado del “capitalismo sin restricciones”. ¿Y cuál es la alternativa de su preferencia? Como los políticos del Partido Demócrata y los burócratas sindicales, lo que quieren los editores del New York Times es un “capitalismo con restricciones”. Pero la “regulación” de los mercados no ha podido poner fin a los ciclos de expansión y colapso del capitalismo, ni tampoco podrá hacerlo ahora.

A los ideólogos del libre mercado, les gusta citar al economista austriaco Joseph Schumpeter cuando se refiere a la “destrucción creativa” que genera el capitalismo para barrer con las estructuras económicas anticuadas. Pero hoy en día, cuando los salarios y los estándares de vida de los trabajadores se han visto seriamente erosionados, cuando los programas sociales son drásticamente recortados, no hay nada de creativo en la destrucción generada por los que se pretenden amos del universo. He aquí el capitalismo en plena decadencia, en su época imperialista de guerras y revoluciones. Lo único que ha cambiado la “globalización” es la velocidad con la que se extienden las crisis económicas a escala internacional.

Hoy se habla mucho acerca de un supuesto “socialismo para los ricos”, particularmente entre los republicanos de derecha (pero también entre algunos izquierdistas crédulos) que se oponen al rescate. Entre los genios financieros que están a punto de ser despedidos de Lehman Brothers, se contaban chistes de humor negro acerca de la “República Popular de Wall Street”. Pero lo que se ha propuesto como medio para solucionar la crisis en el centro mundial de las altas finanzas no tiene nada que ver con el socialismo. Está mucho más cerca, en cambio, de la regimentación corporativista del capitalismo asociada con la Italia de Benito Mussolini.

Ilusión y realidad. En el fondo, propaganda dice, "El estándar de vida más alto del mundo." En el frente una cola de trabajadores sin trabajo en 1937.
Foto: © Margaret Bourke-White

Esto va de la mano con la creciente eliminación de los derechos democráticos. La clase dominante está forzando el rescate bancario con el mismo tipo de tácticas intimidatorias que usó para promulgar la ley PATRIOT U.S.A. tras los ataques del 11 de septiembre de 2001 contra el Centro de Comercio Mundial de Nueva York y el Pentágono. El resultado ha sido un ataque a gran escala en contra de los inmigrantes, que se manifiesta actualmente en las redadas estilo Gestapo que realiza la policía migratoria del ICE, y en el monitoreo y vigilancia gubernamental de millones de ciudadanos sin autorización judicial. El más reciente “plan de seguridad” para Nueva York, conocido como la “Iniciativa de Seguridad del Bajo Manhattan”, vislumbra un “cerco de hierro” en torno a Wall Street, con equipos móviles fuertemente armados de la policía de Nueva York, y la colocación de cámaras de televisión en todas las entradas callejeras y en las salidas del metro al distrito financiero, de modo que se pueda escanear el rostro de quienquiera que ingrese a la ciudadela de las altas finanzas. ¡Así que hay que manifestarse en Wall Street mientras todavía es posible!

Ésta no es la primera vez que la clase dominante ha recurrido a medidas de tipo corporativista para reforzar los tambaleantes pilares del capitalismo norteamericano. En los años 30, el demócrata Franklin Delano Roosevelt creó varios cuerpos semigubernamentales en conjunción con dirigentes empresariales bajo la égida de la National Recovery Administration (NRA–Agencia para la Recuperación Nacional). De acuerdo con la mitología liberal, fue el financiamiento deficitario de corte keynesiano instrumentado por Roosevelt, así como la regulación bancaria y el corporativismo de la NRA, lo que sacó a EE.UU. de la Gran Depresión. Pero la verdad es bien distinta. A la primera depresión iniciada en 1929 siguió una segunda grave recaída a finales de los años 30, y fue la Segunda Guerra Mundial la que finalmente redujo el desempleo masivo y puso a funcionar la economía industrial a plena capacidad.

Hoy también, la turbulenta crisis financiera que ha sacudido los mercados bursátiles y los bancos del mundo apunta, en último término, hacia una nueva guerra imperialista. Asimismo, la guerra contra Afganistán e Irak prepara las bases para una nueva conflagración mundial. El objetivo de EE.UU. en Medio Oriente no es hacerse del petróleo iraquí para su propio consumo, sino controlar la producción y distribución de este vital insumo para así dominar a sus aliados y rivales imperialistas de Europa y Japón. Lo que quiere el gobierno norteamericano es tener su mano puesta sobre la llave petrolera, pero ahora sus “aliados” se están impacientando. En un discurso pronunciado ante las Naciones Unidas, el presidente francés Nicholas Sarkozy calificó como “demencial” al actual sistema financiero dominado por los Estados Unidos. A final de cuentas, la guerra en Medio Oriente, la crisis financiera en Wall Street, el ataque contra los derechos democráticos y el ataque contra el empleo y los niveles de vida de los trabajadores forman parte de la misma guerra de clase de los imperialistas norteamericanos, y apunta hacia una Tercera Guerra Mundial termonuclear.

No al rescate bancario, sí a la revolución socialista

En la última semana se ha convertido en lugar común decir que la actual es la mayor crisis económica desde la Gran Depresión de los años 30. Algunos economistas burgueses la están llamando ya la crisis financiera del siglo. En cualquier caso, dista mucho de haber terminado. El pánico que prevalece en Wall Street está a sólo un paso de desembocar en un verdadero crac bursátil, cuyas ondas de choque se extenderían por el mundo entero. Los bancos tienen billones de dólares que se niegan a prestar porque no saben cuán expuestos están los otros bancos a préstamos improductivos y ni siquiera saben qué proporción de sus propios valores basados en hipotecas, canjes de deuda por impagos, y otros productos derivados estén en riesgo. Además, en junio pasado, las 500 empresas norteamericanas del índice Standard & Poor’s (sin incluir los bancos) tenían al menos 650 mil millones de dólares en efectivo a la mano (Financial Times, 24 de septiembre). Y con todo, le piden a los trabajadores que paguen la cuenta del rescate bancario mediante el pago de impuestos.

A finales de los años 30, el revolucionario ruso León Trotsky presentó el Programa de Transición con el propósito de “ayudar a las masas, en el proceso de la lucha cotidiana, a encontrar el puente entre sus reivindicaciones actuales y el programa socialista de la revolución. Este puente debe contener un sistema de reivindicaciones transicionales, que partan de las condiciones actuales y de la actual conciencia de amplias capas de la clase obrera y conduzcan invariablemente a un solo resultado final: la conquista del poder por parte del proletariado.” En la crisis actual, los obreros con conciencia de clase deben luchar por la formación de comisiones obreras que abran los libros de contabilidad de las corporaciones financieras para establecer qué han estado haciendo los especuladores bursátiles y los banqueros. Ante el aumento en el desempleo y la inflación, deben luchar por una escala móvil de salarios y de horas de trabajo, para dividir el trabajo disponible entre todos los trabajadores y aumentar los salarios de los trabajadores para contrarrestar los estragos de la inflación.

Protesta “radical” con bandera de barras y estrellas en Wall Street, el 25 de septiembre, alimenta ilusiones reformistas. Una de las principales consignas pregonaba el retorno a la política del New Deal [Nuevo Trato] del presidente Franklin Delano Roosevelt en los años 30. Sin embargo, el Nuevo Trato de FDR no puso fin a la Gran Depresión, fue la guerra imperialista mundial que lo hizo. ¿Y hoy?
(Foto: The Internationalist)

En Nueva York, en lugar de intentar embellecer el rescate bancario, los sindicatos deben prepararse para salir en huelga en contra de los recortes que el multimillonario alcalde Bloomberg ha anunciado. Esto exige una alianza en la lucha con las poblaciones negra y latina en los guetos y los barrios, con los inmigrantes, con los trabajadores no sindicalizados y con los estudiantes del vasto sistema de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY). En una lucha de clase como ésta, se puede conseguir apoyo incluso de sectores fuertemente atribulados de la clase media. La clase obrera tiene el poder, como lo mostró la huelga de los trabajadores del transporte metropolitano de 2005, de detener la actividad económica de la ciudad. Pero para usar este poder es necesaria una genuina “movilización de emergencia”, para hacer trizas la antisindical Ley Taylor que prohíbe las huelgas.

Varios grupos de la izquierda oportunista han aprovechado la cuestión del rescate para presentar sus recetas como respuesta a la crisis financiera dentro del marco capitalista. El Party for Socialism and Liberation (PSL – Partido por el Socialismo y la Liberación), por ejemplo, ha publicado un nuevo sitio de Internet llamado votenobailout.org, en el que declara: “en lugar de tomar dólares de los impuestos que pagamos y dárselos a los que ya son ricos y poderosos, estos fondos deberían ser usados para tener… empleos bien pagados, vivienda accesible, un sistema de salud adecuado y una buena educación para nuestros niños…. Haz clic aquí para enviar tu carta al Congreso”. Ésta es la más reciente versión de la consigna de “empleos en lugar de guerra”, “educación en lugar de ocupación”, presentada por todos los reformistas. Pero la actual crisis financiera muestra precisamente que no se trata de un asunto de prioridades presupuestales. Incluso si no hubiera guerra ni crisis financiera, la burguesía no desembolsaría los fondos para tener empleos decentes ni sistemas adecuados de salud y educación para la población trabajadora.

Curiosamente, la International Socialist Organization (ISO – Organización Socialista Internacional) dice en un editorial que “ahora que el gobierno de Estados Unidos ha emprendido varias quasi nacionalizaciones”, como las de Fannie Mae y Freddie Mac, “¿por qué no debiera el propietario público de estas compañías insistir en que se impusiera una moratoria a la ejecución de hipotecas?” (Socialist Worker, 19 de septiembre). Pasan por alto el hecho de que el “propietario público” a que se refiere es el estado capitalista. De mencionarlo, ya habrían dado la respuesta a su pregunta “inocente”.

El Socialist Equality Party (SEP – Partido Socialista por la Igualdad), por su parte, “propone que los principales bancos e instituciones financieras sean nacionalizados y convertidos en entidades de interés público operadas bajo el control democrático de la población trabajadora” ¿Y cómo es que pretenden realizar eso? El SEP se opone a los sindicatos y no se pronuncia por la movilización del movimiento obrero organizado. En cambio, llama a apoyar a sus candidatos en las elecciones. Hacer clic en una página electrónica para enviar una carta al Congreso, convencer a las empresas (capitalistas) de “propiedad pública” de que detengan la ejecución de las hipotecas, depositar una boleta electoral a favor de un seudosocialista: todos estos remedios alientan la ilusión de que se puede hacer algo para enfrentar la crisis financiera en el marco de la democracia burguesa (de la que hay bien poca en estos días).

Lo que verdaderamente hace falta es movilizar el poder de la clase obrera en una dura lucha de clases. Esto subraya la urgente necesidad de romper con los demócratas y con todos los partidos capitalistas (incluyendo los grupos de presión como el Partido Verde y el “Partido de las Familias Trabajadoras”, que no es nada más que el Partido Demócrata en disfraz). Para hacer esto, es necesario echar a los burócratas pro capitalistas que atan a los trabajadores al Partido Demócrata y que hoy quieren apuntalar los bancos de Wall Street, con condiciones. Urge librar una lucha para forjar un partido obrero revolucionario con el programa necesario para derribar el podrido edificio capitalista y abrir la vía para el genuino socialismo mediante la revolución obrera a escala internacional.

Debate sobre las consignas transicionales

Reproducimos a continuación un intercambio de correspondencia con Mitchel Cohen del Partido Verde de Brooklyn.

26 de septiembre de 2008

A The Internationalist:

Salud,

Estoy de acuerdo con el artículo que distribuyeron durante la manifestación del jueves en Wall Street, “¡No al rescate de los especuladores capitalistas!” (en la página 7). Contiene buena información y tiene muy poca retórica, lo que siempre es un buen augurio.

Sin embargo, la parte final de artículo, me resultó problemática, y quiero que la discutamos de una manera no polémica.

En lo particular, no me gustan los “llamados” que se lanzan a otros para que hagan algo. Los exhortos a los trabajadores para que se alcen, o a alguna fuerza para “forjar un partido obrero revolucionario” o por la “movilización del movimiento obrero organizado”, o lo que sea, expresan simplemente la impotencia propia. Sería mucho mejor escribir “He aquí lo que estamos haciendo para lograr la revolución obrera” o para “forjar un partido revolucionario” o para “movilizar a los obreros organizados”.

Además, ustedes critican a diversos grupos: al PSL, a la ISO, al SEP y, de manera secundaria, al Partido Verde y al de las Familias Trabajadoras. Pero con la excepción de este último, que es una fachada para el Partido Demócrata, la base de sus críticas no tiene ningún sentido. Por un lado, ustedes sostienen el Programa de Transición de Trotsky (y lo definen claramente); por otro lado, critican a los otros grupos por lanzar consignas que son esencialmente transicionales. Criticar al PSL porque éste dice que “incluso si no hubiera guerra ni crisis financiera, la clase dominante no daría a los trabajadores empleos decentes ni servicios de salud ni educación” podría ser correcto, pero ese es precisamente el propósito de una afirmación tal: es una consigna transicional como ustedes (y Trotsky) las han definido. Lo mismo ocurre con las otras organizaciones.

Así, esta parte de su artículo termina pareciendo un intento mezquino y poco teórico de distinguir a su organización de las demás, sin ninguna buena razón de fondo.

Ahora bien: no estoy diciendo que no tengan buenas razones. Simplemente sostengo que no se puede tener una estrategia basada en el Programa de Transición y, al mismo tiempo, criticar a otros grupos por emplearlo.

Mitchel Cohen

Partido Verde

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Respuesta de The Internationalist: Gracias por tu comentario sobre el volante que repartimos el 25 de septiembre en la protesta realizada en Wall Street en contra del rescate bancario. Presentas algunas cuestiones importantes acerca de la naturaleza de las reivindicaciones transicionales.

En  nuestro volante, señalamos que un grupo de izquierda, el Partido por el Socialismo y la Liberación (PSL), “ha publicado un nuevo sitio de Internet llamado votenobailout.org, en el que declara: ‘en lugar de tomar dólares de los impuestos que pagamos y dárselos a los que ya son ricos y poderosos, estos fondos deberían ser usados para tener… empleos bien pagados, vivienda accesible, un sistema de salud adecuado y una buena educación para nuestros niños…. Haz clic aquí para enviar tu carta al Congreso’.”

Como señalamos, esta política está en concordancia con las consignas típicas del PSL como “empleos, no guerra”, “educación, no ocupación”, que comparten con toda una serie de grupos en el “movimiento contra la guerra”. La tesis que queremos dejar en claro es que la actual crisis financiera demuestra que de lo que se trata no es de prioridades presupuestales –hay que gastar o bien en esto (la guerra) o en esto otro (empleos, educación, salud, etc.)­– sino de una cuestión de clase. Aún cuando la clase dominante está gastando cientos de miles de millones en su depredadora guerra imperialista en Irak y en otros lugares del Medio Oriente, puede repentinamente aparecer con un billón de dólares para intentar así sobornar a los grandes bancos de Wall Street para que presten algo de dinero de las enormes sumas de efectivo sobre las que están sentados. Que su estratagema funcione es cuestión aparte.

Consideras que nuestro argumento es “mezquino” y “poco teórico” porque crees que la consigna del PSL es una “reivindicación transicional” en concordancia con la definición que de estas consignas hizo Trotsky. Sin embargo, el Programa de Transición de Trotsky es un programa para la acción obrera para que, a partir de las demandas actuales de las masas trabajadoras, se muestre a éstas el camino o se constituya un puente, como lo expresó, hacia la lucha por la revolución proletaria. No es un programa de presión al estado burgués para que modifique sus prioridades presupuestales.

Cuando el PSL o Workers World o la International Socialist Organization o el resto de la izquierda oportunista presentan consignas como “empleos no guerra”, no lo hace como parte de un intento de movilizar o preparar a la clase obrera para que actúe con independencia de clase, sino para pedir a sectores de la burguesía que se opongan a la guerra actual sin oponerse al sistema imperialista que produce estas guerras. Éste es el significado de la consigna que lanzaron los socialdemócratas alemanes en los años 30 de “mantequilla, no armas”, en respuesta a los preparativos bélicos de Hitler.

El SPD no quería decir que era necesario derrotar al imperialismo alemán para aplastar al régimen nazi, puesto que estaba capitulando a un ala de la burguesía alemana (que incluía a sectores del ejército) que temía que con su doctrina de guerra preventiva Hitler pudiera ir demasiado lejos. Es el mismo propósito el que persiguen los reformistas actuales al presentar la consigna de “dinero para empleos no para la guerra” y otras similares. Basta con escuchar al demócrata Obama repetir el mismo argumento en el debate que tuvo el 26 de septiembre con el republicano McCain.

El resultado de esta línea ha consistido en hundir la oposición masiva a la guerra contra Irak al encadenarla al Partido Demócrata, que no tiene la menor intención de terminar la guerra. Lo único que quiere este partido es mudar el teatro de operaciones a Afganistán y Pakistán.

¿Es que estas consignas son “reivindicaciones transicionales”? Para nada. Se trata de pura política de presión burguesa. Dices que su propósito es exhibir el hecho de que la burguesía no va a hacer eso. Pero una vez que ello ha sido establecido, ¿cómo es que dichas demandas hacen que las masas comprendan que es necesario que se movilicen independientemente para luchar por el poder? De hecho, debido a que no ofrecen un programa de lucha de clases, estas consignas tienden a producir apatía. Si las fuerzas antiguerra quieren dinero para educación/salud/empleos, y las dos terceras partes de la población están contra la guerra, y nada de esto afecta la dirección del gobierno, la mayor parte de la gente simplemente llega a la conclusión de que no se puede hacer nada.

La cuestión central es a quién se pide que actúe. Cuando exigimos una escala móvil de salarios y de horas de trabajo, por ejemplo, los trotskistas no decimos a las masas que envíen un correo electrónico al diputado burgués de su distrito electoral. En cambio, urgimos a los trabajadores a que salgan a las calles y tomen las fábricas, tal y como hicieron los obreros italianos en 1969 cuando ganaron la scala mobile para proteger sus salarios en contra de los estragos de la inflación. Cuando llamamos a los obreros a formar guardias de defensa, no le pedimos al gobierno burgués que realice esta perspectiva, ni siquiera si éste tiene una verborrea nacionalista como la de Hugo Chávez. Estamos por que los obreros se organicen con independencia de clase y en contra del estado, tal y como hicieron los obreros alemanes a principios de los años 20, antes de que sus luchas fueran aplastadas gracias a la dirección criminal de Stalin y Cía.

Ciertamente, algunas demandas pueden ser presentadas como si estuvieran dirigidas al estado. Pero incluso en estos casos, abogamos por que los obreros se movilicen para hacer realidad dichas reivindicaciones. Consideremos la exigencia de que se expropien ciertos sectores capitalistas, por ejemplo. En el Programa de Transición, Trotsky distingue claramente la consigna revolucionaria de la expropiación de la consigna reformista de la nacionalización. Respecto a la toma de los bancos por el estado, Trotsky escribe: “Sin embargo, la estatización de los bancos sólo producirá estos resultados favorables si el poder estatal mismo pasa por completo de manos de los explotadores a manos de los trabajadores”.

Petroleros en el Zócalo de la Cd. de México, 1938. Los obreros se movilizaron con huelgas y milicias para imponer la expropiación.
(Foto: Frente de Trabajadores de la Energía)

Cuando los trotskistas exigimos la expropiación de un sector particular de la industria, no lo hacemos diciendo a los obreros que envíen cartas a sus representantes en el poder legislativo o al presidente, sino a la manera de los obreros mexicanos que en 1937-38 se fueron a huelga en los campos petroleros, organizando milicias obreras para ocupar las instalaciones, obligando al gobierno de Cárdenas expropiar la industria.

Lo mismo con respecto a la reivindicación de programas masivos de obra pública bajo control sindical. Éste no es un llamado dirigido al Congreso para que incremente sus contratos leoninos a las constructoras, con una mera referencia anexa y ritual a los sindicatos. Lucharíamos por esta perspectiva a la manera en que lo hicieron los trotskistas en Minneapolis a finales de los años 30, cuando organizaron a los trabajadores de los proyectos especiales de obras públicas como una sección del Local 574 del Sindicato de los Teamsters (camioneros), sección que dirigían, exigiendo en 1939 una jornada laboral de 6 horas, sueldos y prestaciones sindicales, reapertura de las plantas cerradas bajo consejos obreros y huelgas contra los despidos.

Estos son algunos ejemplos concretos que ilustran la postura general que Trotsky expresa en sus discusiones con Max Shachtman de marzo de 1938 sobre la naturaleza de las reivindicaciones transicionales: “¿Cuál es el sentido del Programa de Transición?”, se pregunta Trotsky. “Podríamos llamarlo un programa de acción, pero para nosotros, para nuestra concepción estratégica, es un programa de transición: es una ayuda para las masas para superar las ideas, métodos y formas heredadas” para pasar de sus demandas actuales “hasta la consigna de la creación de un soviet obrero”. Pedir a la gente que dé un clic con el mouse de su computadora para enviar una carta a su congresista es una caricatura de una reivindicación transicional. Una consigna así no hace que los obreros avancen en la dirección de la formación de soviets, sino en la dirección opuesta, la de confiar en el estado burgués.

Consideras que nuestros exhortos a los trabajadores para que se levanten o para que forjen “un partido obrero revolucionario” únicamente dan muestra de nuestra “propia impotencia”. Es cierto que es bueno escribir acerca de lo que hacemos en lugar de sólo lanzar exhortos vacíos. Pero para hacer algo, es preciso antes apelar a la clase obrera para que actúe. Por ejemplo, escribimos acerca de la huelga del Primero de Mayo de los trabajadores portuarios de la Costa Oeste de Estados Unidos en contra de la guerra, la primera huelga de la historia realizada por obreros norteamericanos en contra de una guerra del imperialismo estadounidense. Hemos intentado explicar en detalle cómo es que se logró esto, señalando tanto los aciertos como las debilidades de la acción de los trabajadores portuarios del ILWU.

Pero hemos luchado por esta perspectiva a lo largo de varios años. Desde 1998, no sólo hemos llamado por huelgas obreras contra las guerras de Estados Unidos en Irak, Yugoslavia, Afganistán y nuevamente en Irak, sino que también hemos agitado entre los trabajadores portuarios de la Costa Oeste a favor de esto y por negarse a descargar o cargar barcos con material bélico. Contribuimos a organizar una conferencia sindical para detener la guerra, convocada por el Local 10 del ILWU en el área de la Bahía de San Francisco, y jugamos un papel activo en la preparación de esta acción en la medida de nuestras fuerzas. Podría parecerte que nuestros llamados por “Huelgas obreras contra la guerra” de 1998, 1999, 2001, 2002, 2003, 2004, 2005, 2006 y 2007 son algo repetitivos. Sin embargo, no se trataba de apelaciones vacías, y a final de cuentas contribuyeron a un importante desarrollo en la lucha de clases en EE.UU.

Esto no tuvo, sin embargo, el menor impacto en la izquierda oportunista. Su actitud, por mucho, ha consistido en decir: “Veo que los portuarios cerraron la Costa Oeste para protestar contra la guerra, qué bien. Vamos ahora a ocuparnos de lo que realmente importa, como nuestra próxima conferencia contra la guerra”. Lo que explica este desdén y desinterés por parte de los reformistas, es que no les importa en lo absoluto en una movilización independiente del proletariado en contra de la guerra y en contra de los partidos de guerra capitalistas. Muy al contrario, lo que quieren es atar todas las protestas contra la guerra al Partido Demócrata y a su podrida “estrategia” de presionar al estado burgués.

Hacemos el llamado a forjar un partido obrero revolucionario porque romper las cadenas que atan a la clase obrera norteamericana al Partido Demócrata es clave para desarrollar la lucha de clases. Pero los revolucionarios también tienen la obligación de aclarar cuál es la alternativa: no otro partido capitalista, como el Verde, y ni siquiera una organización reformista y chovinista como el abortado Partido Laborista norteamericano. Acerca del Partido Verde, recomendamos nuestro artículo “Capitalist Nader’s ‘Socialist’ Foot Soldiers” (La infantería “socialista” del capitalista Nader) aparecido en Revolution No. 2 (octubre de 2004), publicado por los Clubes Internacionalistas de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY). 


Para contactar el Grupo Internacionalista y la Liga por la IV Internacional, escribe a: internationalistgroup@msn.com

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