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mayo de 2011  

¡Defender a Libia! ¡Derrotar la guerra de EE.UU., la ONU y la OTAN!


La OTAN bombardea coches de partidarios de Gadafi, 20 de marzo. ¡Vaya “zona de exclusión aérea”!
(Foto: Goran Tomasevic/Reuters)

Socialdemócratas “antiguerra” apoyan a rebeldes pro imperialistas
y abren la vía para el bombardeo

8 de ABRIL – Los  Estados Unidos y sus aliados de la OTAN han emprendido una guerra contra Libia por el dominio imperialista. No obstante su abrumadora superioridad militar, los imperialistas podrían verse rápidamente atrapados en las arenas movedizas de África del Norte. En un primer momento, el presidente norteamericano Barack Obama dijo que los ataques durarían “días, no semanas”; sin embargo, después de una semana de masivos bombardeos de “conmoción y pavor”, la secretaria de estado Hillary Clinton y el secretario de guerra Robert Gates admitieron que la operación podría extenderse durante meses, e incluso hasta el año próximo. Para iniciar los ataques se pretextó la necesidad de proteger a la población civil, tal como sostiene la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. No obstante, esta coartada pronto quedó al descubierto en cuanto submarinos y aviones de guerra de Francia, Inglaterra y Estados Unidos comenzaron a lanzar cientos de misiles de crucero y a bombardear tropas libias en zonas alejadas de toda población civil que pudiera considerarse amenazada. La pretensión de brindar ayuda a las “revoluciones árabes” son mentiras flagrantes. El propósito de la guerra es derribar (y posiblemente asesinar) al líder libio Muamar al Gadafi y consolidar el control imperialista sobre este país rico en petróleo y estratégicamente enclavado tanto en la región mediterránea como en África del Norte (o desmembrarlo, en caso de no lograr lo anterior).

La carnicería arbitraria es la especialidad de los militaristas imperiales. La espectacular fotografía de aviones de la OTAN atacando automóviles particulares de los simpatizantes de Gadafi mientras se retiraban de Bengasi, desmiente la palabrería imperialista de minimizar los “daños colaterales” y evitar las muertes de civiles. Dicha imagen trae a la memoria las fotografía de la espeluznante “milla de la muerte” de la Guerra del Golfo de 1991, cuando la Fuerza Aérea norteamericana masacró indiscriminadamente “como un juego de niños” a iraquíes que abandonaban Kuwait. Se trató de un asesinato en masa digno de los nazis; hoy, el imperialismo norteamericano no tiene menos sed de sangre que entonces, a pesar de los llamamientos de Obama al mundo musulmán. Cuando los republicanos como Bush II y Cheney atacan países de Medio Oriente dicen, prácticamente sin pudor, que se trata de una cruzada norteamericana en contra del islam y que lo que se proponen es apoderarse de las fuentes de petróleo. Cuando los demócratas van a la guerra o mantienen a algún país bajo ocupación, como Haití o Libia, dicen que se trata de una operación “multilateral” a la que tildan de “humanitaria” y presentan con el sello aprobatorio de la ONU. Tanto unos como otros dicen llevar la democracia a dichos países mientras los bombardean. No obstante las diferentes retóricas, el resultado es una nueva ocupación colonial.

Desde hace mucho tiempo, Libia ha estado en la mira de los militares norteamericanos. La Marina de guerra norteamericana fue establecida para combatir a los “corsarios de la costa berberisca” en África del Norte; asimismo, las guerras bereberes (1805-1815) fueron la ocasión de la primera intervención norteamericana en el exterior. Aún hoy el himno de los marines de EE.UU. ensalza sus batallas “desde las galerías de Moctezuma hasta la costa de Trípoli”. Quienes piden al gobierno norteamericano que acuda en ayuda de los rebeldes libios quieren sustituir a un dictador de pacotilla por el yugo del imperio que cuenta con el mayor y más destructivo aparato militar de la historia mundial y que atropella pueblos, naciones y hasta continentes enteros sin el menor miramiento. En la época en que era el granero del imperio romano, Cirenaica estaba sometida a la esclavitud y lo que producía alimentaba las conquistas romanas. Bajo el yugo directo del imperio norteamericano, igual que bajo Gadafi, la riqueza petrolera de Libia no se transformará en prosperidad para el pueblo libio, sino en un enorme botín para una insignificante clase dominante neocolonial y en la esclavización de las masas. La tarea de los revolucionarios proletarios consiste en romper las cadenas del imperio, no sólo en echar a un sátrapa.


La “milla de la muerte” donde en 1991 aviones norteamericanos bombardearon a iraquíes mientras
huían de Kuwait. Ahora lo están haciendo de nuevo. 
(Foto: E. Adams/Corbis Sygma)

La “humanitaria” guerra imperialista de Obama

La hipocresía imperialista no tiene límite. Barack Obama dice que ordenó el bombardeo de Libia en nombre de “valores universales”. Aparentemente, entre estos valores se encuentra amenazar de muerte al gobernante libio, lo que significaría el bombardeo del complejo de Gadafi. Ronald Reagan ordenó el bombardeo de Trípoli hace 25 años con este preciso propósito. No es difícil imaginar la reacción de los gobernantes norteamericanos si alguien aplicara “valores” semejantes en ciertas áreas de Washington. Otra táctica empleada por los gobernantes de EE.UU. consiste en disfrazar con un galimatías burocrático la espantosa realidad de la nueva guerra que, según dicen, ni siquiera están librando. En esta venia, el portavoz del Departamento de Estado habla de una “acción militar temporalmente limitada y de alcance limitado”, en tanto que el Pentágono la califica como una “acción militar cinética”. Esto nos hace recordar las líneas del poema del dramaturgo comunista Bertolt Brecht “De un manual de guerra alemán”:

“Cuando los líderes hablan de la paz,
el hombre común ya sabe que la guerra se acerca.
Cuando los líderes maldicen la guerra,
el llamado a las armas ya está listo.”

Y cuando la ONU y un presidente norteamericano que ha sido galardonado con el premio Nobel de la Paz hablan de una acción “humanitaria” para “proteger a la población civil”, ya se sabe que dentro de poco empezarán a caer las bombas en las ciudades libias.

Eufemismos como “zona de exclusión aérea” y acciones “cinéticas” eran la especialidad del léxico del Pentágono en la época en que lo dirigía Donald Rumsfeld, cuando EE.UU. inició la invasión de Irak, casi exactamente ocho años antes de que comenzara el bombardeo de Libia. En aquel entonces, su casus belli (justificación para la guerra) fue la suposición que Saddam Hussein disponía de “armas de destrucción masiva”. Para cuando se había probado de manera definitiva que esto había sido una pura invención, ya se había completado la ocupación militar norteamericana de Irak. Hoy en día continúa, con casi 50 mil soldados norteamericanos desplegados en el país mesopotámico, a pesar del “retiro” de unidades de combate (muchas de las cuales fueron simplemente rebautizadas como “brigadas de asesoría y ayuda”). En Libia, se utiliza como pretexto el de las supuestas masacres perpetradas por las fuerzas de Gadafi. Un portavoz de los rebeldes libios dijo que había 6 mil muertos, lo que Al Jazeera TV y oficiales estadounidenses repitieron como era de esperarse (Bloomberg/Businessweek, 4 de marzo). No obstante, no hay evidencia de nada que tenga, ni siquiera remotamente, semejante magnitud. Además, la mayor parte de los muertos se han producido en combate.

Human Rights Watch, que funciona como grupo de presión y de propaganda a favor de las guerras imperialistas “humanitarias” (como en Yugoslavia), informó que las fuerzas de seguridad libias habían matado a 24 manifestantes durante la “jornada de rabia” realizada el 17 de febrero, fundamentalmente en Bengasi y Bayda. Sin embargo, cuando una semana más tarde se registró un estallido de protestas en más de una decena de ciudades en Irak y el gobierno respaldado por EE.UU. “mató al menos a 29 personas” (Washington Post, 27 de febrero), la información fue enterrada en la prensa.[1] Más recientemente, el primer ministro inglés David Cameron, dijo que el bombardeo de Libia perpetrado por EE.UU., Inglaterra y Francia había “salvado a cientos de miles de personas de un desastre humanitario”, según consigna el Guardian londinense (29 de marzo). Sin embargo, no hay reportes sobre ninguna masacre de este tipo en las varias ciudades que han sido retomadas por las tropas del gobierno libio. De hecho, el único conflicto reciente con un número semejante de bajas ha sido la guerra de Irak y su consiguiente ocupación a manos de los imperialistas norteamericanos y sus socios menores británicos: ahí, un millón de personas han sido asesinadas.

Para reunir apoyo público a favor de la guerra, los medios norteamericanos, británicos y franceses caricaturizan a Gadafi como un dictador sediento de sangre “enloquecido”, “megalómano” y muy mal peinado. Es cierto que los desvaríos de Gadafi les proporcionan suficiente material para ello. Pero dejando de lado el hecho de que hay un montón de gobernantes capitalistas completamente desquiciados por aquí y por allá, los imperialistas “democráticos” han asesinado a muchas más personas que los que podría matar un enloquecido dictador de pacotilla en un pequeño país, sin importar cuán sanguinario fuera. Justo entre la Guerra de Corea, la Guerra de Vietnam y la Guerra de Irak, Estados Unidos ha producido por sí solo más de 6 millones de muertos (una cantidad equivalente a la totalidad de la población libia). Los colonialistas franceses en Indochina y Argelia y los británicos en Malaya y Kenia fueron igual de bestiales. Los italianos encerraron a cien mil libios en campos de concentración entre 1911 y 1945 cuando sometieron al país bajo su bota; al menos 80 mil murieron en combate, o por hambre o enfermedades. Hoy se quejan de que Gadafi está “matando a su propio pueblo”, como si las matanzas en masa que las potencias occidentales han infligido a otros pueblos fueran moralmente superiores, y ello les diera el derecho de bombardear a Libia.

¿Se levantó todo el “pueblo libio”
contra Gadafi?

Gadafi ha “perdido la legitimidad para gobernar”, dice Hillary Clinton. ¿Cómo lo sabe? Los guerreristas dicen que el “pueblo libio” como un todo se ha levantado en contra del raïs, del líder, y es sólo en virtud de las armas que se mantiene en el poder. Pero en Libia, la realidad es mucho más contradictoria. Ciertamente hay un extendido descontento con Gadafi tras las cuatro décadas de su errático régimen, que lleva por nombre el de Gran Jamahiriya (estado de las masas) Árabe y Socialista del Pueblo Libio. De socialista no tiene nada y, por el contrario, se parece en muchos aspectos a otros regímenes basados en el ejército y de estado policíaco de África del Norte y Medio Oriente (como Túnez y Egipto, a cuyos gobernantes Gadafi defendió en contra de las revueltas de masas). Sin embargo, Libia repartió parte de la riqueza petrolera, con lo que elevó los estándares de vida de los pobres muy por encima de los de los países vecinos. Libia es, por mucho, el país africano con el más alto Índice de Desarrollo Humano de la ONU; además, un niño libio tiene más probabilidades de concluir estudios universitarios que uno norteamericano. Como resultado, Gadafi ha conservado una base de apoyo, tal como ha ocurrido con Ahmadinejad en Irán bajo la República Islámica (aunque de nada de esto puede uno enterarse mediante la prensa).

Considérese este hecho innegable: los soldados y milicianos libios resisten y luchan, incluso en condiciones extremadamente desfavorables, en tanto que los rebeldes, supuestos “combatientes por la libertad”, se retiran de la lucha tan pronto como empiezan a recibir disparos. Las fuerzas pro gubernamentales se mantuvieron en Ajdabiya durante ocho días, a pesar de estar bajo un fuerte ataque con bombas y misiles de la OTAN; luego, realizaron una retirada ordenada a lo largo de unos 300 kilómetros, se reagruparon y contraatacaron, con lo que rápidamente reconquistaron el territorio perdido. ¿Es posible que esto se deba únicamente al miedo? Por otra parte, los elementos del “ejército” rebelde pasan la mayor parte de su tiempo desplegando ante las cámaras poses machotas sobre los tanques bombardeados por las fuerzas aéreas occidentales y disparando al aire para celebrar; a la hora de los combates, se dan la media vuelta y se dispersan en huídas que se han descrito variadamente como “caóticas”, “llenas de pánico”, “precipitadas”, “desordenadas” y “aterrorizadas”. Un alto oficial rebelde dijo que sus fuerzas se habían “disuelto como nieve en la arena”. ¡Vaya “revolucionarios”! Además, bajo montones de desvergonzada propaganda bélica producida por la prensa burguesa, es posible encontrar ocasionales reportes que muestran que no es exactamente cierto que la totalidad del pueblo libio se haya levantado contra Gadafi.

Así, por ejemplo, cuando los soldados libios llegaron a la capital rebelde de Bengasi el 17 de marzo, resulta que se les unieron numerosos partidarios del gobierno que viven en la ciudad. Un artículo de la editora de periódicos McClatchy (24 de marzo) informó: “más desconcertante nos resultó descubrir que cientos, si no miles, de simpatizantes de Gadafi se encontraban entre ellos. Durante los ataques gubernamentales, dicen aquí los rebeldes, hombres con ropas de civil salieron de sus casas en Bengasi y atacaron la ciudad junto con las fuerzas de Gadafi, arremetiendo desde el sur”. Se informó también que algunos residentes de Ajdabiya estaban más que preocupados al constatar que los rebeldes estaban de vuelta. Durante la marcha de los rebeldes hacia el oeste, se informó lo siguiente: “En algunos pueblos y aldeas, los habitantes se pusieron en su contra y entraron en combate del lado de las fuerzas gubernamentales” (Independent [de Londres], 31 de marzo). Algo como esto ocurrió en el pueblo de Al Aghayla. En la ciudad de Bin Jawad, el reportero vio que algunos habitantes disparaban desde sus casas en contra de los rebeldes. También estuvo presente cuando las fuerzas rebeldes, en búsqueda de “quintacolumnistas”, “sacaron de sus casas, golpearon y retiraron del lugar a alrededor de 220 hombres, que o bien eran miembros del clan Hosseni, o bien estaban de alguna manera vinculados con éste”.

Rivalidades interimperialistas y planes de guerra para Libia

Para Washington, la guerra contra Libia comenzó siendo un blanco de oportunidad. Bajo la presión de las masas árabes, el gobierno de EE.UU. tuvo que sacrificar a dos dictadores que respaldaba: Zine El Abidine Ben Alí en Túnez, y Hosni Mubarak en Egipto (un eje de la dominación imperialista norteamericana en Medio Oriente). Resulta evidente que los planificadores estratégicos de la Casa Blanca, cuyo lema es “no desperdiciar ninguna buena crisis”, decidieron ir tras Gadafi. La operación arrojaría el beneficio extra de que permitiría fortalecer el nuevo Comando Africano de EE.UU. (el Africom). Sin embargo, el ejército norteamericano, empantanado en Afganistán y desplegado ampliamente en Irak, no estaba sobremanera ansioso de iniciar una tercera guerra árabe. En su discurso televisivo del 28 de marzo, Obama mencionó en varias ocasiones su intención de transferir el control de la actual intervención a la OTAN. Obviamente esto es pura ficción: la Organización del Tratado del Atlántico Norte ha estado siempre bajo comando norteamericano. El general canadiense Charles Bouchard, quien formalmente está a cargo de la operación libia, está subordinado a los almirantes estadounidenses Samuel Locklear, jefe de operaciones de la OTAN en el Mediterráneo estacionado en Nápoles, y James Savridis, jefe del cuartel general de la OTAN en Bélgica.

Quienes estaban desesperados por atacar a Libia eran Francia e Inglaterra. Apenas 36 horas después de que fuera aprobada la Resolución 1973 de la ONU, la fuerza aérea francesa comenzó a bombardear las cercanías de Bengasi como parte de la Operación Harmatán (llamada así por el viento invernal que sopla desde el Sahara), aún antes de que la OTAN acordara la orden de batalla y determinara las normas de acción. Además, en noviembre pasado, los ministros de guerra de Francia e Inglaterra acordaron la realización de un ejercicio militar conjunto, programado para iniciar el 15 de marzo, que es sorprendentemente parecido al actual ataque contra Libia. La Operación Mistral del Sur (llamada así por los vientos primaverales que soplan en el sur de Francia) incluía un ataque aéreo de amplio alcance (“Tormenta del Sur”) en contra del dictador de un país ficticio llamado “Tierra del Sur”, que sería autorizado mediante una supuesta resolución del Consejo de Seguridad de la ONU. Al comentar esta extraña coincidencia, el congresista del Partido Demócrata Dennis Kucinich planteó la pregunta obvia: ¿fueron estos “juegos” de guerra una tapadera para ocultar la Operación Odisea del Amanecer (que es el nombre dado al actual ataque contra Libia)? Y añadió:

“¿Informaron los gobiernos de EE.UU., Francia o Inglaterra a las fuerzas de oposición en Libia acerca de la existencia de Mistral del Sur/Tormenta del Sur, de modo que se las hubiera alentado para iniciar acciones violentas para desencadenar una mayor represión y una crisis humanitaria? En pocas palabras, esta guerra contra la Libia de Gadafi ¿fue planeada, o resultó espontáneamente como respuesta al terrible sufrimiento que Gadafi había infligido a la oposición?

The Observer [Londres], 27 de marzo

¡Romper con la izquierda cómplice del ataque imperialista!

Desde el principio hemos señalado que el levantamiento en Libia, aunque alimentado por la frustración de los jóvenes y los trabajadores con el autoritario gobierno de Gadafi, ha sido dirigido por fuerzas proimperialistas. El prominente papel que han jugado los fundamentalistas islámicos, muchos de los cuales fueron miembros del Grupo de Combate Islámico de Libia, queda completamente de manifiesto con una fuerte presencia en el “ejército” rebelde. Los líderes monarquistas, así como dirigentes civiles y militares con viejos lazos con la CIA, juegan un papel de primera importancia en la dirección. Oficiales norteamericanos han confirmado que “la CIA ha operado en áreas controladas por los rebeldes libios desde poco después de que fuera evacuada la embajada norteamericana en la capital, Trípoli, en febrero”, según se informa en Los Angeles Times (31 de marzo). Los rebeldes no simplemente son parte de una operación mercenaria de los imperialistas: si lo fueran, serían considerablemente más consistentes y efectivos. Por ello, mientras lo que había era una guerra civil entre ellos y el régimen de Gadafi, los trotskistas no tomamos ningún bando. Sin embargo, desde el momento en que Francia, Inglaterra y EE.UU. comenzaron las operaciones militares con la cobertura de la ONU, y ahora bajo la abierta dirección de la OTAN, los insurgentes libios son, de hecho, agentes de la dominación imperialista que deben ser derrotados.

Durante la campaña electoral norteamericana de 2008, cuando los liberales y la mayor parte de la izquierda respaldaban con mucho entusiasmo a Barack Obama, o hacían lo que podían para acercarse furtivamente al candidato demócrata, señalamos que “el imperialismo norteamericano busca un nuevo rostro para su sistema de guerra y racismo” (The Internationalist, No. 27, mayo-junio de 2008). Ahora, el primer presidente afroamericano bombardea un país africano. Obama ni siquiera se tomó la molestia de solicitar la autorización del Congreso, a pesar de que como candidato enfatizó que la constitución estadounidense así lo exige. Unos cuantos legisladores demócratas se molestaron y amablemente reconvinieron al gobierno por no presentar las mociones requeridas. Algunos liberales se quejaron del costo de la guerra en un momento en que se están realizando muchos recortes presupuestales. Agrupaciones pacifistas convocaron rutinariamente manifestaciones de protesta, pero con muy pocos participantes (lo que dista de ser una casualidad, puesto que la mayor parte de estos mismos liberales e izquierdistas habían estado pidiendo a gritos desde hacía varias semanas que se apoyara a los rebeldes libios –sólo que no militarmente). Algunos de hecho respaldaron –o al menos no se opusieron a– la implementación de una “zona de exclusión aérea”, tal como hicieron en contra de Yugoslavia a finales de los años 90. 

Cuando los imperialistas atacan un país semicolonial como Libia, no basta con oponerse a los bombardeos ni con pedir una política exterior distinta, como hacen algunos grupos seudosocialistas y diversas “coaliciones por la paz”. Lo único que quieren es un imperialismo más “amante de la paz”. Por ello buscan frenéticamente a políticos burgueses “pacifistas” para oponerse a los halcones belicistas. Sin embargo, el sistema imperialista es la causa de las interminables guerras de los siglos XX y XXI. Es más, lo que los reformistas están haciendo ahora es aún peor que lo que normalmente hacen bajo su programa de colaboración de clases: abrieron la vía para los ataques imperiales al actuar como propagandistas de los rebeldes proimperialistas libios. Los socialdemócratas abanderan la causa de los “revolucionarios” que insistentemente han exigido la intervención militar de las potencias occidentales en contra de Gadafi. Para cubrir su rastro, dicen oponerse a la intervención. El hecho es que han fungido como cómplices en la preparación de esta guerra imperialista.

Al luchar por la defensa de Liba y por la derrota de la guerra imperialista, es fundamental romper políticamente con todas las fuerzas burguesas y con sus apéndices de la izquierda oportunista y emprender la lucha por la construcción de partidos obreros genuinamente leninistas-trotskistas que dirijan la lucha por la revolución obrera, mediante el establecimiento de una federación socialista en Medio Oriente y en el centro del imperialismo, desde Europa hasta Norteamérica.


[1] Se ha hecho mucha alharaca en torno al ataque a una mezquita en Zawiyah, al oeste de Trípoli, que según el New York Times (25 de febrero) dejó un saldo de “alrededor de 100 muertos y 200 heridos”. La fuente de este reporte consistió en una llamada telefónica recibida desde dicha ciudad bajo asedio. Sin embargo, el ataque ocurrió en medio de un tiroteo intenso en el que los rebeldes afirman haber matado a muchos soldados del gobierno; muchos de quienes se refugiaron en la mezquita estaban armados con rifles, además de que el número de muertos fue de diez, según fuentes del hospital local.

El Afrikakorps de Clinton y Obama
Provocando genocidio en Ruanda,
Instigando el bombardeo de Libia

Según diversas versiones, Susan Rice, la embajadora de EE.UU. ante la ONU, y Samantha Power del Consejo Nacional de Seguridad de EE.UU., como funcionarias de alto nivel del gobierno norteamericano, “han insistido en la urgencia de emprender acciones militares” contra Libia (New York Times, 19 de marzo).  Según relata el Times, “Susan Rice fue asesora del presidente Clinton en temas relacionados con África cuando EE.UU. se abstuvo de intervenir para poner alto al genocidio en Ruanda” en 1994. Un artículo de la misma Samantha Power aparecido en The Atlantic (septiembre de 2001) y titulado “Bystanders to Genocide” (“Observadores de un genocidio”), cita a la propia Rice: “Me he prometido a mí misma que si vuelvo a enfrentar una crisis semejante de nuevo, voy a favorecer la acción drástica, incluso si me demuelen”.

Esto no es otra cosa que una desvergonzada apología de los crímenes del imperialismo norteamericano, de los cuales Susan Rice es corresponsable. No es cierto que Estados Unidos bajo el gobierno de Bill Clinton observara sin hacer nada mientras se perpetraba un genocidio: por el contrario, contribuyó a instigar la matanza y bloqueó toda maniobra que se propusiera detenerla. Washington respaldó al Frente Patriótico de Ruanda (FPR), grupo dominado por los tutsis bajo la dirección de Paul Kagame, quien como alto oficial de inteligencia del ejército de Uganda, fue entrenado en el Command College de EE.UU. en Fort Leavenworth, Kansas. Hay considerable evidencia de que el FPR derribó el avión que transportaba a los presidentes de Ruanda y Burundi, evento que desencadenó la matanza en masa. El FPR rechazó las solicitudes de  las “fuerzas de paz” de la ONU para que se les autorizara intervenir, tal como hizo EE.UU. por temor de que esto favoreciera a sus rivales imperialistas franceses y bloqueara la subida al poder de las fuerzas rebeldes que Washington respaldaba.

Después de jugar un sucio papel en Ruanda, como subsecretaria de estado para los asuntos africanos Susan Rice apoyó la campaña militar de Kagame para derribar al dictador zaireño Mobutu Sese Seko en 1996, con una fuerza militar tutsi reclutada en Ruanda, Uganda, Burundi y Zaire (ver “Congo: Neo-Colonialism Made in U.S.A.” en The Internationalist No. 3, septiembre-octubre de 1997). Desde entonces, Rice ha presionado para que la ONU intervenga en Darfur, Sudán, donde Washington ha respaldado a los insurgentes en contra del gobierno sudanés, al que se acusa de “genocidio” y de haber matado a cientos de miles en Darfur (lo que es una completa invención). Estas cifras completamente exageradas fueron urdidas por el movimiento para “salvar a Darfur” dirigido por sionistas y funcionarios del gobierno de Clinton, y han sido impugnadas y refutadas por investigadores (ver Mahmood Mamdani, Saviors and Survivors: Darfur, Politics and the War on Terror [Salvadores y sobrevivientes: Darfur, política y la guerra contra el terrorismo], Pantheon Books, 2009, y Gérard Prunier, Darfur: The Ambiguous Genocide [Darfur: el genocidio ambiguo], Cornell University Press, 2007).

Puesto que el gobierno de Obama aparentemente decidió no intervenir en Darfur, la criminal de guerra Susan Rice –siguiendo el ejemplo de la republicana consejera de seguridad nacional y luego secretaria de estado Condoleeza Rice con respecto a Irak– ha resuelto impulsar la “acción drástica” en Libia, en la más reciente de las guerras “humanitarias” de Washington.


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