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N° 1, octubre de 2012
 
El gobierno del frente popular masacra a decenas de trabajadores

 
Policías sudafricanos posan con armas apuntándose sobre sus víctimas. Luego la procuraduría acusó
a los mineros sobrevivientes de asesinato, sobre la base de una ley del régimen del apartheid.

(Foto: Alon Skuy/The Times of Johannesburg)

29 DE AGOSTO – Ha sido, por mucho, la masacre más sangrienta de negros en Sudáfrica desde el fin del régimen de supremacía blanca institucionalizada del apartheid. Las imágenes traen a la memoria los horrores de Sharpeville (1960) y Soweto (1976), con la sola diferencia de que esta vez, quienes realizaron la masacre de mineros en huelga son un presidente y ministros negros. El gobierno capitalista del African National Congress (ANC, Congreso Nacional Africano) y sus “socios” del Partido Comunista Sudafricano (SACP), apoyados por el National Union of Mineworkers (NUM, Sindicato Nacional de Mineros), al actuar al servicio de una de las compañías mineras más grandes del mundo, han reprimido a los trabajadores para suprimir violentamente su huelga.

El 16 de agosto, cientos de policías sudafricanos de élite abrieron fuego con rifles automáticos y a quemarropa contra los trabajadores de la mina Lonmin en Marikana. Fueron asesinados unas tres docenas de huelguistas, hubo alrededor de 80 heridos de gravedad y 259 arrestados. Aunque la policía asesina decía haber actuado en defensa propia, muchos de los mineros fueron recibieron balazos en la espalda y en la cabeza. Al terminar los disparos, los policías se dejaron fotografiar con sus armas apuntando a los muertos, como si fuesen cazadores posados junto a sus presas, o como grotescamente hacen las tropas estadounidenses con sus víctimas en Afganistán. Fue un asesinato a sangre fría en defensa del capital.

La matanza fue sistemáticamente preparada. Las órdenes de disparar a matar vinieron de arriba, del gabinete del presidente del ANC Jacob Zuma. Este baño de sangre probablemente marcará para sectores significativos de las masas no blancas un parteaguas donde empiecen a perder sus ilusiones en gobernantes que durante los últimos 18 años se han valido del prestigio de “libertadores”. Lejos de gobernar una Sudáfrica “post apartheid”, el frente popular de la Alianza Tripartita del ANC, el Partido Comunista y el Congreso de Sindicatos Sudafricanos (COSATU) ha instituido un régimen capitalista de neo apartheid que ha mantenido la subyugación de las empobrecidas masas negras para proteger los intereses de los mismos amos capitalistas.

Mientras tanto, más de 250 trabajadores de Lonmin siguen encarcelados bajo la monstruosa acusación de ser responsables del asesinato de sus camaradas masacrados por la policía (¡!). La gerencia de la empresa ha declarado que no permitirá que regresen a sus empleos, a pesar de que han resultado inútiles sus ultimátums para que los huelguistas regresen a sus puestos de trabajo. Los 28 mil trabajadores de la mina de platino más rica del mundo, propiedad de un conglomerado con sede en Londres, se niegan a regresar hasta que sean cumplidas sus demandas de aumentar sus salarios, que hoy apenas llegan a la miserable cantidad de 4 mil rand (equivalentes a 480 dólares), y exigen que se incremente a 12 mil 500 rand (mil 500 dólares) mensuales. Los trabajadores en todas partes deben movilizarse en solidaridad con los mineros sudafricanos y pronunciarse por la victoria de la huelga. ¡Fuera policías! ¡Retiren las acusaciones contra los mineros! ¡Reinstalen a todos los huelguistas!

Baño de sangre del Frente Popular


Mineros en Marikana antes del masacre del 16 de agosto. La policía alega que tuvo que utilizar sus
rifles automáticos en “autodefensa” contra obreros armados con palos.
(Foto: Reuters)

Los 3 mil operadores de perforadoras de rocas en Marikana iniciaron la huelga el 10 de agosto, para exigir un aumento de 300 por ciento de sus salarios actuales que los dejan sumidos en la pobreza, habitando chozas precarias, mientras algunos trabajadores siguen viviendo en barracas estilo militar. Los tribunales capitalistas inmediatamente declararon “ilegal” la huelga, y varios miles de policías fueron enviados a la zona. Los huelguistas se instalaron en una colina cerca de una barriada donde algunos viven, bastante lejos de las propiedades de la compañía. Los policías los rodearon e introdujeron los infames vehículos blindados nyala o “hipo”, que aterrorizaron a los manifestantes antiapartheid.

La prensa burguesa ha buscado presentar la lucha minera como una disputa entre dos sindicatos, una “guerra sangrienta por el territorio” (Sowetan, 27 de agosto), entre el sindicato minero y los “escisionistas” de la Asociación Sindical de Mineros y Trabajadores de la Construcción (AMCU). Los trabajadores de Lonmin se quejan de que el otrora combativo NUM se ha se ha vuelto colaborador de los patrones, por lo que algunos de ellos apoyan a la AMCU. Y con razón. El 15 de agosto, un convoy que incluía al presidente del NUM, Senzeni Zokwana, llegó al corral de la policía. Zokwana se subió al nyala policial que se aproximó a una distancia desde la que él podía hablar a los trabajadores mediante el altoparlante del vehículo diciéndoles que regresaran a sus puestos de trabajo. La multitud se rehusó a escuchar, y cuando le exigieron a Zokwana que se bajara para dialogar cara a cara, éste huyó.

Vusimuzi Mathunjwa, presidente de la AMCU, llegó unos minutos después y se dirigió a los huelguistas. Aunque fue bien recibido, su petición a los huelguistas de que se dispersaran –dada la amenaza de violencia policial– para que pudiera negociar sus demandas con la gerencia también fue rechazada. Alrededor de 3 mil policías antimotines rodearon a los huelguistas y los acordonaron con alambre de púas. Los mineros ya habían sido baleados días antes, supuestamente por francotiradores del NUM, lo que resultó en varios muertos. Dos policías y dos guardias de seguridad también resultaron muertos: los medios de comunicación culparon a los huelguistas, mientras los líderes del NUM culparon al sindicato “arribista”. En cualquier caso, los trabajadores con conciencia de clase no derraman ni una lágrima por los represores profesionales.

El jueves 16 de agosto, la gerencia de Lonmin lanzó un “ultimátum final” para ordenar a los huelguistas que regresaran a sus puestos de trabajo. Los trabajadores exigieron, en cambio, que la policía dejara la zona. Un vocero policial anunció que ese era el “Día-D” y que “no tenían otra opción más que dispersar [a los huelguistas] por la fuerza”. El líder de la AMCU, Mathunjwa rogó a los trabajadores que se fueran, diciendo que la policía estaba dispuesta a matar, pero al no irse, tomó como suyo el juramento: “No nos vamos a ningún lado. Estamos preparados a morir aquí si es necesario” (Mail & Guardian, 17 de agosto). La policía avanzó a la colina donde se habían reunido los trabajadores, lanzando gas lacrimógeno y después usando un cañón de agua; no obstante, los combativos trabajadores siguieron cantando canciones de lucha, ondeando sus pangas (una especie de machete). Entonces, la policía abrió fuego con su artillería pesada, con lo que en poco tiempo el campo cerca del poblado de precaristas de Wonderkop quedó cubierto de cadáveres. Los “hipos” de la policía pasaron por encima de los cuerpos de los trabajadores heridos. El Sowetan (17 de agosto) reportó:

“Un minero, que estaba tirado en el suelo con una herida de bala, siguió insultando retadoramente a los policías, diciendo a gritos que lo remataran: ‘mátenos para complacer a los abelungu (blancos)’.”



Mujeres del poblado Wonderkop cerca de la mina no se dejaron amedrentar por el vehículo policial
nyala o “hipo”
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(Foto: Themba Hadebe/Associated Press)

El asesinato en masa de la policía fue premeditado, pero ¿cuál fue la respuesta? Después de un par de días Zuma emitió un comunicado supuestamente “imparcial” en el que señalaba que “matar” es “inaceptable”. Se ha ordenado la realización de tres diferentes investigaciones, pero las autoridades policíacas no muestran signos de arrepentimiento. Sostienen que los primeros tiros fueron lanzados por los huelguistas, aunque sólo se han encontrado casquillos de bala disparados por la policía. La comisionada nacional de la policía, Riah Phiyega, dijo que los 423 policías en primera línea se vieron “obligados a utilizar la fuerza máxima para defenderse” del “grupo combativo”, cuyos miembros portaban “peligrosas armas” (lanzas, palos, pangas, navajas). Algunos días después, le dijo a la policía, “No deben arrepentirse de lo sucedido”. Mientras que los huelguistas sufrieron 112 bajas, entre muertos y heridos, únicamente un policía resultó levemente herido.

Aún más grotesca fue la respuesta de los líderes del NUM y del Partido Comunista. Antes de la masacre, el secretario general del sindicato minero, Frans Baleni, había incitado a la policía: refiriéndose a matanzas anteriores perpetradas por la policía preguntó, “¿Es que en este caso no van a actuar?” Después del tiroteo, la NUM culpó al AMCU por despertar falsas esperanzas entre los trabajadores. El Partido Comunista, cuyo secretario general es el presidente del NUM, Senzeni Zokwana, emitió un comunicado vil e injurioso, señalando que la matanza de la policía fue “un acto bárbaro coordinado y organizado de forma deliberada por el líder de la AMCU Mathunjwa y por Steve Kholekile” y terminaba exigiendo el arresto inmediato de estos (¡!). También se pronunció por la formación de una comisión presidencial para investigar “la naturaleza violenta y la anarquía asociadas con el AMCU dondequiera que se establece”, así como por enmendar la Ley de Relaciones Laborales para dificultar la formación de nuevos sindicatos (Pronunciamiento de la regional noroccidental del SACP, 17 de agosto).

El NUM y el Partido Comunista están actuando como troperos de esquiroles, como rompehuelgas e instigadores del asesinato policíaco de trabajadores. Aunque la masacre ha sacudido a una Sudáfrica gobernada por el ANC, la acción perpetrada por “estadistas” “sindicalistas” y autoproclamados “comunistas” no es nada novedosa. Las asesinas puñaladas por la espalda son el último recurso de los reformistas de toda ralea cuando se encuentra en riesgo el sistema capitalista al que sirven. Se trata, en particular, del el rostro mortífero del frente popular, la alianza de colaboración de clases en que las organizaciones obreras (partidos, sindicatos) son encadenados a una alianza con un sector de la burguesía para funcionar como barrera contra la revolución o la lucha de clases combativa. Basta considerar el caso de la España de los años 1930, donde bajo el gobierno del frente popular (que incluía a los anarquistas), el estalinista Partido Comunista dirigió la represión asesina contra la izquierda y los trabajadores en nombre del combate al trotskismo –esto es, en contra del espectro de la revolución proletaria.

“Empoderamiento económico” de los capitalistas negros =
pobreza para los trabajadores negros

 
El presidente sudafricano Jacob Zuma (del ANC, antiguo miembro de buró político del PC) llegó
finalmente a Marikana a seis días de la masacre para ofrecer condolencias huecas. Los trabajadores
rehusaron escucharle.
(Foto: AFP)

“Creíamos que la persona por la cual votamos vendría con nuestros hermanos que fueron arrestados.”

–Minero Xolani Ndzuza, uno de los que protestaban por la visita del presidente de Sudáfrica del ANC Jacob Zuma, citado en el artículo “Marikana: The New War”, Sowetan, 23 de agosto.

La masacre minera de Marikana ha servido como un espejo que muestra la brutal realidad de la Sudáfrica capitalista bajo la administración del Congreso Nacional Africano y de su “hermano menor”, el Partido Comunista (como lo llamó el vicepresidente del ANC Kgalema Motlanthe en una cena de gala para recaudar fondos durante el 13º congreso nacional del partido el mes pasado). Como ha sucedido con los movimientos anticoloniales en otras partes de África, los nacionalistas pequeñoburgueses se han convertido en burgueses nacionalistas después de tomar el poder. En Sudáfrica se convirtieron en socios menores de la clase capitalista existente, basada en el orden supremacista blanco del apartheid. Aunque el color de los rostros de los gobernantes fue cambiando, la estructura fundamental del capitalismo sudafricano se mantuvo intacta. Y el Partido Comunista, que hace mucho se convirtió en un componente dirigente del ANC, se apuntó como consejero, administrador y, de forma más importante, como guarura del régimen de apartheid.

Sin importar quién diera la orden de abrir fuego contra los huelguistas, la acción asesina de la policía de Marikana fue la consecuencia lógica de las políticas de la Alianza Tripartita ANC/SACP/COSATU. Fue el presidente Zuma, un antiguo miembro del buró político del Partido Comunista, quien promovió la militarización del Servicio Policiaco Sudafricano bajo la consigna de “combatir al crimen”. En 2009, el comisionado policiaco “general” Bheki Cele ordenó a la policía que “disparara a matar” a los criminales. De la misma manera, el subdirector de la policía, Fikile Mbalula, instó a los policías a “disparar contra los bastardos”, diciendo que “gente inocente morirá”, al justificar el asesinato de un niño de tres años a manos de la policía. Y la policía ha hecho justamente eso con más de 1,700 civiles muertos como resultado de acciones policíacas, o cuando estaban bajo custodia de la policía en 2010. Esto finalmente desembocó en protestas contra la brutalidad policiaca, después de que los policías mataran a golpes al profesor Andries Tatane, durante una protesta el año pasado. Pero las matanzas siguen.

Mientras tanto, bajo la rúbrica del Empoderamiento Económico Negro (programa conocido como BEE), algunos de los principales líderes del ANC (y de los sindicatos dirigidos por el Partido Comunista) han hecho fortuna, incluso como multimillonarios directores de grandes corporaciones capitalistas. En el marco del capitalismo clientelar sudafricano, muchos de los personajes de segunda línea se han vuelto “tenderpresarios” al establecer compañías que viven de los contratos (“tenders”) para proporcionar servicios de outsourcing al gobierno y a las empresas estatales (muchas veces con el despido de personal sindicalizado) en nombre del “suministro local”. Los miembros del Partido Comunista se vuelven ministros de segundo rango (el secretario general Blade Nzimande es ministro de educación superior, el subsecretario general Jeremy Cronin es viceministro de obras públicas), o dirigentes sindicales cuyo trabajo es mantener a los trabajadores bajo control, como es el caso de Zokwana.

Cyril Ramaphosa y muchos otros dirigentes del ANC ahora constituyen un sector negro dependiente de la burguesía sudafricana. El fundador del Sindicato Nacional de Mineros se ha vuelto un magnate minero, miembro de la junta directiva de la empresa Lonmin. Foto tomada de una reseña de africanos adinerados publicado por la revista Forbes, “la herramienta capitalista”. (Foto: AP)

Un caso notorio es el de Cyril Ramaphosa, quien comenzó siendo dirigente fundador del Sindicato Nacional de Mineros, convirtiéndolo en el sindicato más poderoso del país, y que más tarde se mudó a prados más verdes. Después de ser nombrado líder del ANC en 1991, dirigió las negociaciones con el partido gobernante, el Partido Nacional (NP) de los afrikáner (descendientes de los colonos holandeses), encabezó la Asamblea Constituyente y fue una importante figura en el gobierno de unidad nacional del ANC y el NP, que se formó en 1994 con Nelson Mandela como presidente. Después de perder en la sucesión de Mandela, Ramaphosa se pasó al sector privado, donde fundó el Shanduka Group (conglomerado de papel periódico, minería, Coca-Cola, McDonald’s), y se  convirtió en director del Bidvest Group (servicios y administración de alimentos) y director y accionista de Lonmin Plc, precisamente la compañía contra la que alguna vez luchó bajo el apartheid cuando era la Lonrho Plc

Ramaphosa no es el único. Otro líder del ANC (y antiguo miembro de su brazo armado, el Umkhonto we Sizwe), Tokyo Sexwale, actualmente ministro de asentamientos humanos, fundó Mvelaphanda Holdings, que es la tercera compañía minera de diamantes más grande de Sudáfrica. Todos ellos son beneficiarios del programa BEE para crear capitalistas negros subsidiarios del capital imperialista. Pero los Ramaphosa y Sexwale no son los únicos que se han enriquecido descaradamente. El año pasado, el secretario general del NUM, Frans Baleni, se premió con un aumento salarial de 40 por ciento para ganar 1.4 millones de rand anuales (unos 166 mil dólares), mientras que los mineros en huelga de Lonmin, a los que Baleni ordenó que terminara con la huelga, trabajan bajo la tierra en condiciones extremadamente peligrosas por menos de 6 mil dólares al año.

Y los mineros distan mucho de ser los trabajadores peor pagados en Sudáfrica. El número de trabajadores migrantes sin ningún derecho ha crecido bajo el neo apartheid. Bajo cualquier medida, entre los países grandes, Sudáfrica y Brasil son los países con mayor índice de desigualdad. Es significativo que ambos países sean administrados por gobiernos capitalistas de frente popular, que se apoyan en fuertes movimientos obreros (a los que deben mantener bajo control a toda costa) mientras que siguen al pie de la letra las políticas económicas libremercadistas “neoliberales” dictadas por Wall Street, Washington y los cárteles banqueros internacionales. Además, la desigualdad no pasa por alto el color de la piel: en el sector más pobre de la población sudafricana, que constituye la quinta parte de los habitantes del país, el 70 por ciento están desempleados y más del 95 por ciento son negros, de acuerdo a un estudio reciente del Banco Mundial (South Africa Economic Update, julio 2012).

La huelga de Marikana no es simplemente una disputa salarial. Es una rebelión de las empobrecidas masas trabajadoras negras en contra de un régimen capitalista negro que dice representarlas, al mismo tiempo que sus líderes se enriquecen con descaro. La lucha en Lonmin surgió después de una huelga de seis semanas en Impala Platinum (Implat) al iniciar el año, también dirigida en contra de los líderes del NUM. Las guerras mineras surgen en el marco de una ola de protestas urbanas en los barrios pobres con motivo de la falta parcial o total de servicios proporcionados por el gobierno (la “guerra de los inodoros”). Vías de tren y carreteras han sido bloqueadas desde Kayelitsha, en las afueras de Ciudad del Cabo, donde gobierna la Alianza Democrática, hasta la Provincial Oriental del Cabo, gobernada por el ANC (East London, Port Elizabeth, Grahamstown) y Gauteng (Johannesburgo Metropolitano, incluyendo a Soweto). Esta rebelión de los pobres contiene las semillas de la revolución.

Revuelta de Marikana, semillas de revolución

 
Miles acudieron a una ceremonia en memoria de los huelguistas acribillados en un cerro colindante a
la mina, 23 de agosto. (Foto: European Press Agency)

Los oprimidos trabajadores negros, mestizos y asiáticos (indostaníes) pusieron sus esperanzas en Nelson Mandela y en el Congreso Nacional Africano para poder superar la brutal opresión y represión del apartheid. La masacre de Marikana bien podría hacer que muchos comprendieran que el régimen del ANC apoyado por el Partido Comunista y  por los sindicatos de COSATU es, en realidad, su enemigo, y una herramienta del dominio capitalista. Para quienes apoyan al Partido Comunista Sudafricano y otros de la izquierda que se pusieron a su cola y promovieron las ilusiones de las masas en la pequeña burguesía nacionalista, este baño de sangre de manera contundente pone al descubierto la bancarrota de la política estalinista-menchevique de la “revolución por etapas”. El resultado no fue la “liberación” con respecto al dominio colonial blanco, sino la renovación y el fortalecimiento del capitalismo sudafricano, con la adición de un sector negro subordinado, centrado en el liderazgo del ANC, que ahora comparte la extracción de ganancias estratosféricas mediante la explotación de los trabajadores negros.

Entre las organizaciones renegadas del trotskismo, para el Socialist Workers Party norteamericano (SWP) de Jack Barnes, su apoyo político al ANC de Mandela fue un elemento clave en su renuncia explícita a la perspectiva de la revolución permanente a mediados de los años 1980. El artículo de Barnes de 1985 titulado “La Próxima Revolución en Sudáfrica” (New International, otoño de 1985) declaraba abiertamente que el objetivo era una “revolución democrático burguesa” y “no una revolución anticapitalista”. Al igual que el Partido Comunista de Sudáfrica, el SWP estadounidense se pronunció a favor de una “revolución democrática nacional”. Pero en lugar de “abrir la vía de transición hacia una revolución anticapitalista” en algún futuro indefinido, el establecimiento del régimen del ANC únicamente sirvió para ocultar la perpetuación de un sistema de neo apartheid basado en la súper explotación de trabajadores negros. La masacre de Marikana perpetrada por el gobierno del ANC a favor de la minera Lonmin, con Ramaphosa en su junta directiva, es prueba contundente de esto.

La genuina liberación de la pobreza y de la falta de derechos democráticos para los trabajadores sudafricanos negros y mestizos sólo podrá resultar de la perspectiva de la revolución permanente de León Trotsky. Como escribimos al comentar un debate que tuvo lugar en las filas del Partido Comunista y en la izquierda sudafricana a mediados de los 1990:

“Aunque ha sido desmantelada la com­plicada estructura legal del gran y el pe­queño apartheid –libretas de permisos, la Ley de Zonas de Grupo que desterraba a millones a los ‘bantustanes’ y barrios segregados, la prohibición de matrimonios entre distintos grupos étnicos, etc.– su estructura económica permanece intacta. La supremacía blanca es vital para el capitalismo sudafricano, y únicamente puede ser eliminada por medio de la revolución socialista.”

–“In Defense of the Dictatorship of the Proletariat”, The Internationalist No. 3, septiembre-octubre de 1997

Además, una respuesta clasista ante este baño de sangre plantea con urgencia la necesidad de un programa que ponga en cuestión el racista dominio del capital, como plantea el Programa de Transición de Trotsky de 1938.  Para empezar, es urgentemente necesario formar guardias obreras de autodefensa para proteger a los huelguistas. Nos unimos a los familiares de los trabajadores de Marikana en la exigencia de ¡fuera policías! Mientras que el Partido Comunista incluye entre sus filas a dirigentes del sindicato de policías POPCRU, los trotskistas insistimos en que los policías no son trabajadores sino el brazo armado de los explotadores. ¡Fuera policías y guardias de seguridad de los sindicatos!

 
Esposas y madres de mineros de Marikana exigen a gritos, ¡policías fuera! (Foto: Agence France-Presse)

En la actualidad, los amos de la minería del Witwatersrand siguen subyugando a los trabajadores negros como en los tiempos de la esclavitud del apartheid. El ex dirigente (expulsado) de la juventud del ANC Julius Malema, ha exigido que las minas sean nacionalizadas. Aunque sus simpatizantes llevaban puestas unas playeras rojas en las que se lee “el capitalismo apesta”, la verdad es que Malema es un político populista burgués que busca “un rescate masivo para sus amigos que son dueños de minas improductivas” (Ayanda Kota en el San Francisco Bay View, 18 de agosto). En contraste con la consigna reformista de la nacionalización, los revolucionarios proletarios promueven la expropiación sin compensación de las minas. Los mineros con conciencia de clase deben llamar por la formación de comités obreros para abrir los libros contables de los conglomerados mineros (que saquean Sudáfrica con sus tristemente célebres “precios de transferencia”) mientras buscan ocupar las minas e imponer el control obrero de la producción y establecer comités obreros de seguridad facultados para cerrar las minas para prevenir accidentes mortales.

Un programa de demandas transicionales incluiría la reivindicación de una semana laboral más corta sin merma en el salario, con el fin de luchar contra el desempleo masivo, que afecta a las juventudes sudafricanas en particular; la demanda de guarderías abier­tas 24 horas para aliviar la carga de la mujer trabajadora; la consigna de plenos derechos de ciudadanía para todos los inmigrantes, para proporcionar derechos legales a los millones de trabajadores oriundos de Lesoto, Mozambique y otros países de la región; y otras demandas que señalen la necesidad de una revolución socialista internacional. Con este fin se debe librar una lucha dentro de la COSATU para expulsar a la burocracia vendida y luchar por una dirección clasista. Debido al nivel de subordinación de los sindicatos al régimen del ANC, no se pueden descartar las rupturas. Pero sobre todo, es necesario para el movimiento obrero romper con el frente popular nacionalista y construir un partido obrero revolucionario internacionalista, leninista y trotskista, para luchar por un gobierno obrero centrado en los negros y que forme parte de una federación socialista del sur de África.

Por un grupo trotskista internacionalista en Sudáfrica

Mientras que la mayor parte de la izquierda sudafricana se ha plegado desde hace tiempo a la disciplina de la Alianza Tripartita, hay varios grupos pequeños que llaman a romper con el régimen de neo apartheid. En un artículo del 18 de agosto sobre la masacre de Marikana, la Workers International Vanguard League (WIVL), llamó correctamente a expulsar a los líderes del NUM y a ocupar las minas; sin embargo, combina reivindicaciones transicionales con utópicos y reformistas llamados a arrestar policías, a miembros de la junta directiva de Lonmin y a demás dueños de las minas. En un segundo artículo (26 de agosto) sobre la comisión de investigación del gobierno del ANC-SACP, el WIVL se pregunta: “¿Por qué no son encarcelados los policías, sus comandantes y la gerencia del Lonmin, y entonces se hacen investigaciones adicionales?” Para los marxistas revolucionarios, la respuesta es que la policía y el aparato estatal en su conjunto existen para defender los intereses de los capitalistas, como los dueños de Lonmin. Pero esto no lo dicen. Fingir que el actual estado capitalista puede ser presionado para llevar a cabo tales pasos contradice la comprensión marxista del carácter de clase del estado y solamente puede crear ilusiones entre las masas.

El grupo Spartacist South África (SSA), llama en un artículo del 23 de agosto por la autodefensa obrera (lo que es curioso, ya que su grupo en México, el Grupo Espartaquista, ha calificado al Grupo Internacionalista como aventurerista por hacer el mismo llamado), en tanto que se pronuncia ahora por un gobierno obrero centrado en los negros, consigna que había abandonado durante un tiempo. El SSA, sin embargo, únicamente presenta demandas aisladas e ignora otras que son urgentes para las luchas actuales, tales como la ocupación de las minas y la imposición del control obrero. La ausencia de un programa completo de demandas de transición refleja lo que sostiene su internacional, la Liga Comunista Internacional –que anda tambaleándose de una crisis interna tras otra, realizando además reiterados cambios de línea– de que la tesis central del Programa de Transición de Trotsky se ha vuelto obsoleta debido a una supuesta regresión cualitativa en la conciencia de los trabajadores. Sin embargo, como muestra Marikana, los trabajadores están listos para luchar. La presente crisis en Sudáfrica es prueba positiva de que la crisis de la humanidad, lo mismo hoy que hace tres cuartos de siglo, se reduce a la crisis de dirección revolucionaria de la clase obrera.

Aunque la Liga por la IV Internacional no se encuentra presente en la actualidad en Sudáfrica, hacemos un llamado urgente a aquellos militantes que buscan luchar por un trotskismo autentico a que se unan a nosotros en la construcción de una sección sudafricana basada en el programa de la revolución permanente.


Para contactar el Grupo Internacionalista y la Liga por la IV Internacional, escribe a: internationalistgroup@msn.com

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