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N° 1, octubre de 2012 Policías sudafricanos posan
con armas apuntándose sobre sus
víctimas. Luego la procuraduría
acusó
a los mineros sobrevivientes de asesinato, sobre la base de una ley del régimen del apartheid. (Foto: Alon Skuy/The Times of Johannesburg) 29 DE AGOSTO – Ha sido, por
mucho, la masacre más sangrienta de
negros en Sudáfrica desde el fin del
régimen de supremacía blanca
institucionalizada del apartheid. Las
imágenes traen a la memoria los horrores
de Sharpeville (1960) y Soweto (1976), con la
sola diferencia de que esta vez, quienes
realizaron la masacre de mineros en huelga son
un presidente y ministros negros. El gobierno
capitalista del African National Congress (ANC,
Congreso Nacional Africano) y sus “socios” del
Partido Comunista Sudafricano (SACP), apoyados
por el National Union of Mineworkers (NUM,
Sindicato Nacional de Mineros), al actuar al
servicio de una de las compañías
mineras más grandes del mundo, han
reprimido a los trabajadores para suprimir
violentamente su huelga. El
16 de agosto, cientos de policías
sudafricanos de élite abrieron fuego con
rifles automáticos y a quemarropa contra
los trabajadores de la mina Lonmin en Marikana.
Fueron asesinados unas tres docenas de
huelguistas, hubo alrededor de 80 heridos de
gravedad y 259 arrestados. Aunque la
policía asesina decía haber
actuado en defensa propia, muchos de los mineros
fueron recibieron balazos en la espalda y en la
cabeza. Al terminar los disparos, los
policías se dejaron fotografiar con sus
armas apuntando a los muertos, como si fuesen
cazadores posados junto a sus presas, o como
grotescamente hacen las tropas estadounidenses
con sus víctimas en Afganistán.
Fue un asesinato a sangre fría en defensa
del capital. La
matanza fue sistemáticamente preparada.
Las órdenes de disparar a matar vinieron
de arriba, del gabinete del presidente del ANC
Jacob Zuma. Este baño de sangre
probablemente marcará para sectores
significativos de las masas no blancas un
parteaguas donde empiecen a perder sus ilusiones
en gobernantes que durante los últimos 18
años se han valido del prestigio de
“libertadores”. Lejos de gobernar una
Sudáfrica “post apartheid”, el
frente popular de la Alianza Tripartita del ANC,
el Partido Comunista y el Congreso de Sindicatos
Sudafricanos (COSATU) ha instituido un
régimen capitalista de neo apartheid
que ha mantenido la subyugación de las
empobrecidas masas negras para proteger los
intereses de los mismos amos capitalistas. Mientras
tanto, más de 250 trabajadores de Lonmin
siguen encarcelados bajo la monstruosa
acusación de ser responsables del
asesinato de sus camaradas masacrados por la
policía (¡!). La gerencia de la
empresa ha declarado que no permitirá que
regresen a sus empleos, a pesar de que han
resultado inútiles sus ultimátums
para que los huelguistas regresen a sus puestos
de trabajo. Los 28 mil trabajadores de la mina
de platino más rica del mundo, propiedad
de un conglomerado con sede en Londres, se
niegan a regresar hasta que sean cumplidas sus
demandas de aumentar sus salarios, que hoy
apenas llegan a la miserable cantidad de 4 mil
rand (equivalentes a 480 dólares), y
exigen que se incremente a 12 mil 500 rand (mil
500 dólares) mensuales. Los
trabajadores en todas partes deben movilizarse
en solidaridad con los mineros sudafricanos y
pronunciarse por la victoria de la huelga.
¡Fuera policías! ¡Retiren
las acusaciones contra los mineros!
¡Reinstalen a todos los huelguistas! Baño
de sangre del Frente Popular
Mineros en Marikana
antes del masacre del 16 de agosto. La
policía alega que tuvo que utilizar sus
Los
3 mil operadores de perforadoras de rocas en
Marikana iniciaron la huelga el 10 de agosto,
para exigir un aumento de 300 por ciento de sus
salarios actuales que los dejan sumidos en la
pobreza, habitando chozas precarias, mientras
algunos trabajadores siguen viviendo en barracas
estilo militar. Los tribunales capitalistas
inmediatamente declararon “ilegal” la huelga, y
varios miles de policías fueron enviados
a la zona. Los huelguistas se instalaron en una
colina cerca de una barriada donde algunos
viven, bastante lejos de las propiedades de la
compañía. Los policías los
rodearon e introdujeron los infames
vehículos blindados nyala o
“hipo”, que aterrorizaron a los manifestantes
antiapartheid. La
prensa burguesa ha buscado presentar la lucha
minera como una disputa entre dos sindicatos,
una “guerra sangrienta por el territorio” (Sowetan,
27 de agosto), entre el sindicato minero y los
“escisionistas” de la Asociación Sindical
de Mineros y Trabajadores de la
Construcción (AMCU). Los trabajadores de
Lonmin se quejan de que el otrora combativo NUM
se ha se ha vuelto colaborador de los patrones,
por lo que algunos de ellos apoyan a la AMCU. Y
con razón. El 15 de agosto, un convoy que
incluía al presidente del NUM, Senzeni
Zokwana, llegó al corral de la
policía. Zokwana se subió al nyala
policial que se aproximó a una distancia
desde la que él podía hablar a los
trabajadores mediante el altoparlante del
vehículo diciéndoles que
regresaran a sus puestos de trabajo. La multitud
se rehusó a escuchar, y cuando le
exigieron a Zokwana que se bajara para dialogar
cara a cara, éste huyó. Vusimuzi
Mathunjwa, presidente de la AMCU, llegó
unos minutos después y se dirigió
a los huelguistas. Aunque fue bien recibido, su
petición a los huelguistas de que se
dispersaran –dada la amenaza de violencia
policial– para que pudiera negociar sus demandas
con la gerencia también fue rechazada.
Alrededor de 3 mil policías antimotines
rodearon a los huelguistas y los acordonaron con
alambre de púas. Los mineros ya
habían sido baleados días antes,
supuestamente por francotiradores del NUM, lo
que resultó en varios muertos. Dos
policías y dos guardias de seguridad
también resultaron muertos: los medios de
comunicación culparon a los huelguistas,
mientras los líderes del NUM culparon al
sindicato “arribista”. En cualquier caso, los
trabajadores con conciencia de clase no derraman
ni una lágrima por los represores
profesionales. El
jueves 16 de agosto, la gerencia de Lonmin
lanzó un “ultimátum final” para
ordenar a los huelguistas que regresaran a sus
puestos de trabajo. Los trabajadores exigieron,
en cambio, que la policía dejara la zona.
Un vocero policial anunció que ese era el
“Día-D” y que “no tenían otra
opción más que dispersar [a los
huelguistas] por la fuerza”. El líder de
la AMCU, Mathunjwa rogó a los
trabajadores que se fueran, diciendo que la
policía estaba dispuesta a matar, pero al
no irse, tomó como suyo el juramento: “No
nos vamos a ningún lado. Estamos
preparados a morir aquí si es necesario”
(Mail & Guardian, 17 de agosto). La
policía avanzó a la colina donde
se habían reunido los trabajadores,
lanzando gas lacrimógeno y después
usando un cañón de agua; no
obstante, los combativos trabajadores siguieron
cantando canciones de lucha, ondeando sus pangas
(una especie de machete). Entonces, la
policía abrió fuego con su
artillería pesada, con lo que en poco
tiempo el campo cerca del poblado de precaristas
de Wonderkop quedó cubierto de
cadáveres. Los “hipos” de la
policía pasaron por encima de los cuerpos
de los trabajadores heridos. El Sowetan
(17 de agosto) reportó: “Un
minero, que estaba tirado en el suelo con una
herida de bala, siguió insultando
retadoramente a los policías, diciendo a
gritos que lo remataran: ‘mátenos para
complacer a los abelungu (blancos)’.”
El
asesinato en masa de la policía fue
premeditado, pero ¿cuál fue la
respuesta? Después de un par de
días Zuma emitió un comunicado
supuestamente “imparcial” en el que
señalaba que “matar” es “inaceptable”. Se
ha ordenado la realización de tres
diferentes investigaciones, pero las autoridades
policíacas no muestran signos de
arrepentimiento. Sostienen que los primeros
tiros fueron lanzados por los huelguistas,
aunque sólo se han encontrado casquillos
de bala disparados por la policía. La
comisionada nacional de la policía, Riah
Phiyega, dijo que los 423 policías en
primera línea se vieron “obligados a
utilizar la fuerza máxima para
defenderse” del “grupo combativo”, cuyos
miembros portaban “peligrosas armas” (lanzas,
palos, pangas, navajas). Algunos
días después, le dijo a la
policía, “No deben arrepentirse de lo
sucedido”. Mientras que los huelguistas
sufrieron 112 bajas, entre muertos y heridos,
únicamente un policía
resultó levemente herido. Aún
más grotesca fue la respuesta de los
líderes del NUM y del Partido Comunista.
Antes de la masacre, el secretario general del
sindicato minero, Frans Baleni, había
incitado a la policía:
refiriéndose a matanzas anteriores
perpetradas por la policía
preguntó, “¿Es que en este caso no
van a actuar?” Después del tiroteo, la
NUM culpó al AMCU por despertar falsas
esperanzas entre los trabajadores. El Partido
Comunista, cuyo secretario general es el
presidente del NUM, Senzeni Zokwana,
emitió un comunicado vil e injurioso,
señalando que la matanza de la
policía fue “un acto bárbaro
coordinado y organizado de forma deliberada por
el líder de la AMCU Mathunjwa y por Steve
Kholekile” y terminaba exigiendo el arresto
inmediato de estos (¡!). También se
pronunció por la formación de una
comisión presidencial para investigar “la
naturaleza violenta y la anarquía
asociadas con el AMCU dondequiera que se
establece”, así como por enmendar la Ley
de Relaciones Laborales para dificultar la
formación de nuevos sindicatos
(Pronunciamiento de la regional noroccidental
del SACP, 17 de agosto). El NUM y el Partido Comunista
están actuando como troperos de
esquiroles, como rompehuelgas e instigadores
del asesinato policíaco de
trabajadores. Aunque la masacre ha sacudido a
una Sudáfrica gobernada por el ANC, la
acción perpetrada por “estadistas”
“sindicalistas” y autoproclamados “comunistas”
no es nada novedosa. Las asesinas
puñaladas por la espalda son el
último recurso de los reformistas de toda
ralea cuando se encuentra en riesgo el sistema
capitalista al que sirven. Se trata, en
particular, del el rostro mortífero del
frente popular, la alianza de
colaboración de clases en que las
organizaciones obreras (partidos, sindicatos)
son encadenados a una alianza con un sector de
la burguesía para funcionar como barrera
contra la revolución o la lucha de clases
combativa. Basta considerar el caso de la
España de los años 1930, donde
bajo el gobierno del frente popular (que
incluía a los anarquistas), el
estalinista Partido Comunista dirigió la
represión asesina contra la izquierda y
los trabajadores en nombre del combate al
trotskismo –esto es, en contra del espectro de
la revolución proletaria. “Empoderamiento
económico” de los capitalistas negros = “Creíamos
que la persona por la cual votamos
vendría con nuestros hermanos que fueron
arrestados.” –Minero
Xolani Ndzuza, uno de los que protestaban por la
visita del presidente de Sudáfrica del
ANC Jacob Zuma, citado en el artículo
“Marikana: The New War”, Sowetan, 23 de
agosto. La
masacre minera de Marikana ha servido como un
espejo que muestra la brutal realidad de la
Sudáfrica capitalista bajo la
administración del Congreso Nacional
Africano y de su “hermano menor”, el Partido
Comunista (como lo llamó el
vicepresidente del ANC Kgalema Motlanthe en una
cena de gala para recaudar fondos durante el
13º congreso nacional del partido el mes
pasado). Como ha sucedido con los movimientos
anticoloniales en otras partes de África,
los nacionalistas pequeñoburgueses se han
convertido en burgueses nacionalistas
después de tomar el poder. En
Sudáfrica se convirtieron en socios
menores de la clase capitalista existente,
basada en el orden supremacista blanco del apartheid.
Aunque el color de los rostros de los
gobernantes fue cambiando, la estructura
fundamental del capitalismo sudafricano se
mantuvo intacta. Y el Partido Comunista, que
hace mucho se convirtió en un componente
dirigente del ANC, se apuntó como
consejero, administrador y, de forma más
importante, como guarura del
régimen de apartheid. Sin
importar quién diera la orden de abrir
fuego contra los huelguistas, la acción
asesina de la policía de Marikana fue la
consecuencia lógica de las
políticas de la Alianza Tripartita
ANC/SACP/COSATU. Fue el presidente Zuma, un
antiguo miembro del buró político
del Partido Comunista, quien promovió la
militarización del Servicio Policiaco
Sudafricano bajo la consigna de “combatir al
crimen”. En 2009, el comisionado policiaco
“general” Bheki Cele ordenó a la
policía que “disparara a matar” a los
criminales. De la misma manera, el subdirector
de la policía, Fikile Mbalula,
instó a los policías a “disparar
contra los bastardos”, diciendo que “gente
inocente morirá”, al justificar el
asesinato de un niño de tres años
a manos de la policía. Y la
policía ha hecho justamente eso con
más de 1,700 civiles muertos como
resultado de acciones policíacas, o
cuando estaban bajo custodia de la
policía en 2010. Esto finalmente
desembocó en protestas contra la
brutalidad policiaca, después de que los
policías mataran a golpes al profesor
Andries Tatane, durante una protesta el
año pasado. Pero las matanzas siguen. Mientras
tanto, bajo la rúbrica del Empoderamiento
Económico Negro (programa conocido como
BEE), algunos de los principales líderes
del ANC (y de los sindicatos dirigidos por el
Partido Comunista) han hecho fortuna, incluso
como multimillonarios directores de grandes
corporaciones capitalistas. En el marco del
capitalismo clientelar sudafricano, muchos de
los personajes de segunda línea se han
vuelto “tenderpresarios” al establecer
compañías que viven de los
contratos (“tenders”) para proporcionar
servicios de outsourcing al gobierno y a
las empresas estatales (muchas veces con el
despido de personal sindicalizado) en nombre del
“suministro local”. Los miembros del Partido
Comunista se vuelven ministros de segundo rango
(el secretario general Blade Nzimande es
ministro de educación superior, el
subsecretario general Jeremy Cronin es
viceministro de obras públicas), o
dirigentes sindicales cuyo trabajo es mantener a
los trabajadores bajo control, como es el caso
de Zokwana. Cyril
Ramaphosa y muchos otros dirigentes del ANC
ahora constituyen un sector negro
dependiente de la burguesía
sudafricana. El fundador del Sindicato
Nacional de Mineros se ha vuelto un magnate
minero, miembro de la junta directiva de la
empresa Lonmin. Foto tomada de una
reseña de africanos adinerados
publicado por la revista Forbes, “la
herramienta capitalista”. (Foto:
AP) Un
caso notorio es el de Cyril Ramaphosa, quien
comenzó siendo dirigente fundador del
Sindicato Nacional de Mineros,
convirtiéndolo en el sindicato más
poderoso del país, y que más tarde
se mudó a prados más verdes.
Después de ser nombrado líder del
ANC en 1991, dirigió las negociaciones
con el partido gobernante, el Partido Nacional
(NP) de los afrikáner (descendientes de
los colonos holandeses), encabezó la
Asamblea Constituyente y fue una importante
figura en el gobierno de unidad nacional del ANC
y el NP, que se formó en 1994 con Nelson
Mandela como presidente. Después de
perder en la sucesión de Mandela,
Ramaphosa se pasó al sector privado,
donde fundó el Shanduka Group
(conglomerado de papel periódico,
minería, Coca-Cola, McDonald’s), y se convirtió
en director del Bidvest Group (servicios y
administración de alimentos) y director
y accionista de Lonmin Plc, precisamente
la compañía contra la que alguna
vez luchó bajo el apartheid
cuando era la Lonrho Plc Ramaphosa
no es el único. Otro líder del ANC
(y antiguo miembro de su brazo armado, el
Umkhonto we Sizwe), Tokyo Sexwale, actualmente
ministro de asentamientos humanos, fundó
Mvelaphanda Holdings, que es la tercera
compañía minera de diamantes
más grande de Sudáfrica. Todos
ellos son beneficiarios del programa BEE para
crear capitalistas negros subsidiarios del
capital imperialista. Pero los Ramaphosa y
Sexwale no son los únicos que se han
enriquecido descaradamente. El año
pasado, el secretario general del NUM, Frans
Baleni, se premió con un aumento salarial
de 40 por ciento para ganar 1.4 millones de rand
anuales (unos 166 mil dólares), mientras
que los mineros en huelga de Lonmin, a los que
Baleni ordenó que terminara con la
huelga, trabajan bajo la tierra en condiciones
extremadamente peligrosas por menos de 6 mil
dólares al año. Y
los mineros distan mucho de ser los trabajadores
peor pagados en Sudáfrica. El
número de trabajadores migrantes sin
ningún derecho ha crecido bajo el neo
apartheid. Bajo cualquier medida, entre
los países grandes, Sudáfrica y
Brasil son los países con mayor
índice de desigualdad. Es significativo
que ambos países sean administrados por
gobiernos capitalistas de frente popular, que se
apoyan en fuertes movimientos obreros (a los que
deben mantener bajo control a toda costa)
mientras que siguen al pie de la letra las
políticas económicas
libremercadistas “neoliberales” dictadas por
Wall Street, Washington y los cárteles
banqueros internacionales. Además, la
desigualdad no pasa por alto el color de la
piel: en el sector más pobre de la
población sudafricana, que constituye la
quinta parte de los habitantes del país,
el 70 por ciento están desempleados y
más del 95 por ciento son negros, de
acuerdo a un estudio reciente del Banco Mundial
(South Africa Economic Update, julio
2012). La
huelga de Marikana no es simplemente una disputa
salarial. Es una rebelión de las
empobrecidas masas trabajadoras negras en contra
de un régimen capitalista negro que dice
representarlas, al mismo tiempo que sus
líderes se enriquecen con descaro. La
lucha en Lonmin surgió después de
una huelga de seis semanas en Impala Platinum
(Implat) al iniciar el año,
también dirigida en contra de los
líderes del NUM. Las guerras mineras
surgen en el marco de una ola de protestas
urbanas en los barrios pobres con motivo de la
falta parcial o total de servicios
proporcionados por el gobierno (la “guerra de
los inodoros”). Vías de tren y carreteras
han sido bloqueadas desde Kayelitsha, en las
afueras de Ciudad del Cabo, donde gobierna la
Alianza Democrática, hasta la Provincial
Oriental del Cabo, gobernada por el ANC (East
London, Port Elizabeth, Grahamstown) y Gauteng
(Johannesburgo Metropolitano, incluyendo a
Soweto). Esta rebelión de los pobres
contiene las semillas de la revolución. Revuelta
de Marikana, semillas de revolución Los
oprimidos trabajadores negros, mestizos y
asiáticos (indostaníes) pusieron
sus esperanzas en Nelson Mandela y en el
Congreso Nacional Africano para poder superar la
brutal opresión y represión del apartheid.
La masacre de Marikana bien podría hacer
que muchos comprendieran que el régimen
del ANC apoyado por el Partido Comunista y por
los sindicatos de COSATU es, en realidad, su
enemigo, y una herramienta del dominio
capitalista. Para quienes apoyan al Partido
Comunista Sudafricano y otros de la izquierda
que se pusieron a su cola y promovieron las
ilusiones de las masas en la pequeña
burguesía nacionalista, este baño
de sangre de manera contundente pone al
descubierto la bancarrota de la política
estalinista-menchevique de la “revolución
por etapas”. El resultado no fue la
“liberación” con respecto al dominio
colonial blanco, sino la renovación y el
fortalecimiento del capitalismo sudafricano, con
la adición de un sector negro
subordinado, centrado en el liderazgo del ANC,
que ahora comparte la extracción de
ganancias estratosféricas mediante la
explotación de los trabajadores negros. Entre
las organizaciones renegadas del trotskismo,
para el Socialist Workers Party norteamericano
(SWP) de Jack Barnes, su apoyo político
al ANC de Mandela fue un elemento clave en su
renuncia explícita a la perspectiva de la
revolución permanente a mediados de los
años 1980. El artículo de Barnes
de 1985 titulado “La Próxima
Revolución en Sudáfrica” (New
International, otoño de 1985)
declaraba abiertamente que el objetivo era una
“revolución democrático burguesa”
y “no una revolución anticapitalista”. Al
igual que el Partido Comunista de
Sudáfrica, el SWP estadounidense se
pronunció a favor de una
“revolución democrática nacional”.
Pero en lugar de “abrir la vía de
transición hacia una revolución
anticapitalista” en algún futuro
indefinido, el establecimiento del
régimen del ANC únicamente
sirvió para ocultar la
perpetuación de un sistema de neo
apartheid basado en la súper
explotación de trabajadores negros. La
masacre de Marikana perpetrada por el gobierno
del ANC a favor de la minera Lonmin, con
Ramaphosa en su junta directiva, es prueba
contundente de esto. La
genuina liberación de la pobreza y de la
falta de derechos democráticos para los
trabajadores sudafricanos negros y mestizos
sólo podrá resultar de la
perspectiva de la revolución permanente
de León Trotsky. Como escribimos al
comentar un debate que tuvo lugar en las filas
del Partido Comunista y en la izquierda
sudafricana a mediados de los 1990: “Aunque
ha sido desmantelada la complicada
estructura legal del gran y el
pequeño apartheid –libretas
de permisos, la Ley de Zonas de Grupo que
desterraba a millones a los ‘bantustanes’ y
barrios segregados, la prohibición de
matrimonios entre distintos grupos
étnicos, etc.– su estructura económica
permanece intacta. La supremacía
blanca es vital para el capitalismo
sudafricano, y únicamente puede ser
eliminada por medio de la revolución
socialista.” –“In
Defense of the Dictatorship of the Proletariat”, The
Internationalist No. 3, septiembre-octubre
de 1997 Además,
una respuesta clasista ante este baño de
sangre plantea con urgencia la necesidad de un
programa que ponga en cuestión el racista
dominio del capital, como plantea el Programa de
Transición de Trotsky de 1938. Para
empezar, es urgentemente necesario formar guardias
obreras de autodefensa para proteger a los
huelguistas. Nos unimos a los familiares de los
trabajadores de Marikana en la exigencia de ¡fuera
policías! Mientras que el Partido
Comunista incluye entre sus filas a dirigentes
del sindicato de policías POPCRU, los
trotskistas insistimos en que los
policías no son trabajadores sino el
brazo armado de los explotadores. ¡Fuera
policías y guardias de seguridad de los
sindicatos!
En
la actualidad, los amos de la minería del
Witwatersrand siguen subyugando a los
trabajadores negros como en los tiempos de la
esclavitud del apartheid. El ex
dirigente (expulsado) de la juventud del ANC
Julius Malema, ha exigido que las minas sean
nacionalizadas. Aunque sus simpatizantes
llevaban puestas unas playeras rojas en las que
se lee “el capitalismo apesta”, la verdad es que
Malema es un político populista
burgués que busca “un rescate masivo para
sus amigos que son dueños de minas
improductivas” (Ayanda Kota en el San
Francisco Bay View, 18 de agosto). En
contraste con la consigna reformista de la
nacionalización, los revolucionarios
proletarios promueven la expropiación
sin compensación de las minas. Los
mineros con conciencia de clase deben llamar por
la formación de comités obreros
para abrir los libros contables de los
conglomerados mineros (que saquean
Sudáfrica con sus tristemente
célebres “precios de transferencia”)
mientras buscan ocupar las minas e
imponer el control obrero de la
producción y establecer comités
obreros de seguridad facultados para
cerrar las minas para prevenir accidentes
mortales. Un
programa de demandas transicionales
incluiría la reivindicación de una
semana laboral más corta sin merma en
el salario, con el fin de luchar contra el
desempleo masivo, que afecta a las juventudes
sudafricanas en particular; la demanda de guarderías
abiertas 24 horas para aliviar la
carga de la mujer trabajadora; la
consigna de plenos derechos de
ciudadanía para todos los inmigrantes,
para proporcionar derechos legales a los
millones de trabajadores oriundos de Lesoto,
Mozambique y otros países de la
región; y otras demandas que
señalen la necesidad de una
revolución socialista internacional. Con
este fin se debe librar una lucha dentro de la
COSATU para expulsar a la burocracia vendida
y luchar por una dirección clasista.
Debido al nivel de subordinación de los
sindicatos al régimen del ANC, no se
pueden descartar las rupturas. Pero sobre todo,
es necesario para el movimiento obrero romper
con el frente popular nacionalista y
construir un partido obrero revolucionario
internacionalista, leninista y trotskista, para
luchar por un gobierno obrero centrado en
los negros y que forme parte de una
federación socialista del sur de
África. ■
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