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León Trotsky

A 90 años del Manifiesto Comunista*
(octubre de 1937)

¡Es difícil creer que solamente faltan diez años para el centenario del Manifiesto Comunista! Este folleto, que demuestra una genialidad mayor que cualquier otro en la literatura mundial, nos pasma aun hoy por su frescura. Sus secciones más importantes parecen haber sido escritas ayer. Ciertamente los jóvenes autores (Marx tenía veintinueve años y Engels veintisiete)1 fueron capaces de prever el futuro más que nadie antes o después de ellos.

En su prefacio común a la edición de 1872, Marx y Engels declararon que, a pesar de que algunos de  los pasajes secundarios en el Manifiesto eran anticuados, sentían que ya no tenían derecho a alterar el texto original puesto que el Manifiesto se había convertido ya en un documento histórico, durante esos veintinueve años. Han transcurrido sesenta y cinco años desde entonces. Pasajes aislados han retrocedido aun más en el pasado. Trataremos de establecer sucintamente en este prefacio aquellas ideas del Manifiesto que conservan hoy su fuerza completa, como también aquellas que requieren importantes alteraciones y ampliaciones.

1º. La concepción materialista de la historia, descubierta por Marx poco antes y aplicada con habilidad consumada en el Manifiesto ha resistido completamente la prueba de los hechos y los golpes de la crítica hostil. Hoy constituye uno de los más preciosos instrumentos del pensamiento humano. Todas las demás interpretaciones del proceso histórico han perdido todo significado científico. Podemos declarar con certeza que es imposible en nuestra época, ser no sólo un revolucionario militante sino incluso un observador culto de la política sin asimilar la interpretación materialista de la historia.

2º. El primer capítulo del Manifiesto comienza con las siguientes palabras: “La historia de todas las sociedades existentes hasta hoy es la historia de la lucha de clases.” Este postulado, la conclusión más importante extraída de la interpretación materialista de la historia, tornóse inmediatamente en argumento de la lucha de clases. Ataques especialmente venenosos fueron dirigidos por hipócritas reaccionarios, doctrinarios liberales y demócratas idealistas contra la teoría que sustituía el “bienestar común”, la “unidad nacional” y las “verdades morales eternas” por la lucha de intereses materiales como fuerza impulsora de la historia. A ellos más tarde se unieron reclutas de las filas del movimiento obrero, los llamados revisionistas, que proponían criticar (“revisar”) el marxismo con el espíritu de conciliación y colaboración de clases. En nuestra propia época finalmente, el mismo camino han tomado en la práctica los despreciables epígonos de la Internacional Comunista (los “‘estalinistas”): la política del llamado Frente Popular fluye totalmente de la negación de las leyes de la lucha de clases.2 Mientras tanto, es precisamente la época del imperialismo, al llevar todas las contradicciones sociales a un punto de máxima tensión, lo que de al Manifiesto Comunista su supremo triunfo teórico.

3º. Marx dio forma final a la anatomía del capitalismo, como una etapa especifica en el desarrollo económico de la sociedad, en El Capital (1867). Pero en el Manifiesto Comunista las líneas principales del análisis futuro están firmemente esbozadas: el pago por la fuerza trabajo como equivalente al costo de su reproducción; la apropiación del valor del excedente por los capitalistas; la competencia come ley básica de las relaciones sociales; la ruina de las clases intermedias, es decir, la pequeña burguesía urbana y el campesinado; la concentración de la riqueza hermanos de un número cada vez menor de propietarios por un lado, y por el otro, la preparación de condiciones materiales y políticas previas al régimen socialista

4º. En el Manifiesto, la tesis que se refiere a la tendencia del capitalismo a rebajar el nivel de vida de los trabajadores y aun a transformarlos en indigentes, estuvo sujeta a un ataque de artillería pesada. Clérigos, profesores, ministros, periodistas, teórico socialdemócratas, dirigentes de gremios obreros, se enfrentaron contra la así llamada “teoría del empobrecimiento”. Ellos descubrieron invariablemente señales de prosperidad creciente entre los trabajadores, manipulando la aristocracia obrera como si fuera el proletariado, o tomando una tendencia pasajera como permanente. Mientras tanto, hasta el desarrollo del capitalismo más poderoso del mundo, esto es, el capitalismo de los Estados Unidos, ha transformado millones de trabajadores en indigentes que son mantenidos a costa de la caridad federal, municipal o privada.

5º. Contra el Manifiesto, que describía las crisis industriales y comerciales como una serie de más y más extensas catástrofes, los revisionistas juraron que el desarrollo de trusts nacionales e internacionales aseguraría un control sobre el mercado y conduciría gradualmente a la abolición de las crisis. El final del siglo pasado y el comienzo del presente estuvieron marcados en realidad por un desarrollo tan tempestuoso del capitalismo, que las crisis parecieron solamente interrupciones “accidentales”. Pero esta época se ha ido para no regresar. En el análisis la verdad probó estar de lado de Marx también en esta cuestión.

6º. “El gobierno del estado moderno no es más que un comité para el manejo de los negocios comunes de toda la burguesía.” Esta fórmula sucinta, que los dirigentes de la socialdemocracia despreciaron como una paradoja periodística, contiene, de hecho, la única teoría científica del estado. La democracia ideada por la burguesía no es, como pensaron Bernstein y Kautsky,3 un saco vacío que se puede llenar indiferentemente con cualquier clase de contenido. La democracia burguesa puede servir solamente a la burguesía. Un gobierno del “Frente Popular”, ya sea encabezado por Blum o Chautemps, Caballero o Negrín,4 es solamente “un comité para el  manejo de los negocios comunes de toda la burguesía”. Siempre que este “comité”, maneja mal los  negocios, la burguesía lo expulsa de una patada.

7º. “Toda lucha de clases es una lucha política.” “La organización del proletariado como clase, es, consecuentemente, su organización en un partido político.” Los sindicalistas por un lado y los anarcosindicalistas por otro, se han desviado por largo tiempo - y aún ahora tratan de desviarse - de la comprensión de estas leyes históricas. Un golpe aplastante le fue asestado al sindicalismo “puro” en su principal refugio: los Estados Unidos. En España, su último bastión, el anarco-sindicalismo ha sufrido una derrota irreparable. Aquí también el Manifiesto probó estar en lo correcto.

8º. El proletariado no puede conquistar el poder dentro del sistema legal establecido por la burguesía. “Los comunistas declaran abiertamente que sus fines  pueden ser alcanzados solamente por el derrocamiento violento de todo el régimen social existente.” El reformismo buscó explicar este postulado del Manifiesto en base a la inmadurez del movimiento en ese tiempo, y en el desarrollo inadecuado de la democracia. El destino de las “democracias” italiana, alemana y un gran número de otras, prueba que la “inmadurez” es el rasgo distintivo de las ideas de los mismos reformistas.

9º. Para la transformación socialista de la sociedad, la clase trabajadora debe concentrar tal poder en sus manos que pueda aplastar todos y cada uno de los obstáculos políticos que obstruyan el camino al nuevo sistema. “El proletariado organizado como clase dirigente” es la dictadura. Al mismo tiempo es la única democracia proletaria verdadera. Su alcance y profundidad dependen de condiciones históricas concretas. A medida que un mayor número de estados tomen la línea de la revolución socialista, la dictadura asumirá formas más libres y flexibles y la democracia de los trabajadores será más amplia y profunda.

10º. El desarrollo internacional del capitalismo ha predeterminado el carácter internacional de la revolución proletaria. “La acción unida de los países más civilizados por lo menos es una de las primeras condiciones para la emancipación del proletariado.” El desarrollo subsecuente del capitalismo ha entrelazado tan estrechamente todos los sectores de nuestro planeta, tanto el “civilizado” como el “incivilizado”, que el problema de la revolución socialista ha asumido completa y decisivamente un carácter mundial. La burocracia soviética trató de liquidar el Manifiesto con respecto a este problema fundamental. La degeneración bonapartista del estado soviético es una ilustración abrumadora de la falsedad de la teoría del socialismo en un sólo país.5

11º. “Cuando, en el curso del desarrollo, las distinciones de clase han desaparecido, y toda la  producción ha sido reunida en las manos de una  vasta asociación de la nación entera, el poder público  perderá su carácter político.” En otras palabras: el estado se extingue. La sociedad persiste liberada  de la camisa de fuerza. Esto no es otra cosa que socialismo. En cambio, el crecimiento monstruoso de la coerción estatal en la Unión Soviética es testimonio  elocuente de que tal sociedad se está alejando del  socialismo.

12º. “Los trabajadores no tienen patria.” Estas  palabras del Manifiesto han sido evaluadas más de  una vez por filisteos como un escarnio agitativo. En realidad proveyeron al proletariado con la única instrucción imaginable en el problema de la “patria” capitalista. La violación de esta directiva por la II Internacional acarreó no solamente cuatro años de devastación en Europa, sino también el presente estancamiento de la cultura mundial.6 En vista de la  nueva guerra inminente, para la cual ha preparado  el camino la traición de la Tercera Internacional, el Manifiesto continúa siendo ahora el consejero más  fidedigno en el problema de la “patria” capitalista.

Así, vemos que esta obra conjunta y más bien breve de dos jóvenes autores continúa dando instrucciones irremplazables sobre los más importantes y vehementes problemas de la lucha por la emancipación. ¿Qué otro libro podría ser aun lejanamente  comparado con el Manifiesto Comunista? Pero esto  no implica que después de veinte años de desarrollo sin precedentes de las fuerzas productivas y vastas  luchas sociales, el Manifiesto no necesita correcciones  o adiciones. El pensamiento revolucionario no tiene  nada en común con el culto a los ídolos. Programas y pronósticos son examinados y corregidos a la luz de la experiencia que es el criterio supremo de la razón humana. El Manifiesto también requiere correcciones y adiciones. Sin embargo como lo evidencia la misma  experiencia histórica, estas adiciones y correcciones  pueden ser llevadas a cabo con éxito, solamente al proceder de acuerdo con el método fijado en la base  del Manifiesto mismo. Trataremos de indicarlo en varios ejemplos importantísimos.

1º. Marx enseñaba que ningún sistema social abandona la arena de la historia, antes de agotar sus potencialidades creativas. El Manifiesto ataca al capitalismo por retardar el desarrollo de las fuerzas  productivas. Sin embargo durante ese período, así como en las décadas siguientes, este retardo era solamente de carácter relativo. Si hubiera sido posible en la segunda mitad del siglo diecinueve, organizar la economía sobre principios socialistas, sus tempos de crecimiento hubiesen sido inconmensurablemente mayores. Pero este postulado, teóricamente irrefutable, no invalida el hecho de que las fuerzas productivas continuaron expandiéndose en una escala internacional hasta la guerra mundial. Solamente en los últimos  veinte años, a pesar de las más modernas conquistas  de la ciencia y la tecnología, ha comenzado la época de completo estancamiento y hasta decadencia de la economía mundial. La humanidad está comentando a gastar su capital acumulado, mientras la próxima guerra amenaza destruir por muchos años las bases de la civilización. Los autores del Manifiesto pensaron que el capitalismo decaería mucho antes de la época en que, de un régimen relativamente reaccionario, se convertiría a un régimen absolutamente reaccionario. Esta transformación tomó forma final solamente ante los ojos de la generación actual y convirtió nuestro tiempo en una época de guerras, revoluciones y fascismo.

2º. El error de Marx y Engels respecto a las fechas históricas surgió, por un lado, de la subestimación de las posibilidades futuras latentes en el capitalismo y, por el otro, de una sobrestimación de la madurez revolucionaria del proletariado. La revolución de 1848 no se transformó en una revolución socialista como el Manifiesto había calculado, sino que permitió  a Alemania un vasto ascenso posterior de tipo capitalista.7 La Comuna de París comprobó que el proletariado sin tener a la cabeza un partido revolucionario templado no puede arrancar el poder a la burguesía. Entretanto sobrevino el prolongado período  de prosperidad capitalista que logró, no la educación  de la vanguardia revolucionaria, sino más bien, la  degeneración burguesa de la clase obrera, la cual  a su vez tornóse en el principal freno de la revolución  proletaria. Esencialmente, para los autores del Manifiesto era absolutamente imposible haber previsto  esta “dialéctica”.

3º. Para el Manifiesto, el capitalismo era el reino  de la libre competencia. Mientras se refiere a la concentración creciente del capital, el Manifiesto no estableció la conclusión necesaria con respecto al monopolio, que se ha vuelto la forma dominante del capitalismo en nuestra época y la precondición más importante para la economía socialista. Solamente después en El Capital Marx estableció la tendencia hacia la transformación de competencia libre a monopolio. Fue Lenin quien dió una caracterización científica del monopolio capitalista en su Imperialismo.

4º. Al basarse en el ejemplo de la “revolución industrial” inglesa, los autores del Manifiesto imaginaron de una manera demasiado unilateral el proceso de liquidación de las clases intermedias, como una proletarización al por mayor de artesanado, campesinado y pequeñas industrias. En realidad, las fuerzas elementales de la competencia están lejos de haber completado este trabajo simultáneamente progresivo y bárbaro. El capitalismo ha arruinado a la pequeña burguesía a una velocidad mayor de lo que la ha proletarizado. Además el estado burgués ha dirigido por mucho tiempo su política consciente hacia el mantenimiento artificial del estrato pequeñoburgués. Al extremo opuesto, el crecimiento de la tecnología y la racionalización de la industria en gran escala, engendra un desempleo crónico e impide la proletarización de la pequeña burguesía. Al mismo tiempo, el desarrollo del capitalismo ha acelerado, hasta el extremo, el crecimiento de legiones de técnicos, administradores, empleados comerciales, en resumen, la llamada “nueva clase media”. Por tanto, las clases intermedias, a cuya desaparición se refiere tan categóricamente el Manifiesto incluyen, aun en un país tan altamente industrializado como Alemania, casi la mitad de la población. Sin embargo, la preservación artificial del anticuado estrato pequeñoburgués no mitiga, en forma alguna, las contradicciones sociales, sino que por el contrario, las cubre con una malicia especial y, junto con el ejército permanente de los desempleados, constituye la expresión más nociva de la descomposición del capitalismo.

5º. Calculado para una época revolucionaria, el Manifiesto contiene diez demandas (final del capítulo II), las cuales corresponden al período de transición directa del capitalismo al socialismo. En su prefacio de 1872, Marx y Engels declararon anticuadas en parte  estas consignas y, en todo caso, de importancia secundaria. Los reformistas se apoderaron de esta evaluación  para interpretarla en el sentido de que las consignas  revolucionarias transicionales habían cedido para  siempre su lugar al “programa mínimo” socialdemócrata, el cual, como es bien sabido, no trasciende los límites de la democracia burguesa. En realidad, los autores del Manifiesto indicaron precisamente la corrección principal de su programa transicional, al decir, “la clase trabajadora no puede tomarse la maquinaria estatal existente y manejarla para sus propios fines”. En otras palabras, la corrección estaba dirigida contra el fetichismo de la democracia burguesa. Marx contrapuso más tarde al estado capitalista, el estado tipo comuna. Este “tipo” asumió consecuentemente la  forma, mucho más gráfica, de soviets. No puede haber hoy un programa revolucionario sin soviets y sin poder obrero. En cuanto a los demás, las diez consignas del Manifiesto, han recuperado completamente hoy su verdadero significado. El “programa  mínimo” socialdemócrata por otra parte se ha vuelto desesperadamente anticuado.

6º. Al basar su expectativa de que “la revolución burguesa alemana... no será sino un preludio a una  inmediatamente próxima revolución proletaria”, el Manifiesto cita las condiciones mucho más avanzadas de la civilización europea comparadas a las que existían en Inglaterra en el siglo diecisiete y en Francia en el dieciocho, y el desarrollo mucho mayor del proletariado. El error en este pronóstico no era solamente  la fecha. La revolución de 1848 revelé en unos pocos  meses que precisamente bajo condiciones más avanzadas ninguna de las clases burguesas es capaz  de llevar a cabo la revolución: la burguesía alta y media está demasiado vinculada a los terratenientes y limitada por el temor a las masas; la pequeña burguesía está demasiado dividida y sus altos dirigentes demasiado dependientes de la gran burguesía. Como evidencia el subsecuente y total curso de desarrollo en Europa y Asia, la revolución burguesa tomada  en sí misma, no puede ser en general consumada. Una purga completa de la basura feudal de la sociedad  es solamente concebible, bajo la condición de que el proletariado, libre de la influencia de los partidos  burgueses, se declare a la cabeza del campesinado y establezca su dictadura revolucionaria. Con esta prueba la revolución burguesa se entrelaza con la primera etapa de la revolución socialista, para disolverse posteriormente en esta última. Entonces la revolución nacional se convierte en un eslabón de la  revolución mundial. La transformación de la base económica y de todas las relaciones sociales asume un carácter permanente (e ininterrumpido).

Para partidos revolucionarios en países atrasados  de Asia, Latinoamérica y Africa, una comprensión clara de la conexión orgánica entre la revolución democrática y la dictadura del proletariado - y por lo  tanto la revolución socialista internacional - es un  problema de vida o muerte.

7º. Mientras describe cómo el capitalismo atrae hacia su vértice países atrasados y bárbaros, el Manifiesto no contiene ninguna referencia a la lucha por la independencia de países coloniales y semicoloniales. Teniendo en cuenta que Marx y Engels consideraron la  revolución social “por lo menos en los principales países civilizados” como asunto de unos pocos años, el problema colonial estaba resuelto automáticamente para ellos, no como consecuencia de un movimiento independiente de nacionalidades oprimidas, sino de la victoria del proletariado en los centros metropolitanos del capitalismo. Los problemas de estrategia revolucionaria en países coloniales y semicoloniales no son  tratados en absoluto en el Manifiesto. Sin embargo, estos problemas exigen una solución independiente. Por ejemplo, es axiomático que mientras “la patria nacional” es el freno histórico más pernicioso en países  capitalistas avanzados, continúa siendo un factor relativamente progresivo en países atrasados obligados a luchar por una existencia independiente.

“Los comunistas”, declara el Manifiesto, “apoyan  en todas partes todo movimiento revolucionario contra el orden social y político existente.” El movimiento de las razas de color contra sus opresores imperialistas es uno de los más poderosos e importantes y por lo tanto exige un apoyo completo, incondicional e ilimitado por parte del proletariado de raza blanca. El mérito de desarrollar una estrategia revolucionaria  para nacionalidades oprimidas pertenece primordialmente a Lenin.

8º. La parte más anticuada del Manifiesto - con respecto al material y no al método - es la crítica a la literatura socialista de la primera parte del siglo diecinueve (capítulo III) y la definición de la posición de los comunistas frente a varios partidos de oposición (capítulo IV). Loa movimientos y partidos enumerados en el Manifiesto fueron tan drásticamente arrollados por la revolución de 1848 o por la contrarrevolución siguiente, que uno tiene que buscar sus nombres en un diccionario histórico. Sin embargo, también en esta parte, el Manifiesto está más cerca de nosotros ahora de lo que lo estuvo de la generación precedente. En la época del florecimiento de la Segunda Internacional, cuando el marxismo parecía ejercer un dominio indiviso, las ideas del socialismo premarxista podían haber sido consideradas definitivamente en el pasado. Pero hoy las cosas son diferentes. La descomposición del Partido Socialdemócrata y de la Internacional Comunista engendra a cada paso monstruosas recaídas ideológicas. El pensamiento senil parece haberse vuelto infantil. En busca de fórmulas salvadores los profetas de la época de la decadencia, descubren como nuevas doctrinas enterradas por el socialismo científico.

En lo que respecta al problema de partidos de oposición, las décadas transcurridas han introducido los cambios más profundos, no solamente en el sentido de que los viejos partidos han sido remplazados por nuevos, sino en el sentido de que el carácter mismo de los partidos y su relación mutua han cambiado radical- mente bajo las condiciones de la época imperialista. El Manifiesto debe ser ampliado por lo tanto con los documentos más importantes de los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, la literatura esencial del bolchevismo y las resoluciones de las conferencias de la Cuarta Internacional.8

Hemos observado antes que, de acuerdo con Marx, ningún orden social abandona la escena sin agotar  antes sus potencialidades latentes. Sin embargo hasta un orden social anticuado, no cede su lugar a uno  nuevo sin oponer resistencia. Un cambio en regímenes  sociales presupone la forma más severa de la lucha de  clases, es decir, la revolución. Si el proletariado, por  una u otra razón, demuestra su incapacidad de derrocar  con un golpe audaz al orden burgués sobreviviente,  entonces el capital financiero en su lucha por mantener  su dominio inestable, no puede hacer otra cosa que  convertir a la pequeña burguesía, arruinada y desmoralizada por él, en el ejército pogromista del fascismo. La  degeneración burguesa de la socialdemocracia y la  degeneración fascista de la pequeña burguesía están  entrelazadas como causa y efecto.

En la época actual, la Tercera Internacional, mucho  más desaforadamente que la Segunda, realiza en todos  los países el trabajo de engañar y desmoralizar a los  trabajadores. Al masacrar la vanguardia del proletariado español, los mercenarios desenfrenados de  Moscú, no solamente preparan el terreno para el fascismo, sino que ejecutan una buena parte de su trabajo. La prolongada crisis de la revolución internacional, la  cual se transforma más y más en una crisis de la cultura  humana, es reducible en esencia, a la crisis de la dirección revolucionaria.

Como heredera de la gran tradición, de la cual el Manifiesto Comunista forma el más precioso vínculo,  la IV Internacional está educando nuevas células  para la solución de antiguas tareas. La teoría es realidad generalizada. En una actitud honesta hacia la teoría revolucionaria está expresado el impulso apasionado de reconstruir la realidad social. El hecho de que en la parte sur del Continente Negro nuestros compañeros fueron los primeros en traducir el Manifiesto a la lengua afrikaans, es otra ilustración gráfica del hecho de que el pensamiento marxista vive hoy solamente bajo la bandera de la Cuarta Internacional. A ella pertenece el futuro. Cuando se celebre el centenario del Manifiesto Comunista, la Cuarta Internacional se habrá transformado en la fuerza revolucionaria decisiva de nuestro planeta.


* Trotsky escribió este texto como introducción a la primera edición del Manifiesto Comunista en lengua afrikáans.

1 Karl Marx (1918-1883) y Friedrich Engels (1820-1896): fundadores del socialismo y dirigentes de la Primera Internacional 1864-1876.

2 La Internacional Comunista (IC o Komintern) fue fundada en 1919 bajo el liderazgo de Vladímir Lenin y León Trotsky a la cabeza del Partido Bolchevique ruso, como partido mundial de los obreros revolucionarios. Luego de la muerte de Lenin (1923) y la toma de poder político en la Unión Soviética por Stalin como vocero de una burocracia conservadora, los estalinistas estrangularon a la Comintern. A mediados de los años 30, pasó del centrismo zigzagueante al reformismo mediante la adopción de la política del Frente Popular, de subordinar la independencia del proletariado a “alianzas” con sectores de la burguesía.

3 Eduard Bernstein (1850-1932) era el principal exponente del revisionismo dentro del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), que rechazó la lucha de clases y la revolución en aras de una reforma gradual del capitalismo y la colaboración con los partidos burgueses. Karl Kautsky (1854-1938) era considerado como el principal teórico marxista de la II Internacional hasta la I Guerra Mundial, cuando se convirtió en un apologista centrista para la mayoría reformista y chauvinista de la SPD, que votó a favor de los créditos de guerra. Era un opositor furibundo de la Revolución Bolchevique en Rusia.

4 Léon Blum (1872-1950) era jefe del partido socialista francés y primer ministro del primer gobierno del Frente Popular en Francia en 1936-1937. Camille Chautemps (1885-1963) era el líder del partido radical-socialista, partido liberal burgués, y primer ministro de Francia en 1930, 1933-1934 y 1937-1938. Francisco Largo Caballero (1869-1946) era jefe del Partido Socialista Obrero Español y primer ministro del gobierno de España de septiembre de 1936 hasta mayo de 1937. Fue sustituido por Juan Negrín (1889-1956), quien presidió la derrota de la República hasta el triunfo de Franco en 1939.

5 El bonapartismo significa el intento de concentrar los poderes del estado en manos de un “hombre fuerte” en períodos de crisis social. El punto de referencia es el gobierno del emperador Louis-Napoleón Bonaparte en Francia entre 1852 y 1870. El dirigente bonapartista pretende colocarse encima de las fuerzas de clase en pugna, con el propósito de mantener el poder de la clase dominante. En 1924, poco después de apoderarse del Kremlin, Stalin acuñó la tesis de la construcción del “socialismo en un solo país”, lo que contradice los fundamentos del marxismo. El dogma nacionalista conservador de Stalin sirvió luego de excusa ideológica  para el abandono del internacionalismo revolucionario. 

6 La II Internacional fue fundado en 1889 como asociación de partidos socialdemócratas; su sección más fuerte era la socialdemocracia alemana. Lenin y Trotsky fundaron la III Internacional comunista como respuesta a la bancarrota y traición de los principales partidos de la II Internacional que durante la I Guerra Mundial apoyaron a “su” burguesía en la carnicería imperialista.

7 En el año 1848, irrumpieron luchas revolucionarias en toda Europa contra los regímenes feudal-aristocráticas y burgueses. Los revolucionarios exigían los derechos democráticos, la unificación nacional y reformas constitucionales. La Comuna de Paris de 1871 fue el primer intento de establecer un gobernó revolucionario de los trabajadores, la dictadura del proletariado, como lo denominó Karl Marx. Del 18 de marzo hasta el 28 de mayo de ese año, los trabajadores tomaron la ciudad de París y la administraron, hasta que fueron desalojados por el ejército de ocupación prusiano. En la terrible matanza que siguió, llevado a cabo por la burguesía francesa, fueron masacrados decenas de miles de los obreros insurrectos. 

8 La IV Internacional fue fundado por León Trotsky como partido mundial de la revolución socialista. Después de que Hitler subió al poder a principios de 1933 sin resistencia por parte de los socialdemócratas y estalinistas, Trotsky proclamó la necesidad  de una nueva internacional, la cual tuvo su conferencia fundadora en Francia en septiembre de 1938 donde se aprobó el Programa de Transición.

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