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octubre de 2009   

Honduras: ¡Barrer con golpistas, generales y capitalistas –
Luchar por un gobierno obrero y campesino!

Lucha obrera revolucionaria
contra el golpismo en Centroamérica


Marcha multitudinaria en contra del golpe y de la represión desatada por la dictadura, Tegucigalpa,
11 de agosto.
Foto: Honduras Laboral

¡Imperialismo yanqui, manos fuera!

El artículo que publicamos a continuación se basa en una charla en un foro-debate del Grupo Internacionalista, sección de la Liga por la IV Internacional, que se realizó el 21 de agosto en la Universidad Nacional Autónoma de México.

El reciente golpe de estado en Honduras desató una crisis regional y continental que aún perdura. Su intensidad no sólo no ha menguado, sino que se ha crispado, principalmente porque la resistencia de los trabajadores no ha cedido un milímetro ante la brutal represión de la dictadura que se apoderó del país centroamericano. No obstante el empeño de los golpistas en mantenerse en el poder con tácticas dilatorias, alimentadas por el reconocimiento de hecho del régimen de facto por su amo imperialista, el gobierno de Estados Unidos, éstos no han podido restablecer el orden. A pesar de los golpes proferidos, la tortura y los asesinatos, los obreros y campesinos hondureños, los profesores y estudiantes, los pueblos indígenas, la población negra garífuna y las mujeres en particular, siguen en pie de lucha. Su ejemplo heroico es una inspiración para todos.

Las cúpulas visibles del golpe de estado: el "presidente" títere Roberto Micheletti (con traje y corbata) y el general Romeo Vásques (saludando). Foto: Reuters

Cuando el general Romeo Vásquez Velásquez destituyó al presidente de la república Manuel Zelaya Rosales, deteniéndolo a punta de fusil en su casa, secuestrándolo y desterrándolo a Costa Rica en pijama, para luego colocar como mandatario títere al presidente del Congreso hondureño, Roberto Micheletti Baín, seguramente pensó que el problema estaba resuelto. No ha sido así. Es evidente que el acto de fuerza respondió al deseo de las retrógradas clases dominantes de Centroamérica, animadas por la ultraderecha imperialista, de deshacerse de los presidentes de “centro-izquierda moderada” electos en toda la región. A todas luces escogieron a Honduras por tener la izquierda política más débil del istmo. Zelaya, abanderado del tradicional Partido Liberal, no tenía un aparato de masas como lo tienen el FMLN en El Salvador o el FSLN en Nicaragua. Pero calcularon mal. No tomaron en cuenta que Honduras tiene el movimiento sindical más fuerte de la región, y son los sindicatos que han vertebrado la resistencia.

El golpe de estado cívico-militar desencadenó una pesadilla para las masas hondureñas, y no sólo para ellas. De hecho, representa la amenaza para toda América Latina del retorno a los tiempos de las dictaduras militares, de las guerras sucias y los escuadrones de la muerte de los años 70 y 80. Todos comprenden que si se afianzan los gorilas en Honduras, lo mismo podría repetirse mañana en Ecuador o Bolivia. La cuestión que se plantea es cómo erradicar esta plaga que ha agobiado América Latina durante décadas, y para eso hay que analizar sus contornos, sus raíces y su alcance. Suponer que la solución radica en el mero restablecimiento del “orden constitucional” mediante la restitución del presidente Zelaya, o siquiera que se puede resolver en un marco democrático-burgués, significa desconocer cuáles son las fuerzas de clase que produjeron el golpe, así como la telaraña que se extiende de Tegucigalpa a los corredores del poder en Washington. En realidad, sólo mediante la revolución socialista internacional será posible erradicar el golpismo, que es consustancial con el capitalismo latinoamericano bajo el dominio imperialista.

Un golpe “made in U.S.A.”

A fin de cuentas, y a pesar de los desmentidos de los voceros estadounidenses, este golpe es un producto “made in U.S.A.” Y este hecho influye enormemente en cómo se ha de perfilar la estrategia para combatirlo.

Hay que destacar, como lo hemos hecho, que la asonada hondureña es “el primer golpe del gobierno Obama”. En Latinoamérica ha habido muchas ilusiones en la elección del presidente norteamericano, reputado liberal y crítico de la guerra de Irak. Se lo entendió como el “anti Bush”. Menos ilusiones, quizás, que en los EE.UU., donde la elección del primer presidente negro representó una alteración social significativa, pero no el anunciado “cambio” político. Hubo grandes esperanzas equivocadamente depositadas en Barack Obama, y mientras el Grupo Internacionalista advirtió desde el principio que era un guerrerista y defensor de los banqueros, prácticamente la totalidad de la izquierda norteamericana, explícita o implícitamente, hizo algún aporte a su elección. Por su oportunismo inveterado, alimentó las ilusiones en lugar de combatirlas.

Sin embargo, a siete meses de su toma de posesión, la administración de Obama resulta ser, en su contenido político, el tercer mandato de George Bush II. Su personal dirigente proviene en buena medida del equipo de Bill Clinton, a lo que se suma el hecho de que los jefes de las secretarías de guerra y del tesoro desempeñan las mismas funciones que bajo Bush. Esta continuidad del personal representa un juramento de lealtad a Wall Street y al Pentágono, lo que prueba que se trata del mismo imperialismo yanqui de siempre. En su política de “seguridad nacional”, de la guerra imperialista y ocupación colonial de Irak y Afganistán, Obama sigue la misma pauta que el gobierno Bush y hasta ha intensificado las arremetidas militares dentro de Pakistán. Sigue la tortura, siguen las masacres de la población civil afgana, y siguen las medidas de estado policíaco contra las libertades democráticas en Estados Unidos.

En América Latina, se ha reactivado la IV Flota de la Marina de guerra estadounidense, que dejó de existir en los años 40 del último siglo; ahora se va a firmar un nuevo acuerdo con Colombia para dar acceso a las fuerzas norteamericanas a siete bases militares colombianas, aunadas a las seis donde ya tiene cientos de “asesores” militares y agentes de la inteligencia norteamericana. Con todo, después del anuncio del gobierno ecuatoriano de Rafael Correa de que no renovará el contrato para el uso de la base aérea de Manta (de la que recuperó el control a mediados de septiembre), Estados Unidos está rodeando a la Venezuela de Hugo Chávez con un cerco militar. Como dice con razón el presidente venezolano, soplan vientos de guerra en la región.

Fue en ese marco que se tramó el golpe militar en Honduras que derrocó al presidente Zelaya, acusado de ser la cabeza de playa de la expansión del chavismo en Centroamérica. Chávez, este nacionalista-populista burgués quien no ha expropiado nada y cuyas pocas nacionalizaciones son operaciones de compra-venta que resultan bastante lucrativas para las empresas involucradas, parece haber remplazado para Estados Unidos al “castrocomunismo” como el temido fantasma que ronda en América Latina.

Contubernio: El embajador estadounidense (y gusano cubano) Hugo Llorens con el entonces presidente del Congreso hondureño, Roberto Micheletti, septiembre de 2008.

Hemos publicado los detalles que demuestran que EE.UU. estuvo metido hasta el cuello en la preparación de la intentona, discutiendo incluso con los futuros golpistas cómo arrestar al presidente elegido por el voto popular.1 El secretario de estado adjunto Thomas Shannon viajó a Tegucigalpa con este fin una semana antes del derrocamiento de Zelaya. Señalamos cómo los golpistas han contratado a connotados lobbistas ligados a los Clinton para ser sus representantes en Washington. También es el caso de que grupos liberales como el Washington Office on Latin America impugnaron al presidente Zelaya en los días anteriores al golpe por sus planes de celebrar una simple encuesta, nada más, sobre si se quiere convocar una asamblea constituyente. Pero si esto dio escalofrío a la clase dominante hondureña, junto con el aumento en un 60 por ciento del sueldo mínimo decretado por Zelaya el año pasado, a Washington le preocupaban los lazos cada vez más estrechos entre el presidente hondureño y el presidente venezolano en el marco del ALBA, la Alianza Bolivariana para las Américas.

Otro elemento que ubica el golpe cívico-militar en un marco regional fue la sustitución coordinada de los embajadores norteamericanos ante los gobiernos de Nicaragua, Honduras, Guatemala y El Salvador en agosto del año pasado: Hugo Llorens fue despachado a Tegucigalpa, Robert Blau (encargado de negocios) a San Salvador, Stephen McFarland a Guatemala y Robert Callahan a Managua. Todos pasaron por la Universidad de Guerra en Washington (el United States War College); todos trabajaron en la embajada norteamericana en Irak, y todos fueron funcionarios de la Dirección Nacional de Inteligencia (National Intelligence Directorate) bajo John Negroponte, conocido como “El Procónsul” cuando era embajador estadounidense en Honduras en los años 80. Desde ese puesto manejó los escuadrones de la muerte en El Salvador, la asesina “contra” nicaragüense y el Batallón 316 en Honduras, que asesinó y desapareció a cientos de activistas de izquierda e impuso un reino de terror en el país.

Ahora los fantasmas del pasado han retornado a Honduras. Horas después del golpe, Billy Joya Améndola, tristemente célebre como uno de los más sanguinarios esbirros del Batallón 316, apareció en las pantallas de la televisión hondureño como “ministro consejero” del “presidente” fantoche. Anteriormente, ese torturador fue el principal consejero político de Micheletti en su fallida campaña para ser candidato del Partido Liberal en los comicios de este año. Respondiendo a las acusaciones de que era responsable de la muerte o desaparición de 16 personas en los años 80, Billy Joya dijo a una reportera del New York Times (8 de agosto): “La política en ese entonces era que el único comunista bueno es un comunista muerto. Apoyé esa política”. Es interesante que Joya, como buena parte de la “elite” hondureña, tenga permiso de residencia de EE.UU., la famosa “tarjeta verde”, y en las últimas semanas se haya llevado a su familia a Miami. Se informa también que muchos de los empresarios artífices del golpe han enviado a sus familias a Estados Unidos, para el caso de que pierdan la partida.

El abrazo del diablo. El presidente hondureño Zelaya con el embajador yanqui Llorens, en Managua, el 30 de julio. Foto: Reuters

No hay que olvidar que todos los golpes militares en Honduras, en 1956, en 1963 (el más cruento, para instalar en el poder el padre de la canciller de Zelaya, Patricia Rodas), en 1972,  en 1975 y 1978, buscaron el apoyo del imperialismo norteamericano y hostigaron al movimiento obrero. Aún cuando ha habido regímenes supuestamente civiles, éstos no fueron sino un disfraz para maquillar el dominio militar. Entonces, para eliminar a los golpes militares y los gobiernos castrenses con disfraz civil, que son un constante de la historia hondureña, hay que romper con el sistema que los genera: el imperialismo. Al comienzo, mucho de los que se oponían al golpe hondureño pidieron que EE.UU. desautorizara a los golpistas. Hugo Chávez pidió, “Obama, haga algo”. Nosotros de la Liga por la IV Internacional, en cambio, insistimos “¡Imperialismo yanqui, manos fuera!” No rogamos a Obama que reinstale Zelaya en la silla presidencial. Exigimos que EE.UU. saque sus tropas de la base militar de Soto Cana (Palmerola) junto con sus agentes en todo el país, y llamamos a los trabajadores hondureños a que expulsen a los imperialistas.

Tampoco pedimos que intervenga la Organización de Estados Americanos (OEA) –ese organismo que Ernesto “Ché” Guevara denominó, con razón, el ministerio yanqui de colonias– ni pedimos la intervención de los gobiernos burgueses latinoamericanos como Brasil, Chile y Argentina. Si se pronuncian en contra del golpe hondureño, tanto mejor;  pero como súbditos, aliados y socios menores del imperialismo norteamericano, su postura ha consistido en negociar un acuerdo, como el funesto “Acuerdo de San José”, que prevé el retorno sin poderes de Zelaya y la convivencia con Micheletti y Cía. Los trabajadores deberían rechazar todo “diálogo” con los golpistas, que sólo “dialogan” con fusiles y macanas. “Amnistía” para esos criminales significa impunidad. ¡Ni olvido, ni perdón para los golpistas! No pedimos a fuerzas burguesas que negocien una componenda con los gorilas. Luchamos, al contrario, por la movilización obrera para aplastar el golpe.

¡Derribar el golpe con una lucha clasista!

Mientras tanto se ha desatado sobre Honduras una ola de represión sin precedentes en la historia del país. Miles de personas han sido detenidas hasta el momento (17 mil hasta finales de septiembre, según los cálculos de las agencias de derechos humanos). Las “fuerzas del orden” dan palizas brutales en plena calle para “darles una lección” a los manifestantes, mientras en las tinieblas fusilan y acuchillan a profesores en particular. Nada se sabe sobre el paradero de los cientos de campesinos arrestados con cualquier pretexto después de haber marchado cientos de kilómetros para expresar su repudio al golpe. Cuando una muchedumbre de hasta 100 mil opositores a la toma de poder militar acudió al aeropuerto de Toncatín el 4 de julio para saludar al presidente Zelaya a su pretendida llegada, un francotirador uniformado mató a un jóven de 16 años, Isis Obed Murillo, con un tiro al corazón. Cuando su padre, un religioso evangélico quería protestar contra esta atrocidad, fue arrestado. Más tarde, dos maestros – Roger Vallejo y Martín Riviera – fueron vilmente asesinados, lo que refleja el papel destacado de los sindicatos magisteriales en la resistencia al régimen usurpador.  

Los escuadrones de la muerte están de vuelta. José Murillo Sánchez, cuando intentó protestar por el asesinato de su hijo Isis Obed por un francotirador del ejército, es arrestado por policías encapuchados. Foto: CIPRODEH

Tal vez el más siniestro aspecto de la represión no es tanto el saldo de muertos, sino el hecho de que las fuerzas militares se empeñen en atacar brutal y sistemáticamente a los manifestantes con palos en lugar de balas. En esto se ve la mano escondida de sus “asesores” militares norteamericanos que les aconsejan evitar crear mártires. De la misma manera, cuando la tortura va acompañada por médicos y siquiatras que indican a los torturadores en qué momento hacer una pausa para evitar matar al “sujeto”, se trata de un signo inequívoco de que se está llevando a efecto la represión “científica” con la marca registrada de la CIA. Los altos mandos hondureños son unos sicópatas sanguinarios que no dudarían ni un minuto en dar la orden de masacrar a miles de sus “compatriotas”. Si se concentran, por ahora, en dar palizas y pateadas, se sabe a ciencia cierta que están siendo instruidos por la Fuerza de Tarea Conjunta, la JTF-Bravo, del ejército yanqui, ubicada en la base militar Soto Cano en Palmerola, digan lo que digan los voceros del Pentágono sobre su supuesta no participación en el golpe.

(Ahora están experimentando con armas novedosas de “control de turbas”, como el “Dispositivo Acústico de Largo Alcance”, o LRAD por sus siglas en inglés, que se está empleando contra la embajada de Brasil en Tegucigalpa, y que utilizaron antes en Afganistán e Irak, y más recientemente en contra de manifestantes antiglobalización en Pittsburgh, EE.UU.)

El cuartelazo hondureño, apuntalado e incluso instigado por la aplastante mayoría de la clase capitalista; avalado por los partidos Nacional y Liberal en el Congreso Nacional; “legalizado” por la sumisa Corte Suprema de Justicia, totalmente controlada por los mismos partidos; y santificado por la bendición tanto del arzobispado de la iglesia católica como de los más altos jerarcas evangélicos – representa una espeluznante amenaza a los derechos democráticos y los intereses fundamentales de las masas hondureñas en uno de los países más pobres de América Latina. Fue motivado también por intereses de clase, capitalistas. Se lo llevó a cabo, entre otras razones, para intensificar la explotación en las maquiladoras, las fábricas de zona franca, que producen para el mercado capitalista mundial. Como hemos señalado, a pesar de ser un país pequeño, Honduras es el tercer país del mundo en cuanto al número de trabajadores en la maquila.

Cerca de mil trabajadoras de la maquila Index en Comayagüela se manifiestan el 17 de febrero de 2009 por exigir el pago del sueldo mínimo decretado por el gobierno de Manuel Zelaya en diciembre del año pasado. Foto: El Heraldo

Esto quiere decir que el país que otrora fuera la “república bananera” por excelencia, hoy es una “república maquiladora”. Esto tiene un aspecto contradictorio: por un lado, Honduras se encuentra bajo la férula directa del imperialismo, sujeta a los mandamientos de los capitalistas norteamericanos. Pero por otro lado, su integración a la economía mundial, en particular mediante el Tratado de Libre Comercio de Centroamérica, el CAFTA, significa que la suerte de los trabajadores hondureños es muy sensible a la acción del movimiento obrero mundial. Esto subraya la importancia de la acción sindical internacional para resistir al golpe. La Federación Internacional de Trabajadores del Transporte ha convocado a boicotear barcos de bandera hondureña cuando entren en puertos sindicalizados. Si de hecho se imposibilita que cargamentos de bananos o de ropa o calzado manufacturado en las fábricas del Gap, Nike y Adidas en Honduras pueden llegar a su destino, esto podría inclinar a los padrinos imperialistas de los golpistas hondureños a deshacerse de sus títeres. Pero hasta ahora el llamado de la ITT por la acción sindical no se ha implementado debido al “respeto” de la burocracia a las leyes capitalistas.

Dentro de Honduras han sido los sindicatos sobre todo, junto con las cooperativas agrícolas, los que han organizado la resistencia. Los gremios magisteriales, en particular, han jugado un papel destacado, con una huelga general de la educación que duró tres semanas desde el 29 de junio, seguida de una huelga rotativa (tres días de instrucción seguidos de dos días de huelga). El local del sindicato de las embotelladoras, el STIBYS, sirve de centro organizativo de las protestas, y el presidente del sindicato, Carlos Reyes, es uno de los principales dirigentes de la resistencia. Hubo paros nacionales de 48 horas en las últimas dos semanas de julio. Sin embargo, se han limitado sobre todo sector público, y tienen un carácter policlasista: son “paros cívicos” y no huelgas obreras. Esto refleja el carácter frentepopulista de la oposición del golpe, encabezada por una coalición que “une” a los trabajadores a un sector de los capitalistas. El Frente Nacional Contra el Golpe de Estado (FNCGE) incluye a un partido burgués menor, Unificación Democrática, y a sectores disidentes del Partido Liberal. Y en general, la lucha por la reposición de “Mel” Zelaya busca aglutinar a los que se oponen al golpe en torno a un programa del mínimo común denominador, garantizando que la resistencia se limitaría al marco capitalista.

Los militares realizaron su asonada por defender los intereses de unos cuantos propietarios. Sin embargo, estos no eran una “oligarquía,” representan el nudo de la clase dominante capitalista. Para derrotarlos y barrer con el golpismo hace falta una revolución obrera.

En un artículo anterior sobre el golpe cívico-militar en Tegucigalpa hemos tratado el tema de la “oligarquía,” que muchos izquierdistas manejan como un lema2. Denuncian a “la rancia oligarquía hondureña”, para justificar su política frentepopulista. Implican que, aunque las cúpulas de la clase dominante apoyan el golpe, hay supuestamente otros sectores burgueses que no. Explicamos que, a diferencia de países capitalistas económicamente más avanzados donde la referencia a una oligarquía es pura invención, en Honduras persiste el dominio de un reducido número de familias y clanes, pero que esta “oligarquía” no es otra cosa que la clase dominante burguesa. Los pocos opositores capitalistas al golpe no son más que “la sombra de la burguesía”, como León Trotsky describió al componente burgués del Frente Popular español durante la Guerra Civil Española de los años 30. La izquierda reformista quiere aliarse con ellos no porque la oposición tendría así más fuerza, sino para que ésta sea más aceptable para los poderes fácticos, y para poner un candado sobre la acción de sus propias bases, para que no vayan “demasiado lejos”.

En concordancia con el programa trotskista, la Liga por la IV Internacional llama a movilizar a los trabajadores hondureños en contra del golpe no con la finalidad de reinstalar el gobierno de Zelaya, un conservador burgués, sino con el propósito de luchar por un gobierno obrero y campesino para barrer con los golpistas y derrocar el sistema capitalista que los engendra. Es por ello que llamamos a movilizar a los trabajadores en una huelga general, y a formar grupos de autodefensa obrera contra la represión. Luchamos al lado de los zelayistas contra los golpistas, al mismo tiempo que advertimos que el presidente derrocado también es un político capitalista que responde a las exigencias del imperialismo. Será una lucha difícil en este momento en que las masas gritan “Mel, amigo, el pueblo está contigo”. Pero prepararía a los que se oponen al golpe para la lucha revolucionaria que es la única salida positiva para los explotados.

Zelaya ya ha aceptado los amarres que le quieren imponer los imperialistas norteamericanos en los llamados “Acuerdos de San José”, hasta ahora unilaterales, porque los Micheletti, Vásquez Velásquez, Facussé y demás no los aceptan. En particular, ante la insistencia del Departamento de Estado, el presidente hondureño ha sacrificado la reivindicación de una asamblea constituyente. Esta consigna se ha convertido últimamente en punto de convergencia de la izquierda reformista y centrista de América Latina que, habiendo perdido confianza en la revolución socialista y  en la capacidad revolucionaria del proletariado, enarbola una u otra variante de una “revolución democrática”, es decir, burguesa. Aboga por constituyentes en todas partes, incluso en países que hace tiempo tienen todas las formas de la recortada “democracia” burguesa. Para los marxistas revolucionarios, en cambio, la reivindicación de una asamblea constituyente tiene vigencia en países feudales o semifeudales, o donde impera un régimen policíaco-militar “bonapartista”, que es esencialmente antidemocrático (ver nuestro artículo, “El trotskismo versus la manía por asambleas constituyentes por doquier”, El Internacionalista n° 7, mayo de 2009).

No obstante los reclamos de sus partidarios, Manuel Zelaya ya ha abandonado la reivindicación de una asamblea constituyente, que fue uno de los detonantes del golpe de estado, por la insistencia de la burguesía de impedir a toda costa cualquier alteración de su sistema cerrado de dominio.

Ahora bien, en Honduras actualmente hay una dictadura castrense, ligeramente velada por el aval que recibe de las instituciones de una seudodemocracia vigilada por la fuerza militar, perro guardián de la estrecha clase capitalista semicolonial. Ya desde antes de la intentona, el ropaje “democrático” del estado hondureño estaba bastante raído. La actual constitución fue emitida en 1982, bajo la tutela del Próconsul Negroponte, para darle un disfraz de “estado de derecho” al régimen de los escuadrones de la muerte que sirvió como retaguardia para los contras nicaragüenses y “portaviones terrestre” para el Pentágono en Centroamérica. Resultado de una serie de golpes de estado, antes y después de esa constitución, el jefe de las fuerzas armadas fue nombrado no por el presidente de la república ni por ninguna otra autoridad civil, sino por el todopoderoso Consejo Superior de las Fuerzas Armadas (COSUFA). Durante un cuarto de siglo, de 1954 a 1981, ningún jefe de las FF.AA. salió del puesto sin ser presidente del país. Por su parte, el poder jurídico, supuestamente independiente, no lo es para nada: la Suprema Corte de Justicia es un condominio de los dos partidos tradicionales y de la presidencia.

Sin embargo, detrás de este “déficit democrático” se encuentran importantes intereses de clase. La reducida burguesía hondureña ha recurrido reiteradamente a gobiernos militares debido a su exiguo peso social en relación con la gran masa de trabajadores que ella y sus patrones imperialistas explotan despiadadamente. Luchando al lado de los partidarios de una asamblea constituyente, subrayamos que tal cuerpo no puede solucionar cuestiones sociales de fondo, y pensar que eso se puede lograr mediante una nueva constitución refleja peligrosas ilusiones democráticas. Sólo hay que mirar a la experiencia reciente de Ecuador, donde una asamblea constituyente convocada por el presidente Rafael Correa emitió una nueva constitución en 2008. Después de las fanfarronadas sobre la “refundación del país”, la nueva Carta Magna terminó protegiendo la propiedad privada, dando garantías a los consorcios “trasnacionales” y autorizando empresas mixtas en sectores estratégicos de la economía, como el petróleo.

Toda asamblea constituyente convocada por un gobierno capitalista, incluyendo por un Manuel Zelaya, un Evo Morales o hasta un Salvador Allende, será seguramente un engaño, no sólo debido a la oposición de una derecha cavernícola o a “traiciones” por gobiernos de “centro-izquierda”, sino porque no se puede alterar los fundamentos del sistema de explotación y opresión bajo el capitalismo. Poner alto al ciclo infernal de golpes castrenses, deshacerse de la garra imperialista, quebrar el poder de los terratenientes o dar solución a la secular opresión de los pueblos indígenas – sin hablar de la libración de los trabajadores del banano y de las trabajadoras de la maquila de la esclavitud asalariada en las empresas imperialistas – exige una revolución socialista internacional.

Esta perspectiva refleja la teoría de la revolución permanente que elaboró León Trotsky, que resumió la experiencia de las revolucionares rusas de 1905 y 1917. Señalando el fenómeno del desarrollo desigual y combinado, en el que modernas fábricas coexisten con formas económicas anticuadas, concluyó que en la época imperialista, la débil burguesía en países semifeudales o semicoloniales no es capaz de realizar las tareas de las grandes revoluciones burguesas del pasado. La revolución agraria, democracia y liberación nacional sólo podrían darse con la toma de poder por parte de los trabajadores. Por eso los trotskistas llamamos a forjar un partido obrero revolucionario y a luchar por un gobierno obrero y campesino que derribe el actual estado capitalista. Entonces, luego de una insurrección victoriosa, una asamblea constituyente revolucionaria podría avalar el nuevo estado basado en consejos obreros y campesinos que podría lograr esas conquistas democráticas al expropiar la burguesía y extender la revolución. 

¡Por una federación centroamericana de repúblicas obreras!

Para realizar tales conquistas, y simplemente para derrotar definitivamente a los golpistas, hay que ir más allá de las fronteras nacionales de Honduras. Como ya hemos señalado, el origen del golpe se encuentra en el marco centroamericano y en el dominio del imperialismo norteamericano. Citamos cómo el vocero de ARENA, el partido de los escuadrones de la muerte en El Salvador, amenazó al presidente salvadoreño Mario Funes, con que podría correr la misma suerte como Zelaya. Al revisar una lista de “quién es quién” entre los empresarios golpistas de Honduras, se ve que muchos como José Lamas, Jorge Faraj o Miguel Facussé tienen empresas y intereses económicos en otros países centroamericanos. Sin embargo, a pesar de la simpatía por los valientes luchadores hondureños, y no obstante las declaraciones de solidaridad, no ha habido grandes movilizaciones en el resto de la región para entablar una lucha conjunta. Y eso por una razón bien concreta: la izquierda centroamericana está dominada por el nacionalismo pequeñoburgués –y ahora burgués­– y no por el internacionalismo proletario.

Cabe señalar que al momento de conquistar la independencia de España hubo un solo estado en el istmo, la República Federal de Centroamérica. La creación de cinco republiquitas fue el resultado de la reacción conservadora ligada a la iglesia y los terratenientes que se opusieron a las reformas liberales. En términos más generales fue el producto del insuficiente desarrollo de las fuerzas productivas para poder sustentar un país integrado. Ese fenómeno se vio en toda América Latina, como en Argentina donde sólo se logró cohesionar un estado nacional a mediados del siglo XIX bajo el caudillo Juan Manuel de Rosas. Fue también el caso de México, donde la cohesión no se logró sino hasta el triunfo de Benito Juárez sobre los conservadores y el ejército francés del emperador Maximiliano en 1867. En Centroamérica, por estar ésta económicamente más atrasada y más fuertemente sujeta al expansionismo de EE.UU, el proyecto nacional fracasó con la derrota y fusilamiento del general Francisco Morazán en 1840. Luego vino la época de los filibusteros como William Walker, invitado por los reaccionarios nicaragüenses, quien luego se apoderó de la república y quería conquistar todo istmo para integrarse como un estado esclavo en los Estados Unidos. Las extensas redes ferroviarias unificaron los mercados argentino y mexicano; en Centroamérica, esto no ocurrió.

Roque Dalton

Desde ese entonces, la unidad centroamericana ha sido un sueño de las fuerzas progresistas, mientras las “rancias oligarquías” se atrincheraron en su pedazo del istmo. En nuestros días, figuras revolucionarias han ironizado sobre el tamaño diminuto de sus países, como hizo el poeta y guerrillero Roque Dalton con sus referencias a El Salvador como “el pulgarcito de América”. El retrógrado hondureño Micheletti, en cambio, dice que no vale la pena hablar con El Salvador, por ser una cancha tan pequeña que no su puede jugar a fútbol, porque de darle una patada la pelota aterrizaría en otro país. Tal vez busca vengarse por la llamada “Guerra del fútbol” de 1961 que Honduras perdió a manos del ejército salvadoreño. La realidad es que tales conflictos nacionales fueron azuzados por las fuerzas reaccionarias para distraer la atención de los trabajadores de la guerra de clases. Los auténticos revolucionarios no tomaron partido por ningún bando en esa guerra, como tampoco lo hicieron en la guerra entre Bolivia y Paraguay en los años 30.

Sin embargo, es un hecho que históricamente las fuerzas de izquierda en Centroamérica han estado dominadas por una política y una visión nacionalistas. En los años 80, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), gobernó en Nicaragua, mientras el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), libraba una guerra civil en El Salvador. El imperialismo siempre acusó a los sandinistas de financiar y manipular la guerrilla salvadoreña, pero la realidad es que el FSLN hizo muy poco para ayudar a sus compañeros del FMLN, y aún menos a favor de los brotes de guerrilleros en Honduras. Antes de eso, en los años 60, hubo toda una serie de grupos guerrilleros en Guatemala, entre ellos el MR-13, FAR, EGP, ORPA y el partido comunista local, el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT). Aún el políticamente más avanzado de esos grupos, el Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre, que decía luchar por la revolución socialista (mientras los demás sólo abogaban por una revolución “democrática” burguesa), restringió sus lucha a los confines de Guatemala, a pesar de que militantes latinoamericanos entre ellos varios que se reclamaron trotskistas), les suministraron dinero y pertrechos, por lo que algunos como los mexicanos David Aguilar Mora y Eunice Campirán fueron vilmente asesinados por el ejército guatemalteco, y otros como el argentino Adolfo Gilly fueron encarcelados en México durante años.

Lenin y Trotsky con las tropas del Ejército Rojo en 1921. Stalin renunció al programa bolchevique de la Revolución de Octubre de 1917 por la revolución socialista internacional, luego impidió revoluciones proletarias mediante el frente popular.

Tenían ese enfoque nacionalista por varios motivos. Primero, por la influencia del estalinismo, que había abandonado el programa de la Revolución de Octubre de la revolución socialista internacional a favor de un programa conservador y nacionalista, reflejando la mentalidad de la burocracia parásita que se había apoderado del estado obrero luego de la muerte de Lenin en 1924. Ese programa fue resumido en el lema de construir el socialismo “en un solo país”, lo que es una imposibilidad dado el carácter mundial del socialismo. Además, lo que se construyó en la URSS no fue el socialismo, una sociedad sin clases, sino un régimen bonapartista, un estado obrero burocráticamente degenerado, que requería de una revolución política para abrir el camino al socialismo. La contraparte de este dogma, el frente popular, tuvo el propósito de allanar la vía a la anhelada “coexistencia pacífica” de la URSS con el imperialismo al impedir revoluciones proletarias en otros países, usando fraseología marxistoide para encadenar políticamente al movimiento obrero a sectores burgueses. Sin embargo, los imperialistas no aceptaron la coexistencia a largo plazo, y hoy la Unión Soviética no existe más, mientras el frentepopulismo sigue cumpliendo su papel nefasto. 

Una segunda razón por la que se mantiene el predominio del nacionalismo es que todos esos movimientos tenían como base social al campesinado, una capa social contradictoria, pequeñoburguesa, que no tiene los sólidos intereses de clase necesarios para reconstruir la nación como es el caso de las clases fundamentales, la burguesía (que busca construir una sociedad capitalista) y el proletariado (cuyos intereses serán expresados al socialismo). El campesinado es históricamente la cuna de movimientos nacionalistas. Sus capas inferiores, los campesinos sin tierra, serían aliados naturales del proletariado mientras los campesinos medios, pequeños productores de mercancías que no explotan trabajo ajeno, podrían apoyar a la revolución obrera para deshacerse del yugo de los hacendados, como sucedió en la Revolución Rusa de 1917. Pero en tiempos “normales” el campesinado propietario es presa fácil de la burguesía, de la que depende para sus semillas, y para comercializar sus productos. Sin embargo, el triunfo del ejército rebelde en Cuba liderado por Fidel Castro, Ernesto “Ché” Guevara y Camilo Cienfuegos al derrocar el tirano Fulgencio Batista el 1° de enero de 1959 originó toda una serie de movimientos guerrilleros en América Latina que se echaron al monte buscando reproducir lo que era un caso excepcional.

Los trotskistas de la Liga por la IV Internacional y su sección mexicana, el Grupo Internacionalista, defendemos al estado obrero deformado en Cuba en contra del imperialismo y de la contrarrevolución, sea interna o externa. A la vez, luchamos por una revolución política proletaria para instaurar una verdadera democracia soviética en lugar del actual régimen burocrático, en el que las decisiones fundamentales son tomadas por una reducida capa pequeñoburguesa, sea ésta la actual dirigencia del Partido Comunista Cubano bajo Raúl Castro, o quienes en un momento dado se encontraban en el jeep de Fidel Castro en el período inicial.

Entonces en Centroamérica en los años 70, el FSLN dirigido por su fundador Carlos Fonseca Amador, y luego por Daniel Ortega, Tomás Borge y Jaime Wheelock, se inspiró en el ejemplo de la Cuba castrista, y en la lucha del general insurgente Augusto Sandino contra el imperialismo y sus títeres en los años 20. Pero al llegar al poder, siguiendo los consejos de Castro, el FLSN no buscó construir “una segunda Cuba”, sino formar un gobierno con sectores burgueses dirigidos por Violeta Chamorro, cuyo esposo fue asesinado por el dictador Somoza. La coalición con Chamorro duró poco. Lo que persistió en la Nicaragua sandinista durante casi una década fue un régimen pequeñoburgués. No era, ni de lejos, un estado obrero – la economía seguía en manos de la burguesía local – pero tampoco un estado capitalista, debido al hecho de que el ejército capitalista de Somoza fue hecho añicos, y el Ejército Sandinista no estaba comprometido con la defensa ni de la propiedad capitalista, ni de la propiedad colectivizada de un estado obrero.

Después de una década en el poder, bajo la presión del imperialismo norteamericano con su bloqueo económico y el acoso militar del ejército mercenario de los contras, Daniel Ortega firmó en 1987 el Acuerdo de Esquipulas, orquestado por el mismo Oscar Arías, presidente de Costa Rica, quien hoy actúa como “mediador” en Honduras. En 1989, el FSLN sufrió una derrota electoral a manos de una coalición burguesa opositora dominada por Chamorro y perdió el poder político. Entonces vinieron 16 años de dominación por gobiernos de derecha en la que la corrupción alcanzó niveles inusitadas y la pobreza de las masas nicaragüenses se profundizó constantemente. Luego, en 2006, Daniel Ortega se hizo reeligir presidente y el FSLN ahora tiene la mayoría en el Congreso, pero esta vez como un político y un partido plenamente burgueses. Formalmente el régimen que preside Ortega se llama el Gobierno de Reconciliación y Unidad Nacional, lo que hace patente su compromiso de aliarse con otros sectores burgueses, a pesar de que hay una oposición furibundamente antisandinista, no importa cuán derechista sea la política del gobierno.

Religión y capitalismo: El neocristiano Daniel Ortega cumple con los dueños de las maquiladoras mientras los trabajadores nicaragüenses todavía viven en la miseria.

El carácter capitalista del actual gobierno sandinista se refleja en su postura ante el creciente descontento de los trabajadores. Poco después del inicio del nuevo mandato, se dividió la Central Sandinista de Trabajadores (CST), formándose otra central, el Frente Nacional de los Trabajadores (FNT). Ambas federaciones forman parte del sandinismo; en ese sentido se asemejan a los gremios corporativistas en México. (En México en los años 70, frente al descontento con la corporativista CTM, el eje del “sector obrero” del Partido Revolucionario Institucional, el PRI-gobierno formó el Congreso del Trabajo, también integrado en el partido de estado.) Entonces, en Nicaragua, el año pasado cuando hubo una negociación de un contrato nacional de los trabajadores, el FNT pidió un 25 por ciento de aumento. La CST dijo que, consciente de las difíciles condiciones económicas, sólo pediría un 10 por ciento. ¿Y el gobierno sandinista? El ministro de trabajo apoyó la posición de los capitalistas, que rechazaban todo aumento. Luego, Daniel Ortega en el acto del 1° de mayo, dijo a su ministro que debía sentarse con los sindicatos y empresarios para darles unos córdobas más a los obreros. Otro aspecto es que los que tratan de sindicalizar a los trabajadores de la maquila se quejan de la hostilidad del gobierno que busca atraer maquiladoras.

También está el aspecto religioso. Daniel Ortega, después de ostentarse durante años como marxista, luego de su derrota electoral y de un escándalo sexual, se reinventó políticamente y se bautizó como cristiano. Hoy en toda Managua se puede ver enormes carteleras con el retrato del presidente y el lema, “Cumplirle al pueblo, es cumplirle a DÍOS”. Y no se trata sólo de explotar la religión como propaganda electorera, como cualquier otro politiquero burgués. En octubre de 2006, en plena campaña electoral, el novocristiano Ortega se unió a la derecha para prohibir el aborto en cualquier condición, incluso cuando la vida de la mujer está en peligro. Mientras alrededor de América Latina se lucha por la despenalización del aborto, ¡en Nicaragua se abolió el aborto terapéutico! Luego, en noviembre de 2007 (después de que murieron unas 80 mujeres), el gobierno sandinista agregó penas criminales a la prohibición. En octubre de 2008, la policía nicaragüense irrumpió en las oficinas del Movimiento Autónomo de Mujeres incautando archivos y computadoras para investigar la acusación de que el MAM habría promovido abortos ilegales. Y en noviembre del mismo año, la policía impidió a cientos de mujeres marchar en Managua por el Día Internacional por la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

Los trotskistas de la Liga por la IV Internacional luchamos por el derecho irrestricto al aborto libre y gratuito en condiciones médicas de alta calidad (ver “México: ¡Por el aborto libre y gratuito!El Internacionalista n° 6, mayo de 2007).

Mario Funes, reportero y personaje televisivo, electo presidente de El Salvador como candidato del FMLN, dice que consolidará las políticas “neoliberales” de los anteriores gobiernos derechistas. Foto: José Cabezas/AFP

Hoy, cientos de miles de nicaragüenses siguen padeciendo una pobreza terrible, mucho peor que en las colonias plebeyas de las regiones más pobres de México. Prácticamente ha desaparecido toda corriente a la izquierda del FSLN, y los que se identifican como “la izquierda revolucionaria, sandinista y socialista” parecen anhelar un “socialismo [burgués] de siglo XXI” estilo chavista (ver Correo de Nicaragua n° 4, mayo-junio de 2009). Sin embargo, introducir algunos programas sociales de salud, educación y subvenciones además de fomento de cooperativas dista mucho de barrer con el capitalismo, cuyo régimen de explotación reproduce constantemente miseria. La “nueva Nicaragua” de la segunda venida del FSLN requiere urgentemente una verdadera revolución socialista, producto de una lucha clasista de los trabajadores en contra del gobierno capitalista.

En El Salvador, en las elecciones presidenciales de marzo de este año venció Mauricio Funes Cartagena, un popular periodista televisivo, como candidato del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional. Su único lazo con el pasado guerrillero del farabundismo es que como reportero entrevistó a varios comandantes. Al entrar en funciones el 1° de junio, Funes anunció que no estaría sujeto a las decisiones del FMLN y que el suyo sería un gobierno de unidad nacional (aunque como en el caso del FSLN se vea hostigado por la derecha). Siendo que ARENA sigue controlando la Corte Suprema y la Asamblea Legislativa en alianza con otros partidos derechistas, el flamante presidente “moderado” tendrá un poder de decisión muy circunscrito. Aún así, dice que no se opone a la consolidación de las políticas “neoliberales” de los gobiernos anteriores, y en particular acepta el Tratado de Libre Comercio CAFTA y la iniciativa de “Caminos a la Prosperidad en las Américas” inaugurada por el gobierno Bush que somete la economía salvadoreña a la tutela de EE.UU.

El Grupo Internacionalista/Liga por la IV Internacional en una protesta en Nueva York contra el golpe militar hondureño, el 29 de septiembre. Foto: The Internationalist

Al igual que en Honduras, la estrecha clase dominante salvadoreña se ha modernizado sin ampliarse. De hecho, una investigación de la revista jesuita Envío (julio de 2009) concluye que la tradicional oligarquía cafetalera y agroexportadora de las famosas “14 familias”, que dominó el país durante un siglo, ha sido remplazada por ocho grupos comerciales y financieros. Algunos de esos capitalistas figuran entre los influyentes “Amigos de Mauricio Funes”, prefiriendo la meritocracia prometida por él al tráfico de influencias de ARENA. Al buscar la “estabilidad”, el presidente supuestamente “de izquierda” afianzaría una de las sociedades más estratificadas del mundo. Y la respuesta de Funes ante el régimen golpista en Honduras ha sido bastante débil, cerrando la frontera sólo durante 24 horas. Pero, ¿cómo podría esperarse otra cosa de este gobierno capitalista de “centro-izquierda”? Más significativo es que tampoco ha habido ninguna acción de la izquierda y el movimiento obrero salvadoreños. ¿Dónde están los boicots sindicales a las exportaciones hondureñas, las iniciativas de huelga de apoyo? En la práctica, desde San Salvador ha habido un silencio estruendoso en torno al golpe.

También en México, la potencia regional, ha sido casi inexistente la solidaridad obrera con los trabajadores hondureños que hoy enfrentan una represión feroz. Aquí, y particularmente en Estados Unidos, debemos instar a los sindicatos y coordinadoras magisteriales independientes a apoyar en los hechos a sus compañeras y compañeros que luchan bajo el fusil. No se trata simplemente de acciones de solidaridad: hay que golpear a los aliados de los golpistas en toda la región. Un auge de lucha clasista en contra de los capitalistas en El Salvador, Guatemala, Nicaragua y Costa Rica aumentaría la presión sobre los patrones de los amotinados en Honduras. Por sobre todo, urge iniciar la construcción de los núcleos de partidos obreros revolucionarios, trotskistas y leninistas, para dirigir la lucha por la revolución socialista en toda la región. Dada la génesis regional e internacional de la asonada hondureña, será difícil aplastarla en el estrecho marco nacional. Así se debe empezar ya a tejar los lazos para una federación centroamericana de repúblicas obreras, en unos Estados Unidos Socialistas de América Latina.


1 Ver “Honduras: el primer golpe de estado del gobierno de Obama”, El Internacionalista, agosto de 2009


Para contactar el Grupo Internacionalista y la Liga por la IV Internacional, escribe a: internationalistgroup@msn.com

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