. |
octubre de 2009 Honduras: ¡Barrer con
golpistas, generales y capitalistas –
Lucha obrera revolucionaria Marcha multitudinaria en
contra del golpe y de la represión desatada por la dictadura,
Tegucigalpa,
11 de agosto. Foto: Honduras Laboral ¡Imperialismo yanqui, manos fuera! El
artículo que publicamos a continuación se basa en una
charla en un foro-debate
del Grupo Internacionalista, sección de la Liga por la IV
Internacional, que se
realizó el 21 de agosto en la Universidad Nacional
Autónoma de México. El reciente golpe de estado en
Honduras desató una crisis regional y continental que aún
perdura. Su
intensidad no sólo no ha menguado, sino que se ha crispado,
principalmente
porque la resistencia de los trabajadores no ha cedido un
milímetro ante la
brutal represión de la dictadura que se apoderó del
país centroamericano. No
obstante el empeño de los golpistas en mantenerse en el poder
con tácticas
dilatorias, alimentadas por el reconocimiento de hecho del
régimen de facto por
su amo imperialista, el gobierno de Estados Unidos, éstos no han
podido
restablecer el orden. A pesar de los golpes proferidos, la tortura y
los
asesinatos, los obreros y campesinos hondureños, los profesores
y estudiantes,
los pueblos indígenas, la población negra garífuna
y las mujeres en particular,
siguen en pie de lucha. Su ejemplo heroico es una inspiración
para todos. Las cúpulas visibles del golpe de
estado: el "presidente" títere Roberto Micheletti (con traje y
corbata) y el general Romeo Vásques (saludando). Foto: Reuters Cuando el general Romeo
Vásquez Velásquez destituyó al presidente de la
república Manuel Zelaya Rosales,
deteniéndolo a punta de fusil en su casa, secuestrándolo
y desterrándolo a
Costa Rica en pijama, para luego colocar como mandatario títere
al presidente
del Congreso hondureño, Roberto Micheletti Baín,
seguramente pensó que el
problema estaba resuelto. No ha sido así. Es evidente que el
acto de fuerza
respondió al deseo de las retrógradas clases dominantes
de Centroamérica, animadas
por la ultraderecha imperialista, de deshacerse de los presidentes de
“centro-izquierda moderada” electos en toda la región. A todas
luces escogieron
a Honduras por tener la izquierda política más
débil del istmo. Zelaya,
abanderado del tradicional Partido Liberal, no tenía un aparato
de masas como
lo tienen el FMLN en El Salvador o el FSLN en Nicaragua. Pero
calcularon mal.
No tomaron en cuenta que Honduras tiene el movimiento sindical
más fuerte de la
región, y son los sindicatos que han vertebrado la resistencia. El golpe de estado
cívico-militar desencadenó una pesadilla para las masas
hondureñas, y no sólo para
ellas. De hecho, representa la amenaza para toda América Latina
del retorno a
los tiempos de las dictaduras militares, de las guerras sucias y los
escuadrones de la muerte de los años 70 y 80. Todos comprenden
que si se
afianzan los gorilas en Honduras, lo mismo podría repetirse
mañana en Ecuador o
Bolivia. La cuestión que se plantea es cómo erradicar
esta plaga que ha
agobiado América Latina durante décadas, y para eso hay
que analizar sus contornos,
sus raíces y su alcance. Suponer que la solución radica
en el mero restablecimiento
del “orden constitucional” mediante la restitución del
presidente Zelaya, o siquiera
que se puede resolver en un marco democrático-burgués,
significa desconocer cuáles
son las fuerzas de clase que produjeron el golpe, así como la
telaraña que se
extiende de Tegucigalpa a los corredores del poder en Washington. En
realidad,
sólo mediante la revolución socialista internacional
será posible erradicar el
golpismo, que es consustancial con el capitalismo latinoamericano bajo
el
dominio imperialista. Un golpe “made in
U.S.A.” A fin de cuentas, y a pesar de
los desmentidos de los voceros estadounidenses, este golpe es un
producto “made
in U.S.A.” Y este hecho influye enormemente en cómo se ha de
perfilar la
estrategia para combatirlo. Hay que destacar, como lo
hemos hecho, que la asonada hondureña es “el primer golpe del
gobierno Obama”.
En Latinoamérica ha habido muchas ilusiones en la
elección del presidente
norteamericano, reputado liberal y crítico de la guerra de Irak.
Se lo entendió
como el “anti Bush”. Menos ilusiones, quizás, que en los EE.UU.,
donde la
elección del primer presidente negro representó una
alteración social
significativa, pero no el anunciado “cambio” político. Hubo
grandes esperanzas
equivocadamente depositadas en Barack Obama, y mientras el Grupo
Internacionalista advirtió desde el principio que era un
guerrerista y defensor
de los banqueros, prácticamente la totalidad de la izquierda
norteamericana, explícita
o implícitamente, hizo algún aporte a su elección.
Por su oportunismo
inveterado, alimentó las ilusiones en lugar de combatirlas. Sin embargo, a siete meses de
su toma de posesión, la administración de Obama resulta
ser, en su contenido
político, el tercer mandato de George Bush II. Su personal
dirigente proviene en
buena medida del equipo de Bill Clinton, a lo que se suma el hecho de
que los
jefes de las secretarías de guerra y del tesoro
desempeñan las mismas funciones
que bajo Bush. Esta continuidad del personal representa un juramento de
lealtad
a Wall Street y al Pentágono, lo que prueba que se trata del
mismo imperialismo
yanqui de siempre. En su política de “seguridad nacional”, de la
guerra
imperialista y ocupación colonial de Irak y Afganistán,
Obama sigue la misma
pauta que el gobierno Bush y hasta ha intensificado las arremetidas
militares
dentro de Pakistán. Sigue la tortura, siguen las masacres de la
población civil
afgana, y siguen las medidas de estado policíaco contra las
libertades
democráticas en Estados Unidos. En América Latina, se ha
reactivado la IV Flota de la Marina de guerra estadounidense, que
dejó de
existir en los años 40 del último siglo; ahora se va a
firmar un nuevo acuerdo
con Colombia para dar acceso a las fuerzas norteamericanas a siete
bases
militares colombianas, aunadas a las seis donde ya tiene cientos de
“asesores”
militares y agentes de la inteligencia norteamericana. Con todo,
después del
anuncio del gobierno ecuatoriano de Rafael Correa de que no
renovará el
contrato para el uso de la base aérea de Manta (de la que
recuperó el control a
mediados de septiembre), Estados Unidos está rodeando a la
Venezuela de Hugo
Chávez con un cerco militar. Como dice con razón el
presidente venezolano,
soplan vientos de guerra en la región. Fue en ese marco que se
tramó
el golpe militar en Honduras que derrocó al presidente Zelaya,
acusado de ser la
cabeza de playa de la expansión del chavismo en
Centroamérica. Chávez, este
nacionalista-populista burgués quien no ha expropiado nada y
cuyas pocas
nacionalizaciones son operaciones de compra-venta que resultan bastante
lucrativas para las empresas involucradas, parece haber remplazado para
Estados
Unidos al “castrocomunismo” como el temido fantasma que ronda en
América
Latina. Contubernio: El
embajador estadounidense (y gusano cubano) Hugo Llorens con el entonces
presidente del Congreso hondureño, Roberto Micheletti,
septiembre de 2008. Hemos publicado los detalles
que demuestran que EE.UU. estuvo metido hasta el cuello en la
preparación de la
intentona, discutiendo incluso con los futuros golpistas cómo
arrestar al
presidente elegido por el voto popular.1
El secretario de estado adjunto Thomas Shannon viajó a
Tegucigalpa con este fin
una semana antes del derrocamiento de Zelaya. Señalamos
cómo los golpistas han
contratado a connotados lobbistas ligados a los Clinton para ser sus
representantes en Washington. También es el caso de que grupos
liberales como
el Washington Office on Latin America impugnaron al presidente Zelaya
en los
días anteriores al golpe por sus planes de celebrar una simple
encuesta, nada
más, sobre si se quiere convocar una asamblea constituyente.
Pero si esto dio
escalofrío a la clase dominante hondureña, junto con el
aumento en un 60 por
ciento del sueldo mínimo decretado por Zelaya el año
pasado, a Washington le
preocupaban los lazos cada vez más estrechos entre el presidente
hondureño y el
presidente venezolano en el marco del ALBA, la Alianza Bolivariana para
las
Américas. Otro elemento que ubica el
golpe cívico-militar en un marco regional fue la
sustitución coordinada de los
embajadores norteamericanos ante los gobiernos de Nicaragua, Honduras,
Guatemala y El Salvador en agosto del año pasado: Hugo Llorens
fue despachado a
Tegucigalpa, Robert Blau (encargado de negocios) a San Salvador,
Stephen
McFarland a Guatemala y Robert Callahan a Managua. Todos pasaron por la
Universidad de Guerra en Washington (el United States War College);
todos trabajaron
en la embajada norteamericana en Irak, y todos fueron funcionarios de
la
Dirección Nacional de Inteligencia (National Intelligence
Directorate) bajo
John Negroponte, conocido como “El Procónsul” cuando era
embajador
estadounidense en Honduras en los años 80. Desde ese puesto
manejó los
escuadrones de la muerte en El Salvador, la asesina “contra”
nicaragüense y el
Batallón 316 en Honduras, que asesinó y
desapareció a cientos de activistas de
izquierda e impuso un reino de terror en el país. Ahora los fantasmas del pasado
han retornado a Honduras. Horas después del golpe, Billy Joya
Améndola,
tristemente célebre como uno de los más sanguinarios
esbirros del Batallón 316,
apareció en las pantallas de la televisión
hondureño como “ministro consejero”
del “presidente” fantoche. Anteriormente, ese torturador fue el
principal consejero
político de Micheletti en su fallida campaña para ser
candidato del Partido
Liberal en los comicios de este año. Respondiendo a las
acusaciones de que era
responsable de la muerte o desaparición de 16 personas en los
años 80, Billy
Joya dijo a una reportera del New York
Times (8 de agosto): “La política en ese entonces era que el
único
comunista bueno es un comunista muerto. Apoyé esa
política”. Es interesante que
Joya, como buena parte de la “elite” hondureña, tenga permiso de
residencia de EE.UU.,
la famosa “tarjeta verde”, y en las últimas semanas se haya
llevado a su
familia a Miami. Se informa también que muchos de los
empresarios artífices del
golpe han enviado a sus familias a Estados Unidos, para el caso de que
pierdan
la partida. El abrazo del diablo. El presidente
hondureño Zelaya con el embajador yanqui Llorens, en Managua, el
30 de julio. Foto: Reuters No hay que olvidar que todos
los golpes militares en Honduras, en 1956, en 1963 (el más
cruento, para
instalar en el poder el padre de la canciller de Zelaya, Patricia
Rodas), en
1972, en 1975 y 1978, buscaron el apoyo
del imperialismo norteamericano y hostigaron al movimiento obrero.
Aún cuando
ha habido regímenes supuestamente civiles, éstos no
fueron sino un disfraz para
maquillar el dominio militar. Entonces, para eliminar a los golpes
militares y
los gobiernos castrenses con disfraz civil, que son un constante de la
historia
hondureña, hay que romper con el sistema que los genera: el
imperialismo. Al
comienzo, mucho de los que se oponían al golpe hondureño
pidieron que EE.UU.
desautorizara a los golpistas. Hugo Chávez pidió, “Obama,
haga algo”. Nosotros
de la Liga por la IV Internacional, en cambio, insistimos
“¡Imperialismo
yanqui, manos fuera!” No rogamos a Obama que reinstale Zelaya en la
silla
presidencial. Exigimos que EE.UU. saque sus tropas de la base militar
de Soto
Cana (Palmerola) junto con sus agentes en todo el país, y
llamamos a los
trabajadores hondureños a que expulsen a los imperialistas. Tampoco pedimos que intervenga
la Organización de Estados Americanos (OEA) –ese organismo que
Ernesto “Ché”
Guevara denominó, con razón, el ministerio yanqui de
colonias– ni pedimos la
intervención de los gobiernos burgueses latinoamericanos como
Brasil, Chile y
Argentina. Si se pronuncian en contra del golpe hondureño, tanto
mejor; pero como súbditos, aliados
y socios menores
del imperialismo norteamericano, su postura ha consistido en negociar
un
acuerdo, como el funesto “Acuerdo de San José”, que prevé
el retorno sin
poderes de Zelaya y la convivencia con Micheletti y Cía. Los
trabajadores
deberían rechazar todo “diálogo” con los golpistas, que
sólo “dialogan” con fusiles
y macanas. “Amnistía” para esos criminales significa impunidad.
¡Ni olvido, ni
perdón para los golpistas! No pedimos a fuerzas burguesas que
negocien una
componenda con los gorilas. Luchamos, al contrario, por la
movilización obrera
para aplastar el golpe. ¡Derribar el
golpe con una
lucha clasista! Mientras tanto se ha desatado
sobre Honduras una ola de represión sin precedentes en la
historia del país. Miles
de personas han sido detenidas hasta el momento (17 mil hasta finales
de
septiembre, según los cálculos de las agencias de
derechos humanos). Las
“fuerzas del orden” dan palizas brutales en plena calle para “darles
una
lección” a los manifestantes, mientras en las tinieblas fusilan
y acuchillan a
profesores en particular. Nada se sabe sobre el paradero de los cientos
de campesinos
arrestados con cualquier pretexto después de haber marchado
cientos de
kilómetros para expresar su repudio al golpe. Cuando una
muchedumbre de hasta
100 mil opositores a la toma de poder militar acudió al
aeropuerto de Toncatín
el 4 de julio para saludar al presidente Zelaya a su pretendida
llegada, un
francotirador uniformado mató a un jóven de 16
años, Isis Obed Murillo, con un
tiro al corazón. Cuando su padre, un religioso evangélico
quería protestar contra
esta atrocidad, fue arrestado. Más tarde, dos maestros – Roger
Vallejo y Martín
Riviera – fueron vilmente asesinados, lo que refleja el papel destacado
de los
sindicatos magisteriales en la resistencia al régimen usurpador. Los escuadrones de la muerte están
de vuelta. José Murillo Sánchez, cuando intentó
protestar por el asesinato de su hijo Isis Obed por un francotirador
del ejército, es arrestado por policías encapuchados.
Foto: CIPRODEH Tal vez el más siniestro
aspecto de la represión no es tanto el saldo de muertos, sino el
hecho de que
las fuerzas militares se empeñen en atacar brutal y
sistemáticamente a los
manifestantes con palos en lugar de balas. En esto se ve la mano
escondida de
sus “asesores” militares norteamericanos que les aconsejan evitar crear
mártires.
De la misma manera, cuando la tortura va acompañada por
médicos y siquiatras
que indican a los torturadores en qué momento hacer una pausa
para evitar matar
al “sujeto”, se trata de un signo inequívoco de que se
está llevando a efecto
la represión “científica” con la marca registrada de la
CIA. Los altos mandos
hondureños son unos sicópatas sanguinarios que no
dudarían ni un minuto en dar
la orden de masacrar a miles de sus “compatriotas”. Si se concentran,
por
ahora, en dar palizas y pateadas, se sabe a ciencia cierta que
están siendo
instruidos por la Fuerza de Tarea Conjunta, la JTF-Bravo, del
ejército yanqui,
ubicada en la base militar Soto Cano en Palmerola, digan lo que digan
los
voceros del Pentágono sobre su supuesta no participación
en el golpe. (Ahora están
experimentando
con armas novedosas de “control de turbas”, como el “Dispositivo
Acústico de
Largo Alcance”, o LRAD por sus siglas en inglés, que se
está empleando contra
la embajada de Brasil en Tegucigalpa, y que utilizaron antes en
Afganistán e
Irak, y más recientemente en contra de manifestantes
antiglobalización en
Pittsburgh, EE.UU.) El cuartelazo hondureño,
apuntalado e incluso instigado por la aplastante mayoría de la
clase
capitalista; avalado por los partidos Nacional y Liberal en el Congreso
Nacional; “legalizado” por la sumisa Corte Suprema de Justicia,
totalmente
controlada por los mismos partidos; y santificado por la
bendición tanto del
arzobispado de la iglesia católica como de los más altos
jerarcas evangélicos –
representa una espeluznante amenaza a los derechos democráticos
y los intereses
fundamentales de las masas hondureñas en uno de los
países más pobres de América
Latina. Fue motivado también por intereses de clase,
capitalistas. Se lo llevó
a cabo, entre otras razones, para intensificar la explotación en
las
maquiladoras, las fábricas de zona franca, que producen para el
mercado
capitalista mundial. Como hemos señalado, a pesar de ser un
país pequeño,
Honduras es el tercer país del mundo en cuanto al número
de trabajadores en la
maquila. Cerca de mil trabajadoras de la maquila
Index en Comayagüela se manifiestan el 17 de febrero de 2009 por
exigir el pago del sueldo mínimo decretado por el gobierno de
Manuel Zelaya en diciembre del año pasado. Foto: El Heraldo Esto quiere decir que el
país
que otrora fuera la “república bananera” por excelencia, hoy es
una “república
maquiladora”. Esto tiene un aspecto contradictorio: por un lado,
Honduras se
encuentra bajo la férula directa del imperialismo, sujeta a los
mandamientos de
los capitalistas norteamericanos. Pero por otro lado, su
integración a la
economía mundial, en particular mediante el Tratado de Libre
Comercio de
Centroamérica, el CAFTA, significa que la suerte de los
trabajadores hondureños
es muy sensible a la acción del movimiento obrero mundial. Esto
subraya la
importancia de la acción sindical internacional para resistir al
golpe. La
Federación Internacional de Trabajadores del Transporte ha
convocado a boicotear
barcos de bandera hondureña cuando entren en puertos
sindicalizados. Si de
hecho se imposibilita que cargamentos de bananos o de ropa o calzado
manufacturado en las fábricas del Gap, Nike y Adidas en Honduras
pueden llegar
a su destino, esto podría inclinar a los padrinos imperialistas
de los
golpistas hondureños a deshacerse de sus títeres. Pero
hasta ahora el llamado
de la ITT por la acción sindical no se ha implementado debido al
“respeto” de
la burocracia a las leyes capitalistas. Dentro de Honduras han sido
los sindicatos sobre todo, junto con las cooperativas agrícolas,
los que han
organizado la resistencia. Los gremios magisteriales, en particular,
han jugado
un papel destacado, con una huelga general de la educación que
duró tres
semanas desde el 29 de junio, seguida de una huelga rotativa (tres
días de
instrucción seguidos de dos días de huelga). El local del
sindicato de las
embotelladoras, el STIBYS, sirve de centro organizativo de las
protestas, y el
presidente del sindicato, Carlos Reyes, es uno de los principales
dirigentes de
la resistencia. Hubo paros nacionales de 48 horas en las últimas
dos semanas de
julio. Sin embargo, se han limitado sobre todo sector público, y
tienen un
carácter policlasista: son “paros cívicos” y no huelgas
obreras. Esto refleja
el carácter frentepopulista de la oposición del golpe,
encabezada por una
coalición que “une” a los trabajadores a un sector de los
capitalistas. El
Frente Nacional Contra el Golpe de Estado (FNCGE) incluye a un partido
burgués
menor, Unificación Democrática, y a sectores disidentes
del Partido Liberal. Y en
general, la lucha por la reposición de “Mel” Zelaya busca
aglutinar a los que
se oponen al golpe en torno a un programa del mínimo
común denominador,
garantizando que la resistencia se limitaría al marco
capitalista. Los militares
realizaron su asonada por defender los intereses de unos cuantos
propietarios. Sin embargo, estos no eran una “oligarquía,”
representan el nudo de la clase dominante capitalista. Para derrotarlos
y barrer con el golpismo hace falta una revolución obrera. En un artículo anterior
sobre
el golpe cívico-militar en Tegucigalpa hemos tratado el tema de
la
“oligarquía,” que muchos izquierdistas manejan como un lema2.
Denuncian a “la rancia oligarquía hondureña”, para
justificar su política
frentepopulista. Implican que, aunque las cúpulas de la clase
dominante apoyan el
golpe, hay supuestamente otros sectores burgueses que no. Explicamos
que, a diferencia
de países capitalistas económicamente más
avanzados donde la referencia a una
oligarquía es pura invención, en Honduras persiste el
dominio de un reducido
número de familias y clanes, pero que
esta “oligarquía” no es otra cosa que la clase dominante burguesa.
Los
pocos opositores capitalistas al golpe no son más que “la sombra
de la
burguesía”, como León Trotsky describió al
componente burgués del Frente
Popular español durante la Guerra Civil Española de los
años 30. La izquierda
reformista quiere aliarse con ellos no porque la oposición
tendría así más
fuerza, sino para que ésta sea más aceptable para los
poderes fácticos, y para poner
un candado sobre la acción de sus propias bases, para que no
vayan “demasiado
lejos”. En concordancia con el
programa trotskista, la Liga por la IV Internacional llama a movilizar
a los
trabajadores hondureños en contra del golpe no con la finalidad
de reinstalar el
gobierno de Zelaya, un conservador burgués, sino con el
propósito de luchar por
un gobierno obrero y campesino para barrer con los golpistas y derrocar
el
sistema capitalista que los engendra. Es por ello que llamamos a
movilizar a
los trabajadores en una huelga general, y a formar grupos de
autodefensa obrera
contra la represión. Luchamos al lado de los zelayistas contra
los golpistas,
al mismo tiempo que advertimos que el presidente derrocado
también es un
político capitalista que responde a las exigencias del
imperialismo. Será una
lucha difícil en este momento en que las masas gritan “Mel,
amigo, el pueblo
está contigo”. Pero prepararía a los que se oponen al
golpe para la lucha
revolucionaria que es la única salida positiva para los
explotados. Zelaya ya ha aceptado los
amarres que le quieren imponer los imperialistas norteamericanos en los
llamados “Acuerdos de San José”, hasta ahora unilaterales,
porque los Micheletti,
Vásquez Velásquez, Facussé y demás no los
aceptan. En particular, ante la
insistencia del Departamento de Estado, el presidente hondureño
ha sacrificado
la reivindicación de una asamblea constituyente. Esta consigna
se ha convertido
últimamente en punto de convergencia de la izquierda reformista
y centrista de
América Latina que, habiendo perdido confianza en la
revolución socialista y en la
capacidad revolucionaria del
proletariado, enarbola una u otra variante de una “revolución
democrática”, es
decir, burguesa. Aboga por constituyentes en todas partes, incluso en
países
que hace tiempo tienen todas las formas de la recortada “democracia”
burguesa.
Para los marxistas revolucionarios, en cambio, la reivindicación
de una
asamblea constituyente tiene vigencia en países feudales o
semifeudales, o
donde impera un régimen policíaco-militar “bonapartista”,
que es esencialmente antidemocrático
(ver nuestro artículo, “El
trotskismo versus la manía por
asambleas
constituyentes por doquier”, El
Internacionalista n° 7, mayo de 2009). No obstante los
reclamos de sus partidarios, Manuel Zelaya ya ha abandonado la
reivindicación de una asamblea constituyente, que fue uno de los
detonantes del golpe de estado, por la insistencia de la
burguesía de impedir a toda costa cualquier alteración de
su sistema cerrado de dominio. Ahora bien, en Honduras
actualmente hay una dictadura castrense, ligeramente velada por el aval
que
recibe de las instituciones de una seudodemocracia vigilada por la
fuerza militar,
perro guardián de la estrecha clase capitalista semicolonial. Ya
desde antes de
la intentona, el ropaje “democrático” del estado
hondureño estaba bastante
raído. La actual constitución fue emitida en 1982, bajo
la tutela del Próconsul
Negroponte, para darle un disfraz de “estado de derecho” al
régimen de los escuadrones
de la muerte que sirvió como retaguardia para los contras
nicaragüenses y
“portaviones terrestre” para el Pentágono en
Centroamérica. Resultado de una
serie de golpes de estado, antes y después de esa
constitución, el jefe de las
fuerzas armadas fue nombrado no por el presidente de la
república ni por ninguna
otra autoridad civil, sino por el todopoderoso Consejo Superior de las
Fuerzas
Armadas (COSUFA). Durante un cuarto de siglo, de 1954 a 1981,
ningún jefe de
las FF.AA. salió del puesto sin ser presidente del país.
Por su parte, el poder
jurídico, supuestamente independiente, no lo es para nada: la
Suprema Corte de
Justicia es un condominio de los dos partidos tradicionales y de la
presidencia. Sin embargo, detrás de
este
“déficit democrático” se encuentran importantes intereses
de clase. La reducida burguesía
hondureña ha recurrido
reiteradamente a gobiernos militares debido a su exiguo peso social en
relación
con la gran masa de trabajadores que ella y sus patrones imperialistas
explotan
despiadadamente. Luchando al lado de los partidarios de una asamblea
constituyente, subrayamos que tal cuerpo no puede solucionar cuestiones
sociales de fondo, y pensar que eso se puede lograr mediante una nueva
constitución
refleja peligrosas ilusiones democráticas. Sólo hay que
mirar a la experiencia
reciente de Ecuador, donde una asamblea constituyente convocada por el
presidente Rafael Correa emitió una nueva constitución en
2008. Después de las
fanfarronadas sobre la “refundación del país”, la nueva
Carta Magna terminó protegiendo
la propiedad privada, dando garantías a los consorcios
“trasnacionales” y
autorizando empresas mixtas en sectores estratégicos de la
economía, como el
petróleo. Toda asamblea constituyente
convocada por un gobierno capitalista, incluyendo por un Manuel Zelaya,
un Evo
Morales o hasta un Salvador Allende, será seguramente un engaño, no sólo debido a la
oposición de una derecha cavernícola o a “traiciones” por
gobiernos de
“centro-izquierda”, sino porque no se puede alterar los fundamentos del
sistema
de explotación y opresión bajo el capitalismo. Poner alto al ciclo infernal
de golpes castrenses, deshacerse de la garra imperialista, quebrar el
poder de
los terratenientes o dar solución a la secular opresión
de los pueblos
indígenas – sin hablar de la libración de los
trabajadores del banano y de las
trabajadoras de la maquila de la esclavitud asalariada en las empresas
imperialistas – exige una revolución socialista internacional. Esta perspectiva refleja la
teoría de la revolución permanente que elaboró
León Trotsky, que resumió la
experiencia de las revolucionares rusas de 1905 y 1917.
Señalando el fenómeno
del desarrollo desigual y combinado, en el que modernas fábricas
coexisten con
formas económicas anticuadas, concluyó que en la
época imperialista, la débil
burguesía en países semifeudales o semicoloniales no es
capaz de realizar las tareas
de las grandes revoluciones burguesas del pasado. La revolución
agraria,
democracia y liberación nacional sólo podrían
darse con la toma de poder por parte
de los trabajadores. Por eso los trotskistas llamamos a forjar un
partido
obrero revolucionario y a luchar por un gobierno obrero y campesino que
derribe
el actual estado capitalista. Entonces, luego de una
insurrección victoriosa, una
asamblea constituyente revolucionaria podría avalar el nuevo
estado basado en
consejos obreros y campesinos que podría lograr esas conquistas
democráticas al
expropiar la burguesía y extender la revolución. ¡Por una
federación
centroamericana de repúblicas obreras! Para realizar tales
conquistas, y simplemente para derrotar definitivamente a los
golpistas, hay
que ir más allá de las fronteras nacionales de Honduras.
Como ya hemos señalado,
el origen del golpe se encuentra en el marco centroamericano y en el
dominio
del imperialismo norteamericano. Citamos cómo el vocero de
ARENA, el partido de
los escuadrones de la muerte en El Salvador, amenazó al
presidente salvadoreño
Mario Funes, con que podría correr la misma suerte como Zelaya.
Al revisar una
lista de “quién es quién” entre los empresarios golpistas
de Honduras, se ve que
muchos como José Lamas, Jorge Faraj o Miguel Facussé
tienen empresas y
intereses económicos en otros países centroamericanos.
Sin embargo, a pesar de
la simpatía por los valientes luchadores hondureños, y no
obstante las
declaraciones de solidaridad, no ha habido grandes movilizaciones en el
resto
de la región para entablar una lucha conjunta. Y eso por una
razón bien
concreta: la izquierda centroamericana está dominada por el
nacionalismo
pequeñoburgués –y ahora burgués– y no por el
internacionalismo proletario. Cabe señalar que al
momento de
conquistar la independencia de España hubo un solo estado en el
istmo, la
República Federal de Centroamérica. La creación de
cinco republiquitas fue el
resultado de la reacción conservadora ligada a la iglesia y los
terratenientes
que se opusieron a las reformas liberales. En términos
más generales fue el producto
del insuficiente desarrollo de las fuerzas productivas para poder
sustentar un
país integrado. Ese fenómeno se vio en toda
América Latina, como en Argentina donde
sólo se logró cohesionar un estado nacional a mediados
del siglo XIX bajo el
caudillo Juan Manuel de Rosas. Fue también el caso de
México, donde la cohesión
no se logró sino hasta el triunfo de Benito Juárez sobre
los conservadores y el
ejército francés del emperador Maximiliano en 1867. En
Centroamérica, por estar
ésta económicamente más atrasada y más
fuertemente sujeta al expansionismo de
EE.UU, el proyecto nacional fracasó con la derrota y
fusilamiento del general
Francisco Morazán en 1840. Luego vino la época de los
filibusteros como William
Walker, invitado por los reaccionarios nicaragüenses, quien luego
se apoderó de
la república y quería conquistar todo istmo para
integrarse como un estado
esclavo en los Estados Unidos. Las extensas redes ferroviarias
unificaron los
mercados argentino y mexicano; en Centroamérica, esto no
ocurrió. Roque
Dalton Desde ese entonces, la unidad
centroamericana ha sido un sueño de las fuerzas progresistas,
mientras las
“rancias oligarquías” se atrincheraron en su pedazo del istmo.
En nuestros
días, figuras revolucionarias han ironizado sobre el
tamaño diminuto de sus
países, como hizo el poeta y guerrillero Roque Dalton con sus
referencias a El
Salvador como “el pulgarcito de América”. El retrógrado
hondureño Micheletti,
en cambio, dice que no vale la pena hablar con El Salvador, por ser una
cancha
tan pequeña que no su puede jugar a fútbol, porque de
darle una patada la
pelota aterrizaría en otro país. Tal vez busca vengarse
por la llamada “Guerra
del fútbol” de 1961 que Honduras perdió a manos del
ejército salvadoreño. La
realidad es que tales conflictos nacionales fueron azuzados por las
fuerzas
reaccionarias para distraer la atención de los trabajadores de
la guerra de
clases. Los auténticos revolucionarios no tomaron partido por
ningún bando en
esa guerra, como tampoco lo hicieron en la guerra entre Bolivia y
Paraguay en
los años 30. Sin embargo, es un hecho que
históricamente
las fuerzas de izquierda en Centroamérica han estado dominadas
por una política
y una visión nacionalistas. En los años 80, el Frente
Sandinista de Liberación
Nacional (FSLN), gobernó en Nicaragua, mientras el Frente
Farabundo Martí de
Liberación Nacional (FMLN), libraba una guerra civil en El
Salvador. El
imperialismo siempre acusó a los sandinistas de financiar y
manipular la
guerrilla salvadoreña, pero la realidad es que el FSLN hizo muy
poco para ayudar
a sus compañeros del FMLN, y aún menos a favor de los
brotes de guerrilleros en
Honduras. Antes de eso, en los años 60, hubo toda una serie de
grupos
guerrilleros en Guatemala, entre ellos el MR-13, FAR, EGP, ORPA y el
partido
comunista local, el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT). Aún
el políticamente
más avanzado de esos grupos, el Movimiento Revolucionario 13 de
Noviembre, que
decía luchar por la revolución socialista (mientras los
demás sólo abogaban por
una revolución “democrática” burguesa), restringió
sus lucha a los confines de
Guatemala, a pesar de que militantes latinoamericanos entre
ellos varios que se reclamaron trotskistas),
les suministraron dinero y pertrechos, por lo que algunos como los
mexicanos David
Aguilar Mora y Eunice Campirán fueron vilmente asesinados por el
ejército
guatemalteco, y otros como el argentino Adolfo Gilly fueron
encarcelados en
México durante años. Lenin y Trotsky con las
tropas del Ejército Rojo en 1921. Stalin renunció al
programa bolchevique de la Revolución de Octubre de 1917 por la
revolución socialista internacional, luego impidió
revoluciones proletarias mediante el frente popular. Tenían ese enfoque
nacionalista por varios motivos. Primero, por la influencia del
estalinismo,
que había abandonado el programa de la Revolución de
Octubre de la revolución
socialista internacional a favor de un programa conservador y
nacionalista,
reflejando la mentalidad de la burocracia parásita que se
había apoderado del
estado obrero luego de la muerte de Lenin en 1924. Ese programa fue
resumido en
el lema de construir el socialismo “en un solo país”, lo que es
una
imposibilidad dado el carácter mundial del socialismo.
Además, lo que se
construyó en la URSS no fue el socialismo, una sociedad sin
clases, sino un
régimen bonapartista, un estado obrero burocráticamente
degenerado, que requería
de una revolución política para abrir el camino al
socialismo. La contraparte
de este dogma, el frente popular, tuvo el propósito de allanar
la vía a la
anhelada “coexistencia pacífica” de la URSS con el imperialismo
al impedir
revoluciones proletarias en otros países, usando
fraseología marxistoide para
encadenar políticamente al movimiento obrero a sectores
burgueses. Sin embargo,
los imperialistas no aceptaron la coexistencia a largo plazo, y hoy la
Unión
Soviética no existe más, mientras el frentepopulismo
sigue cumpliendo su papel
nefasto. Una segunda razón por la
que
se mantiene el predominio del nacionalismo es que todos esos
movimientos tenían
como base social al campesinado, una capa social contradictoria,
pequeñoburguesa, que no tiene los sólidos intereses de
clase necesarios para
reconstruir la nación como es el caso de las clases
fundamentales, la burguesía
(que busca construir una sociedad capitalista) y el proletariado (cuyos
intereses serán expresados al socialismo). El campesinado es
históricamente la
cuna de movimientos nacionalistas. Sus capas inferiores, los campesinos
sin
tierra, serían aliados naturales del proletariado mientras los
campesinos
medios, pequeños productores de mercancías que no
explotan trabajo ajeno,
podrían apoyar a la revolución obrera para deshacerse del
yugo de los hacendados,
como sucedió en la Revolución Rusa de 1917. Pero en
tiempos “normales” el
campesinado propietario es presa fácil de la burguesía,
de la que depende para
sus semillas, y para comercializar sus productos. Sin embargo, el
triunfo del ejército
rebelde en Cuba liderado por Fidel Castro, Ernesto “Ché” Guevara
y Camilo
Cienfuegos al derrocar el tirano Fulgencio Batista el 1° de enero
de 1959
originó toda una serie de movimientos guerrilleros en
América Latina que
se echaron al monte buscando reproducir lo que era un caso excepcional. Los trotskistas de la Liga por
la IV Internacional y su sección mexicana, el Grupo
Internacionalista,
defendemos al estado obrero deformado en Cuba en contra del
imperialismo y de la
contrarrevolución, sea
interna o externa. A la vez, luchamos por una revolución
política proletaria
para instaurar una verdadera democracia soviética en lugar del
actual régimen
burocrático, en el que las decisiones fundamentales son tomadas
por una
reducida capa pequeñoburguesa, sea ésta la actual
dirigencia del Partido
Comunista Cubano bajo Raúl Castro, o quienes en un momento dado
se encontraban
en el jeep de Fidel Castro en el período inicial. Entonces en Centroamérica
en
los años 70, el FSLN dirigido por su fundador Carlos Fonseca
Amador, y luego
por Daniel Ortega, Tomás Borge y Jaime Wheelock, se
inspiró en el ejemplo de la
Cuba castrista, y en la lucha del general insurgente Augusto Sandino
contra el
imperialismo y sus títeres en los años 20. Pero al llegar
al poder, siguiendo
los consejos de Castro, el FLSN no buscó construir “una segunda
Cuba”, sino formar
un gobierno con sectores burgueses dirigidos por Violeta Chamorro, cuyo
esposo
fue asesinado por el dictador Somoza. La coalición con Chamorro
duró poco. Lo
que persistió en la Nicaragua sandinista durante casi una
década fue un régimen
pequeñoburgués. No era, ni de lejos, un estado obrero –
la economía seguía en
manos de la burguesía local – pero tampoco un estado
capitalista, debido al
hecho de que el ejército capitalista de Somoza fue hecho
añicos, y el Ejército
Sandinista no estaba comprometido con la defensa ni de la propiedad
capitalista, ni de la propiedad colectivizada de un estado obrero. Después de una
década en el
poder, bajo la presión del imperialismo norteamericano con su
bloqueo económico
y el acoso militar del ejército mercenario de los contras,
Daniel Ortega firmó en
1987 el Acuerdo de Esquipulas, orquestado por el mismo Oscar
Arías, presidente
de Costa Rica, quien hoy actúa como “mediador” en Honduras. En
1989, el FSLN
sufrió una derrota electoral a manos de una coalición
burguesa opositora
dominada por Chamorro y perdió el poder político.
Entonces vinieron 16 años de
dominación por gobiernos de derecha en la que la
corrupción alcanzó niveles inusitadas
y la pobreza de las masas nicaragüenses se profundizó
constantemente. Luego, en
2006, Daniel Ortega se hizo reeligir presidente y el FSLN ahora tiene
la
mayoría en el Congreso, pero esta vez como un político y
un partido plenamente
burgueses. Formalmente el régimen que preside Ortega se llama el
Gobierno de
Reconciliación y Unidad Nacional, lo que hace patente su
compromiso de aliarse
con otros sectores burgueses, a pesar de que hay una oposición
furibundamente
antisandinista, no importa cuán derechista sea la
política del gobierno. Religión y
capitalismo: El neocristiano Daniel Ortega cumple con los dueños
de las maquiladoras mientras los trabajadores nicaragüenses
todavía viven en la miseria. El carácter capitalista
del actual
gobierno sandinista se refleja en su postura ante el creciente
descontento de
los trabajadores. Poco después del inicio del nuevo mandato, se
dividió la
Central Sandinista de Trabajadores (CST), formándose otra
central, el Frente
Nacional de los Trabajadores (FNT). Ambas federaciones forman parte del
sandinismo;
en ese sentido se asemejan a los gremios corporativistas en
México. (En México en
los años 70, frente al descontento con la corporativista CTM, el
eje del
“sector obrero” del Partido Revolucionario Institucional, el
PRI-gobierno formó
el Congreso del Trabajo, también integrado en el partido de
estado.) Entonces,
en Nicaragua, el año pasado cuando hubo una negociación
de un contrato nacional
de los trabajadores, el FNT pidió un 25 por ciento de aumento.
La CST dijo que,
consciente de las difíciles condiciones económicas,
sólo pediría un 10 por
ciento. ¿Y el gobierno sandinista? El ministro de trabajo
apoyó la posición de
los capitalistas, que rechazaban todo aumento. Luego, Daniel Ortega en
el acto
del 1° de mayo, dijo a su ministro que debía sentarse con
los sindicatos y
empresarios para darles unos córdobas más a los obreros.
Otro aspecto es que
los que tratan de sindicalizar a los trabajadores de la maquila se
quejan de la
hostilidad del gobierno que busca atraer maquiladoras. También está el
aspecto
religioso. Daniel Ortega, después de ostentarse durante
años como marxista,
luego de su derrota electoral y de un escándalo sexual, se
reinventó
políticamente y se bautizó como cristiano. Hoy en toda
Managua se puede ver
enormes carteleras con el retrato del presidente y el lema, “Cumplirle
al
pueblo, es cumplirle a DÍOS”. Y no se trata sólo de
explotar la religión como propaganda
electorera, como cualquier otro politiquero burgués. En octubre
de 2006, en
plena campaña electoral, el novocristiano Ortega se unió
a la derecha para
prohibir el aborto en cualquier condición, incluso cuando la
vida de la mujer
está en peligro. Mientras alrededor de América Latina se
lucha por la
despenalización del aborto, ¡en Nicaragua se abolió
el aborto terapéutico! Luego,
en noviembre de 2007 (después de que murieron unas 80 mujeres),
el gobierno
sandinista agregó penas criminales a la prohibición. En
octubre de 2008, la
policía nicaragüense irrumpió en las oficinas del
Movimiento Autónomo de
Mujeres incautando archivos y computadoras para investigar la
acusación de que
el MAM habría promovido abortos ilegales. Y en noviembre del
mismo año, la
policía impidió a cientos de mujeres marchar en Managua
por el Día
Internacional por la Eliminación de la Violencia contra la
Mujer. Los trotskistas de la Liga por
la IV Internacional luchamos por el derecho irrestricto al aborto libre
y
gratuito en condiciones médicas de alta calidad (ver
“México:
¡Por el aborto
libre y gratuito!” El Internacionalista
n° 6, mayo de 2007). Mario Funes, reportero y personaje
televisivo, electo presidente de El Salvador como candidato del FMLN,
dice que
consolidará las políticas “neoliberales” de los
anteriores gobiernos derechistas. Foto:
José Cabezas/AFP Hoy, cientos de miles de
nicaragüenses siguen padeciendo una pobreza terrible, mucho peor
que en las
colonias plebeyas de las regiones más pobres de México.
Prácticamente ha
desaparecido toda corriente a la izquierda del FSLN, y los que se
identifican
como “la izquierda revolucionaria, sandinista y socialista” parecen
anhelar un
“socialismo [burgués] de siglo XXI” estilo chavista (ver Correo de Nicaragua n° 4, mayo-junio de 2009). Sin
embargo, introducir
algunos programas sociales de salud, educación y subvenciones
además de fomento
de cooperativas dista mucho de barrer con el capitalismo, cuyo
régimen de
explotación reproduce constantemente miseria. La “nueva
Nicaragua” de la
segunda venida del FSLN requiere urgentemente una verdadera
revolución
socialista, producto de una lucha clasista de los trabajadores en
contra del gobierno
capitalista. En El Salvador, en las
elecciones presidenciales de marzo de este año venció
Mauricio Funes Cartagena,
un popular periodista televisivo, como candidato del Frente Farabundo
Martí de
Liberación Nacional. Su único lazo con el pasado
guerrillero del farabundismo
es que como reportero entrevistó a varios comandantes. Al entrar
en funciones
el 1° de junio, Funes anunció que no estaría sujeto a
las decisiones del FMLN y
que el suyo sería un gobierno de unidad nacional (aunque como en
el caso del
FSLN se vea hostigado por la derecha). Siendo que ARENA sigue
controlando la
Corte Suprema y la Asamblea Legislativa en alianza con otros partidos
derechistas, el flamante presidente “moderado” tendrá un poder
de decisión muy
circunscrito. Aún así, dice que no se opone a la
consolidación de las políticas
“neoliberales” de los gobiernos anteriores, y en particular acepta el
Tratado
de Libre Comercio CAFTA y la iniciativa de “Caminos a la Prosperidad en
las
Américas” inaugurada por el gobierno Bush que somete la
economía salvadoreña a
la tutela de EE.UU. El Grupo Internacionalista/Liga por la IV Internacional en una protesta en Nueva York contra el golpe militar hondureño, el 29 de septiembre. Foto: The Internationalist Al igual que en Honduras, la
estrecha clase dominante salvadoreña se ha modernizado sin
ampliarse. De hecho,
una investigación de la revista jesuita Envío
(julio de 2009) concluye que la tradicional oligarquía
cafetalera y
agroexportadora de las famosas “14 familias”, que dominó el
país durante un
siglo, ha sido remplazada por ocho grupos comerciales y financieros.
Algunos de
esos capitalistas figuran entre los influyentes “Amigos de Mauricio
Funes”,
prefiriendo la meritocracia prometida por él al tráfico
de influencias de
ARENA. Al buscar la “estabilidad”, el presidente supuestamente “de
izquierda”
afianzaría una de las sociedades más estratificadas del
mundo. Y la respuesta de
Funes ante el régimen golpista en Honduras ha sido bastante
débil, cerrando la
frontera sólo durante 24 horas. Pero, ¿cómo
podría esperarse otra cosa de este
gobierno capitalista de “centro-izquierda”? Más significativo es
que tampoco ha
habido ninguna acción de la izquierda y el movimiento obrero
salvadoreños.
¿Dónde están los boicots sindicales a las
exportaciones hondureñas, las
iniciativas de huelga de apoyo? En la práctica, desde San
Salvador ha habido un
silencio estruendoso en torno al golpe. También en México,
la potencia
regional, ha sido casi inexistente la solidaridad obrera con los
trabajadores
hondureños que hoy enfrentan una represión feroz.
Aquí, y particularmente en
Estados Unidos, debemos instar a los sindicatos y coordinadoras
magisteriales
independientes a apoyar en los hechos a sus compañeras y
compañeros que luchan
bajo el fusil. No se trata simplemente de acciones de solidaridad: hay
que
golpear a los aliados de los golpistas en toda la región. Un
auge de lucha
clasista en contra de los capitalistas en El Salvador, Guatemala,
Nicaragua y
Costa Rica aumentaría la presión sobre los patrones de
los amotinados en
Honduras. Por sobre todo, urge iniciar la construcción de los
núcleos de
partidos obreros revolucionarios, trotskistas y leninistas, para
dirigir la
lucha por la revolución socialista en toda la región.
Dada la génesis regional
e internacional de la asonada hondureña, será
difícil aplastarla en el estrecho
marco nacional. Así se debe empezar ya a tejar los lazos para
una federación
centroamericana de repúblicas obreras, en unos Estados Unidos
Socialistas de
América Latina. ■ 1 Ver “Honduras:
el primer golpe de
estado del gobierno de Obama”, El
Internacionalista, agosto de 2009 |
|