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mayo de 2019

La farsa burguesa de la “cuarta transformación”

México: AMLO al servicio de
la patronal y el imperialismo


Andrés Manuel López Obrador en la toma de protesta de Carlos Salazar Lomelín (a la derecha) como presidente del Consejo Coordinador Empresarial, órgano cupular de la burguesía mexicana. (Foto: Eduardo Miranda / Proceso)

¡Romper con todos los partidos burgueses: Morena, PRI, PAN, PRD!
¡Forjar un partido obrero revolucionario, leninista y trotskista!

Una versión abreviada del artículo que reproducimos a continuación fue publicado en Revolución Permanente n° 9, mayo de 2019, el periódico del Grupo Internacionalista, sección mexicana de la Liga por la IV Internacional.

Las elecciones del 1º de julio pasado dieron un triunfo arrollador a Andrés Manuel López Obrador, candidato de la Coalición Juntos Haremos Historia formada por el populista burgués Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), el reaccionario misógino y homófobo Partido Encuentro Social (PES), auspiciado por iglesias evangélicas, y el Partido del Trabajo (otro partido burgués, originalmente palero del PRI). Con más de 30 millones de votos a su favor, AMLO consiguió el 53 por ciento de los sufragios, cifra inédita desde la época dorada en que el PRI-gobierno conseguía carro completo y aplanadora año con año. Muy lejos quedaron sus contrincantes: Ricardo Anaya, de la coalición conformada por el clerical reaccionario Partido Acción Nacional (PAN) y el debilitado Partido de la Revolución Democrática (PRD), y José  Antonio Meade, el burócrata gris que detentó la candidatura del Partido Revolucionario Institucional (PRI) del presidente Enrique Peña Nieto.

La victoria de AMLO despertó un enorme entusiasmo en las masas, que anhelaban una salida de la hecatombe que han originado los gobiernos panistas y priístas de los últimos años. Muchos comentaristas han escrito que el péndulo político gira hacia la izquierda en México mientras que en el Cono Sur del continente va en sentido contrario. La verdad, sin embargo, es que el nuevo gobierno de AMLO no es de izquierda, siquiera en el panorama político burgués, sino que tiene un carácter populista burgués típico. A diferencia de los gobiernos del Partido dos Trabalhadores (PT) en Brasil bajo Lula y Dilma, en México no gobierna ahora un frente popular. A diferencia de Venezuela bajo Chávez o Maduro, el régimen de AMLO cuenta con el beneplácito del imperialismo norteamericano. Lo que hay ahora en México es un intento en curso de reorganizar un gobierno fuerte centrado en la figura del presidente para reconstituir mecanismos de control social más eficaces. Como escribimos en vísperas de las elecciones:

“En general, es más que evidente que la burguesía mexicana ha aceptado […] el triunfo de AMLO y que de hecho lo auspicia como una necesaria alternativa de recambio capitalista” (“Elecciones en México: López Obrador al rescate de la burguesía”
–suplemento de El Internacionalista, junio de 2018

Ha quedado de manifiesto a lo largo de los primeros cinco meses de su gobierno que AMLO está al servicio de la burguesía mexicana y de sus socios mayores imperialistas. Una y otra vez ha prometido a los capitalistas mexicanos que no es su enemigo y, de hecho, se ha granjeado el apoyo abierto de buena parte de la patronal mexicana. Con respecto al gobierno imperialista de Estados Unidos encabezado por el racista Donald Trump, AMLO y su equipo están colaborando en la implementación de la política migratoria norteamericana. Ofrecen la zanahoria de las estancias legales en el México a los migrantes, pero de manera creciente también el garrote de la persecución policíaca (que ahora realiza el Instituto Nacional de Migración, y próximamente de la Guardia Nacional). Buscan mantener a los desposeídos migrantes centroamericanos en el sur de México, bien lejos de la frontera con EE.UU. (véase nuestro artículo “La caravana de los desposeídos” en la página 7 de este número).

A pesar de sus pretensiones de “gobernar para todos”, AMLO representa el más reciente intento de la débil burguesía mexicana de mantener la paz social en un país industrializado, con un poderoso proletariado, que podría despertar y movilizar su fuerza volcánica. Las luchas de los explotados y oprimidos que están estallando (y que seguirán haciéndolo) sólo podrán conseguir la victoria a condición de que se libren con la más completa independencia de clase con respecto a la burguesía, sus políticos, sus partidos y su estado. Las luchas de clase requieren de un programa político obrero, revolucionario e internacionalista apuntando a una revolución socialista que establezca un gobierno obrero y campesino y que se extienda más allá de las fronteras, tanto al norte, hasta las entrañas mismas de la bestia imperialista, como al sur, al resto del continente.

AMLO: caudillo burgués populista

En septiembre de 2012, tras su derrota en las elecciones de julio, AMLO decidió abandonar el PRD. Hasta ese momento, su Movimiento de Regeneración Nacional había sido un instrumento de movilización electoral independiente del control de “los Chuchos” Zambrano y Ortega. A partir de su salida del PRD, Morena comenzó a constituirse como el nuevo vehículo político de AMLO. Lejos de la fragmentación en tribus en competencia que caracterizó al PRD a lo largo de su existencia, Morena se construyó sobre la base del control monolítico de su caudillo, AMLO. Desde que se separó del PRD, nos referimos al instrumento político de López Obrador como “Morena, un movimiento populista burgués” (“El puño obrero puede noquear a Peña Nieto”, Revolución Permanente No. 2, marzo de 2013).

Esta vez, López Obrador se valió de una estrategia diferente, que se probaría eficaz: comenzó a reclutar a dirigentes políticos locales en todo el país, con especial énfasis en los estados norteños donde el PRD nunca tuvo fuerza, para basar su campaña sus máquinas políticas ya constituidas. Para principios de 2018, cuando se perfilaba ya con claridad la contienda electoral de ese año, importantes dirigentes estatales –y hasta nacionales– del PRI y el PAN se habían pasado a Morena. El presidente del PAN durante los primeros años del gobierno de Felipe Calderón, Germán Martínez Cázares, se sumó estentóreamente a la campaña presidencial de AMLO en enero de 2018. Poco después, su predecesor en la jefatura panista, el ultrarreaccionario Manuel Espino, hizo lo propio. Cuando 300 militantes del PAN de Apodaca, Nuevo León, anunciaron su renuncia al PAN y su integración a Morena, AMLO les dio la bienvenida: “Aquí tienen lugar y las puertas están abiertas” (Aristegui Noticias, 26 de enero de 2018).

El mismo fenómeno se observó en Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Tamaulipas, Durango, etc. Un artículo de La Jornada Baja California (31 de marzo de 2018) con el título de “La discreta migración de ex  panistas y ex priístas a Morena” señala:

“Con panistas de viejo cuño –como Armando Terán Corella o Salvador Morales Riubí– y priistas de diversos tamaños y corrientes -José Osuna o Hugo Torres– migrando discreta pero constantemente a Morena, inició ayer el proceso electoral en Baja California….
“Una de las migraciones más llamativas fue la del ex secretario particular del gobernador panista Francisco Vega de Lamadrid y ex dirigente estatal del PAN, ex diputado local, Salvador Morales, hijo de un fundador de Acción Nacional en el estado, quien había ocupado diversos cargos en la administración….
“Del lado del PRI no solo están Jaime Martínez Veloz, quien es también un viejo amigo de Bonilla, sino que hace dos semanas llegó también Hugo Torre Chabert, empresario hotelero que fue dos veces alcalde de Playas de Rosarito por el Revolucionario Institucional.”

Fenómenos como éste se repitieron en todo el país. A cambio de candidaturas a alcaldías, gubernaturas y curules, Morena reclutó sistemáticamente a políticos burgueses tradicionales con bien establecidas redes clientelares.

El éxito de esta estrategia resultó evidente el 1º de julio, cuando AMLO y su Movimiento de Regeneración Nacional arrasaron en todos los estados del país, con la excepción de Guanajuato.  En los estados del sur, AMLO mantuvo (y amplió) sus votos: en su natal Tabasco, por ejemplo, consiguió el triunfo en el 99 por ciento de las secciones electorales, por ejemplo. Pero en el norte, por primera vez, consiguió victorias contundentes. En Nuevo León venció en el 60 por ciento de las secciones electorales. En los estados en que el PAN consiguió la victoria en 2006 y el PRI en 2012, AMLO y Morena ganaron prácticamente el carro completo. Un artículo publicado por la revista Nexos (julio de 2018), lo resume así: “La coalición de Morena, PT y PES ganó en el 79% de las secciones que había ganado el PRI en 2012; en 52% de las que había ganado algún miembro del FRENTE [PAN, PRD, MC] en la elección presidencial anterior y en casi el 100% de las que había ganado AMLO en 2012 compitiendo por el PRD” (“¿Cómo ganó AMLO? Breve historia gráfica de la migración electoral más grande en la historia democrática de México”).

Esta “migración electoral” es reflejo de un cambio en la naturaleza del apoyo social recibido por AMLO en 2006 y 2012, por un lado, y 2018, por otro. En sus dos primeras contiendas por la presidencia, la principal fuente de apoyo de López Obrador fue el “frente popular” en torno al PRD que se había conformado en torno a la figura de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988. La tarea asignada por la burguesía a este frente de colaboración de clases fue principalmente la de desviar las luchas contra la política antiobrera de los gobiernos mexicanos hacia la política parlamentaria burguesa. Para ejercer presión sobre el gobierno, pero manteniendo atadas a las organizaciones plebeyas al PRD burgués, este frente popular se encarnó en diferentes coaliciones “contra las privatizaciones”, a favor del “diálogo por un proyecto alternativo de nación”, lo mismo que en “asambleas populares”, etc. Los sindicatos “independientes”, formalmente separados del estado pero políticamente atados al PRD burgués, han sido parte integral de este frente popular. En 2006 señalamos que en las masivas manifestaciones de repudio al fraude electoral que llevó a Felipe Calderón a la presdencia, las agrupaciones sindicales “independientes” jugaron un papel clave:

“En el mega plantón a lo largo de Reforma, había un campamento sindical tras otro: estaban el SNTSS (Sindicato Nacional de Trabajadores del Seguro Social), el STUNAM (Sindicato de Trabajadores de la UNAM), la CNTE (Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación), el SUTIN (Sindicato de los Trabajadores de la Industria Nuclear), el sindicato de embotelladores, el de trabajadores del Distrito Federal, la Alianza Nacional de Petroleros Democráticos, los Sindicalistas por la Democracia, etc. En muchos casos, los logotipos sindicales aparecían junto al de la Coalición por el Bien de Todos, el vehículo electoral de AMLO.
“Por si esto no bastara, en el marco de la enorme Convención Nacional Democrática convocada por López Obrador para realizarse el 16 de septiembre en el Zócalo, se lanzó el Frente Amplio Progresista (FAP), que incluye al PRD y al PT (Partido del Trabajo, un partido burgués menor establecido por el PRI para ganar votos obreros que ahora está alineado con AMLO), con el apoyo del SME (electricistas), el STRM (telefonistas) y diversos sindicatos afiliados a federaciones sindicales como la UNT (Unión Nacional de Trabajadores), el FSM (Frente Sindical Mexicano) y el FNUAS (Frente Nacional por la Unidad y la Autonomía Sindical). El frente popular en torno al PRD no sólo está más que vivo, sino que es uno de los principales obstáculos para la victoria de la huelga de los maestros oaxaqueños, toda vez que los dirigentes del sindicato magisterial (la sección XXII del SNTE/CNTE) y de la Asamblea Popular del Pueblo de Oaxaca (APPO) le han dado apoyo político ‘táctico’ al PRD.”
–“GEM: furgón de cola del frente popular”, El Internacionalista No. 6, octubre de 2006

Para las elecciones de 2018, el apoyo sindical a favor de AMLO fue el mismo que en el pasado, pero globalmente tuvo un peso relativo menor. Morena no es una versión renovada del PRD. Fundado en 1989 por Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez y otros prominentes priístas que habían conformado un año antes el Frente Democrático Nacional a partir de una escisión del partido gobernante, este partido burgués fue el eje patronal de un frente popular de colaboración de clases. El otro sector fundacional del PRD fueron las organizaciones tradicionales de la izquierda que se autoproclamaba como socialista, especialmente los restos del Partido Comunista. Como escribimos en nuestro artículo en dos partes “México: régimen en crisis” (Cuadernos de El Internacionalista, enero de 1999):

“Cárdenas dejó el PRI porque se dio cuenta de que los decrépitos ‘dinosaurios’ del partido gobernante estaban perdiendo la capacidad de controlar el descontento obrero y campesino. Había que crear una nueva forma de realizar las viejas funciones. El movimiento cardenista y el PRD, que surgió de él, constituyeron el polo de atracción para un frente popular encabezado por políticos burgueses de larga trayectoria. Este frente popular ha sido el lugar de descanso final de toda una serie de organizaciones de izquierda en proceso de liquidación y un instrumento para controlar el movimiento a favor de sindicatos independientes”.

Ante el desgaste y resquebrajamiento de los viejos mecanismos de control social sobre los que se erigió la “dictadura perfecta” priísta (como la describió el escritor derechista peruano Mario Vargas Llosa) a lo largo de más de siete décadas, el frente popular cardenista fue una red de salvamento para el capitalismo mexicano y una solución de recambio lista para ser empleada. Primero bajo Cárdenas, y luego bajo López Obrador, este frente cumplió diligentemente su tarea de desviar las luchas de los explotados y oprimidos hacia los canales estériles de la política burguesa. Cada vez que estallaba el descontento social en el campo o la ciudad, el frente popular se ponía a la cabeza de las luchas hasta lograr desactivarlas. Lejos de ser un fracaso por no haber ganado las elecciones de 1988, 1994, 2000, 2006 y 2012, el frente popular fue un éxito rotundo en cumplir su encomienda para los amos capitalistas de México, la de involucrar las fuerzas de izquierda en derrotar las luchas de la clase obrera.

En esta ocasión, AMLO no fue electo para poner alto a una ola de efervescencia en la lucha de clases. La burguesía mexicana decidió recurrir a sus servicios dado el hartazgo generalizado de la población por los estragos causados en el país por una “guerra contra el narcotráfico” dictada por el imperialismo norteamericano que dejó en los últimos dos sexenios una creciente cauda de sangre. El saldo de esta guerra, que raya hoy en un cuarto de millón de muertos por violencia, es también el de un profundo hartazgo contra la falsa “alternancia” que representaron el PAN y el PRI. El cinismo de la corrupción omnímoda de la política mexicana fue también un factor clave para cristalizar votos a favor de AMLO. Sin embargo, ni un cambio en la política de “seguridad interior” ni un “combate contra la corrupción” modifican ni un ápice la raíz de la podredumbre y la miseria que campean por el país: el dominio capitalista de este país semicolonial.

AMLO hacia un nuevo corporativismo


Marcha de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación en Morelia. La CNTE rechazó airadamente el regreso de Elba Esther Gordillo, que pretende tomar las riendas del corporativista SNTE.  (Foto: El Universal)
“La Maestra” Gordillo, ladrona y asesina, volvió a la escena con el apoyo de López Obrador. Ahora AMLO quiere “corporatizar” la CNTE. (Foto: Cuartoscuro)

No es casual que López Obrador apueste a consolidar su control sobre el movimiento obrero mediante el fortalecimiento de las estructuras corporativistas. Carlos Aceves del Olmo, que preside la Confederación de Trabajadores de México (CTM), la principal federación gremial corporativista del país, ha brindado un “respaldo total” de su organismo al gobierno de AMLO. Durante el anuncio de un pacto entre patrones, trabajadores y gobierno para aumentar el salario mínimo realizada el 17 de diciembre pasado, el jefazo charro señaló: “Este país vive una revolución que usted la hace, señor Presidente, como Jefe Máximo” (Sin embargo, 17 de diciembre).

Pero el anquilosamiento de la CTM es inocultable. Por eso, el gobierno de López Obrador persigue la conformación de nuevas estructuras sindicales bajo su control, como la Confederación Internacional de Trabajadores, que encabeza el morenista Napoleón Gómez Urrutia, o Petromex, el “sindicato” con respaldo gubernamental que pretende agremiar a los trabajadores de PEMEX que están descontentos con el charro Carlos Romero Deschamps, y en quien el gobierno ya no confía plenamente.

Un caso emblemático es el del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE). Este gremio ha sido instrumental para la implementación de los ataques burgueses contra la educación pública, incluso asesinando a más de 150 maestros disidentes afiliados. Aunque habían prometido desmantelar los aparatos corporativistas, los presidentes panistas Fox y Calderón tuvieron que apoyarse en los “sindicatos” charros. Muchos de los combativos maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) de Oaxaca, Chiapas y Guerrero apoyaron la elección AMLO por su promesa de echar abajo la contrarreforma “educativa” implementada por el gobierno de Peña Nieto. Ahora ven que la política educativa del gobierno de Morena sigue los mismos cauces la de los gobiernos del PRI y del PAN (véase “AMLO abroga la contrarreforma educativa, insiste en el dictado del estado capitalista”, en este número de Revolución Permanente).

Elba Esther Gordillo fue una de las aliadas principales de los dos presidentes panistas. Cayó en desgracia durante el gobierno priísta de Enrique Peña Nieto, pero ahora AMLO vuelve a requerir de sus servicios. Como parte de esta estrategia, los dirigentes que le son afín dentro de la CNTE, tienen la encomienda gubernamental de “volver” al viejo SNTE charro para, supuestamente, “democratizarlo”. Pero como aparato estatal de control laboral sobre los maestros, el SNTE no puede ser democratizado. La vuelta de la CNTE al SNTE tendría el único propósito de someterla nuevamente al control corporativista de que con tanto empeño intentó liberarse (y nunca completamente) desde 1979.

Guardia Nacional, militarización y bonapartismo


El entonces presidente electo Andrés Manuel López Obrador en un inusitado encuentro, el 25 de noviembre de 2018,  aún antes de su toma de posesión, con altos mandos militares y más de 10 mil soldados. Ahí anunció la formación de la Guardia Nacional, nueva escalada de la militarización del país. (Fotos: El Heraldo de México; El Universal)

La presidencia fuerte que pretende construir AMLO requiere del control más estrecho sobre las fuerzas militares y el aparato policíaco. En México, el Ejército, la Marina y la Policía Federal se han vuelto parte del paisaje en todo el país como resultado de una “guerra contra las drogas” que se ha extendido a lo largo de más de doce años. Los resultados de esta guerra son completamente desastrosos: la expresidente chilena Michelle Bachelet, ahora en calidad de Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, dijo durante su reciente visita al país que “México tiene cifras de muertes violentas propias de un país en guerra: 252 mil 538 desde 2006” (La Jornada, 10 de abril). De hecho, hubo más personas muertas por violencia en México que en Irak.

Bachelet, la también ex ministra de defensa de Chile, estuvo en México para, entre otras cosas, dar su impronta aprobatoria a la formación de un nuevo cuerpo militar-policíaco, una Guardia Nacional modelada sobre la base de infames cuerpos represivos como los carabinieri italianos, y los carabineros chilenos. Conformada inicialmente por destacamentos enteros de la Policía Militar y de la Policía Naval, esta nueva fuerza (con disciplina militar y mandos militares “en retiro”) cumplirá con funciones omnímodas de “investigación y combate a los delitos” hasta “intervenir comunicaciones” y militarizará las fronteras (véase Proceso, 14 de abril).

La desenfrenada militarización del país ha sido producto, en realidad, del debilitamiento de los mecanismos de control social propios de régimen corporativista del PRI-gobierno y correspondió, durante los gobiernos de Calderón y Peña Nieto, al empeño de establecer una “democracia militarizada” latinoamericana normal, al estilo de la colombiana. Sin embargo, la Guardia Nacional de López Obrador irá más lejos, al legalizar por completo la militarización de la actividad policíaca en el país. He aquí la respuesta de AMLO a la infame desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa:¡fundar un nuevo instituto represor aún más poderoso!

La oposición burguesa se ha opuesto a la Guardia Nacional de AMLO de manera hipócrita, pues fueron gobiernos del PAN y el PRI los que lanzaron la guerra contra el narcotráfico que ha llenado al país de sangre. A pesar de sus protestas grandilocuentes, a lo que se oponen es a detalles completamente secundarios (como si, por ejemplo, mandos civiles modificaran de alguna manera la naturaleza militar que tendrá el nuevo cuerpo). MLO ha sido claro en su afirmación de que la Guardia Nacional es una derivación de las fuerzas armadas, a las que una y otra vez ha calificado como el “pueblo uniformado”. Nada más falso: el ejército que AMLO idolatra es el de la masacre de Tlatelolco en 1968 y de la guerra sucia contra izquierdistas y luchadores campesinos en los años 1970; es el ejército que masacró a los zapatistas en enero de 1994; el ejército que reprimió a los maestros en Oaxaca en 2006, junto con la Policía Federal (cuyo primero despliegue fue para reprimir la huelga de la UNAM de 1999-2000).

La Guardia Nacional será otro de los componentes esenciales del estado burgués, que como lo definieron Marx y Engels, es el conjunto de destacamentos especiales de hombres armados que, junto con las cárceles y los tribunales, sirven para defender la propiedad privada burguesa. La clase obrera y los oprimidos deben tener esto bien en claro. Toda ilusión en las fuerzas represivas de AMLO se probará como suicida más temprano que tarde.

¡Forjar un partido obrero revolucionario!

No son pocos los izquierdistas que están profundamente entusiasmados con el nuevo gobierno. Profesionales de la colaboración de clases, creen que, de alguna manera, el triunfo de Morena representa alguna suerte de triunfo democrático en el país. Algunos comentaristas reaccionarios han azuzado también una histeria conservadora contra el nuevo gobierno, al que identifican como una suerte de “criptosocialista”. Esta caracterización es falsa hasta la médula: el gobierno populista burgués de AMLO es un instrumento de la burguesía.

México es un país de desarrollo capitalista tardío, una semicolonia de Estados Unidos. A pesar de haber tenido a lo largo de su historia al menos tres revoluciones democrático burguesas, las tareas democráticas siguen sin haber sido plenamente realizadas. La Revolución Mexicana que estalló en 1910 fue abortada y sus reivindicaciones como la liberación de las oprimidas masas campesinas, la independencia nacional y la realización de los derechos democráticos fueron traicionadas. Como señalo el gran revolucionario ruso León Trotsky con su perspectiva teórico-programático de revolución permanente, y como probó la Revolución Bolchevique de 1917, la única manera que existe en la época de la decadencia imperialista para que un país capitalista atrasado haga realidad estas reivindicaciones exige que la clase obrera tome el poder, establezca un gobierno obrero y campesino sobre la base de la expropiación de la propiedad burguesa y extienda la revolución socialista a escala internacional.

Hoy, el programa de Octubre Rojo es el único que puede liberar a las masas explotadas y oprimidas en este país. La farsa de una “cuarta transformación” burguesa, en la cauda de tres revoluciones democráticas fallidas precisamente porque no trascendieron el marco burgués, es una broma cruel. El proletariado mexicano cuenta con un poder social excepcional. Al poder parar en seco la economía de este país profundamente integrado a la economía del imperio norteño a través del Tratado de Libro Comercio de América del Norte (TLC), ahora conocido como el TMEC, la movilización de su poder social se haría sentir en todo el hemisferio.

En particular, dadas las conexiones efectivas entre el proletariado en México y Estados Unidos, que producen para los mismos patrones, y dada además la existencia de un verdadero puente humano que conecta las luchas de los trabajadores en México y en Estados Unidos, la lucha por la revolución socialista en México reviste una importancia estratégica. No es sólo que México sea un “eslabón débil” de la cadena imperialista en América del Norte, sino que las condiciones de super explotación y opresión que prevalecen en el país hacen inevitables los estallidos de lucha social. La cuestión clave es con cuál programa se debe luchar para vencer.

El programa de la revolución socialista internacional que hace un siglo guió a los trabajadores en Rusia a destruir sus cadenas y las cadenas de todos los oprimidos es el necesario para vencer también aquí y ahora. La disyuntiva es que las direcciones de la clase obrera traicionan las luchas de los explotados y las conducen una y otra vez a la derrota. Lo que hace falta es un partido como el de los bolcheviques de Lenin y Trotsky, que funcione como tribuno del pueblo, combatiendo toda forma de opresión como parte de la lucha revolucionaria. Forjar en México el núcleo de una sección bolchevique-leninista de una IV Internacional reforjada es la tarea a cuya realización dedica sus esfuerzos el Grupo Internacionalista, sección de la Liga por la IV Internacional.  ■

Contra AMLO: ¡Contratos laborales para los jóvenes, guarderías gratuitas de alta calidad para los niños!

Bajo la guisa del “combate a la corrupción” y la “austeridad republicana”, el gobierno de López Obrador mantiene y profundiza las políticas capitalistas de hambre para los trabajadores. Pretende aumentar el empleo para los jóvenes al introducir un programa, “jóvenes construyendo futuro”, en el cual recibirían una “beca” de 120 pesos diarios, prácticamente lo mismo que el raquítico salario mínimo. No tienen antigüedad, prestaciones, vacaciones, nada. ¿Qué futuro se puede construir con un pago que sólo permite a una persona comer exiguamente y pagar el transporte de casa al trabajo?

Mientras tanto, con el demagógico pretexto de eliminar la corrupción en las redes de estancias infantiles privadas, el gobierno de AMLO está desmantelando en los hechos estos exiguos servicios sociales. Esto ha provocado airadas protestas de las educadoras en quienes recae la pesada labor para la cual reciben una miseria. Supuestamente se va dar un bono en efectivo a las familias. El resultado está a la vista: el inevitable regreso a la esclavitud doméstica más brutal de decenas de miles de trabajadoras en todo el país. AMLO pretende que el “neoliberalismo” ha llegado a su fin en México, pero ¡estos programas son el más puro neoliberalismo casi idénticos a los programas implementados en Brasil con el aval del Banco Mundial!  ■