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mayo de 2001 


¡Defender al pueblo palestino!

¡Por una república obrera árabe/hebrea 
en el marco de una federación socialista del Medio Oriente!

(segunda parte)


Tanque israelí apunta al pueblo palestino de Beit Jala. 
Foto: Yaghob Zaded/SIPA Press

El marxismo y los pueblos interpenetrados

Desde hace mucho tiempo, varias organizaciones seudosocialistas se han puesto a la cola de la OLP, declarando que el nacionalismo palestino es “progresista”, tal como hacen con los grupos nacionalistas en todo el mundo. En Israel, la organización asociada con el Secretariado Unificado del difunto Ernest Mandel apoyó de hecho el embuste de los procesos de “paz” de Oslo. En una carta abierta del dirigente mandelista Michel Warschawski a un amigo suyo en la corriente principal del “movimiento por la paz”, cita otra carta escrita un día después de la firma de los acuerdos de Oslo: “...nosotros dos estamos comprometidos ahora con la misma campaña: llevar a cabo la completa implementación del acuerdo de Oslo, con la esperanza de que las nuevas disposiciones preparen el terreno para una verdadera paz entre Israel y los palestinos. Digo ‘con la esperanza’, porque a diferencia de ti, yo no confío en la ‘necesidad histórica’ ni en Yitzhak Rabin y su gobierno” (“Respeto mutuo o guerra religiosa”, Workers Liberty No. 68). Incluso hoy en día, Warschawski escribe que la declaración de Washington de 1993 produjo “algunos cambios, ciertamente no insignificantes”, y argumenta:

“Ni Yasir Arafat, y aún menos los cientos de miles de militantes y combatientes que lo apoyan, son títeres de Israel. Si aceptaron el diktat de Israel fue con la idea de obtener, al final del período interino, el fin de la ocupación israelí de Cisjordania y la Franja de Gaza, así como un estado soberano en los territorios liberados, con Jerusalén como capital. La historia dirá si este método fue el correcto....”

International Viewpoint, noviembre de 2000

Parece que la historia ha hablado, y el veredicto es negativo.

Por otra parte muchos izquierdistas, que no son menos oportunistas que Warschawski, proclaman “¡Victoria a la Intifada!” y denuncian correctamente a Arafat por haberse vendido a Israel. Este es el caso del grupo británico Workers Power, que señala que “la continuación de la existencia del estado sionista de Israel y el pleno derecho nacional democrático de los palestinos para tener su propio estado son incompatibles” (Workers Power, noviembre de 2000). Pero aunque hacen una referencia ritual a los obreros judíos y a las huelgas generales de Histadrut (central “sindical” sionista), no dicen ni una palabra acerca de los derechos nacionales, o siquiera de los derechos democráticos, de la población de habla hebrea. Tampoco presentan una perspectiva de lucha para la clase obrera israelí. ¿Cómo es que la intifada alcanzará la victoria? Workers Power hace un llamado (presumiblemente a los imperialistas) a que “rompan todo lazo diplomático y comercial con Israel” y exige “ayuda inmediata e incondicional de los estados árabes circundantes”, es decir, de los coroneles, reyes y jeques.

De manera parecida, la League for a Revolutionary Party (LRP) de EE.UU. presenta la cosigna: “¡Autodeterminación para Palestina: todo Israel es ‘territorio ocupado’!” La LRP ni siquiera se molesta en mencionar a los obreros hebreos, declarando que “Israel funciona como un reducto altamente subsidiado y altamente armado de los Estados Unidos” – en otras palabras, como una extensión del imperialismo. La LRP, que afirma que en la Unión Soviética imperaba el “capitalismo estatizado”, proviene de la tradición de Max Shachtman, quien abandonó el trotskismo en 1940 al rehusarse a defender a la Unión Soviética en la víspera de la Segunda Guerra Mundial, en tanto que Workers Power proviene de la tendencia de Tony Cliff, que se rehusó a defender a la Unión Soviética durante la Guerra de Corea y que calificó a la URSS de “capitalista de estado”. Lo que la LRP y Workers Power tienen en común es que hacen caso omiso de la línea de clase y se ponen a la cola del nacionalismo, alineándose en último término con el imperialismo.

La más grotesca versión de esta línea fue presentada hace algunos años por la corriente seudotrotskista dirigida por el difunto Nahuel Moreno en América Latina, que en su órgano Correo Internacional (septiembre de 1982), declaró: “No hay otra manera de destruir el estado sionista que no sea  echando a los sionistas.” Moreno dejó en claro lo que quería decir con esto al añadir que si alguien pensaba que hay “pobladores judíos no sionistas” en Israel, “esos habitantes imaginarios no existen”. Y para ser doble, triplemente claro, añadió que la destrucción del estado sionista “implica obligatoriamente el alejamiento de sus habitantes actuales”, puesto que de otro modo, implicaría “aceptar el hecho consumado de la ocupación judía de Israel”. Se trata de antisemitismo puro, y se traduce en el llamado a “echar a los judíos al mar”. Esto rinde un enorme favor a los sionistas, quienes afirman que ésta es preci la posición real de cualquiera que se oponga a su “estado judío”.

La conclusión lógica de la posición morenista es el genocidio, como es el caso de todo nacionalismo llevado al extremo. Los nazis de Hitler eran nacionalistas alemanes extremos, y los sionistas fascistas de Kahane Chai y Kach no se andan con rodeos al presentar sus planes para eliminar a la población árabe de la tierra que ellos llaman “Judea y Samaria”. En Cisjordania, donde estos grupos gozan de un apoyo significativo entre los colonos ultraderechistas, su principal figura, Benjamin Kahane – hijo de Meir Kahane, ex jefe de la “Liga de Defensa Judía” basada en Brooklyn, Nueva York – fue emboscado junto con su esposa a principios de este año.


Refugiada palestina en Gaza, enero de 2001. Foto: Reuters.

Los seguidores seudosocialistas más “moderados” del nacionalismo palestino niegan simplemente que los judíos israelíes tengan derecho a la autodeterminación, puesto que Israel es una nación opresora. Algunos intentan dar una justificación “teórica” al afirmar que el Israel sionista es un “estado de colonizadores”, como hacen los cliffistas de Estados Unidos en un artículo en la International Socialist Review (diciembre de 2000-enero de 2001). Esto pone un signo de igualdad entre los judíos israelíes y los colonos blancos de Rodesia. Pero aunque la implantación sionista en Palestina comenzó en plan de colonización, terminó creando una nación de habla hebrea de cuatro millones de personas. Y aunque el Israel sionista necesita de la ayuda imperialista, tiene sus propios intereses nacionales y en el pasado ha roto con una gran potencia patrocinadora para aliarse con otra, al sustituir el apoyo británico con el norteamericano. Hoy Israel es fuertemente subsidiado por Estados Unidos, pero lo mismo es el caso de Egipto y Jordania.

Cuando mucho, los partidarios “socialistas” del nacionalismo palestino ofrecerían a la población de habla hebrea vagos “derechos democráticos” – pero no derechos nacionales  – como una minoría en una Palestina burguesa de mayoría árabe. Esta fue la posición original de la OLP, así como del Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP) de Nayef Hawatmeh. Pero negar el derecho a la autodeterminación nacional de la población hebrea equivale a no ofrecerle ninguna perspectiva, sino la de ser una minoría discriminada. Como leninistas, defendemos a los oprimidos palestinos contra los opresores sionistas y reconocemos, al mismo tiempo, el derecho a la autodeterminación de todas la naciones. Es decir: tanto los árabes palestinos, como la población de habla hebrea tienen el derecho democrático a formar un estado independiente.

Esto no significa reconocer el derecho a existir de Israel, que nació de un horrendo crimen contra el pueblo palestino, al expulsar a los árabes de sus tierras y privarlos de su derecho a la existencia nacional mediante la fuerza militar. El estadio sionista es inherentemente discriminatorio y opresivo con respecto a los no judíos (entre ellos, los árabes y drusos, que representan casi la quinta parte de la población israelí). Así, hasta los sionistas liberales como Uri Avnery se oponen al claro derecho democrático de los árabes palestinos a regresar a la tierra de la que fueron echados, diciendo que esto destruiría Israel. Y es cierto. Independientemente de que se defina a los judíos en términos religiosos o étnicos e independientemente de que el régimen sea abiertamente teocrático o se revista en los ropajes de la democracia burguesa, un estado explícitamente “judío” es necesariamente antidemocrático, tal como los estados “cristianos” o “arios” instaurados por derechistas autoritarios y fascistas en Europa en los años 30. Los comunistas luchamos contra el actual estado sionista de Israel, lo mismo que contra la “república islámica” de Irán, que necesariamente discrimina a los judíos, zoroastristas y otras minorías étnicas y religiosas.

Además, puesto que el derecho a la autodeterminación es un derecho democrático, el ejercicio de este derecho se vuelve problemático en los lugares en los que dos naciones ocupan el mimo territorio. Aunque el origen de Israel es único – producto de un proyecto de colonización se cohesionó como una nación – lo mismo no es el caso del conflicto que representa la existencia en el mismo espacio geográfico de los árabes palestinos y del pueblo de habla hebrea. Ejemplos de “pueblos interpenetrados” se encuentran en todo el Medio Oriente, que ha sido uno de los cruces de caminos de la historia, así como en varias partes del extinto Imperio Otomano. En el vecino Líbano se encuentran musulmanes chiítas, musulmanes sunitas, drusos, aluwitas, cristianos maronitas, cristianos ortodoxos griegos, todos ellos organizados sobre bases comunales. En Irak, Siria, Turquía e Irán existen grandes minorías kurdas. 

Europa al fin de la era feudal estaba salpicada de semejantes pueblos minoritarios, y que fueron subyugados a sangre y fuego por las naciones capitalistas en ascenso: sus dirigentes eran quemados como herejes y sus idiomas fueron barridos del orbe. Pero en la época imperialista del capitalismo decadente, ya no existe la posibilidad de que las burguesías dominantes “asimilen” a dichos pueblos mediante el desarrollo económico. Bajo el dominio capitalista no hay forma de que los derechos a la autodeterminación nacional en competencia de dos pueblos que ocupan el mismo territorio puedan ser resueltos democráticamente. En un sistema económico basado en la competencia y la explotación, uno u otro pueblo será oprimido. El control de los recursos escasos, tales como el agua y el petróleo, así como las vitales rutas de transporte, determinará quién prospera y quién vive en la miseria. Además, una separación forzada, como aquella de la que ahora hablan Barak y Sharon, será un proceso brutal, tal como muestran los sangrientos conflictos étnico-religiosos que destruyeron a la antigua Yugoslavia.

Así, en el caso de pueblos interpenetrados y poblaciones nacionalmente entremezcladas, el derecho a la autodeterminación sólo puede ser alcanzado de forma equitativa bajo el dominio de la clase obrera, cuando una economía colectivizada y la planificación internacional hagan posible el uso de los recursos para el bien común. En este marco, los trotskistas defendemos la creación de una república obrera árabe/hebrea. Sería difícil organizar en este diminuto país estados nacionales separados, siendo además el caso que la distancia más corta entre dos lugares casi siempre pasa por territorio ocupado por el otro pueblo (por lo cual hay tantos caminos de “circunvalación”), y donde las comunidades judías y árabes se encuentran en lados opuestos de los mismos barrancos y se alimentan de las mismas fuentes de agua, donde ha existido una sola economía y un solo poder estatal por más de cuatro décadas. “Para bien o para mal”, los destinos de las naciones árabe y hebrea en la tierra de Palestina se encuentran inevitablemente entrelazados.

No obstante, si el nivel de hostilidad es tal que por medios democráticos uno u otro pueblo desea tener un estado nacional separado, un gobierno obrero revolucionario reconocería dicho derecho. A diferencia de lo que ocurriría bajo el capitalismo, este derecho podría hacerse realidad (si bien con dificultad) de un modo tal que no fuera discriminatorio hacia una u otra comunidad, en el marco de una federación socialista del Medio Oriente. Con todo, dichos estados obreros sólo podrán ser creados mediante una aguda lucha contra el sionismo y el nacionalismo árabe, y para hacer posible semejante federación, así como la división internacional del trabajo, se necesita de la participación de los obreros árabes y hebreos en una lucha revolucionaria en toda la región.


Carteles del Internationalist Group en octubre de 2000 protestan contra la represión sionista. 

¡Por una federación socialista del Medio Oriente!

Mientras muchos oportunistas reformistas y centristas se ponían desvergonzadamente a la cola de Arafat y otras fuerzas nacionalistas, la Liga Comunista Internacional y la Spartacist League en EE.UU. sostuvieron durante mucho tiempo un genuino programa internacionalista en torno a la cuestión de Israel y Palestina. La SL amplió y desarrolló el entendimiento trotskista de la cuestión nacional entre los pueblos interpenetrados derivado de la experiencia de la Internacional Comunista en sus primeros años. Un artículo en dos partes titulado “El nacimiento del estado sionista: un análisis marxista”, publicado en 1973-74, afirma: 

“Cuando las poblaciones nacionales se encuentran geográficamente interpenetradas, como en el caso de Palestina, un estado-nación independiente puede ser creado únicamente mediante su separación forzosa (transferencias de población forzosas, etc.). Así, el derecho democrático a la autodeterminación se vuelve abstracto, puesto que sólo puede ser ejercido mediante el desalojo o destrucción del grupo nacional más débil por parte del más fuerte.

“En estos casos, la única posibilidad de una solución democrática estriba en una transformación social.... Bajo el capitalismo el derecho a la autodeterminación en dicho contexto es estrictamente negativo: es decir, se plantea en contra de la supresión de los derechos nacionales o bien de los árabes, o bien de la población de habla hebrea. Por lo tanto, si hubiera existido una fuerza armada independiente de los árabes palestinos en la guerra de 1948, los marxistas le habríamos dado apoyo militar en la lucha contra la expansión del exclusionista estado sionista y del ataque de los ejércitos de la Liga Árabe que, en conjunto, suprimieron la existencia nacional de los árabes palestinos. Asimismo, si hubiera habido un ataque irredentista de los estados árabes que amenazara la supervivencia misma de la nación hebrea en palestina, los marxistas habríamos tomado la posición de defensismo revolucionario de la supervivencia de dicha nación.”

Tras una extensa discusión, la SL aprobó una resolución que comenzaba:
“La cuestión democrática de la autodeterminación para cada una de dos nacionalidades o pueblos que estén geográficamente interpenetrados sólo puede ser  resuelta de manera equitativa a condición de que el proletariado esté en el poder.”

Workers Vanguard No. 45, 24 de mayo de 1974

Durante tres décadas, la SL y la LCI representaron la continuidad del trotskismo a escala internacional. Sin embargo, tras las victorias contrarrevolucionarias en Europa Oriental, principalmente en la RDA y la Unión Soviética, un programa derrotista surgió dentro de la organización. Esto llevó a las expulsiones en varios países de cuadros espartaquistas de larga trayectoria, que formaron el Grupo Internacionalista y que junto con la Liga Quarta-Internacionalista do Brasil fundaron la Liga por la IV Internacional. El GI y la LIVI sostienen los logros programáticos de la LCI y continúan la lucha para reforjar una IV Internacional auténticamente trotskista, lucha que la LCI ha abandonado en la práctica. En efecto, en un artículo sobre la nueva intifada, el “nuevo” Workers Vanguard afirma: “Aunque hoy la posibilidad de una lucha revolucionaria de la clase obrera pueda parecer un sueño guajiro tanto como el mandato bíblico de ‘transformar las espadas en arados’, existe una rica historia para ser sondeada por los que aspiran a ser revolucionarios, y que incluye las incipientes revoluciones obreras de Irán en 1953 e Irak en 1958-59” (WV No. 744, 20 de octubre de 2000).

Esta perspectiva abiertamente derrotista muestra que para la LCI hoy en día, el programa de la revolución obrera se ha convertido en un sueño guajiro pacifista, y su consejo de “sondear” la historia de las luchas revolucionarias en Medio Oriente no está acompañado por un programa para la lucha derivado de dicha historia. Esto cuadra perfectamente con su nueva perspectiva de que la conciencia de la clase obrera sufrió una regresión cualitativa tras la destrucción de la Unión Soviética, razón por la cual, afirman, la crisis de la dirección revolucionaria ya no es más la crisis de la humanidad, a diferencia de lo que establece de forma contundente el Programa de Transición, el documento de fundación de la IV Internacional de Trotsky. Para aquellos que no creen que el programa bolchevique de la revolución socialista se parece a la utopía de espadas que se transforman en arados ¿cuáles son las lecciones más importantes a extraer con respecto al Medio Oriente?

Israel posee poderosas fuerzas militares, incluyendo más de 200 armas nucleares. Mientras que los fanáticos sionistas sueñan con un Gran Israel que se extienda hasta el Eufrates, y cercanos colaboradores de Sharon hablan de bombardear la presa de Asuán y la capital iraní Teherán (por lo cual el gabinete de Sharon fue apodado el gobierno “Asuán-Teherán”), esto subraya la urgencia de derrotar al estado guarnición sionista desde dentro. Juntos, los comunistas árabes y hebreos deben exigir la liberación de Mordechai Vanunu, quien con suma valentía reveló al mundo la existencia de este arsenal atómico en manos de los carniceros sionistas, que son perfectamente capaces de incinerar al mundo. Los trotskistas llamaríamos a organizar la defensa de soldados israelíes que se rehusen a actuar como asesinos represores de la juventud palestina.

Lucharíamos también para movilizar una defensa obrera conjunta árabe/hebrea frente a los ataques pogromistas contra los árabes, como los perpetrados en Nazaret y la región de Umm al-Famm, donde la policía y muchedumbres sionistas asesinaron a sangre fría a 13 árabes a mediados de octubre – crimen éste que fue defendido por el racista jefe de la policía del distrito. (De hecho, de acuerdo con un informe dado por un seguidor local del “trotskista” británico Ted Grant, algunos izquierdistas judíos de Israel organizaron patrullas para defender un vecindario árabe en Haifa contra la amenaza de una manifestación derechista en octubre pasado.)

Los nacionalistas palestinos que ven hoy a Israel como un sólido bloque sionista, comparten el mismo punto de vista de los sionistas europeos que a principios del siglo XX sólo veían en los gentiles un sólido bloque antisemita. Convencidos de que no tenían aliados ni posibilidad de resistir, los sionistas sólo podían huir (en vergonzosa colaboración con los fascistas que no podían sino alegrarse de verlos partir). Pero ¿a dónde pueden huir los palestinos? Hemos señalado cómo el proyecto sionista de construir un “estado judío” en Palestina se contraponía por el vértice no sólo a los intereses de los árabes, sino también a los de millones de judíos (ver “Zionism, Imperialism and Anti-Semitism” en The Internationalist No. 9, enero-febrero de 2001). Hemos detallado también la historia de las luchas conjuntas de los obreros árabes y hebreos a lo largo del mandato británico. De hecho, tales luchas continuaron hasta la víspera del nacimiento de Israel, y como parte de su campaña por expulsar a los trabajadores árabes, los sionistas atacaron deliberadamente a secciones de la clase obrera conocidas por este tipo de lucha conjunta (ver “Arab/Hebrew Workers’ Struggles Before the Birth of Israel” [Luchas obreras árabe-hebreas anteriores al nacimiento de Israel], en el mismo número de The Internationalist).

Pero la perspectiva de la revolución socialista en Palestina no puede limitarse a este pequeño rincón del Medio Oriente. De hecho, la región en su conjunto ofrece un extenso potencial revolucionario. Aunque estamos en desacuerdo con su programa liberal burgués, el crítico palestino Edward Said hace un señalamiento importante en su más reciente libro sobre el fin del proceso de paz. Hace notar que tras el desastre de la guerra árabe-israelí de 1967:

“La gran ironía es que cada uno de los regímenes árabes importantes, permanece sin haber cambiado en lo esencial hasta el presente, treinta años después de la mayor derrota colectiva en la historia árabe. Es verdad que casi todos los gobiernos están ahora aliados con Estados Unidos y los otrora beligerantes Egipto, Jordania y la Organización para la Liberación de Palestina firmaron acuerdos de paz con Israel. Pero la estructura de poder en el mundo árabe se ha mantenido sin cambio; las mismas oligarquías, cuadros militares y élites tradicionales conservan los mismos privilegios y toman el mismo tipo de decisiones que en 1967.”
De hecho, es probable que la región del Medio Oriente tenga hoy en día la mayor concentración de ancien régimes en comparación con cualquier otra región del globo. No es difícil concebir una ola de revoluciones que barra con las decrépitas dinastías, camarillas y dictaduras.

Pero para que un levantamiento de este tipo logre movilizar el enorme poder de la clase obrera y las masas de campesinos oprimidos, debe basarse en el programa Inter.nacionalista de la revolución proletaria. El Medio Oriente es una región predominantemente árabe, pero incluye también, además del pueblo hebreo en Palestina, a kurdos, turcos, persas, armenios, turkmenos y todo un abanico de comunidades étnico-religiosas, como los cristianos coptos y los negros nubios en Egipto. De hecho, muchos de los primeros dirigentes de los partidos comunistas en la región provenían de tales minorías. Es preciso conformar partidos revolucionarios de vanguardia que puedan dirigir a los trabajadores de todos estos grupos y pueblos en una lucha común contra el imperialismo capitalista.

Con su programa reformista de la “revolución por etapas”, el estalinismo abandonó la lucha por la revolución socialista internacional y la reemplazó con la política de ponerse a la cola de cualquier corriente nacionalista burguesa o pequeñoburguesa que fuera dominante en el lugar y momento dado. Esto tuvo desastrosas consecuencias en Palestina, donde condujo a repetidas escisiones del Partido Comunista sobre líneas nacionales; en Egipto, donde llevó a la derrota de una poderosa ola de huelgas y abrió la puerta al nacionalismo árabe nasserista; en Irak, donde preparó la derrota del levantamiento obrero dirigido por el Partido Comunista en 1948 contra el dominio colonial británico; en Irán, donde significó atar a los poderosos petroleros al débil régimen nacionalista de Mossadeq, que fue derrocado por la CIA en 1953 mediante un golpe palaciego.

Genuinos partidos comunistas en el Medio Oriente deberán basarse en el programa trotskista de la revolución permanente, el programa puesto en práctica por los bolcheviques en el imperio zarista en 1917 y que dio lugar a la plurinacional república obrera soviética. En la presente época imperialista, las débiles burguesías nacionales son incapaces de llevar a cabo las tareas fundamentales de las revoluciones burguesas clásicas, como la revolución agraria, la democracia y la liberación nacional. Atadas por mil lazos a las fuerzas de la reacción doméstica y completamente subordinadas al imperialismo, las clases capitalistas nativas enfrentan a un proletariado de tamaño considerable y a vastas poblaciones de campesinos empobrecidos. Llevar a los trabajadores al poder y emancipar a las masas oprimidas, requiere la dirección de partidos obreros revolucionarios que puedan ponerse a la cabeza de todos los oprimidos. Al tomar el poder, la clase obrera combinará desde el principio la solución de urgentes cuestiones democráticas con las medidas socialistas necesarias para asegurar su dominio y promover el desarrollo económico.

Partidos como éstos deben llevar a cabo esfuerzos particulares para ganar mujeres como cuadros para movilizar el explosivo potencial de la población femenina, que sufre una profunda opresión. Esta lucha contrapondrá directamente a los comunistas a los nacionalistas burgueses y pequeñoburgueses de toda ralea. En Argelia, tras la victoria de la guerra de independencia, mujeres combatientes que habían jugado un papel dirigente en la lucha fueron desmovilizadas y enviadas de vuelta a casa, donde eran sujetas a la opresión patriarcal y religiosa. Entre los palestinos en el profundamente conservador reino hashemita de Jordania, son frecuentes aún los “asesinatos de honor” de mujeres que supuestamente han “deshonrado” a sus familias. El partido que abiertamente denuncie este terrible cáncer, enfrentará una feroz oposición, pero ganará el apoyo del sector más oprimido y potencialmente más revolucionario y que, tal como lo muestra la experiencia bolchevique en el Asia Central soviética, será el sector más determinado en la lucha por el comunismo. Los trotskistas proclamamos “¡Viva el Ejército Rojo en Afganistán!” contra los muyajedin pertrechados por la CIA, y defendemos hoy en día la causa de las mujeres afganas, que son quienes más han sufrido como consecuencia de la victoria de los muyajedin sobre el gobierno de Kabul otrora apoyado por la Unión Soviética.

Dado el mosaico étnico y religioso de la región, una actitud marxista frente a la religión será de gran importancia. Al librar una guerra de clase contra el imperialismo, los comunistas nos oponemos tajantemente a los llamados por un jihad (guerra santa), que solamente alimentan las flamas de la reacción islámica. Será urgentemente necesario, ante todo, extender la revolución a los centros imperialistas, primero y sobre todo a Europa, que bajo el dominio de la clase obrera proveerá la necesaria ayuda estatal y el apoyo tecnológico y militar para hacer avanzar la revolución. Que el socialismo sólo puede ser internacional es una lección clave de la destrucción de la URSS. La intervención militar imperialista y la presión económica contra la joven Unión Soviética, en combinación con el aislamiento resultante del fracaso de las revoluciones obreras europeas de principios de los años 20, llevaron a la consolidación de una casta burocrática nacionalista que minó los cimientos proletarios de la URSS. A final de cuentas, esto desembocó en la contrarrevolución capitalista de 1991-92, una derrota histórica para el proletariado mundial, que condujo también al malhadado “proceso de paz” de Oslo y a la intensificación de la terrible opresión que sufre el pueblo palestino.

Entre los obreros y los jóvenes palestinos, que no tienen nada que perder excepto sus cadenas y que se encuentran dispersos a lo largo y ancho de la región en una cruel diáspora, hay también muchos cuadros potenciales que tienen la experiencia más cosmopolita de los pueblos de la región. Los comunistas de origen judío que libren una lucha determinada contra el sionismo, podrán jugar un papel vital en el desarrollo de partidos comunistas, hombro con hombro con sus camaradas árabes. Juntos pueden enriquecer la cultura, desarrollar los recursos de la región y verdaderamente hacer que el desierto florezca. Hoy el Medio Oriente es símbolo de la bancarrota de todo nacionalismo y de la sangrienta opresión del capitalismo decadente, pero puede convertirse en punto de avanzada de la revolución socialista por la emancipación de los trabajadores en todo el mundo. n
 

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