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abril de 2020

En tiempos de coronavirus

Una historia de dos ciudades,
Wuhan – Nueva York


En Wuhan, China, después de algunos traspiés iniciales, todos que dieron positivos en la prueba del coronoavirus fueron hospitalizados, o ingresado a un centro de aislamiento. Arriba: cuidando a pacientes del coronavirus, el 25 de enero. (Foto: Reuters)

El descubrimiento de brotes de la enfermedad infecciosa ahora conocida como COVID-19 en Wuhan, China, a finales de diciembre de 2019, encendió las alarmas entre autoridades del sistema de salud chino. El 30 de diciembre cerraron la que se sospechaba que era la fuente de los contagios, un mercado que vendía mariscos, aves y animales salvajes vivos. Se informó el 31 de diciembre a la Organización Mundial de la Salud (OMS) de una “neumonía de origen desconocido”. Apurándose para identificar el patógeno que causaba la misteriosa enfermedad, el 8 de enero lograron identificar el coronavirus y la noticia fue transmitida un día después por la Televisión Central China. Así queda evidente que es pura mentira la afirmación repetida por los medios y políticos burgueses en Estados Unidos de que China al principio “ocultó” el brote.

Sin embargo, en medio de la confusión con respecto a cuán infecciosa era la nueva enfermedad y a si podía contagiarse entre humanos, al no haber nuevos casos reportados, las autoridades locales no dieron seguimiento inmediato a los descubrimientos iniciales con enérgicas medidas de salud pública. Aún así, cuando entre el 18 y el 19 de enero el número de casos se disparó súbitamente, con un crecimiento exponencial y tras su aparición en grandes ciudades, la dirección del Partido Comunista en Beijing tomó nota. El 23 de enero, a dos días de iniciar la celebración anual del Festival de Primavera (el Año Nuevo lunar), cuando cientos de millones de chinos viajan por todo el país, el gobierno central impuso una cuarentena a Wuhan (con una población de 11 millones), bloqueando todo tráfico saliendo o entrando a la ciudad, lo mismo que a otras grandes ciudades de la provincia de Hubei.

Médicos y funcionarios del estado lidiaron con respecto a cómo mejor mitigar la dispersión del nuevo coronavirus. Al principio, el sistema médico se inundó de nuevos casos. Cientos de personas que mostraban síntomas se amontonaron en las entradas de los hospitales en busca de ayuda. Se acumularon en pasillos saturados, probablemente contagiando a otras personas. Se desató la compra en pánico de mascarillas. Para principios de febrero, China confirmó que había 28,276 casos de contagio y 564 muertes. Pero en pocos días, el caos fue puesto bajo control, tanto por las autoridades, como por decenas de miles de voluntarios. El vicepresidente de la OMS, el doctor Bruce Aylward, quien dirigió una misión para evaluar la respuesta de China, informó: “Están movilizados, como en una guerra, y es el temor al virus lo que los anima”.1

Aunque buena parte del sistema médico urbano en China es privado –lo que constituye una traición de las conquistas de la Revolución China de 1949– la respuesta al brote de coronavirus no lo fue. Rápidamente se puso de manifiesto la superioridad de una economía centralmente planificada. Con clara y resuelta prontitud, se ordenó la construcción de dos nuevos hospitales, el Huoshenchan y el Leshenshan, para tratar a pacientes con COVID-19. Este empeño fue concluido de principio a fin en tan sólo diez días, proveyendo 2,600 nuevas camas de hospital en dos hospitales totalmente equipados con tecnología de punta. Cámaras que transmitían en vivo por Internet permitieron a millones en China seguir paso a paso esta impresionante hazaña, que comenzó con decenas de excavadoras operando el primer día. En el occidente capitalista hubiera tomado años realizar semejante construcción.


En Wuhan, el gobierno chino construyó dos nuevos hospitales en diez días para lidiar con la crisis del coronavirus. Arriba, izqueirda: iniciando la construcción, el 24 de enero;  arriba, derecha: el 2 de febrero, un día antes de que los hospitales comenzaron a atender pacientes. (Fotos: AFP; Getty Images)

No fue desordenado. China ya lo había hecho antes. En 2003, el hospital Xiatangshan en Beijing fue construido en siete días para tratar la epidemia de SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Grave). Los planes para emergencias como ésta ya existían, de modo que los proveedores y trabajadores pudieran movilizarse con rapidez. Centros deportivos y de exhibición, gimnasios y complejos urbanos fueron convertidos en centros de aislamiento con más de 10 mil camas disponibles para los casos más benignos. Decenas de miles de trabajadores médicos fueron enviados, o se ofrecieron como voluntarios, desde otras provincias para atacar los contagios en el epicentro. Se envió trenes especiales cargados de frutas y verduras, que luego eran distribuidas por voluntarios a la población de los vecindarios en cuarentena. Se trató de un esfuerzo nacional en el que millones participaron.

Sobre todo, se aplicaba pruebas y se ponía en cuarentena a quienes tenían síntomas, pero también a otros que estaban en riesgo. El Informe de la Misión Conjunta de China y el OMS sobre el COVID-19 apuntó: “Se tomó medidas para asegurar que todos los casos fueran tratados”. Los pacientes esperaban las cuatro horas que tomaba el procesamiento de sus pruebas para obtener sus resultados en las clínicas de fiebre, en lugar de regresarse a sus casas. Además, las pruebas eran gratuitas. Compárese esto con EE.UU., en cuyo epicentro, Nueva York, fue casi imposible durante semanas conseguir una prueba, debido a la enorme falta de kits de prueba, además de que se tenía que esperar días para conocer los resultados.

En Wuhan, de dar positivo en la prueba y tener síntomas leves, uno era enviado a un centro de aislamiento en el que recibía tratamiento. Los casos severos eran enviados a los hospitales. Los pacientes no eran enviados a casa a esperar a que pasara la enfermedad ni a combatir por su cuenta fiebres persistentes, tos y dificultades para respirar. ¿Por qué? Parece ridículo incluso plantear la pregunta, pero lo hicieron porque no querían que la gente contagiara el virus a sus familiares. El Dr. Aylward señaló que entre el “75 y 80 por ciento de los grupos infectados están en familias…. Entonces, intentaron aislar a los contagiados de sus familiares tan rápidamente como fuera posible, así como encontrar a todas las personas con que habían tenido contacto en las 48 horas previas”.

Como resume el informe de la misión de la OMS: “Frente a un virus previamente desconocido, China ha realizado el que tal vez sea el plan más ambicioso, ágil y agresivo para la contención de una enfermedad en la historia”. Así fue la respuesta de China.

Una tragicomedia de equivocaciones


En la Ciudad de Nueva York, los que dieron positivos en la prueba para el coronoavirus fueron enviados a casa, llevando a la dispersión incontrolada de la infermedad. Arriba: traileres frigoríficos sirviendo como morgues temporales cuando los hospitales ya no tenían espacio para los más de 15 mil muertos (cifras del 25 de abril).   (Foto: Gregg Vigliotti for The New York Times)

¿Qué pasó, entonces, en Nueva York? Si frente a una nueva enfermedad cuya naturaleza apenas empezaba a conocerse, la burocracia estalinista china tardó diez días en aplicar medidas drásticas (cuando el número de casos parecía haberse congelado y no había evidencia de contagios entre humanos), los políticos burgueses norteamericanos y el sistema médico capitalista tuvieron dos meses enteros para prepararse. Su fracaso, junto con el rechazo a emprender pruebas masivas,2 la destrucción de las reservas de equipo médico esencial y su rechazo a remplazarlo, la falta de camas de hospital como resultado de los recortes: todo esto es esencialmente criminal. Y entonces está también el delirante presidente Donald Trump, quien dijo que el virus, “como de milagro, va a desaparecer”.

Pero no se trata tan sólo del megalómano republicano que funge como gerente general del capitalismo norteamericano, que se imagina que puede dictar el curso de los huracanes y que tiene una cura milagrosa para el COVID-19. Los demócratas no son menos responsables del desastroso estado en que se encuentra el sistema médico estadounidense. Durante años, dirigieron el grotesco fraude de “tu dinero o tu salud”, con la mercantilización de la atención médica y estratosféricas desigualdades, inyectando miles de millones de dólares a las arcas de las compañías de seguros a través del Obamacare, y simultáneamente recortando el financiamiento de los hospitales, eliminando la posibilidad de atender a más pacientes en situaciones de crisis tras la depresión que siguió a la crisis financiera de 2007-2009. Los demócratas, también, abrieron la vía hacia la catástrofe que la crisis del coronavirus ha desatado para la población trabajadora. El 2 de marzo, el gobernador demócrata de Nueva York, Andrew Cuomo, se jactaba en una conferencia de prensa:

“Aquí tenemos el mejor sistema de salud que hay en el mundo. Y perdonen nuestra arrogancia como neoyorquinos, y aquí hablo también por el alcalde, pero pensamos que tenemos el mejor sistema de salud del planeta precisamente aquí en Nueva York. Cuando alguien relata lo ocurrido en otros países y se compara con lo que ha pasado aquí, no pensamos ni de lejos que va a ser tan mala como en otros países. Estamos plenamente coordinados, plenamente movilizados. Se trata de una movilización plena del sistema de salud pública.”

En una conferencia de prensa del 2 de marzo, el gobernador del estado Andrew Cuomo (arriba, izquierda) se jactó que tanto él como el alcalde Bill de Blasio concordaron en que “ tenemos el mejor sistema de salud del planeta aquí en Nueva York”, y que “ni siquiera pensamos que será tan mal como en otros países”.  (Foto: Mark Lennihan/AP)

Tres días más tarde, el 5 de marzo, tras la aparición de casos de COVID-19 en el suburbio de New Rochelle (un abogado que trabajaba en Manhattan) y en la ciudad misma de Nueva York, el alcalde demócrata Bill de Blasio admitió: “Se tiene que asumir que puede estar en cualquier lugar de la ciudad”. Incluso en la segunda semana de marzo, “funcionarios de alto rango del Departamento de Salud creían” que una amplia realización de pruebas “era un desperdicio de recursos limitados. Insistieron, en cambio, en la realización de una campaña de concientización entre la población que instruyera a la gente con síntomas leves a permanecer en casas y no infectar a otros, o a sí mismos, yendo a los laboratorios de pruebas”(¡!).3 Encima de todo esto, el alcalde y el gobernador empezaron una disputa cuando de Blasio llamó a favor del cierre de la ciudad, mientras que Cuomo ordenó el 20 de marzo el distanciamiento social y el cierre de negocios no esenciales.

En esta caótica escena de improvisación de último minuto, resultó claro para todos que los hospitales no tardarían en saturarse con pacientes de coronavirus. Según nuestro conteo, la ciudad de Nueva York ha cerrado al menos 60 hospitales desde los años 1970, en tanto que en las últimas dos décadas el estado de Nueva York ha perdido 20 mil camas de hospital en virtud de los recortes, pasando de 73 mil en 2000 a 53 mil en 2020, según datos obtenidos por la Asociación de Enfermeras del Estado de Nueva York (New York Post, 17 de marzo). La respuesta de Cuomo consistió en solicitar al “Cuerpo de Ingenieros del Ejército que haga uso de su experiencia, equipo y personal para adaptar y equipar las instalaciones existentes … para que funcionen como centros médicos temporales”4 Al día siguiente, de Blasio anunció que el centro de convenciones Javits en Manhattan sería usado como “instalación médica de respaldo”.

Entonces, el 23 de marzo, Cuomo anunció planes para convertir el colosal centro Javits con sus 78 mil metros cuadrados en cuatro hospitales federales de emergencia con una capacidad de un millar de camas en la sala de exhibiciones principal en tan sólo siete días. La Guardia Nacional y los ingenieros del ejército se desplegaron para ayudar en la realización de esta tarea, junto con 320 empleados de la FEMA (Agencia Federal de Emergencias) para dotar de personal los hospitales. Con las banderas de EE.UU. y del estado de Nueva York pendiendo encima, las camas fueron “diseñadas para promover la comodidad y la esperanza”, cada una adornada con una planta en maceta. Según dijo el gobernador, “Ésta es la manera neoyorquina, ésta es la manera norteamericana” de “patearle el culo al coronavirus”.

Para el 1º de abril, el Departamento de Defensa de EE.UU. anunció que estaba listo para entrar en operaciones. Salvo que había algunos problemas. Para comenzar, el comandante de la JNYMS (el centro médico Javits en Nueva York), el coronel de la Guardia Nacional de Nueva York, Dennis Deeley, dijo abiertamente: “No sé cómo manejar un hospital”. Estaba al mando de un par de cientos de doctores, enfermeras y otro personal médico militar, junto con 400 elementos de la Guardia Nacional. Además, parece que la instalación médica en el centro Javitsbno estaba pensada para atender casos o pacientes con coronavirus. ¡¿Qué diablos?! El plan era mantener al centro Javits “libre de COVID” y aceptar únicamente a “pacientes no graves”, como los que se están recuperando de una cirugía o de una crisis diabética.5


Dentro del militarizado centro médico Javits. El comandante de la Guardia Nacional a cargo de la unidad admitió, “Yo no sé administrar un hospital.” Pero, ¿dónde estaban los pacientes?  (Foto: Barry Riley/U.S. Department of Defense)

Siguiente problema: ¿en dónde están los pacientes? Cuomo realizó una conferencia de prensa en la estación Javits el 24 de marzo frente a pilas de cajas de equipo médico. Pero fuera de los raros pacientes de COVID-19 que intentaban escabullirse a las instalaciones, tampoco había pacientes que tuvieran otras enfermedades. Con todo mundo quedándose en sus casas, “Víctimas de choques y de heridas de otro tipo se esfumaron de las salas de emergencia, toda vez que el tráfico y los crímenes –excepto la violencia doméstica– cayeron por los suelos” (Washington Post, 10 de abril). Y con más de 7 mil llamadas de emergencia solicitando ambulancias, la ciudad publicó nuevas reglas para los servicios médicos de emergencia que prohíben la realización de maniobras de resucitación cardiopulmonar fuera de instalaciones médicas, esto por miedo a la dispersión del virus. Pacientes que no podían ser resucitados en el sitio eran declarados muertos. No se los llevaba al centro Javits.

Luego está la historia del barco hospital. El 18 de marzo, el gobernador Cuomo anunció con bombo y platillo que el navío USNS Comfort estaba en camino. El 29 de marzo, el presidente Trump vio que el barco salía de la base naval de Norfolk y envió “un mensaje de 70 mil toneladas de esperanza y solidaridad” con el pueblo de Nueva York, “un lugar que amo”. (¿Quién lo cree?) Pero ¡ay!, el Comfort, con sus mil camas, su plantilla de 1,200 personas, “12 quirófanos plenamente equipados, servicios de radiología, laboratorios, farmacia, laboratorio de optometría, tomografías computarizadas y dos plantas de producción de oxígeno” tampoco estuvo pensado jamás para la atención de casos de coronavirus. Con 20 pacientes a bordo y reglas estrictas de admisión con el propósito de mantener al barco libre del virus, este barco hospital fue, como lo describió el Northwell Health, “una broma”.

El barco hospital USNS Comfort anclado en el Muelle 90 en Manhattan, el 2 de abril. La mayor parte de sus 1,000 camas yacían vacías, mientras el grueso de los 1,200 marinos y profesionales medicos de la tripulación estaban parados, debido a que la Marina de Guerra quería mantener el barco libre de COVID-19. Era un truco publicitario desde el principio. (Photo: Chang W. Lee/The New York Times)

Los barcos hospitales de la Marina han sido siempre una representación para las relaciones públicas, y no una herramienta de genuino socorro médico. Tras el Huracán María en 2017, el Comfort fue enviado a Puerto Rico, en donde “esencialmente permaneció vació en el muelle de San Juan”, mientras el gobierno norteamericano envió a más de 10 mil efectivos del ejército para ‘mantener el orden’, distribuir algunas comidas instantáneas y agua embotellada durante unos pocos días e instalar algunas torres de telefonía celular”.6 El Comfort atendió únicamente a seis pacientes al día, cuando el saldo de muertos [en Puerto Rico] sobrepasó los 4 mil. Después del terremoto que devastó a Haití en 2010, se informó que el Comfort realizó 8 mil operaciones, mientras que “los más de 800 médicos cubanos y doctores haitianos entrenados en Cuba realizaron más de 100 mil operaciones y procedimientos médicos de importancia”.7

Entonces tenemos el siguiente escenario: enfermeras, doctores y camilleros que trabajan turnos de más de doce horas, en hospitales saturados, que atienden desesperadamente a pacientes con coronavirus, armados con un equipo de protección limitado que los expone al mortal virus. Tenemos hospitales a los que se las acaban las bolsas para cadáveres mientras se apila a los muertos en los tráileres refrigerados que funcionan como morgues para transportarlos a fosas comunes en la isla Hart, frente al Bronx … y el Comfort y el centro Javits siguen prácticamente vacíos. Mientras que profesionales médicos critican airadamente esta atrocidad, Cuomo anuncia que el Javits se convertirá en un centro de atención exclusiva para pacientes COVID y que los pacientes que no tienen COVID serán transferidos del centro de convenciones al barco. Pero cuando los once pacientes fueron transferidos, resultó que –adivinaron– estaban contagiados de COVID.

El 16 de abril, se anunció que todo el personal médico sería retirado del centro Javits. En su punto álgido, tuvo 138 pacientes. El 22 de abril se anunció que el USNS Comfort ya no era necesario en Nueva York y que regresaría a su puerto base en Norfolk, Virginia.

Tent hospital of evangelical Christian Samaritan’s Purse, notorious for its anti-Islamic and homophobic policies.  (Photo: NBC New York)

Esto nos lleva al hospital de campaña en Central Park, al otro lado de la Quinta Avenida del Hospital Monte Sinaí en la Quinta Avenida en Manhattan. Probablemente hayan escuchado de él: se trata de un hospital compuesto por 14 carpas con 68 camas, ventiladores, máquinas de radiografía y una plantilla de 98 personas, que está atendiendo a pacientes que provienen de los hospitales saturados. Sin embargo, estas instalaciones pertenecen al Samaritan’s Purse, una organización cristiana evangélica proselitista dirigida por Franklin Graham, hijo de Billy Graham, el dirigente evangélico más famoso de EE.UU., y un fanático tristemente célebre por su islamofobia y su homofobia. Graham proclama desde hace mucho que el Islam es una “religión malvada y endiablado” y en 2015 propuso que se prohibiera que los musulmanes ingresaran a EE.UU. Además, trabajó en equipo con las fuerzas de ocupación norteamericanas durante la batalla de Mosul en Irak, en 2016-2017.

Samaritan’s Purse es una organización conocida por utilizar la ayuda ante desastres a escala internacional para promover agresivamente el cristianismo en países de mayoría musulmana. Además, en Nueva York se exige a todos los voluntarios y trabajadores de la salud en este hospital de campaña que firmen una “profesión de fe” explícitamente transfóbica y homófoba que, entre otras cosas, declara que el matrimonio es “exclusivamente la unión de un varón genético y una mujer genética”8 En su cuenta de Twitter, Graham declaró: “Todo mundo necesita estar al tanto de los peligros de la mentira transgénero”. Ha declarado a los homosexuales como “el enemigo” y ha dicho que el COVID-19 se ha esparcido “debido al pecado que hay en el mundo”.

Ha habido oposición al Samaritan’s Purse, así como temor a la discriminación homófoba, además de que un manifestante que protestaba afuera del hospital de campaña fue arrestado. Dada la infame celebridad de Graham, es difícil creer que el Monte Sinaí, de Blasio y Cuomo no supieran con quién estaban tratando. El hecho de que un fanático como éste pueda recibir aprobación oficial es un claro indicio del horrible desastre que ha sido la respuesta de Nueva York al coronavirus: cualquier charlatán puede entrar en acción. Y el tratamiento para los pacientes de COVID-19 en el hospital de Samaritan’s Purse consiste en hidroxicloroquina, el medicamento contra la artritis y la malaria que ha promovido el presidente Trump. Muchos hospitales han dejado de prescribir este medicamente después de que se ha informado que causa severa arritmia cardiaca, lo que puede resultar fatal.

Por qué el coronavirus asola el barrio de Corona


Centenares de personas hacían cola en el barrio Elmhurst, Queens, Nueva York, el 1° de abril.   (Foto: AFP)

La pregunta fundamental es por qué las rebasadas instalaciones no se llenaron hasta el tope en el epicentro de la pandemia de coronavirus en Estados Unidos. Basta considerar algunas estadísticas: según el Departamento de Salud de la ciudad de Nueva York, hasta la fecha ha habido 141,754 casos diagnosticados de COVID-19, pero sólo 36,723 personas han sido hospitalizadas. (En conjunto, ha habido 15,411 muertes confirmadas y probables en Nueva York debidas al coronavirus.)9 ¿Qué ha pasado con los más de 105 mil casos de personas que han dado positivo (y las probablemente decenas de miles de personas más que han tenido síntomas pero que no han podido realizarse una prueba) pero que no fueron hospitalizadas? Respuesta: la mayor parte no pasó jamás más allá de las tiendas de triaje que erigieron en las afueras de los hospitales, sino que fue enviada de vuelta a casa porque sólo se recibía a las personas con casos severos.

De modo que con toda la cháchara sobre “aplanar la curva”, la “sana distancia”, el “quédese en casa” y los cubrebocas, la manera en que las autoridades médicas de Nueva York se las arreglaron para evitar un colapso total del sistema hospitalario consistió en enviar de vuelta a la comunidad a grandes cantidades de personas con coronavirus ¡en lugar de aislarlas y hospitalizarlas! Esto garantiza la dispersión del virus. Para la inmensa mayoría, esto implica volver con su familia, aun cuando se sabía que en China tres cuartas partes de los “contagios comunitarios” se daban entre miembros de una misma familia o de personas que residían en la misma vivienda. Ésta es una razón evidente por la que la enfermedad se ha extendido tan rápidamente en la sección de Corona en Queens, Nueva York, donde decenas de miles de inmigrantes viven hacinados en pequeños departamentos.

Además, apenas los pacientes eran “estabilizados” –es decir, cuando pasaban varios días en que ya no tenían una fiebre severa– eran dados de alta para hacer espacio para otros, aunque hay mucha evidencia disponible ahora sobre las recaídas. Cuando el número de pacientes de COVID-19 dados de alta crecía, las autoridades de la ciudad de Nueva York decidieron nuevamente realizar un muy limitado intento de aislamiento, citando la experiencia de “ciudades en Asia” (Wuhan). Entonces firmaron un contrato para rentar 11 mil cuartos en hoteles vacíos para los “trabajadores de la salud, neoyorquinos dados de alta de hospitales y aquellos que muestran síntomas, pero viven en viviendas pequeñas que hacen imposible el distanciamiento social” (Politico, 13 de abril). Sin embargo, lo mismo que con el rebase de instalaciones “médicas” como el militarizado centro Javits, cuando se intenta el aislamiento bajo el capitalismo lo que resulta es una caricatura.

Recientemente, estalló un escándalo cuando varios de los pacientes del COVID-19 en “recuperación” murieron en el hotel Hilton Garden Inn en Manhattan. Resultó, en primer lugar, que no había personal médico de emergencia –mucho menos equipo de salvamento– en los hoteles. En segundo lugar, toda la operación era manejada por una compañía de Texas, Crewfacilities.com, que a juzgar por su sitio web se especializa en alojar personal militar, equipos de trabajadores petroleros y cosas del estilo. Encima de todo, el monitoreo consistía en dos llamadas telefónicas diarias de chequeo a manos de empleados eventuales de una compañía de subcontratación en Brooklyn. Se suponía que debían solicitar atención médica si los pacientes no contestaban el teléfono, pero parece que sus protocolos “no eran seguidos de manera estricta” (New York Times, 24 de abril).

Y se pone peor: poco más de una tercera parte de estos cuartos están ocupados. ¿Por qué? Resulta que dos agencias distintas se ocupan de la contratación de cuartos de hotel por parte de la ciudad y que lidiar con ellas es un calvario. Las personas dadas de alta de los hospitales son atendidas en la Oficina de Manejo de Emergencias (OEM). Los que se encuentran en refugios para personas sin techo tienen que lidiar con una burocracia distinta, la del Departamento de Servicios a los Sin Techo (DHS), que tiene su propio bloque de 2,500 cuartos de hotel. Pero si una persona ha dado positivo para el virus, pero no ha sido hospitalizada, tiene que llamar al 311 para solicitar una unidad de aislamiento, y entonces es transferido a una “agencia asociada”, el DHS o a un hospital (The City, 16 de abril). El resultado de este laberinto es que más de 8 mil cuartos de hotel que han sido rentados siguen vacíos.

La torpe respuesta de la ciudad de Nueva York a la crisis es un reflejo del sistema capitalista, en el que políticos burgueses, religiosos y otros rufianes compiten entre sí para ganar influencia, mientras que los cálculos de ganancia impiden la producción de equipo médico vital10 y no sólo en los hospitales privados sino también en las instituciones públicas, que constantemente se encuentran bajo presión para recortar costos en lugar de ofrecer un servicio social que se necesita. La experiencia de dos ciudades –Wuhan y Nueva York– en la crisis del coronavirus es una poderosa prueba de la superioridad cualitativa de una economía centralizada y socializada que funciona para satisfacer necesidades sociales en contraste con el caos del capitalismo.

Al mismo tiempo, la burocracia estalinista china dice que puede haber coexistencia con el sistema capitalista, a pesar de la virulenta campaña de ataques antichinos orquestada por todos los sectores de la burguesía norteamericana. Sigue promoviendo este peligroso engaño a pesar de que la debacle del coronavirus ha mostrado cuán mortal y peligroso resulta el capitalismo para la humanidad en su conjunto. Esto, junto con la amenaza contrarrevolucionaria de fuerzas capitalistas y procapitalistas dentro de China, son pruebas adicionales de la necesidad de que los trabajadores arrebaten el poder a esta privilegiada casta nacionalista y establezcan la democracia proletaria revolucionaria de los consejos obreros, junto con sus compañeros y compañeras de los países capitalistas en la lucha por la revolución socialista internacional. ■


  1. 1. “Inside China’s All-Out War on the Coronavirus” [La guerra sin cuartel de China contra el coronavirus desde adentro], New York Times, 4 de marzo de 2020.
  2. 2. Hubo una orden de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de no practicar pruebas a nadie, excepto a los hospitalizados con fiebre severa que habían viajado a China. Además, está el hecho de que el kit de prueba de los CDC no servía, de que se negaron a usar pruebas disponibles de la OMS y de que también bloquearon el uso de pruebas desarrolladas en Estados Unidos.
  3. 3. “How Delays and Unheeded Warnings Hindered New York’s Virus Fight,” New York Times (8 de abril).
  4. 4. “Andrew Cuomo: Mobilize Military to Fight the Virus”, New York Times (16 de marzo)
  5. 5. “Inside the Javits Center: New York’s militarized, makeshift hospital”,  [En las entrañas del centro Javits: el improvisado hospital militarizado de Nueva York], Washington Post (5 de abril).
  6. 6. “Desastre colonial capitalista en Puerto Rico”, El Internacionalista, verano de 2017.
  7. 7. The Internationalist No. 31, verano de 2010.
  8. 8. Graham ha dicho que un “puñado” de personas han salido porque se han rehusado a firmar la intolerante “profesión de fe” que describió como innegociable: “Si están de acuerdo, la firman, si no, se van” (véase “Questions mount over Christian group behind Central Park Covid-19 hospital”, Guardian [Londres], 19 de abril).
  9. 9. Véase https://www1.nyc.gov/site/doh/covid/covid-19-data.page (consultado el 24 de abril de 2020).
  10. 10. Véase “De cómo el capitalismo saboteó la producción de ventiladores”, Revolución permanente, mayo de 2020.