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febrero de 2019

Trump elige su marioneta, convoca una asonada, amenaza con invadir … y los demócratas aplauden

¡Acción obrera revolucionaria para
aplastar el golpe de EE.UU. en Venezuela!


Contingente internacionalista en la manifestación “No a la guerra contra Venezuela” en Nueva York. Internacionalistas y activistas haitianos corearon “Haití, Venezuela, una sola lucha. ¡Obreros del mundo uníos!” (Foto: El Internacionalista)

¡Defender Venezuela contra el imperialismo yanqui!

¡Milicias obreras armadas para aplastar al títere Guaidó y a los golpistas derechistas! Por un bloque militar con las milicias bolivarianas. ¡Ninguna confianza en Maduro!

No un régimen militar populista burgués, sino un gobierno obrero y campesino.
¡Forjar un partido trotskista que luche por la revolución socialista internacional!

¡Abajo las sanciones contra Venezuela! ¡Por la defensa revolucionaria de Cuba, China, Corea del Norte y Vietnam en contra del imperialismo y la contrarrevolución!

El artículo que reproducimos a continuación es traducido de un volante que se repartió en protestas celebradas el 23 de febrero en Nueva York y Oakland, California convocadas bajo el lema “¡No a la guerra contra Venezuela!”

El 23 de enero, los medios internacionales (imperialistas) anunciaron súbitamente la “noticia de última hora” de que un tal Juan Guaidó, jefe de la Asamblea Nacional en Venezuela, se había autoproclamado presidente del país, alegando que el verdadero presidente electo, Nicolás Maduro, era ilegítimo. En pocos minutos, el presidente norteamericano Donald Trump, reconoció al presidente fingido, y en poco más de una hora, gobiernos derechistas de América Latina y el de Canadá hicieron lo mismo. Europa se sumó a la operación una semana después. En EE.UU., destacados congresistas demócratas se sumaron a las alabanzas de los republicanos a la maniobra de Trump. Se trata de un golpe de estado imperialista descarado. Los trabajadores del mundo deben actuar para aplastarlo.

Sin embargo, para disgusto de los golpistas de Washington y sus mandaderos en Caracas, el gobierno de Maduro no cayó. La oficialidad del ejército declaró su lealtad al gobierno y ridiculizó al aspirante a “presidente encargado” designado por Trump. Repetidos llamados del vicepresidente norteamericano Mike Pence, el secretario de estado Mike Pompeo, el asesor en seguridad nacional John Bolton y el senador republicano Marco Rubio al ejército venezolano para derribar al presidente (en nombre de la “democracia”, por supuesto) no tuvieron ningún efecto. En los días que siguieron hubo enormes movilizaciones para protestar en contra del golpe (de las que no se informó en los medios imperialistas) en la capital y en las principales ciudades de Venezuela.

Entonces, en una dramática intensificación del enfrentamiento, el 18 de febrero el comandante en jefe del imperialismo norteamericano viajó a Miami para dar un discurso belicoso ante las mafias contrarrevolucionarias de los exiliados cubanos y venezolanos para atacar al “tiránico gobierno socialista” de Venezuela que “nacionalizó industrias privadas”; amenazar de ir con todo contra Nicaragua y Cuba; denunciar a “quienes intentan imponer al socialismo en Estados Unidos” y amenazar a los militares venezolanos de que, de no romper con el régimen, “no encontrarán puerto seguro, ni salida fácil, ni vía de escape. Lo perderán todo”. En caso de que alguien no lo hubiera entendido, añadió: “Buscamos una transición pacífica de poderes, pero todas las opciones están abiertas”.

Esta amenaza abierta de invasión militar norteamericana está ligada a una advertencia de no bloquear la entrega de “ayuda humanitaria” que EE.UU. está enviando en aviones militares para almacenarla al otro lado de la frontera, en Cúcuta, Colombia, y en Brasil. Ya habiendo recibido sus órdenes, al día siguiente el títere imperialista Guaidó lanzó un ultimátum al ejército: tenía cuatro días, hasta el 23 de febrero, para tomar una decisión, pues una caravana se dirigiría hacia la frontera colombiana para “recibir” la “ayuda”. Se prepara el escenario para un enfrentamiento con tropas venezolanas que resguardan la frontera. Si hay bajas civiles, que es lo que los golpistas buscan, el caso sería denunciado como una masacre y serviría como señal para el inicio de una invasión de EE.UU. y Colombia.

Multimillonario Richard Branson se autoretrata como salvador.

Lo que está en curso es una mortífera provocación imperialista. Si hay bajas, la responsabilidad será enteramente de los golpistas norteamericanos y sus marionetas, quienes claramente buscan un casus belli – un justificativo inventado para desatar la guerra, como el lema “¡No olvidemos el Álamo” en la guerra de EE.UU. en 1848 para apoderarse de la mitad del territorio de México; o “¡No olvidemos el hundimiento del navío Maine!” en la guerra de 1898 para arrebatarle a España las colonias de Puerto Rico, Cuba y Filipinas Ya que no pueden inventar la existencia de “armas de destrucción masiva”, el pretexto usado por EE.UU. para justificar su invasión a Irak en 2003, Trump y Cía. requieren de imágenes de cadáveres y soldados deteniendo la “ayuda humanitaria”. En medio de este escenario, el multimillonario británico sir Richard Branson anunció un concierto de rock “Venezuela Aid Live” en Cúcuta, del lado colombiano de la frontera. Un cartel muestra a Branson sosteniendo al mundo en sus manos. Maduro respondió con planes para un concierto a realizarse en el lado venezolano, en otra garita.

Mientras la situación se precipita hacia un choque frontal, el Grupo Internacionalista y la Liga por la IV Internacional defienden a Venezuela en contra de la arremetida imperialista, ya sea mediante un ataque militar, o mediante un golpe orquestado por EE.UU. Nadie debe equivocarse en lo que toca a las consecuencias que tendría el derribo de la populista “Revolución Bolivariana” proclamada por Hugo Chávez. La oligarquía local y los imperialistas yanquis han buscado sin descanso derribar al régimen desde hace 20 años, incluso mediante el intento de asesinato del presidente venezolano con un ataque de drones en agosto pasado. Aunque Venezuela sigue siendo un país bien capitalista, cuyo gobierno bonapartista es nacionalista burgués, no obstante sus pretensiones socialistas, su política exterior inconformista (y sobre todo la ayuda que ha brindado a Cuba) y su postura desafiante con respecto al Tío Sam la han hecho un blanco de la agresión imperialista.

Si las fuerzas ultraderechistas, usando a Guaidó como figurín, y la oposición burguesa de los escuálidos, con su odio visceral contra las “harapientas masas” chavistas, se hacen del poder, se desembocaría seguramente en un sangriento ajuste de cuentas. Habrá asesinatos de miembros del partido gobernante, el Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV), muy probablemente un reino de terror en barrios marginados de los cerros que han sido bastiones del PSUV, caza de sindicalistas combativos, dirigentes campesinos y una represión brutal de izquierdistas en general, incluyendo a muchos de los que han sido críticos de la política capitalista de Maduro.

El pretendiente Juan Guaidó se toma juramento a sí mismo como seudopresidente de Venezuela designado por EE.UU., 23 de enero. (Federico Parra / AFP)

El éxito de este golpe por la “democracia” incluiría un ataque draconiano contra los derechos democráticos a manos de generales chaqueteros. La política económica impuesta por los golpistas haría que la austeridad impuesto por Maduro palideciera en comparación. Su Plan País, presentado por Guaidó a finales de enero, llama a restablecer los mecanismos de mercado y las libertades económicas”. Lo que esto significa es la reducción a la miseria absoluta a los millones que han resistido las privaciones gracias a los alimentos y los medicamentos subsidiados y el combustible baratísimo (cuyo precio sería elevado a los niveles internacionales).

Si Trump recurriera a la “opción militar”, contra la cual han aconsejado los menos enloquecidos en Washington, se podría desencadenar una guerra civil en Venezuela. Si generales carreristas deciden pasarse del lado de los golpistas, se desencadenaría un baño de sangre. En esta grave situación, los trotskistas de la LIVI llamamos por contundentes acciones obreras para aplastar el golpe de estado de EE.UU. En particular, esto incluiría la formación de milicias obreras armadas para aplastar a Guaidó y los golpistas teleguiados desde la Casa Blanca. Esto implicaría un bloque militar con las milicias bolivarianas, pero los revolucionarios proletarios insisten en que es cuestión vital mantener la independencia política y organizativa con respecto al estado burgués.

Trabajadores en huelga del sindicato Polar Socialista en una manifestación, junio de 2015. Durante la huelga de 104 días, sicarios secuestraron al dirigente sindical. Un año después, la compañía Polar despidió a 10 mil trabajadores. Sindicalistas deben tomar el monopolio de alimentos y bebidas e imponer el control obrero.  (Foto: Polar Socialista)

Sólo una lucha revolucionaria podrá derrotar la toma de poder imperialista, el ruinoso status quo es insostenible. Esto implica movilizare independientemente para implementar reivindicaciones transicionales que ataquen los fundamentos del régimen capitalista. En contra de la hiperinflación, los obreros deben imponer una escala móvil de salarios indexada al costo de la vida. Los empleados deben tomar las empresas imperialistas y los conglomerados capitalistas locales, como Banco Bradesco, clave para el lavado de dinero realizado por los capitalistas venezolanos y de la boliburguesía (la burguesía “bolivariana”). Los sindicalistas con conciencia de clase tendrían que imponer el control obrero de la industria para poner alto al sabotaje económico. La provisión de alimentos puede asegurarse mediante la toma del monopolio de alimentos y bebidas Polar y se puede asegurar la distribución mediante comités barriales sustentados por los sindicatos para impedir la especulación.

Sobre todo, al luchar en contra del golpe, la clase obrera no debe depositar confianza alguna en Maduro y el PSUV, cuya política de austeridad capitalista (debida en parte, pero sobre todo agravada severamente, por las criminales sanciones económicas imperialistas) ha desembocado en la desesperada situación económica actual para las masas y así ha abierto la vía para el golpe. Durante varios años, mientras que muchos izquierdistas daban apoyo político a Chávez, ya no tanto a Maduro, aunque siguen invocando a la “Revolución Bolivariana”, algunos oportunistas consumados se han alineado con los golpistas (mientras cínicamente dicen oponerse al imperialismo). Otros declaran una “neutralidad” traicionera (“ni Maduro ni Guaidó”) que tácitamente implica connivencia con el golpe.

En contraste, la Liga por la IV Internacional busca forjar un partido obrero revolucionario sobre la base del programa de Lenin y Trotsky, que luche por un gobierno obrero y campesino en Venezuela y la revolución socialista internacional. Esto incluye acciones combativas para defender a Cuba, el blanco secundario del gambito de Trump en Venezuela, así como los demás estados obreros burocráticamente deformados (China, Corea del Norte y Vietnam). Esto significa solidarizarse con la revuelta haitiana en contra de la política hambreadora del gobierno títere impuesto por EE.UU., luchar por la independencia de Puerto Rico en una federación socialista del Caribe, como parte de unos estados unidos socialistas de América Latina. En EE.UU. llamamos a realizar huelgas obreras en contra de una invasión de Venezuela.

Golpe de estado imperialista bipartidista Made in U.S.A.

Tras nombrar el 23 de enero a Guaidó como “presidente encargado” de Venezuela, una suerte de encargado de negocios norteamericanos, el gobierno de Trump se ha adueñado de los bienes de Venezuela en Estados Unidos, principalmente la petrolera Citgo, y ha prohibido la importación de petróleo de la compañía estatal venezolana PDVSA, además de prohibir las exportaciones de combustible refinado para diluir el pesado petróleo crudo de Venezuela para su transporte. Esto eliminaría gran parte de la fuente de divisas del asediado país para pagar las importaciones vitalmente necesarias de alimentos, medicinas y maquinaria.

He aquí cómo EE.UU. exporta “democracia” a América Latina. El encargado por Trump para organizar el golpe en Venezuela, Elliott Abrams, fue responsable en el gobierno de Reagan de encubrir la masacre de El Mozote, perpetrada en El Salvador en diciembre de 1981. Está confirmado que casi 800 habitantes de la aldea, incluidos muchos niños, fueron asesinados por el Batallón Atlacatl, entrenado por EE.UU.   (Foto: Susan Meiselas / Magnum Photos)

Luego de su incautación de los bienes venezolanos, Trump nombró a Elliott Abrams encargado de la operación en Venezuela. Durante el gobierno de Reagan, Abrams fue el responsable del encubrimiento de la infame masacre de campesinos en El Mozote, en El Salvador, donde un batallón entrenado por militares estadounidenses masacró a todos los habitantes del cantón (aldea), niños incluidos. Más tarde, Abrams fue enjuiciado y encontrado culpable de mentir al Congreso norteamericano con respecto al plan Irán-Contras para enviar armas subrepticiamente a los sanguinarios ejércitos contrarrevolucionarios (los contras) que asediaron al gobierno nacionalista de izquierda de los sandinistas en Nicaragua. Ahora Abrams está supervisando el golpe en Venezuela, actualmente desde Cúcuta, Colombia, donde junto con el senador gusano Marco Rubio, supervisa la provocación de los “suministros de emergencia” a Colombia que Trump quiere utilizar como pretexto para la guerra.

El gobierno venezolano ha acusado que las armas para los golpistas estarán mezcladas con los cargamentos “humanitarios”, que es una de las vías mediante las cuales EE.UU. armó a los contras. Entretanto, se ha informado que fuerzas especiales norteamericanas están llegando a Colombia y que una fuerza de ataque de la Marina de Guerra norteamericana en torno al portaaviones Abraham Lincoln está en ejercicios preparativos en Florida. El presidente Trump ha querido lanzar acciones militares de EE.UU. desde que tomó posesión del cargo. El reciente libro testimonial del subdirector del FBI Andrew McCabe, La amenaza, describe una reunión de agosto de 2017 en la Casa Blanca:

“Entonces el presidente habló sobre Venezuela. Ese es el país contra el cual deberíamos iniciar una guerra, dijo. Tienen todo ese petróleo y están justo en nuestra puerta trasera”.

El año pasado, la Associated Press (4 de julio de 2018) informó sobre la misma reunión:

“El presidente Donald Trump se dirigió a sus principales asistentes y les planteó una pregunta inquietante: dada la intensificación de las amenazas a la seguridad regional en Venezuela, ¿por qué no podría EE.UU. simplemente invadir al atribulado país?... Listó los casos pasados que consideraba exitosos de diplomacia cañonera en la región, según un alto funcionario presente en el lugar, como las invasiones de Panamá y Granada en los años 1980”.

Decenas de miles de manifestantes en Caracas en la movilización del 2 de febrero en contra de la intentona derechista/imperialista.  (Foto: AP)

Pero Venezuela no es Granada ni Panamá. Las Fuerzas Armadas Bolivarianas tienen 350 mil efectivos y más de 1.6 millones de elementos uniformados de las Milicias Bolivarianas, cifra que se cuadruplicó en el último año. Éstas han dado todos los indicios de que están dispuestas a pelear. Aunque no están armados en estos momentos, los miembros de las milicias han recibido entrenamiento militar y, a partir de principios de febrero, han realizado ejercicios conjuntos con el ejército en bases militares en todo el país. Si el golpe tiene éxito, los chavistas saben que serán perseguidos. Y al proclamar tan abiertamente el patrocinio norteamericano de la intentona golpista, Trump ha despertado la resistencia nacionalista entre la población empobrecida y trabajadora que forma parte de las milicias.

Lo que presenciamos no es el usual golpe de estado respaldado por Estados Unidos que con tanta frecuencia ha habido en América Latina, siendo el caso más reciente el de Honduras en 2009, o el sanguinario golpe de estado de Pinochet en Chile en 1973. En ambos casos, la burguesía local tomó la iniciativa, con el respaldo decisivo de los imperialistas yanquis. En el caso de Venezuela se trata de una operación imperialista sin ambages, totalmente orquestada por Washington. La marioneta que la encabeza, Guaidó, era un donnadie político. Ni siquiera era jefe de la Asamblea Nacional hasta que EE.UU. lo sacó secretamente del país en diciembre para presentarlo con el nuevo gobierno derechista-militarista de Jair Bolsonaro en Brasil, el presidente de los escuadrones de la muerte Iván Duque en Colombia, y funcionarios norteamericanos en Washington.

Cuartel del golpe: la embajada de EE.UU. en Caracas. Dice un viejo chiste izquierdista latinoamericano: “¿Por qué nunca ha habido un golpe de estado en Estados Unidos? Porque no hay embajada norteamericana en Washington”. (Foto: Meridith Kohut para el New York Times)

El escenario en el que esta marioneta fuera nombrada como presidente de la “Asamblea Nacional”, luego autoproclamado como presidente del país, ha sido cocinado por EE.UU. El Wall Street Journal (26 de enero) informó que el vicepresidente Pence le dio a Guaidó luz verde en una llamada telefónica la noche anterior. Si el complot tiene éxito, la industria petrolera será entregada a las multinacionales norteamericanas, al mismo tiempo que el dólar se convierte en la moneda de circulación nacional. Así, en lugar de ser una semicolonia del imperialismo norteamericano, lo que ha sido Venezuela a lo largo del último siglo junto con la mayor parte de los países de América Latina, será una colonia en todo aspecto menos el formal, sin más independencia que la que hoy tiene Haití bajo la férula norteamericana, o que tienen los países de África Occidental cuyas economías están controladas por Francia.

Hoy los medios están llenos de reportes sobre la escasez de alimentos y la falta de medicinas, pero no dicen nada sobre el hecho de que éstos resultan de la guerra económica de EE.UU. contra Venezuela. El enviado especial de las Naciones Unidas Alfred de Zayas, quien viajó a Venezuela en 2017, informó que “Los efectos de las sanciones impuestas por los presidentes Obama y Trump y las medidas unilaterales de Canadá y la Unión Europea han agravado directa e indirectamente la escasez de medicinas, tales como la insulina y los medicamentos antirretrovirales”. Ahora EE.UU. se ha apoderado de 7 mil millones en valores de Venezuela, mientras que Inglaterra ha robado 1,200 millones de oro venezolano ahí depositado, mientras los imperialistas ofrecen unos cuantos millones en “ayuda humanitaria” (¡!).

En la guerra contra la Venezuela bolivariana, el Partido Demócrata ha participado plenamente desde el principio. Mientras que Trump acaba de declarar una emergencia nacional para construir su muro a lo largo de la frontera con México, debe recordarse que el demócrata Barack Obama declaró una emergencia nacional en 2015 para imponer sanciones económicas contra Venezuela. Estas sanciones prohibían la transferencia de miles de millones de dólares de ganancias a PDVSA de su subsidiaria, Citgo, y hacían imposible que Maduro renegocie la deuda externa de Venezuela. Dado su condición de gobierno capitalista, sujeto a la dictadura del mercado, a pesar de su retórica radical, Venezuela siguió pagando miles de millones de dólares a los bancos imperialistas, mientras que la importación de alimentos fue seriamente recortada.

Aún antes de que Trump “reconociera” a Guaidó como su presidente títere en Venezuela, dirigentes demócratas en el Congreso, incluidos los senadores Richard Durbin y Robert Menendez habían pedido al gobierno en múltiples ocasiones que lo hiciera. Ya hemos señalado que en el informe presidencial ante el Congreso, la senadora demócrata Kirsten Gillibrand y la presidenta demócrata de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, aplaudieron la “valiente” iniciativa de Trump para derribar a Maduro. Describimos también cómo hasta las dizque “socialistas democráticas” del Partido Demócrata Alexandria Ocasio-Cortez y Rashida Tlaib votaron a favor de un presupuesto de 20 millones de dólares para “promover la democracia y el imperio de la ley en Venezuela” (véase “Imperialist Feminism and the Democrats” en The Internationalist, febrero de 2019).

Los demócratas que se han atrevido a cuestionar el consenso bipartidario con respecto a Venezuela han sido contadísimos. Una fue la representante Ilhan Omar de Minnesota, quien en una audiencia en la Cámara de Representantes el 14 de febrero interrogó al encargado de la operación en Venezuela Elliott Abrams: “¿apoyaría una facción armada en Venezuela que perpetre crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad o genocidio en caso de que crea que están al servicio de los intereses de EE.UU., como usted hizo en Guatemala, El Salvador y Nicaragua?”

En una audiencia ante el Congreso realizada el 14 de febrero, la representante Ilhan Omar cuestiona al organizador del golpe de Trump en Venezuela, Elliot Abrams, sobre el papel que jugó en la organización de escuadrones de la muerte en Centroamérica. (Foto: NBC News)

Poco tiempo antes que eso, Omar, una de las primeras musulmanas elegidas como congresista,  fue blanco de una vil difamación, falsamente acusada de antisemitismo por decir la verdad con respecto al American Israel Public Affairs Committee: que el AIPAC, que se autodenomina el lobby sionista, literalmente compra apoyo a favor de Israel. (Véase, por ejemplo, la rúbrica “Congressional Club” en el sitio web de AIPAC.) Altos dirigentes demócratas exigieron que se disculpara, y cuando cedió, Omar fue apuñalada por la espalda por “AOC”, quien alabó su disculpa forzada – dando así su imprimatura a la ecuación de antisionismo con antisemitismo. Nosotros decimos: Ilhan Omar no tenía nada por lo cual disculparse – y el Partido Demócrata ha mostrado una vez más cómo ahoga toda oposición al imperialismo.

Hay ahora unas cuantas protestas tardías en EE.UU. en contra de la intervención en Venezuela, casi enteramente enfocadas en protestar contra Trump. Habrá algunas críticas rutinarias en contra de los demócratas, pero el pequeño tamaño de estas manifestaciones es testimonio del hecho de que, a diferencia de las protestas contra las guerras en Irak o Vietnam, tienen muy pocos políticos del Partido Demócrata para presentar en las tarimas de sus coaliciones de “frente popular” contra la guerra. Desde Fox News hasta el New York Times y el Guardian de Londres, la maquinaria de los “medios mainstream” publica a diario una ininterrumpida cadena de mentiras. Hay un apoyo imperialista prácticamente monolítica a favor de la arremetida de Trump contra Venezuela, incluso de parte de los más virulentos fanáticos de las teorías conspirativas como el “Russiagate”.

¡Luchar contra la guerra imperialista con guerra de clases!

Internacionalistas protestan en Wall Street el 23 de febrero: “¡Aplastar el imperialismo mediante una revolución socialista internacional!” (Foto: El Internacionalista)

El imperialismo yanqui se ha desmandado, y sus peones y aliados se han sumado a la embestida. Hasta los pocos gobiernos que se han resistido a seguir a Trump, como el de Uruguay o el de México bajo el presidente populista Andrés Manuel López Obrador, están promoviendo un “golpe blando”, hablando de la no intervención mientras llaman a Maduro a emprender un “diálogo” con los conspiradores que buscan derribar al régimen bolivariano. El hecho es que, para combatir el ataque contra Venezuela, así como las guerras y los golpes de estado desde Afganistán hasta Honduras, es necesario movilizarse contra el sistema imperialista mismo. Esta fue la lección de las masivas movilizaciones contra la guerra de Vietnam, cuando los políticos “pacifistas” demócratas se convirtieron en halcones de guerra con respecto a Israel en Medio Oriente.

También con respecto a Venezuela, los revolucionarios llamamos a combatir la guerra imperialista con guerra de clases. Esto se contrapone tajantemente a la política de los populistas nacionalistas burgueses como Maduro y Chávez, que en vano esperaban lograr la “coexistencia pacífica” con el imperialismo y los capitalistas criollos. Ahora estamos viendo los frutos amargos de su fallida búsqueda. Para aplastar el golpe, es necesario movilizar a la clase obrera, independientemente, y en contra, de todos los partidos capitalistas, lo mismo conservadores que “progresistas”.

La acometida actual contra Venezuela es una confirmación plena de la validez del programa de León Trotsky de la revolución permanente, que sostiene que en esta época de putrefacción capitalista, hasta la realización de las conquistas de las revoluciones burguesas, entre ellas la independencia nacional, la democracia y la revolución agraria, exige que la clase obrera, a la cabeza del campesinado y todos los oprimidos, tome el poder en una revolución socialista que se extienda a las entrañas de las bestia imperialista. Desde Venezuela hasta EE.UU., la lucha por la construcción de una vanguardia revolucionaria internacionalista, basada en el programa bolchevique de Lenin y Trotsky, es la tarea de la Liga por la IV Internacional hoy en día.  ■