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diciembre de 2007  
De la gran huelga minera de 1906 a la actual:
urge una dirección revolucionaria

Cananea:
un siglo de lucha de clases internacionalista



El 1° de junio de 2006 marcó el centenario de la huelga de los mineros de cobre de Cananea, Sonora. El consorcio que ahora explota la mina, el Grupo México, decidió celebrar el evento a su manera: intentó impedir la conmemoración al obligar a los trabajadores a cumplir sus faenas normales. Ante este burdo atropello –una descarada violación del Contrato Colectivo de Trabajo, donde está fijado el aniversario de los Mártires de Cananea como día festivo– los combativos mineros de la mayor mina cuprífera de América Latina iniciaron una huelga. Durante casi 50 días, los huelguistas de Cananea lucharon hombro a hombro con sus compañeros sonorenses de la mina La Caridad, en Nacozari, y de La Calera, en Agua Prieta, y con los acereros de la siderúrgica SICARTSA-Las Truchas en Lázaro Cárdenas, Michoacán. Ahí cayeron bajo el fuego enemigo dos huelguistas en una batalla campal que logró repeler un intento policíaco-militar de romper la ocupación que llevaban a cabo los obreros de la más grande siderúrgica latinoamericana.

Los siderúrgicos de SICARTSA obtuvieron una victoria rotunda, con un aumento salarial del 8 por ciento, el pago de los salarios y prestaciones caídos y el retiro de todas las demandas contra los huelguistas. Los mineros de Cananea, en cambio, abandonados por su “sindicato” nacional, tuvieron que volver al trabajo con las manos vacías. El propio Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos y Similares de la República Mexicana (SNTMMSRM), a pesar de encontrarse bajo ataque gubernamental, se ciñó a la corporativista legislación laboral mexicana. El SNTMMSRM tiró la toalla cuando la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje rescindió el contrato colectivo con el Grupo México. Los aguerridos mineros se vieron obligados a retirar las banderas rojinegras por una sencilla razón: la falta de una dirección obrera clasista y revolucionaria. Pero hoy, nuevamente, los combativos trabajadores de la Sección 65 llevan más de 130 días en huelga sin doblegarse.

Tras la muerte de 65 mineros del carbón, sepultados vivos en Pasta de Conchos, Coahuila, en febrero de 2006, hubo una avalancha de comparaciones de las condiciones actuales de la minería con las que prevalecían hace cien años en Cananea (ver “Asesinato capitalista en Pasta de Conchos”, El Internacionalista [Edición México], n° 2, agosto de 2006). Un siglo después, el acoso patronal contra los trabajadores es tan brutal como en el pasado. En los albores del siglo XX las mentirosas estadísticas oficiales señalaban a la minería como el trabajo más arriesgado del país. Hoy sigue siendo la más peligrosa de las 121 ramas industriales más importantes. Los mineros de Pasta de Conchos fueron víctimas de una criminal falta de observancia de las más elementales normas de seguridad en el trabajo por parte de la patronal (el mismo Grupo México) y de los gobiernos estatal y federal, contando con la anuencia del “sindicato” minero.

Y no son sólo las terribles condiciones laborales en las minas las que siguen cobrando la vida de los obreros. Al igual que hace un siglo, la clase dominante sigue optando por la “paz de los panteones”. Mientras en 2006 el gobernador Ulises Ruiz de Oaxaca del Partido Revolucionario Institucional arremetía en contra de los maestros en huelga, acusándolos de atentar contra la educación de los niños, resultando en el asesinato de más de 20 partidarios de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO), al mismo tiempo el también priísta gobernador sonorense Eduardo Bours cerraba las escuelas de Cananea, buscando presionar a los mineros al privar a sus hijos de instrucción.

José de la Cruz Porfirio Diaz, el dictador que lanzó la industrialización y abrió México al capital extranjero. La huelga de Cananea de 1906 era uno de los eventos clave que llevaron a su derrocamiento en 1910, después de casi 40 años en el poder.

Mucho se ha escrito sobre la epopeya de los mineros de Cananea de 1906. Junto con las huelgas de los textileros de Río Blanco de 1907, ha sido incorporada en la historia oficial de la rebelión en contra de la dictadura de Porfirio Díaz. Estas luchas son descritas en todos los textos escolares como precursoras de la Revolución Mexicana de 1910 a 1917. Esteban Baca Calderón y Manuel Diéguez, los que la historia autorizada erigió como paladines de la lucha minera, han entrado en la iconografía  revolucionaria. El grito de batalla, “¡Cinco pesos y ocho horas de trabajo, viva México!” que se lanzó frente a las oficinas de la compañía norteamericana entonces dueña de la mina, se ha hecho famoso como la expresión sucinta de un programa democrático y nacionalista. Sin embargo, los mineros de Cananea marcharon tras banderas rojas y, a diferencia de los voceros pequeñoburgueses Baca Calderón y Diéguez que hablaron en su nombre, los verdaderos dirigentes mineros, sindicalistas revolucionarios mexicanos y estadounidenses, luchaban por una revolución obrera internacional.

Origen y desarrollo de la huelga de 1906

Como señala el historiador Javier Torres Parés en su libro La revolución sin frontera (UNAM, 1990), “El movimiento obrero de México, en su proceso de formación, estableció múltiples vínculos con el proletariado de E.U.A.” Incluso, “en las zonas fronterizas...llegaron a constituir una sola región de movilización obrera”. A principios del siglo XX, alrededor de medio millón de mexicanos vivían en el suroeste estadounidense, donde constituían el grueso del personal de mantenimiento de los ferrocarriles, de los mineros de carbón y cobre, y de los trabajadores agrícolas. Torres Parés subraya la influencia que ejercieron los socialistas, anarquistas y sindicalistas revolucionarios de los  Industrial Workers of the World (IWW – Obreros Industriales del Mundo) en Estados Unidos en la evolución del Partido Liberal Mexicano (PLM). Los principales dirigentes de éste, los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón, se encontraban en el exilio en EE.UU. y desde St. Louis estuvieron en contacto con los dirigentes del PLM de Cananea en particular. En las minas, trabajadores norteamericanos (muchos de ellos simpatizantes del IWW) formaban la tercera parte de los 7,500 empleados de la Cananea Central Copper Company (CCCC). Ya en 1902, 1903 y 1904, los trabajadores calificados norteamericanos en Cananea habían estallado varias huelgas.

Diversos periodistas liberales y “progresistas” han señalado ciertas semejanzas entre los eventos de 1906 y la lucha minera hoy. Un día después de la matanza de SICARTSA, Luis Hernández Navarro publicó un artículo, “Cananea, otra vez” (La Jornada, 21 de abril de 2006). El columnista Miguel Ángel Granados Chapa, por su parte, escribió: “Las adversas condiciones de trabajo en la minería de cobre en Cananea, Sonora, produjeron el 1° de junio de 1906 una huelga reprimida a sangre y fuego. Hoy allí se plantea al gobierno un desafío sindical en defensa de la autonomía de los gremios” (Reforma, 1° de junio). Granados Chapa recuerda el trato discriminatorio de los mineros mexicanos, tanto la exclusión de los trabajos mejor pagados como el que eran pagados en pesos mexicanos mientras la casi totalidad de sus despensas eran en dólares (pues Cananea dependía de importaciones de la población de Naco, Arizona por sus provisiones). Estos hechos hicieron percibir a diversos radicales “el potencial revolucionario del gremialismo minero”, anota Granados Chapa, por lo que el PLM dirigido por los hermanos Flores Magón y “agrupamientos radicales norteamericanos” enviaron delegados a la región.

Entre los mineros había un particular resentimiento por el trato arbitrario que recibían de los supervisores, reflejo del régimen paternalista del dueño de la compañía, el “coronel” William C. Greene, un manipulador financiero en Wall Street sin capital propio que se erigió en “barón”  del cobre y que gobernó el campamento minero como un feudo personal. Greene había construido un enclave norteamericano en el desierto sonorense: en siete años no sólo adquirió las concesiones mineras, sino que consiguió el dominio del comercio local con sus tiendas de raya, construyó una planta de concentración, así como las líneas ferroviarias que ligaban Cananea con Naco y Nogales en Arizona.

La tradicional interpretación nacionalista de la huelga de Cananea se basa en gran parte en el relato de Esteban Barca Calderón, Juicio sobre la guerra del Yaqui y Génesis de la huelga de Cananea (1980). Éste denunció en particular “la hegemonía racial en toda la empresa, en nuestro propio suelo, a costa de los intereses nacionales, a costa del asalariado mexicano y de la dignidad patria y de los más elementales principios de justicia y decoro nacional”.


Mineros marcharon sobre las oficinas de la compañía para presentar su pliego de peticiones
el 1° de junio de 1906.
(Foto: Agustin Victor Casasola)

La justificada antipatía hacia el racista trato y sistemática discriminación contra el trabajador mexicano por el patrón norteamericano sí jugó un papel importante en la huelga. Sin embargo, hubo otros elementos que alimentaron la rebelión, como el temor de perder el empleo ante la concesión a contratistas de parte del mineral y la oposición a la dictadura porfiriana. Barca Calderón, quien posteriormente fungió como oficial en el ejército anti reeleccionista de Madero y terminó su vida pública como senador del PRI, era un intelectual pequeñoburgués recién llegado a la zona. Ahí se relacionó con Manuel Diéguez, un pequeño comerciante local. Esta capa se quejaba ante las autoridades locales de la CCCC por pisotear la “libertad de comercio”. Las quejas de los trabajadores mismos eran otras, y aunque los patrones y supervisores trataban a todo mexicano como súbdito, los mineros mexicanos no consideraban como idénticos a todos los empleados norteamericanos de la empresa. Hacia los abusivos capataces tenían un odio de clase acompañado de resentimiento por la dominación nacional. Sin embargo, entre los mineros norteamericanos con quienes trabajaban en los equipos, encontraron fuertes aliados.

Sobre el estallido de la huelga, hay muchas fuentes. Adolfo Gilly, en su libro, La revolución interrumpida (Era, 1971), relata que los mineros “se declararon en huelga exigiendo la destitución de un mayordomo, un salario mínimo de cinco pesos por ocho horas de trabajo, trato respetuoso y que en todas las tareas se ocupara, a igualdad de aptitudes, un 75 por ciento de personal mexicano y un 25 por ciento extranjero. Exponían sus demandas en un manifiesto en el cual atacaban al gobierno dictatorial como aliado de los patrones extranjeros.” El desarrollo de la huelga misma y la consiguiente represión es bien conocido en sus líneas generales. En el libro escrito por un colectivo de autores coordinado por Eugenia Meyer, La lucha obrera en Cananea 1906 (Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1980) se da una exposición detallada de la versión aceptada de los eventos.

Según esta versión, la lucha fue precipitada por el anuncio el 31 de mayo (de 1906) en la mina Oversight de que se reduciría el número de obreros y aumentaría la carga de trabajo de cada minero. En la madrugada del 1° de junio los trabajadores se congregaron frente a las oficinas de la mina y se declararon en huelga por los motivos señalados. Mandaron llamar a Diéguez y Baca Calderón para que fungieran como voceros ante la empresa. Unos dos mil mineros recorrieron las minas, los talleres, la fundición y la concentradora, uniéndose masivamente al movimiento. En la tarde del día 1º, la manifestación minera pasó por las oficinas de la CCCC y su centro comercial para marchar luego, precedida por una bandera mexicana y varias banderas rojas, a la maderería. Ahí fueron repelidos por agua a presión y disparos de rifle, cayendo muerto un trabajador. Enfurecidos, los huelguistas incendiaron la maderería, muriendo ahí dos supervisores norteamericanos.

Cuando los huelguistas regresaron al palacio municipal, el patrón Greene trató de convencerles a que volvieran al trabajo, pero no se le hizo caso. Empleados de confianza de la empresa, sobre todo norteamericanos, abrieron fuego sobre la muchedumbre. Del techo de un hotel, francotiradores dispararon indiscriminadamente contra los mineros, matando a varios. De acuerdo con reportes en los periódicos norteamericanos Tucson Citizen y Douglas Daily Dispatch, “Uno de los dirigentes, quien según todos los testigos oculares portaba una bandera roja, seguía incitando a los mexicanos.... Algunos de los norteamericanos más excitados de repente abrieron fuego y el resultado fue un tiroteo general. El dirigente que enarboló la bandera fue alcanzado por al menos 15 balas” (citado por Herbert O. Brayer, “The Cananea Incident”, New Mexico Historical Review, octubre de 1938). Los fusilamientos continuaron toda la tarde y noche, con un saldo de más de 20 trabajadores mexicanos muertos.

Entretanto, el dueño Greene envió un mensaje por telégrafo al gobernador del estado, Rafael Izábal, pidiendo su propia presencia en el lugar y el envío de tropas a Cananea. Como éstas, por falta de vía de comunicación directa, sólo podrían llegar dos días después, también pidió ayuda de Washington y del estado de Arizona. Del centro minero de Bisbee, se envió una fuerza de 275 Arizona Rangers (policías rurales paramilitares), que en la madrugada del día 2 de junio cruzó la frontera en Naco, donde el mandatario sonorense Izábal los juramentó como “voluntarios”. Su comandante, el capitán Rynning, fue nombrado con mismo rango como oficial del ejército mexicano.

La milicia norteamericana llegó por tren más tarde en la mañana a Cananea, donde Izábal arengó a los sublevados rechazando un alza de sueldo y el pago igual entre trabajadores mexicanos y norteamericanos. Entre sus argumentos mencionó que las prostitutas norteamericanas costaban más que las mexicanas. De hecho, el gobierno de Porfirio Díaz había decretado una ley de salario máximo. A la vez, el gobernador Izábal amenazó con enviar a todo huelguista que se negara a retomar el trabajo a la guerra genocida que estaba librando en contra de los indígenas yaquis. Cuando oradores obreros respondieron, fueron encarcelados en el acto junto con los dirigentes de la huelga. En la tarde llegó un destacamento de policías paramilitares rurales y se retiraron los Rangers. Al otro día arribó un pelotón de 100 soldados mexicanos. El pueblo fue puesto bajo ocupación militar.

En un momento hubo hasta 100 mineros en la cárcel de Cananea. Varios de los dirigentes de la huelga fueron procesados por el nefasto gobierno de Izábal y condenados a 15 años de prisión en San Juan de Ulúa. Sólo fueron liberados hasta 1911 con la caída de la dictadura porfiriana. Los eventos posteriores están íntimamente ligados con la suerte del régimen porfiriano, la evolución de la economía capitalista internacional y la primera guerra imperialista mundial. Un mes después, el 1° de julio de 1906, se lanzó el programa del Partido Liberal, escrito por Ricardo Flores Magón, en el que se abogaba por una jornada laboral de ocho horas, un aumento salarial que satisficiera las necesidades vitales, y el fin de la discriminación racial, reivindicaciones que claramente eran un reflejo de la lucha de Cananea. En 1907, la mina cerró temporalmente debido al crack financiero en Wall Street y la siguiente recesión económica en EE.UU. No obstante el restablecimiento de su dominio sobre Cananea con la supresión de la huelga del año anterior, Greene perdió el control de las minas a la gran empresa Anaconda. También en 1907 estallaron luchas obreras revolucionarias en Río Blanco y Orizaba, Veracruz, dirigidas por militantes partidarios del PLM, y en 1910 se inició la Revolución Mexicana.

¿Quién dirigió la huelga de Cananea?


Norteamericanos armados protegieron las oficinas de la Cananea Central
Copper Company, junio de 1906.

En la literatura sobre la huelga de Cananea, aunque se reproduce la versión nacionalista de la misma, varios de los autores dan muestra de alguna comprensión de la presencia de diferentes corrientes políticas que influyeron en la lucha. Así, el colectivo de historiadoras del INAH señala con respecto a los dos clubs del PLM en la zona: “Si bien sus dirigentes...no eran de origen obrero sino pequeños comerciantes, intelectuales y trabajadores de escritorio, fueron reconocidos como líderes por los trabajadores al estallar la huelga” (La lucha obrera en Cananea 1906). Sin embargo, su relato deja de lado la considerable influencia internacional anarcosindicalista en la lucha. De hecho, la fundación del segundo núcleo del PLM en Cananea se debió a ciertas diferencias entre los partidarios locales del magonismo. Si bien la Unión Liberal Humanidad dirigido por Baca Calderón y Diéguez se planteó la tarea de iniciar una Unión Minera de los Estados Unidos Mexicanos, sólo logró organizar a unos cuantos de los obreros mejor pagados en Cananea. En cambio, el Club Liberal de Cananea amplió su influencia a los campos mineros de El Ronquillo y Mesa Grande.

Este segundo club liberal era dirigido por el abogado Lázaro Gutiérrez de Lara y por Enrique Bermúdez, quien sirvió de enlace con la dirección del PLM en St. Louis, Missouri y con la Western Federation of Miners (WFM) en Douglas, Arizona. El WFM, el sindicato minero del occidente estadounidense, seguía en aquella época una política sindicalista revolucionaria. Bermúdez había llegado a la zona en noviembre de 1905 como delegado del periódico Regeneración y entró en contacto con Baca Calderón y Diéguez. Después de la celebración del 5 de mayo organizada por los magonistas, en la que Gutiérrez Lara fue el principal orador, la agitación obrera se amplió hacia “un buen número de los trabajadores norteamericanos quienes además de simpatizar con el Western Federation of Miners también estaban de acuerdo con las ideas de los militantes magonistas” como señala Salvador Hernández en su capítulo, “Tiempos Libertarios. El magonismo en México: Cananea, Río Blanco y Baja California” en el tomo VI de la serie coordinada por Pablo Gómez Casanova, La clase obrera en la historia de México (1980). También se intensificó el espionaje policial contra Gutiérrez y Bermúdez.

De los informes de los soplones de la policía se destaca claramente que los principales dirigentes de la lucha obrera en Cananea eran Gutiérrez Lara y Bermúdez, y que éstos iban preparando la huelga en reuniones, “los miércoles y viernes en la noche”, a lo largo de todo el mes de mayo. Dos días antes del estallido del movimiento, el gerente de la mina se comunicó con el coronel que comandaba las guardias fiscales para advertirle sobre la “intención de ‘organizar’ a los operarios mexicanos de la compañía con el propósito de declarar una huelga con el fin de asegurar igual salario al que tienen los norteamericanos” y también con el objetivo político de “obtener el manejo del gobierno general”. Según el mismo Greene, él fue informado oportunamente por un delator de que “el 30 de mayo a medianoche, un club socialista había realizado tres reuniones en las que estuvieron presentes un buen número de agitadores de tendencia socialista; que agitadores de la Western Federation habían recorrido los campos mineros incitando los mexicanos y proporcionando dinero para el club socialista de Cananea. Nos dio también, un par de copias de los volantes de contenido revolucionario que habían sido ampliamente distribuidos” (citado por Brayer, en “The Cananea Incident”).


Algunos de los mineros cananenses arrestados por participar en la huelga de 1906.
(Foto: Agustin Victor Casasola)

Estos hechos refutan por sí solos la validez de la versión de Baca Calderón, según la cual el movimiento había sido “espontáneo”. Pero, pregunta Salvador Hernández, “¿Por qué esta tergiversación de los hechos si fue precisamente Baca Calderón uno de los dirigentes obreros que estuvieron presentes en la reunión” que decidió la huelga? Resulta que la decisión de aquella reunión “causó una profunda división entre los miembros de las dos principales organizaciones obreras en Cananea, respecto a los métodos de lucha a seguir durante la huelga”. El grupo de Baca Calderón y Diéguez, la Unión Liberal Humanidad, buscó la negociación con la empresa y el gobierno, lo que los demás rechazaron rotundamente. Más que eso, Diéguez “manifestó el disgusto, desaprobando el movimiento”. La mañana del inicio de la huelga, cuando los obreros fueron a despertarlo, éste no quiso acudir a la gerencia en representación de los huelguistas. Cuando se recibió la negativa de Greene a alzar los salarios, “Se informó [a los obreros] que nada se había conseguido. Una vez hecho esto, Diéguez y Calderón se desligaban del movimiento y se retiraban a sus casas.”

“Por su parte, el grupo dirigido por Gutiérrez de Lara, Enrique Bermúdez y algunos activistas del Western Federation of Miners habían optado por la vía de la acción directa”, escribe el historiador Hernández. El mismo cita a una serie de periódicos fronterizos norteamericanos que echaban la “culpa” de la huelga a los agitadores revolucionarios. “El problema que dio origen al motín fue preparado...mediante discursos incendiarios lanzados por los miembros de organizaciones socialistas mexicanas” escribió el Tucson Citizen del 2 de junio de 1902, agregando que “agitadores socialistas norteamericanos habían llegado a Cananea desde meses atrás con el fin de propalar sus doctrinas entre los mexicanos e instarlos a que formaran sindicatos mineros”. El Douglas Daily Dispatch del 7 de junio de 1902 informó: “Con la llegada a Cananea hace algunos meses de Lara y Bermúdez, se inició el actual conflicto. Estos dos hombres, a través de periódicos de tono revolucionario, comenzaron a propalar la necesidad de derrocar al gobierno de Díaz...y calladamente iniciaron la organización de clubes obreros revolucionarios”.

Es notable que en la correspondencia interna de la empresa CCCC (citada en la obra de Manuel González Ramírez, La huelga de Cananea [Fondo de Cultura Económica, 1956]), en una lista de “agitadores” que andan en las minas procurando disturbios, se menciona a nueve trabajadores mexicanos y cinco norteamericanos (de nombre Cunneham, Moore, Walsh, Woods y Kelley). En la represión que siguió al aplastamiento de la huelga, tanto Gutiérrez de Lara como Bermúdez lograron escapar a los EE.UU., donde fueron protegidos por sus camaradas del IWW y del WFM. Por su parte, Diéguez y Baca Calderón, no obstante su decisión de quedarse en sus casas, y a pesar de haber considerado que “la huelga estaba condenada al fracaso”, fueron sujetos a la prisión y luego fueron alabados equivocadamente como los principales dirigentes de la huelga. Calderón mismo escribió que los protagonistas de la acción “eran grupos revolucionarios que perseguían finalidades de carácter general, nacionales” (Génesis de la huelga de Cananea).

Ricardo Flores Magón

Para los revolucionarios que de hecho la organizaron, no se puede decir simplemente que la huelga había sido un fracaso, a pesar de la supresión violenta que sufrió. La huelga de Cananea fue considerada por Ricardo Flores Magón como parte integrante de sus planes para una revolución social, los que fueron plasmados en el Programa del Partido Liberal Mexicano emitido un mes después de los acontecimientos de Cananea. Sin embargo, el PLM distó considerablemente de ser un partido de la clase obrera, y mucho más de ser uno de la vanguardia proletaria. Si bien los hermanos Flores Magón evolucionaron hacia el anarquismo, las raíces de su partido se encuentran en la política de Benito Juárez y su Constitución de 1857, pero no en Marx o Bakunin. Como escribió Manuel González Ramírez en su nota introductoria a la colección de materiales La huelga de Cananea: “En su lucha, los liberales oposicionistas al gobierno del general Díaz se sentían herederos del liberalismo mexicano del siglo XIX. Presentaban continuamente los paradigmas de Benito Juárez, Ignacio Ramírez, Melchor Ocampo y Sebastián Lerdo de Tejada.”

Los sindicalistas revolucionarios en ambos lados de la frontera se inspiraron en el levantamiento de Cananea, como también de toda una serie de luchas de los wobblies de la IWW y de los mineros de la WFM en estos años. En 1911 y después, como señala Torres Parés, dieron lugar a una “movilización de claro tinte antiimperialista que los trabajadores de ambos países dirigieron en contra de la intervención del gobierno norteamericano en México”. La huelga de Cananea de 1906 fue también precursora de la huelga de los mineros del cobre de Bisbee, Arizona en 1917, que terminó en el arresto y deportación de cientos de mineros mexicanos (ver “‘Rojos’ e inmigrantes”, en El Internacionalista [Edición México] n° 2, agosto de 2006). Y sin embargo, tanto la huelga de Cananea como la de Bisbee mostraron la incapacidad de las doctrinas del sindicalismo revolucionario para llevar a término la anhelada revolución obrera.

El derrocamiento del dominio capitalista requiere mucho más que el cese del trabajo por parte de los trabajadores. Exige que los elementos más avanzados de la clase obrera se pongan a la cabeza de todos los oprimidos, entre ellos los campesinos e indígenas pobres, para preparar un levantamiento general que llegue a afectar incluso al ejército burgués, espina dorsal del estado capitalista. Hay que preparar la toma activa del poder para erigir un estado obrero que aplaste la reacción burguesa y abra la vía al socialismo. El acto definitorio de la revolución obrera es la insurrección, no la huelga general. Y para eso hubo, en 1906 como en 1910-1917, un elemento clave faltante: la presencia de un partido comunista de la vanguardia obrera, capaz de realizar los preparativos indispensables para el triunfo que les faltó a los combativos mineros mexicanos y norteamericanos. Sin ese partido, la clase obrera mexicana seguirá siendo, en la famosa caracterización de José Revueltas, “un proletariado sin cabeza”.

Un siglo de lucha obrera en el desierto sonorense

La lucha obrera en Cananea no terminó a principios del siglo XX. Lejos de ello. Siendo la mayor mina del cobre de América Latina y una de las diez más grandes del mundo, se organizó el primer sindicato industrial en Cananea en los años 30, el Gran Sindicato Obrero Mártires 1906, que luego pasó a ser la Sección 65 del SNTMMSRM. En 1971, el gobierno mexicano compró la mayoría de las acciones de la Anaconda Copper Company y completó la nacionalización de la mina en 1982. Con la inversión de unos $900 millones de dólares para modernizar las instalaciones, Cananea aumentó considerablemente su producción y se convirtió en una de las empresas más importantes de la república. Sin embargo, cuando el gobierno de Carlos Salinas de Gortari decretó la privatización de más de mil empresas paraestatales, se entregó la mina a Nafinsa para reorganizarla (es decir, reducir sus efectivos laborales) para hacerla “más atractiva” para el comprador. En el verano de 1989, la gerencia anunció planes para el cierre de dos departamentos, la separación de otros departamentos para formar empresas separadas con nuevos (e inferiores) contratos laborales, y el despido de varios cientos de los 4 mil trabajadores.

Las nuevas empresas funcionarían 365 días al año, pasando por alto los contratos que concedían tiempo libre a los trabajadores los domingos y días feriados. La Sección 65 emplazó a huelga. Una semana antes del comienzo de la acción, la mina fue declarada en quiebra por incapacidad de pagar sus deudas. Alrededor de 80 por ciento de éstas, sin embargo, eran cargos ficticios que supuestamente debía a Nafinsa. El mismo día, arribaron a Cananea varios miles de soldados del ejército mexicano, quienes procedieron a sacar a 600 mineros del turno nocturno de la mina, y bloquearon la entrada de mil obreros del turno matutino. Helicópteros sobrevolaron la ciudad y las tropas patrullaron en las calles. El jefe del SNTMMSRM, “sindicato” corporativista que formaba parte del aparato del PRI-gobierno, Napoleón Gómez Sada, pidió una entrevista con el presidente Salinas para concertar el asunto.

Sin embargo, entre los mineros de Cananea brotaba la rebelión. Una resolución de la Sección 65 exigió la retirada de las tropas y la Policía Judicial Federal, que estaba investigando el sindicato “bajo la falsa impresión de que tuviéramos un arsenal y grupos guerrilleros. No creemos en el gobierno ni en el PRI”, declaraba la moción. El académico norteamericano y experto del sindicalismo mexicano Dan La Botz, escribe en su libro, Mask of Democracy: Labor Supression in México Today (South End Press, 1992):

“Gómez Sada declaró que los obreros no eran responsables de la bancarrota de la compañía, pero no emprendió ninguna acción para defender a los miembros de l sindicato fuera de exigir que se les pagara la liquidación según las estipulaciones del contrato y la ley laboral.”

No sólo Gómez Sada abandonó a los miembros de su propios “sindicato”, sino que ni la Confederación de Trabajadores Mexicanos ni el Congreso del Trabajo, las principales centrales corporativistas, hicieron nada por ellos. El caudillo de la CTM y del CT, Fidel Velázquez, dijo después que no dio ninguna muestra de apoyo porque el jefe del SNTMMSRM se opuso a ello (Andrea Becerril, “Impide Gómez Sada el apoyo del CT a obreros de Cananea”, La Jornada, 7 de septiembre de 1989, citado por La Botz). Los obreros mexicanos se quedaron atónitos ante la cabal capitulación de “sus” sindicatos.

Después de cuatro días, el ejército se retiró de la ciudad. Aún así, Gómez Sada insistió en que no había nada que hacer, porque todo se había hecho de acuerdo con la legislación laboral vigente. Los directivos de la Federación Sindical de Trabajadores al Servicio del Estado (FSTSE) y de la Confederación Revolucionaria de Obreros y Campesinos (CROC), central corporativista alterna, expresaron su “comprensión” con respecto a las acciones del gobierno. A pesar de la negativa de la burocracia corporativista de emprender la menor acción en su defensa, los mineros de la Sección 65 procedieron con sus planes de huelga. El 28 de agosto de 1989 decretaron la huelga y el 1° de septiembre sindicatos independientes se manifestaron en la capital a favor de los trabajadores de Cananea. La Secretaría del Trabajo propuso retirar la declaración de quiebra a cambio de la anulación de 115 cláusulas del contrato y la reforma de otras 143, una prueba definitiva del carácter espurio de la “bancarrota”. Pocos días después, la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje (JFCyA) aprobó, a petición de la empresa, la desaparición del contrato colectivo por completo.

Napoleón Gómez Urrutia, jefe del SNTMMSRM, tropezó con los gobiernos panistas, por lo que se le canceló la toma de nota y presentaron cargos criminales contra él. Exigimos que se anulen todos los cargos al mismo tiempo que se lucha dentro de los “sindicatos” corporativistas por formar comités obreros libre de toda tutela estatal.
(Foto: El Porvenir)

Ya para ese entonces, las diferencias entre la Sección 65 y el “sindicato” minero nacional habían salido a la luz y también las divisiones en Cananea misma entre el comité ejecutivo de la sección, que acató las directivas de Gómez Sada, y el comité de huelga. Los burócratas corporativistas se dijeron dispuestos a aceptar renuncias voluntarias de trabajadores y la aceptación del pago de liquidación propuesta por el gobierno. No obstante, la huelga siguió bajo la dirección del comité de huelga. Mineros bloquearon la carretera federal, se apoderaron a las oficinas locales de la JFCyA. Al final, el SNTMMSRM “negoció” un nuevo contrato que eliminaba más de 150 cláusulas, reduciendo a tres las categorías de trabajadores, despidiendo a 400 obreros y negándose a recontratar a más de 700 trabajadores más –en conjunto la tercera parte de la fuerza laboral de la mina– y pagando una suma al sindicato representando a las liquidaciones. Es esta suma, los famosos $50 millones, por la que el gobierno ahora persigue al hijo y sucesor de Gómez Sada, Napoleón Gómez Urrutia.

La realidad, es que desde el principio este dinero fue considerado por el gobierno no como un aporte a los trabajadores despedidos sino como un soborno al sindicato por socavar la lucha de los mineros de Cananea. Pero, como con todos los sobornos, esta recompensa por la sumisión de los dirigentes del “sindicato” corporativista caducó en el momento en que éstos mostraran la más mínima inconformidad con el régimen. Así, después de que Gómez Urrutia se opusiera a la fracasada “Ley Abascal” de reforma laboral, y luego que calificara de “asesinato industrial” a la matanza de mineros en Pasta de Conchos (declaración hecha para escapar del oprobio frente a los familiares que consideraron que el “sindicato” y la empresa “son la misma cosa”), que el gobierno foxista le retiró la toma de nota a Gómez Urrutia, acusándolo de malversación de fondos, y trató de imponer otro títere, Elías Morales Hernández. Como explicamos en nuestro artículo “Asesinato capitalista en Pasta de Conchos”:

“Cuando el régimen corre al ‘niño travieso’ Gómez Urrutia para sustituirlo con su viejo rival Elías Morales (el que fuera segundo de a bordo de Napoleón Gómez I), lo hace por apretar las tuercas y garantizar un control más estrecho sobre el movimiento obrero. Es fundamental, en consecuencia, que los trabajadores se movilicen contra este ataque gubernamental y que, simultáneamente, emprendan pasos concretos para liberarse de toda tutela estatal. Son los trabajadores mismos los que deben aplastar el aparato corporativista con el que se encuentran atados al estado capitalista....

“En los ‘sindicatos’ corporativistas hay que formar comités obreros que luchen a brazo partido por la eliminación de la tutela estatal, rompiendo con el CT y conformando verdaderos sindicatos obreros.”

En 1990, la mina fue vendida al Grupo México capitaneado por Jorge Larrea, compinche de Salinas de Gortari. A pesar de la severa derrota sufrida en 1989, lentamente los trabajadores de Cananea recobraron fuerza. En noviembre de 1998 estalló una nueva huelga, contra los planes de la empresa de cesar a 700 de sus 2,100 empleados. En enero de 1999, el gobierno federal declaró la huelga “inexistente” y amenazó con anular la personalidad jurídica del sindicato. La empresa amenazó con reabrir la mina con esquiroles. Los directivos del corporativista SNTMMSRM anunciaron que habían firmado un convenio para volver al trabajo, presionando a los dirigentes huelguistas locales. Pero cuando las autoridades gubernamentales retiraron la oferta de un pago de cesantía adicional, los obreros ocuparon la mina, donde esperaban la embestida de cuatro convoyes del ejército y más de 300 policías paramilitares de la Policía Judicial de Sonora. Enfrentando la posibilidad de un ataque mortífero, finalmente decidieron abandonar su ocupación. No obstante, al regresar al trabajo descubrieron que 120 de los compañeros más activos en la huelga habían sido cesados y muchos otros sólo recibirían contratos temporales que vencen cada 28 días.

Mineros de Cananea con la bandera rojinegra durante la huelga de 1999. Dirigentes nacionales del gremio minero reiteradamente apuñalaron a los mineros cananenses por la espalda.  (Foto: Milenio)

Uno de los aspectos más significativos de la huelga de 1999 fue el aporte de sindicatos y mineros del cobre al norte de la frontera. Poco después de estallar el movimiento en Cananea, los huelguistas enviaron una delegación a Tucson, Arizona. Allá recibieron una acogida positiva de la oficina de movilización de la AFL-CIO. Aunque en el pasado la central sindical norteamericana ha manejado un programa proteccionista, culpando a los trabajadores mexicanos de “robar empleos norteamericanos”, con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLCAN) a principios de 1994, la fuga de empleos ha sido tan grande que los burócratas de la AFL-CIO a veces han decidido ayudar a trabajadores mexicanos que luchan por mejores condiciones. En este caso, se contó con el factor adicional de que muchos mineros de Arizona tienen parientes que trabajan en las minas sonorenses. Sin embargo, los sindicalistas norteamericanos se podían percatar de que “los dirigentes del sindicato minero mexicano” eran “más leales al gobierno y al PRI que a los miembros de su propio sindicato que estaban en huelga” (David Bacon, “Miners’ Strike Broken in Cananea”, Z Magazine, mayo de 1999).

Los mineros de Cananea fueron traicionados una y otra vez por “sus” dirigentes sindicales, quienes en realidad son funcionarios y representantes del estado burgués. En agosto de 2006, después de la amarga experiencia de su huelga de ese año, exigieron que el “sindicato” minero nacional no participara en sus negociaciones salariales con Grupo México. Hoy, cuando el sistema corporativista está en plena descomposición, abriendo así una grieta en el muro de contención estatal que constituyeron los sindicatos corporativistas integrados al PRI y el aparato estatal, están dadas las condiciones objetivas para una lucha exitosa por la independencia sindical del control del estado burgués y la patronal. Pero como señaló León Trotsky en su obra “Los sindicatos en la época de decadencia imperialista”, la lucha por la independencia y democracia sindical es inseparable de la lucha por una dirección revolucionaria.

A pesar de lo combativos que se mostraron en su huelga de 1989, la huelga de 1999 y nuevamente en 2006, los mineros no han contado con una dirección a la altura de sus necesidades, capaz de enfrentarse simultáneamente contra la patronal, el estado capitalista y sus policías laborales de los sindicatos corporativistas. Sólo una dirección clasista, integrada en un partido comunista compuesto por cuadros revolucionarios profesionales, sería capaz de emprender esta tarea. Este elemento decisivo fue la contribución de los bolcheviques rusos bajo V.I. Lenin, quien junto con León Trotsky dirigió la Revolución de Octubre de 1917 pocos meses después de la huelga de Bisbee. Y es precisamente reconocer la urgencia de forjar una dirección revolucionaria la principal lección de un siglo de lucha de clases internacionalista en Cananea.

Cananea, el PLM y el racismo antichino

En un folleto reciente sobre el “Centenario de la huelga de Cananea” publicado por Militante (una tendencia que se reclama como “marxista” en el seno del PRD burgués), se cita un informe según el cual la Unión Liberal Humanidad habría circulado un volante que decía “Execración sin igual, que un mexicano valga menos que un yankee, que un negro o un chino, en el mismo suelo mexicano. Esto se debe al pésimo gobierno que da las ventajas a los aventureros con menoscabo de los verdaderos dueños de esta desafortunada tierra.” Lo curioso es que Militante no hace el menor comentario sobre el contenido del volante, implicando de alguna manera que aprueba su contenido. ¿Por qué? Porque esta muestra de repulsivo racismo antinegro y antichino, se presenta en ropaje nacionalista. De este modo corresponde con la versión oficial de la historia de la huelga de Cananea, que la presenta como el primer acto de un levantamiento nacionalista. La verdad, en cambio, es que el justificado resentimiento por la opresión nacional de los mineros mexicanos estuvo acompañado (como demostramos en el artículo sobre esa histórica huelga) por sentimientos anticapitalistas e internacionalistas.

¿Cómo se explica, entonces, este volante? Parece tratarse de una coincidencia entre el racismo antichino propiciado por el Partido Liberal Mexicano (PLM) y Ricardo Flores Magón, por una parte, y los odios sociales de los pequeños comerciantes que constituían buena parte de los miembros de la Unión Liberal Humanidad, afiliada local del PLM. Manuel Diéguez, uno de los dos dirigentes de la ULH, resentía las restricciones al “libre comercio” impuestas por la tienda de raya de la CCCC, pero también enfrentaba la competencia de tenderos chinos. Esa animadversión xenófoba pequeñoburguesa bien podría haber influido a las capas plebeyas, de igual forma que en otras latitudes el odio hacia el comerciante judío fue azuzado por elementos fascistas. Esto también ocurrió en México: a finales de los años 20, se formó en Sinaloa una Liga Antichina y Antijudía que vituperaba contra “el trabajo absorbente de perniciosas razas foráneas”.

Pero, ¿el PLM? Uno de los clichés más ampliamente reproducidos por la ideología oficial en México, es el de que Ricardo Flores Magón y su Partido Liberal Mexicano representaron una versión nacional de un movimiento de corte anarcosindicalista, que se habría basado en la pujante aunque incipiente clase obrera mexicana. La verdad, sin embargo, es que no obstante haber sido influenciado por el anarcosindicalismo, sobre todo durante el exilio estadounidense de los hermanos Flores Magón, el PLM tuvo desde sus orígenes una muy fuerte raigambre entre elementos de la pequeña burguesía comerciante. Originalmente, la política del PLM se presentó explícitamente como la continuación de la política liberal de Benito Juárez. No es casualidad, en consecuencia, que en toda una serie de aspectos el partido de Flores Magón reflejara el punto de vista de la burguesía mexicana.

En su programa político publicado en 1906, el Partido Liberal Mexicano reproduce los prejuicios antichinos más asquerosos. Sin el menor empacho, los magonistas esparcieron veneno racista propio de la ideología burguesa. El PLM se pronunciaba por la proscripción de la migración china en los siguientes términos:

“La prohibición de la inmigración china, es, ante todo, una medida de protección a los trabajadores de otras nacionalidades, principalmente a los mexicanos. El chino, dispuesto por lo general a trabajar con el más bajo salario, sumiso, mezquino en aspiraciones, es un gran obstáculo para la prosperidad de otros trabajadores. Su competencia es funesta, y hay que evitarla en México. En general, la inmigración china no produce a México el menor beneficio.”

La reproducción de esta basura burguesa no se circunscribió al terreno “abstracto” de los programas, sino que tuvo expresión directa en las luchas dirigidas por el sector claramente pequeño burgués del PLM. Es un hecho que los ataques antichinos fueron más o menos comunes en las zonas mineras de Sonora en la primera década del siglo XX. Según un estudio de Gerardo Rénique sobre “Racismo antichino, nacionalismo y formación del estado en el México pos revolucionario”*, “El mayor número de ataques [contra la población china] se verificó en las regiones de Sonora que habían resultado más favorecidas por la expansión económica porfiriana: las minas localizadas en las regiones norteñas del estado, así como las localidades ubicadas en los valles del Yaqui y del Mayo en la parte sur del estado.” En estas condiciones, el PLM no sólo no se pronunció por la defensa de la población china bajo ataque, sino que se unió a sus linchadores.

Para lavar esta terrible mancha en la historia del PLM, muchos historiadores han citado el hecho de que en su programa de 1909 la “cláusula antichina” fue eliminada. Más tarde, Flores Magón reconoció que la burguesía cultiva con fervor las divisiones raciales entre los trabajadores para mejor mantenerlos bajo control. También se opuso a la Primera Guerra Mundial imperialista, condenó la idea de “la patria” y escribió artículos a favor de la Revolución Rusa. Sin embargo, no hay ninguna crítica explícita de lo dicho en el programa de 1906. Y no se trata de declaraciones puramente “verbales” que no habrían tenido efectos concretos. Por el contrario, los ataques en contra de la población china, incluidos los asesinatos masivos, fueron bastante comunes antes, durante y después de la Revolución Mexicana de 1910-1917. A guisa de ejemplo, en mayo de 1911, tropas maderistas asesinaron a 303 chinos desarmados en el estado de Coahuila. Según la investigación oficial, la matanza había sido resultado del “odio racial” sembrado por los terratenientes y burgueses maderistas.

Rénique relata que en los años 20, hubo unos 200 comités antichinos y ligas nacionalistas en los estados norteños. Estos comités recibieron el cobijo de los rancheros sonorenses Álvaro Obregón y el líder máximo, Plutarco Elías Calles, que hicieron abortar la Revolución Mexicana y establecieron sobre sus cenizas el régimen del PRI-gobierno. Durante el maximato los grupos racistas fueron respaldados por el gobierno callista nacional con un discurso agresivo contra los “chineros”, que sólo combatió el Partido Comunista. En el caso de Sonora, la xenofobia antichina se expresó con leyes que prohibieron el matrimonio entre mujeres mexicanas e “individuos chinos, aún si son naturalizados mexicanos”. Culminó en los años 30 con la expulsión del estado de casi la totalidad de población de origen chino –varios miles en total– auspiciada oficialmente por el gobernador Fernando Elías, un aliado de Calles, quien fue proclamado “general en jefe del antichinismo”. Elías incluso formó “brigadas rurales” para rastrear “prófugos” chinos, quienes en muchos casos se escondían con amigos o simpatizantes mexicanos. 

En el priato se consolidó la ideología burguesa de una supuesta “identidad nacional” que haría iguales a los explotados y explotadores mexicanos, en oposición a los trabajadores de otras nacionalidades. Sus alabanzas al “mestizaje”, una mezcla de racismo blanco con un “indigenismo” oficial que sirve para hundir a los pueblos indígenas en una “nación mexicana”, mantienen y justifican la opresión racista sufrida por los indígenas y justificar la exclusión racial de las poblaciones negra, china y de las provenientes de Medio Oriente. Hoy en día, diversos grupos que se reclaman como socialistas siguen encubriendo los lados oscuros del PLM, cuya ideología prefiguró la del PRI. De esta manera reproducen los clichés de la historia oficial, pues al igual que Flores Magón a principios del siglo XX, estos pretendidos revolucionarios adoptan una óptica nacionalista que a fin de cuentas implica buscar una “solución” en el marco del capitalismo.


* Gerardo Rénique, “Anti-Chinese Racism, Nationalism and State Formation in Post-Revolutionary Mexico”, Political Power and Social Theory, Vol. 14 (2000) [en inglés]


Ver también: México: ¡Cananea no debe estar sola! (1° febrero de 2008)
                     Piquete en Nueva York repudia represión contra mineros mexicanos  (12 de enero de 2008)
                     ¡Poner a Grupo México de rodillas con una huelga nacional! (15 de diciembre 2007)


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